La nostalgia de las Cortes org¨¢nicas
Algunos pol¨ªticos y, sobre todo, algunos periodistas se est¨¢n poniendo nerviosos ante la perspectiva de que el Congreso y el Senado se deciden a estudiar, examinar y, discutir el proyecto de Constituci¨®n. Lo mejor era, sin duda, que la ponencia (siete personas) lo arreglara todo; ya que no era posible, hubo que transigir con que la Comisi¨®n de Asuntos Constitucionales del Congreso (36 diputados) se ocupara del asunto. Pero la idea de que los 350 diputados tengan algo que pensar y decir parece inquietante; y no digamos si se trata del Senado.Cuando se contaba en los peri¨®dicos que la Comisi¨®n hab¨ªa aprobado veinticinco art¨ªculos de una sola tacada, muchos estaban exultantes. La cosa no era para tanto; por muy acelerada que fuese la Comisi¨®n, nunca podr¨ªa competir con las llamadas Cortes Espa?olas de la ?democracia org¨¢nica?, que aclamaron en una sola sentada la ley que pretend¨ªa ser el equivalente de una Constituci¨®n.
La democracia nominal parece bien; su ejercicio efectivo molesta demasiado. Si la Comisi¨®n lo ha dejado todo ?atado y bien atado?, ?para qu¨¦ va a haber aguafiestas? ?No es una impertinencia querer poner en juego la inteligencia y la voluntad -y los derechos parlamentarios- para votar libremente un texto constitucional que sea el mejor posible, del cual no tengamos que arrepentirnos demasiado pronto, que pueda comprometer las fant¨¢sticas posibilidades que Espa?a tiene hoy en la mano, a las que no debe renunciar?
El primer anteproyecto me pareci¨® lamentable, y sobre eso s¨ª que parece haberse conseguido el famoso ?consenso? -tan tra¨ªdo y llevado, tan mal aplicado con frecuencia-. El segundo represent¨® una considerable mejor¨ªa, con la correcci¨®n de algunos de los m¨¢s graves errores; el texto aprobado tras las discusiones de la Comisi¨®n significa un nuevo perfeccionamiento. Raz¨®n de m¨¢s para seguir mejor¨¢ndolo. Los defectos son todav¨ªa muchos y graves. Hasta ahora ha intervenido el 10% del Congreso; es menester que el 90% restante se enfrente con el proyecto y aporte todas sus luces para rectificarlo, pulirlo, hacerlo menos equ¨ªvoco, m¨¢s sobrio y riguroso, m¨¢s adecuado a la realidad espa?ola. La Comisi¨®n no tiene m¨¢s funci¨®n que preparar un documento sobre el cual tiene que trabajar el Pleno del Congreso, haciendo gravitar sobre ¨¦l la voluntad personal de los parlamentarios y sobre todo el mandato de los electores a quienes representan y que sin duda les pedir¨¢n cuentas de su gesti¨®n (por ejemplo, en las pr¨®ximas elecciones).
Y despu¨¦s, el Senado. La idea de que el Senado exista y cumpla con su deber saca de quicio a algunos. Es curioso que cuando el Senado aprueba f¨¢ciImente y sin reparos una ley procedente del Congreso, las minor¨ªas que en ¨¦l han votado contra ella se indignan y dicen que el Senado es una ?C¨¢mara eco o de resonancia?; pero cuando la ley en cuesti¨®n se ha aprobado en el Congreso con el benepl¨¢cito de esas mismas minor¨ªas, y el Senado encuentra que no est¨¢ suficientemente justificada o que encierra errores, y acuerda enviarla a estudio de la Comisi¨®n correspondiente, hay otra oleada de indignaci¨®n, motivada por la idea de que el Senado es una ?C¨¢mara freno?.
El Senado es una C¨¢mara perfectamente soberana, colegisladora con el Congreso, en modo alguno subordinada, y no es que tenga el derecho, sino que tiene el deber de enfrentarse a fondo con el proyecto constitucional -que no pasa de proyecto mientras no sea una constituci¨®n aprobada, refrendada y promulgada-
?Quiere esto decir que debe repetir el proceso que se ha seguido en el Congreso y ahora va a continuar en su Pleno? En mi opini¨®n, no, porque el Senado es una C¨¢mara distinta, con funciones todav¨ªa no bien determinadas, pero sensiblemente diferentes.
Mi opini¨®n es estrictamente personal, ya que no pertenezco a ning¨²n partido, y dentro del Senado, a la Agrupaci¨®n Independiente, la cual lo es tanto, que sus miembros no s¨®lo somos independientes de los partidos y de las consignas, sino de la propia Agrupaci¨®n. como demuestra el hecho de que en la mayor¨ªa de los casos, cuando hay votaci¨®n, ejercitamos las tres posibilidades: s¨ª, no y abstenci¨®n.
No creo que el Senado deba ?peinar? el texto del proyecto constitucional en busca de errores, imperfecciones, superfluidades o deficiencias, de menor cuant¨ªa. Ser¨ªa un error hacer perder largo tiempo con discusiones minuciosas sobre puntos secundarios. Es menester aprovechar el tiempo y el trabajo acumulado por los diputados. Incluso podr¨ªa aconsejarse pasar por alto reparos posibles a cuestiones de detalle y que no afectan a la estructura pol¨ªtica de Espa?a.
La atenci¨®n de los senadores deber¨ªa concentrarse en aquellos puntos de los cuales depende la configuraci¨®n -es lo que quiere decir ?constituci¨®n?- de Espa?a, la eficacia de sus instituciones, el perfil inequ¨ªvoco de todas sus magistraturas. Esto es lo que verdaderamente importa. La segunda mirada que pertenece al Senado debe intentar ver a d¨®nde llevan algunas disposiciones del proyecto, qu¨¦ conflictos pueden provocar, a qu¨¦ situaciones ambiguas pueden conducir, c¨®mo pueden ser aprovechadas por intereses particulares, qu¨¦ grave repulsa pueden provocar en porciones considerables del pueblo espa?ol. Debe proponer que esas disposiciones sean corregidas, perfeccionadas, tal vez eliminadas del texto definitivo.
A la inversa, el Senado puede echar de menos algo esencial que haya sido olvidado o desatendido por el Congreso. Su labor no tiene por qu¨¦ ser s¨®lo correctora o negativa, puede ser afirmativa y creadora. Lo que no est¨¢ previsto en el proyecto, pero debiera estarlo, debe ser incluido. Las facultades necesarias para cumplir una funci¨®n deben ser reconocidas. (En cambio, no se deben consignar facultades ?aparentes?, que parecen existir, pero no se pueden ejercitar, porque dan a su titular una responsabilidad que no est¨¢ justificada por la efectividad de su ejercicio.?
?Quiere esto decir que el Senado debe retener largos meses el proyecto de Constituci¨®n? No lo creo as¨ª. El tiempo se pierde con el ?hacer que hacemos?, las reuniones interminables, la palabrer¨ªa hueca. Hay personas que no saben c¨®mo acabar, y producen en los oyentes la angustia de que van a seguir ya para siempre en el uso de la palabra, por tener muy poco que decir y no encontrar una frase que pueda ser la ¨²ltima.
Lo necesario es ejercitar el pensamiento. Es menester que sobre la Constituci¨®n se piense (se ha hecho, creo yo, demasiado poco, como ocurre con casi todas las cosas: vivimos en una ¨¦poca en que se han inventado innumerables t¨¦cnicas de trabajo que consisten primariamente en evitar el pensamiento, en sustituirlo por cualquier otra cosa). Y el pensamiento no lleva mucho tiempo, porque fatiga enormemente. Cuando sobre algo se piensa de verdad una hora, se encuentra uno con este doble resultado: se ha avanzado enormemente, se est¨¢ muy cansado. Si entonces se intenta seguir pensando, tal vez media hora m¨¢s, se llega resueltamente lejos. Hay que hacer una pausa, y se ve que se tiene derecho a ella.
Cuando las Cortes ?org¨¢nicas? aprobaron por aclamaci¨®n una larga ley fundamental, ?constitucional?, que ni siquiera hab¨ªan le¨ªdo, que oyeron leer -tal vez distra¨ªdamente-, sent¨ª una profunda verg¨¹enza. No s¨®lo pol¨ªtica -eso que se llama lipori o verg¨¹enza ajena, claro est¨¢- sino intelectual, simplemente, humana. ?C¨®rno era posible que nadie se prestase a semejante farsa? Fuese cual fuese el texto propuesto, ?pod¨ªa aprobarse as¨ª? Puede imaginarse mi reacci¨®n cuando, con nostalgia de aquello, se nos invita -tal vez con malos modos- a repetirlo.
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