Ortega en la Universidad argentina / 1
Unos estudiantes argentinos, de la, Facultad de Derecho de la Universidad de Rosario -de la que tengo el honor de ser Doctor Honoris Causa- me piden una s¨ªntesis sobre Ortega como apuntes para un pr¨®ximo examen de cultura general. Si s¨ªntesis es la suma y compendio de una materia, es evidente que se trata de una composici¨®n poco f¨¢cil. Les he contestado que consulten a diversos autores que tanto y tan bien han escrito sobre la persona y la obra orteguiana. Les he aconsejado que escriban a Juli¨¢n Mar¨ªas. Y a la hija de don Jos¨¦, a Soledad, que ha escrito una conferencia ejemplar sobre su padre y que tan bien conoce la Argentina. Pero, de todas formas, como he conocido personalmente a Ortega, le he admirado siempre y lo he le¨ªdo y leo mucho, les env¨ªo esto que me piden: un resumen, informal, de esa extraordinaria personalidad de nuestra cultura.Naci¨® en Madrid el 9 de mayo de 1883. Estudi¨® varios a?os en el colegio de los Jesuitas de M¨¢laga. Cuando ten¨ªa siete a?os cay¨® enfermo con una de esas enfermedades cl¨¢sicas de la infancia. En la enfermer¨ªa del colegio pidi¨® que le dejaran leer el Quijote. Lo estuvo leyendo durante varias horas seguidas, y esa noche les recitaba a sus maestros y compa?eros p¨¢rrafos enteros de memoria.
Despu¨¦s de estudiar Filosof¨ªa y Letras en la Universidad de Madrid vivi¨® varios a?os en Alemania. Estudi¨® Filosof¨ªa en las Universidades de Leipzig, Berl¨ªn y Marburgo. Uno de sus grandes maestros fue Coghen, el expositor de Kant. De regreso a Espa?a, en 1910, gan¨® la c¨¢tedra de Metaf¨ªsica de la Universidad de Madrid, en la que ense?¨®, con maestr¨ªa y rigor, toda su vida menos los ¨²ltimos a?os de la dictadura del general Primo de Rivera y los a?os de nuestra guerra civil. Durante esos a?os de sangre y l¨¢grimas -1936-1939- viaj¨® mucho, pero vivi¨® largas temporadas en Par¨ªs, en Lisboa y en Buenos Aires, que ya conoc¨ªa bien, pues en 1916 dict¨® un curso de conferencias.
Mucho se ha escrito sobre su persona y su obra. Juli¨¢n Mar¨ªas, Madariaga, Lain Entralgo, Mc Lintock, Ra¨²l Oscar Abdala y tantos m¨¢s. Su cultura excepcional -talento y memoria- le permiti¨® abordar diversas actividades: maestro de filosof¨ªa; escritor de primer orden, de estilo inigualable; cr¨ªtico literario magistral (l¨¦anse sus ensayos sobre Baroja, Azor¨ªn, Proust, Dostoiewski); periodista de envergadura insuperable, como lo fue su padre, don Jos¨¦ Ortega Munilla; creador de la Revista de Occidente, publicada por sus hijos despu¨¦s de su muerte. Como fil¨®sofo que super¨® el cl¨¢sico subjetivismo, su doctrina no fue expuesta como sistema, sino que queda diluida en el conjunto de sus obras quiz¨¢, como han se?alado algunos cr¨ªticos, por un sentido de magisterio vulgarizador. Sobre este tema de la inexistencia de un ?sistema de filosof¨ªa orteguiano? Robert Mc Lintock public¨® en Nueva York, en 1973, un libro importante: Ortega as educator. Y Salvador de Madariaga sostiene que Ortega no cre¨® un sistema filos¨®fico org¨¢nico y coherente porque el contacto con Espa?a -su tierra y su pueblo- le hac¨ªa bajar la presi¨®n filos¨®fica, es decir, la presi¨®n intelectual, y en cambio, aumentaba la presi¨®n teol¨®gica, es decir, la vital. Dice Madariaga: ?Ortega, ese espa?ol genial, en vez de crear un sistema adopt¨® su intelecto filos¨®fico a la forma moderna, ¨¢gil, espiritual y aun po¨¦tica de la filosof¨ªa que es el periodismo.? Y el mismo Madariaga concluye: ?Con todo esto no quiero decir que la labor de Ortega fue in¨²til. Al contrario. Creo que los resultados de su esfuerzo igualan, quiz¨¢ superen, a los de casi todos los hombres eminentes de su ¨¦poca. Ni Joaqu¨ªn Costa, ni Ganivet, Ni Men¨¦ndez-Pelayo, ni aun el mismo Unamuno, han ejercido sobre la cultura espa?ola, a trav¨¦s de la Universidad y de la prensa, el influjo bienhechor, organizador, pensador, que Ortega logr¨®. El indudable progreso del nivel intelectual medio de nuestra Universidad se debe, sobre todo, a ¨¦l.? Estamos de acuerdo con estos puntos de vista de Madariaga. Aparte de la filosof¨ªa y la literatura orteguiana -desde los tomos de El espectador, pasando por la Espa?a in vertebrada y la Rebeli¨®n de las masas, hasta los Estudios sobre el amor o las Meditaciones del Quijote y tantas obras m¨¢s-, la labor universitaria de Ortega fue ¨²nica e insuperable. No s¨®lo como maestro creador de escuela y disc¨ªpulos, sino que fue el que ?import¨®? la mejor cultura europea de entonces y la desparram¨® por las aulas de las Universidades. La cultura espa?ola -la Universidad espa?ola- es antes y despu¨¦s de Ortega.
Como conferenciante fue lo que se dice hoy d¨ªa ?fuera de serie?. Sus dotes para explicar cosas serias con gracia y amenidad; el timbre de su voz -no recuerdo otra m¨¢s bella-, hac¨ªan de ¨¦l un orador sensacional. Disertaba muchas veces sin una sola cuartilla y mientras hablaba mov¨ªa brazos y manos con perfecci¨®n y gustaba de andar por el escenario o la tribuna. Creo que Ortega ha sido el primer intelectual espa?ol que atra¨ªa a masas de se?oras a sus clases en la Universidad o a sus conferencias en instituciones culturales y Ateneos. Las se?oras de la m¨¢s alta c¨²pula olig¨¢rquica acud¨ªan a o¨ªrle y le escuchaban, llenas de admiraci¨®n, durante la hora u hora y media que a veces duraban sus disertaciones. Cierta vez, al terminar su lecci¨®n o conferencia, pregunt¨¦ a m¨¢s de una elegante belleza: ??Qu¨¦ opinas de lo que ha explicado hoy?? Y la duquesa o la marquesw, la ministra, la generala o la banquera contestaban: ?Ah, no s¨¦, no me he fijado. Pero que ojos, como mueve las manos, que voz. ?Admirable, admirable!?. Ese ¨¦xito con el mundo femenino -mundo femenino universitario e intelectual y mundo femenino elegante y snob- se deb¨ªa a muchas cosas, pero sobre todo a dos: primero, a su inmenso talento explicando temas filos¨®ficos o culturales con gracia y sencillez. Y segundo: como ya he dicho, a su voz, profunda, grave, llena de matices casi musicales. A su voz, en definitiva, orquestal. Yo siempre recuerdo esta frase de Oscar Wilde: ?A las mujeres se las conquista por el o¨ªdo.?
Se ha hablado mucho de Ortega pol¨ªtico. Realmente no lo fue en el sentido concreto de la palabra y de cuanto supone como dedicaci¨®n permanente y profesional. Fue su posici¨®n intelectual la que le acerc¨®, moment¨¢neamente, a la pol¨ªtica y m¨¢s que a la pol¨ªtica a la Historia de Espa?a. ?C¨®mo ¨¦l no iba a tener una actitud constante de observador y analizador del acontecer pol¨ªtico? Movi¨® a las juventudes universitarias para que resolvieran los problemas de sus propias actitudes ante la vida, es decir, las cuestiones vitales de su tiempo.
Despu¨¦s de la dictadura de Primo de Rivera -1930- la vida espa?ola estaba sumergida en horas cr¨ªticas para la monarqu¨ªa de don Alfonso XIII. Horas, m¨¢s que cr¨ªticas, dram¨¢ticas, pues en la Historia todo lo que no tiene clara sucesi¨®n, es drama. La posici¨®n intelectual y universitaria de Ortega le oblig¨® a tomar responsabilidades inmediatas. Con el doctor Mara?¨®n y Ram¨®n P¨¦rez de Ayala constituy¨® la Agrupaci¨®n al Servicio de la Rep¨²blica. ?Qu¨¦ fue, en realidad, aquella agrupaci¨®n, constituida por tres egregios intelectuales, aquella agrupaci¨®n tan discutida?
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