Los viajes del Rey
Es ya una noticia vieja, y de circulaci¨®n universal, que el Rey ha sido el personaje principal, o capital, en la devoluci¨®n de la democracia parlamentaria a Espa?a. Hubo inicialmente la cautela interior del silencio, porque se pensaba -con cierta l¨®gica de la Historia- que un Rey en nuestro tiempo no pod¨ªa asumir esa acci¨®n, ni esa responsabilidad. Por otro lado, no hab¨ªa precedentes hist¨®ricos. Era una situaci¨®n original. Pero esto era un secreto a voces. En principio, se fabric¨® la leyenda de que el autor de todo eso era el padre del Rey. Yo lo negu¨¦ siempre, sin saber nada del asunto; solamente porque a trav¨¦s de mis numerosas conversaciones con don Juan Carlos conoc¨ªa su buena informaci¨®n pol¨ªtica, cierto buen instinto, y su seguridad de que no podr¨ªa zafarse del suceso hist¨®rico del cambio. Un d¨ªa Areilza defini¨® prudentemente este hecho diciendo que el Rey era ?el motor del cambio?. Pero hac¨ªa tiempo que el mundo, y los espa?oles, ten¨ªan esta revelaci¨®n. La clase pol¨ªtica del viejo r¨¦gimen fue cr¨¦dula hasta el final de aquella frase ?despu¨¦s de Franco las instituciones?, que era, realmente, m¨¢s un deseo que una evidencia. Las instituciones del viejo r¨¦gimen estaban por bajo de su l¨ªnea de flotaci¨®n, mientras que hab¨ªa una Espa?a pujante en ?la contestaci¨®n?, con acento principal en el mundo laboral y en el amplio y diverso horizonte intelectual. Por otro lado, la internacionalizaci¨®n de la izquierda espa?ola proscrita -socialistas y comunistas-, ya se sabe que desde el final de la guerra civil hac¨ªa todo lo que pod¨ªa para reducir el cr¨¦dito y los movimientos del viejo r¨¦gimen en el exterior.Desde la muerte de Franco pod¨ªa decirse que el ¨²nico poder verdadero era el del Ej¨¦rcito. El Rey, como sucesor de Franco, y el r¨¦gimen, en sus or¨ªgenes hist¨®ricos, y en sus instituciones, eran zarandeados por la izquierda y sus padrinos, dentro y fuera. La prensa hab¨ªa recuperado su posici¨®n cr¨ªtica, mientras que el r¨¦gimen, desde sus ¨¢reas de poder -un desierto de terrores- obstaculizaba cualquier acci¨®n de apertura y pluralismo. Arias Navarro -sucesor de Carrero- intent¨® la reforma desde dentro, sin alterar la sustancia. Sin embargo, para hacer eso, y sin Franco, ya era tarde. Probablemente, el libro de Bardav¨ªo, El dilema, se aproxima bastante a los hechos de entonces, aunque estamos en el comienzo del gran relato que debe comenzar en 1969, cuando se organiza la gran cacer¨ªa del Opus por el asunto de Matesa. y los miembros de esta organizaci¨®n religiosa triunfan de manera espectacular.
El Rey se asom¨® a la Espa?a que ten¨ªa delante, y, necesariamente, tuvo que reflexionar largamente sobre la dificultad de establecer ?la Monarqu¨ªa de todos? -lema predilecto de la Corona- donde una personalidad hist¨®rica.y pol¨ªtica muy fuerte hab¨ªa atado las cosas y, ahora, con su ausencia, aparec¨ªan desatadas. La demanda de aquel tiempo era continuidad reformable, o cambio. La continuidad reformable no incorporar¨ªa nunca a la izquierda. Seguir¨ªan enfrentadas las dos Espa?as. El cambio podr¨ªa ser digerido por algunos sectores del viejo r¨¦gimen. Pero la izquierda mantuvo una obstinacion que ser¨ªa la triunfante; se pronunciaba por la ruptura; ?nada del pasado?. La clase pol¨ªtica del viejo r¨¦gimen, sin Franco y sin Carrero, confiaba en que Carlos Arias ofrecer¨ªa la salida al Rey. Pero Arias era un presidente mediocre, sin imaginaci¨®n, sin recursos, desconfiado, distante de la Corona, y con un reducido, interesado, y oportunista laboratorio de cerebros. No me refiero, claro es, a personajes de sus dos gabinetes, tan relevantes como Garc¨ªa Hern¨¢ndez, P¨ªo Cabanillas, Antonio Carro, Fernando Su¨¢rez, Fraga o Areilza. Me refiero a los laboratorios de cuartillas o de confidencias. Carlos Arias era solamente un buen actor. Pero le hac¨ªa falta la comedia.
El Rey, enseguida, pas¨® a la acci¨®n mediante un poderoso instinto de cautelas. Su papel hist¨®rico era clausurar la guerra civil, traer a todos a la tarea com¨²n de hacer un pa¨ªs conciliado. Y como todo esto era muy dif¨ªcil, y lleno de riesgos, ten¨ªa que hacerlo con todos los sigilos, sin que se enteraran del proyecto, ni siquiera sus colaboradores m¨¢s ¨ªntimos, aquellos que ir¨ªa eligiendo para los cometidos concretos. Sospecho que la primera gran audiencia de opini¨®n fue la de Torcuato Fern¨¢ndez Miranda, y despu¨¦s aparecer¨ªan las invenciones de Su¨¢rez y de Guti¨¦rrez Mellado. Pero todas estas personas, y algunas m¨¢s, estaban en el tablero del Rey. Solamente se trataba de empezar a jugar. Los reyes no suelen escribir memorias, pero ¨¦stas ser¨ªan como la historia de un prodigio. T¨¦ngase en cuenta que el viejo r¨¦gimen no era vigoroso realmente, pero no estaba muerto, y ten¨ªa casi intacto el instinto de conservaci¨®n. Solamente con la legalidad y el Ej¨¦rcito habr¨ªa durado una buena temporada. La operaci¨®n era, nada menos, que la voladura silenciosa del viejo r¨¦gimen como tal, y la instalaci¨®n de la democracia cl¨¢sica, de una Monarqu¨ªa parlamentaria, y suministrada por dosis al pasmo de los espa?oles. La Monarqu¨ªa de todos no pod¨ªa hacerse de otro modo.
Se dice todo esto a prop¨®sito de una pretensi¨®n socialista para que se explique parlamentariamente un proyectado viaje del Rey a la Rep¨²blica Argentina, cuando todav¨ªa no tenemos Constituci¨®n. Parece que es apresurado y facil¨®n plantear problemas relacionados con los viajes y las misiones del Rey al exterior. Lo que est¨¢ haciendo el Rey es vender una buena imagen de Espa?a, cuando cualquier proceso de transici¨®n hace pol¨¦mico un proceso pol¨ªtico. La proposici¨®n socialista es, por ello, pueril y electoral. Por lo pronto ya ha producido el efecto contrario de la reacci¨®n de todos aquellos que sostienen que el Rey ha tra¨ªdo a la plaza a los que aspiran a inmovilizarlo, cuando no a decapitarlo. A estos efectos procede recordar la evidencia de que quien ha tra¨ªdo a la izquierda a la legalidad ha sido el Rey. La izquierda no se ha instalado por s¨ª misma. No hubiera podido instalarse. No.tiene ese m¨¦rito hist¨®rico. El general Franco muri¨® en la cama de un hospital cuando se cans¨® su vida de gobernar, y despu¨¦s tampoco habr¨ªa venido con los instrumentos de poder que ten¨ªa el viejo r¨¦gimen, y que un d¨ªa me recordaba Carrillo, y que no eran otros que el poder militar, el poder econ¨®mico, el poder policial y el poderjudicial. Hab¨ªa algunos m¨¢s, pero me basta esa enumeraci¨®n de Carrillo. La izquierda ha sido instalada por el Rey, y ha inventado e instalado a sus antagonistas. Por ¨²ltimo, los ha protegido a todos con el Ej¨¦rcito.
El socialismo de las postrimer¨ªas del siglo XX hace, alternativamente, todo lo que puede para tranquilizar e intranquilizar simult¨¢neamente. Si esto fuera una estrategia -que no lo creono ser¨ªa la m¨¢s afortunada. La mejor estrategia ser¨ªa la de tranquilizar, sin hacer felices a los variados instintos conservadores que tiene el pa¨ªs. Ese es el socialismo europeo. Los razonamientos frente a su pretensi¨®n de controlar el viaje del Rey son bien f¨¢ciles. Ya se han esgrimido. La derecha parlamentaria actual, compuesta por el partido en el poder y por Alianza Popular, no mostraron la menor alarma cuando el viaje del Rey a China, que es una dictadura respetuosa solamente con las flores y con los monumentos. Tampoco dir¨ªa una palabra si al Rey se le ocurriera -que ya se le ha ocurrido- una visita a Rusia, que no es precisamente un modelo pol¨ªtico en la defensa de los derechos humanos. Otro ejemplo m¨¢s para nuestro socialismo contempor¨¢neo. Cuando Estados Unidos organizaron el bloqueo, hace unos a?os, a la Cuba de Castro, el viejo r¨¦gimen de Franco rompi¨® aquel bloqueo. Esta era como una situaci¨®n l¨ªmite, y el ¨²nico parentesco de Franco con Castro es que ambos eran gallegos; en todo lo dem¨¢s se detestaban.
El argumento de m¨¢s peso, sin embargo, es Am¨¦rica. Nosotros no tendr¨ªamos nada que hacer en Am¨¦rica, o con Am¨¦rica, si pusi¨¦ramos la pol¨ªtica por delante de la Historia. Am¨¦rica es un continente cambiante, con una refriega de larga duraci¨®n entre sus posibilidades de vida y su lucha por su independencia. La Am¨¦rica de habla espa?ola est¨¢ pasando por un largo proceso de acomodaci¨®n a s¨ª misma, entre un vecino poderoso intracontinental y unas respuestas econ¨®micas, tecriol¨®gicas, sociales y culturales, que se corresponden con el tiempo que estamos viviendo. Espa?a no puede ni tocar nada de lo que sucede en Am¨¦rica, salvo comprometer toda nuestra entidad moral respecto a ella. Para nosotros hacia Am¨¦rica tiene que funcionar un resorte que est¨¦ por encima de Castro, de Pinochet, o de Videla. Nuestras relaciones han de ser con sus pueblos, no con sus episodios. Y nuestros deseos ¨ªntimos no deben tener nunca exteriorizaciones oficiales, o del Estado.
Es leg¨ªtimo, y oportuno, y necesario, que el Rey vaya a Argentina. Y si se nos obliga a precisiones hist¨®ricas lo haremos con testimonlos sobrados. En 1955, la Rep¨²blica Argentina estaba gobernada por una Dictadura popular. nacional y socializante. Y fue derrocada por los militares, la oligarqu¨ªa econ¨®mica y el partido socialista que dirig¨ªa Palacios. Todos se coaligaron para eso. Naturalmente sobrevivieron, exclusivamente, los militares y la oligarqu¨ªa, porque ni siquiera pudo sobrevivir Frondizi, que era una mezcla civil de dem¨®crata y de tecn¨®crata. El verdadero y moderno socialismo argentino no era el de Palacios, o el de los comunistas, sino el de Per¨®n. Per¨®n regres¨® un d¨ªa en olor de multitudes y de votos. Yo fui uno de sus m¨¢s pr¨®ximos amigos en Madrid, a lo largo de todo su destierro, donde en ning¨²n momento tuvo el m¨¢s m¨ªnimo calor oficial sino la tibieza y la distancia. Per¨®n, viejo, y con dos adlateres inverecundos, su mujer y L¨®pez Rega, producir¨ªa la gran decepci¨®n a los argentinos. Hubo que reconstruirlo todo despu¨¦s de la muerte de Per¨®n.
Por eso est¨¢n los militares. Desde mi ¨®ptica particular¨ªsima, la mejor soluci¨®n de los militares argentinos ser¨ªa la de salir cuanto antes a una soluci¨®n democr¨¢tica y civil. Pero lo primero que tiene que suceder es librar a aquel pueblo de su gran desencanto peronista y socialista. ?Qu¨¦ hemos de hacer los espa?oles? Pues poner punto en boca. Dejar que Am¨¦rica se encuentre a s¨ª misma. Confiar en que el pueblo se movilice un d¨ªa, inevitablemente, para hacerse cargo de su destino. El rey de Espa?a tiene que ir a un pa¨ªs donde, adem¨¢s, la segunda minor¨ªa de emigrantes es la espa?ola, y donde se ve, acaso como en ning¨²n otro sitio de Am¨¦rica, la cultura europea.
Conf¨ªo en que los socialistas acepten todo esto como escrito de buena fe. Esa ha sido mi intenci¨®n. La papeleta argentina la conozco de manera privilegiada, por esos azares de la vida que me tuvieron cerca de uno de los personajes pol¨ªticos que m¨¢s me hab impresionado, y que fue Per¨®n. Los excesos de los militares -si los ha habido- son, naturalmente, reprobables. Los socialistas espa?oles actuales son una fuerza pol¨ªtica seria, una alternativa evidente de poder. El socialismo espa?ol contempor¨¢neo tiene una cabecera joven, que en la sedimentaci¨®n de sus impulsos y en la liquidaci¨®n de su hojarasca, podr¨ªa estar una de las claves de la esperanza de convivencia espa?ola. Alarmar ahora al pa¨ªs, y al Rey no es un buen negocio. No es un buen negocio para los socialistas. Por el momento, el pa¨ªs y el Rey son m¨¢s fuertes que el Partido fundado hace cien a?os por Pablo Iglesias. Este siglo apasionante de la lucha socialista y obrera en Espa?a merece su asentamiento definitivo, y no su pugnacidad permanente. Necesita m¨¢s soluciones que ret¨®rica; m¨¢s realismo que reticencia.
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