Por una teolog¨ªa-ficci¨®n m¨¢s pr¨®xima a la utop¨ªa cristiana
Te¨®logo miembro de la Comunidad Popular Cristiana de Madrid
Cuenta el padre D¨ªez-Alegr¨ªa en su obra Teolog¨ªa en broma y en serio que un d¨ªa P¨ªo XII dispuso que se hicieran unas excavaciones arqueol¨®gicas debajo del altar mayor de la bas¨ªlica de San Pedro en el Vaticano, para comprobar si se encontraba all¨ª el sepulcro de Pedro. Debajo de la c¨²pula de Miguel Angel se encontraron cinco altares, y debajo de ¨¦stos estaba el sepulcro de Pedro. ?Era -dice- un sepulcro de esclavo, sin monumento alguno, situado en la parte de la necr¨®polis destinada a los extranjeros. Casi la fosa com¨²n.? Pero el sepulcro estaba vac¨ªo y los restos de Pedro ?el pescador? no aparecieron por ninguna parte. Qu¨¦ hab¨ªa sucedido? D¨ªez Alegr¨ªa avanza la siguiente hip¨®tesis humorista: cuando a Pedro le pusieron encima cinco altares, uno sobre otro, y una inmensa c¨²pula, Pedro se sinti¨® inc¨®modo y se march¨®.
Esta an¨¦cdota pone de relieve un hecho hist¨®rico incuestionable: la degeneraci¨®n por la que ha pasado el servicio de Pedro hasta convertirse en el ?poder? espiritual y temporal casi omn¨ªmodo del ?soberano del Estado de la ciudad del Vaticano?, que es una de las principales funciones que ejerce actualmente el Papa, la ruptura producida entre la primitiva comunidad de creyentes y la actual organizaci¨®n de Estado que es la llamada ?Iglesia universal?.
La ?corresponsabilidad? o ?democracia interna? apenas ha pasado de ser una experiencia episcopal, que no ha salpicado ni siquiera de rebote a las bases de la Iglesia. Un ¨²ltimo y significativo ejemplo de ello se encuentra en el m¨¦todo seguido para elegir al futuro pastor de la Iglesia universal: el c¨®nclave, instituci¨®n que corresponde a una pr¨¢ctica medieval. El c¨®nclave m¨¢s bien se parece a un Consejo de notables, de arist¨®cratas, ya que los cardenales reunidos -¨²nicos electores- aparecen como ?pr¨ªncipes de la Iglesia? sin ninguna representaci¨®n del pueblo de Dios. Este sistema de elecci¨®n, decr¨¦pito y que no tiene correspondencia en las formas democr¨¢ticas de nuestra sociedad, revela la dimensi¨®n piramidal y autoritaria de la instituci¨®n cat¨®lica. Por eso, cuando algunos cardenales han declarado recientemente que en hip¨®tesis puede ser elegido como Papa cualquier creyente, provocan la risa de los cristianos que se sienten como espectadores mudos y como ovejas sumisas sin posibilidad de decir su palabra con eficacia real. ?Puede el tan invocado Esp¨ªritu Santo cerrarse a cal y canto en una asamblea de notables tan pintoresca y dejar en penumbra al resto de los creyentes?
Creo que no se puede seguir apelando al Esp¨ªritu Santo para encubrir una serie de intereses pol¨ªticos e, incluso, de ambiciones personales al margen del Evangelio y del pueblo. No se puede seguir apelando al Esp¨ªritu, que sopla donde quiere y es esp¨ªritu de libertad, para continuar ejerciendo un poder pol¨ªtico-reIigioso que coarte la libre expresi¨®n de la fe de millones de creyentes.
El planteamiento de la elecci¨®n de un nuevo Papa cambiar¨ªa, si se partiera de otras bases totalmente distantes tanto de las intrigas cardenalicias como de los espejismos de los cristianos bienintencionados. La Iglesia es -o debe ser- una utop¨ªa de esperanza y fraternidad, y, como tal. se ha realizado y sigue realiz¨¢ndose a trav¨¦s de todos los movimientos y comunidades cristianas que trabajan y luchan a tono con el Evangelio como fuerza de empancipaci¨®n, con la modernidad como espacio de libertad y con el pueblo entendido como conjunto de clases sociales e individuos que carecen del tener, saber y poder.
Esta utop¨ªa no puede ser domesticada por ninguna clase de poder, ni siquiera del poder religioso, que carece deba se en el plano cristiano, ya que la fraternidad no sigue las reglas de juego de ninguna sociedad jerarquizada; ?cuanto menos si se admite la presencia y actuaci¨®n del Esp¨ªritu!
En este contexto, me parece incorrecto el planteamiento que se est¨¢ haciendo entre los cardenales: ?Qu¨¦ Papa necesita hoy la Iglesia?, porque parte de una imagen deformada e invertida de la Iglesia. El interrogante tendr¨ªa que ser otro: ?Qu¨¦ pastor en clave de servicio necesita la comunidad de creyentes para rescatar su imagen ut¨®pica en la l¨ªnea antes descrita?
La respuesta no puede concretarse en una especie de retrato-robot, en un proyecto ya dibujado y perfilado por la pr¨¢ctica de quienes bregan en los quehaceres diarios de la fe popular y evang¨¦lica. En tales coordenadas, la pluralista comu nidad de creyentes reclama, en primer lugar, un pastor n¨®mada (aunque con un nomadismo distinto del de Abraham) e itinerante -con toda la carga b¨ªblica de esta palabra- capaz de coordinar y animar con criterios abiertos la vida de las comunidades cristianas. Al mismo tiempo, un profeta ?desclericalizado?. que atice el fuego de la utop¨ªa, alimente la llama de la esperanza de los pobres (lo cual se traduce en la defensa pr¨¢ctica y te¨®rica de sus derechos), abra caminos de liberaci¨®n y apoye los ya abiertos, recupere la imagen de Pedro ?el pescador? con riesgo de martirio, persecuci¨®n y con voluntad de despo¨ªo de privilegios, rompa la jaula sofocante del Vaticano y sea viento de libertad. Su puesto no se encuentra en los sillones de las grandes asambleas donde se juegan los sofisticados destinos de los pueblos, sino en las inc¨®modas, pero fraternas sillas donde se sientan los pobres que siguen creyendo todav¨ªa que la fe cristiana comunitaria es capaz de ?mover monta?as? y que Dios ?desbarata los planes de los arrogantes, derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide de vac¨ªo? (Lucas 1, 51-53).
El reproche que puede hacerse a este enfoque es.el de hacer teolog¨ªa- ficci¨®n frente a la teolog¨ªa-de-lo-posible, que es la ¨²nica v¨¢lida. Sin embargo, creo que la teolog¨ªa-ficci¨®n es el m¨¦todo que m¨¢s se corresponde con la pr¨¢ctica ut¨®pica de Jes¨²s, con el relato de esa pr¨¢ctica q ue es el Evangelio y con el servicio de Pedro ?.
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