Julio Castro, un a?o de silencio
El terror impuesto por los reg¨ªmenes de Pinochet y Videla ha divertido la atenci¨®n de nuestros medios informativos de otro porporcionalmente mayor: me refiero al que reina en el pa¨ªs que hasta hace pocos a?os fuera considerado modelo de convivencia y Suiza de Latinoam¨¦rica, esto es, Uruguay.Con todo el sistema que all¨ª impera fundado en la tortura, asesinato, arbitrariedad policial, encarcelamiento sin proceso, exilio de una quinta parte de la poblaci¨®n, liquidaci¨®n de la vida intelectual y un largo etc¨¦tera, lo convierte sin duda en paradigma de los que Larra llamaba apagadores pol¨ªticos -si entendemos el t¨¦rmino politik¨¦ en un sentido amplio-. Por desgracia. la experiencia nos muestra que el caos, sobre todo cuando se reviste de la pompa y majestad oficiales. adopta f¨¢cilmente la apariencia del orden. El terrorismo, elevado a doctrina y pr¨¢ctica diaria por parte del Estado, se transforma en una filosof¨ªa respetable. La eliminaci¨®n f¨ªsica de millares de personas resulta plenamente justificable si el criminal que la ordena asume los atributos y dignidad del poder. In¨²til decir que ning¨²n asesino artesanal y privado -ni siquiera las bandas organizadas- podr¨¢ jam¨¢s competir con aqu¨¦l.
Del mismo modo que el ladronzuelo de mercado suele ira dar con los huesos en la c¨¢rcel mientras el defraudador de centenares de millones preside los consejos de administraci¨®n de honorables sociedades. el criminal o criminales que emplean el leng¨²aje del Estado no pueden temer a la justicia porque ellos mismos son la Justicia. Los militares de Uruguay -como sus ¨¦mulos del cono Sur- act¨²an, pues, con la conciencia tranquila. Su discurso es. naturalmente. el de la defensa de la paz y progreso de la sociedad.
Una historia perfectamente vulgar en los cinco a?os de dictadura militar en Uruguay: Julio Castro. de 69 a?os de edad con dos accidentes circulatorios y un ataque de embolia previos a su secuestro. sale de su domicilio de Montevideo el 1 de agosto de 1977. Desde entonces se ignora su paradero: misteriosamente volatizado. El mismo d¨ªa, su esposa presenta una denuncia a la polic¨ªa. Ante la falta de reacci¨®n de ¨¦sta, la reitera el 4 de agosto y recurre al Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y el Consejo de Estado. El 28 de septiembre la Jefatura de Polic¨ªa, en un comunicado, requiere la colaboraci¨®n del p¨²blico para localizar al desaparecido. El 4 de octubre, en otra declaraci¨®n, el Gobierno pretende que Julio Castro se traslad¨® a Buenos Aires el 22 de septiembre. En esta fecha, no obstante, su nombre no Figura en la lista de pasajeros de los vuelos a dicha ciudad. El 5 de octubre, la entidad norteamericana Washington Office on Latin Am¨¦rica, por boca de su director, el reverendo Joseph Eldridge, afirma: ?Esto es falso, porque el 22 de septiembre Julio Castro a¨²n estaba en una c¨¢rcel uruguaya. Todo parece indicar que ha sido asesinado por las autoridades de este pa¨ªs.? Desde entonces, silencio.
Para una mayor¨ªa de lectores espa?oles es probable que el nombre de Julio Castro les resulte extra?o. Pero a colaboradores y lectores del clausurado semanario Marcha, sus frecuentes art¨ªculos en el mismo sobre materias de alfabetizaci¨®n y problem¨¢tica del Tercer Mundo, nos hab¨ªan hecho apreciar y admirar la rectitud de su juicio y generosidad de sus prop¨®sitos. Durante dos d¨¦cadas, dicha revista -dirigida por el economista Carlos Quijano, hoy exiliado en M¨¦xico- fue una isla de integridad y decencia en un niar de prensa vendida Y corrupta. deliberadamente ajena a los verdaderos intereses y necesidades de los pueblos iberoamericanos que te¨®ricamente pretende informar. Cuando la joven revoluci¨®n cubana amenazaba perecer por asfixia, v¨ªctima del herm¨¦tico cord¨®n sanitario establecido por Eisenhower alrededor de la isla, Marcha fue una de las escas¨ªsimas publicaciones del continente que se atrevi¨® a desafiar las iras del Departamento de Estado y el boicot de las oligarqu¨ªas supuestamente nacionales abriendo sus columnas a Che Guevara y Wright Mills, Juliao y Salvador Allende, Juan Bosch y Hugo Blanco, los antifranquistas y emigrados espa?oles fuimos siempre acogidos all¨ª con los brazos abiertos: por espacio de diez a?os, mis art¨ªculos y ensayos de tema pol¨ªtico o cultural vetados por la censura aparecieron regularmente en sus p¨¢ginas.
Marcha -en donde Julio Castro ocupaba la secretar¨ªa de redacci¨®n y la subdirecci¨®n- desempe?¨® igualmente un destacado papel en el actual renacimiento de la literatura en lengua castellana. Todos los intelectuales uruguayos de mayor prestigio, desde el gran novelista Juan Carlos Onetti hasta j¨®venes autores c¨®mo Nelson Marra. pasando por Rodr¨ªguez Monegal, Angel y Carlos Rama, Mario Benedetti. Mart¨ªnez Moreno, Jorge Ruffinelli, etc¨¦tera, escribieron en un momento u otro o intervinieron en su redacci¨®n. Junto a ellos colaboraban plumas conocidas como las de Vargas Llosa y Arguedas, Cort¨¢zar y Roa Bastos, Fuentes y Gui?araes Rosa. La labor coordinadora de Julio Castro -que no est¨¢ de m¨¢s decirlo, no milit¨® jam¨¢s en partido alguno, aunque se adhiri¨®, en las ¨²ltimas elecciones de 1971, al llamado Frente Amplio- contribuy¨® eficazmente a la creaci¨®n de este espacio abierto y plural de opiniones e ideas sin el cual la verdadera cultura se extingue o se convierte en simple apariencia.
Quienes directa o indirectamente estuvimos en contacto con ¨¦l no podemos dejar pasar el primer aniversario de su monstruosa desaparici¨®n sin rendirle un conmovido homenaje. Hay que obligar al Gobierno uruguayo a rendir cuentas de lo ocurrido con Julio Castro y si, como es de temer, el escritor ha muerto en manos de sus servicios especiales, establecer claramente las responsabilidades del crimen y proceder al castigo de los culpables.
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