Sandra Alberti
Hay mujeres/flor que se abren en verano como hay almendros que florecen en enero. Este ha sido el verano de Sandra Alberti: una pel¨ªcula de Carlos Puerto, Escalofr¨ªo, donde el ¨²nico escalofr¨ªo lo pone la refrigeraci¨®n del cine, que es que se pasan, y una cosa de desmadre que ha sustituido a Calcutta en un teatro de la Gran V¨ªa.A Carlos Puerto lo conozco desde antes de que publicase Un pu?ado de tierra mojada o Tiempo sin Angela, bellos t¨ªtulos de novela que luego no ten¨ªan dentro una buena novela. En vista de lo cual este hombre de mi generaci¨®n se meti¨® en el cine, donde parece que las faltas de ortograf¨ªa imaginativa se notan menos, pero se notan m¨¢s. La pel¨ªcula de Puerto no la empeora ni Galvan, iluminado autor de Rostros. Otro hombre de mi generaci¨®n. Se ve que ninguno vamos a hacer carrera. Fuimos la ¨²ltima generaci¨®n masacrada intelectualmente por Franco.
Luego viene Sandra Alberti.
A Sandra Alberti la descubr¨ª hace como un a?o, presentando el espect¨¢culo de Crazy Horse en Pasapoga. Ten¨ªa y tiene una belleza rubia oscura, morena clara, una cosa de flor c¨¢lida que, naturalmente, quedaba mucho m¨¢s flor y mucho m¨¢s c¨¢lida entre velos y las veladuras de aquel espect¨¢culo que entre la charcuter¨ªa anat¨®mica de este de ahora, con la dulce celulitis, perfumada por el roc¨ªo de la refrigeraci¨®n industrial.
En la fila cuatro est¨¢ Luis Olarra, empresario y amigo, hombre de garra y de guerra, del que tengo escrito mucho en la anterior temporada, y cuyas cajas de vino reaparecen ahora (las ¨²ltimas), por los trasfondos de mi casa, en tiempo de mudanza. Hay que ver cu¨¢nto vino me mandaba este hombre. Ni entre Pepe el motorista y yo hemos podido acab¨¢rnoslo.
La presencia de Luis Olarra, pol¨ªtico goleador de la derecha, en la fila cuatro del teatro, me ha dado en seguida la imagen (uno s¨®lopiensa por im¨¢genes, como los primitivos y los surrealistas) de lo que ha sido el verano pol¨ªticamente, socialmente, hist¨®ricamente. Los madrile?os y la clase pol¨ªtica volvemos a Madrid esperando encontrar una Constituci¨®n completa, hecha ya una moza, una democracia consolidada, un refer¨¦ndum a punto, y encontramos que lo ¨²nico que ha madurado es Sandra Alberti.
La Gran V¨ªa, que siempre fue una calle l¨ªmpia y se?ora, sin otra mercanc¨ªa que la sexual, se ha convertido en una rambla de libros y cambalaches, zoco de sedas y collares, en un entrecruce de verbena y Quinta Avenida, donde venden rosquillas aceitosas de las verbenas y el lumpem milenarista pide limosna arrastrando por el suelo una de esas piernas ortop¨¦dicas de caucho con agujeros. Se conoce que para que respire el mu?¨®n.
A la puerta del cine Avenida, con mill¨®n y medio de parados, un hombre sostiene un cartel: ?Estoy sin trabajo. Pido para comer.? Traseras de la Gran V¨ªa, en la plaza del Carmen, la meretriz de pocos a?os le da el asalto esquinero al que pasa y se lleva una flor. Este Madrid de septiembre, maduro ya en democracias, parece un poco la Lisboa de la Revoluci¨®n, pero la revoluci¨®n burocr¨¢tica del Senado est¨¢ descongel¨¢ndose lentamente, como una merluza,en la terrible refrigeraci¨®n que le han metido al Consejo Nacional del Movimiento, ayer C¨¢mara de las ideas y hoy c¨¢mara frigor¨ªfica de la democracia.
El golpe de la libertad nos da en la cara, viniendo de fuera, y comprendimos que s¨ª, que Espa?a es otra, pero de este verano pol¨ªtico esper¨¢bamos m¨¢s y mejores frutos. Esper¨¢bamos que se gestase una Constituci¨®n adecentada literariamente por Cela, y s¨®lo se ha gestado un nuevo sex-symbol, Sandra Alberti, lo cual no, es poco para Luis Olarra y para m¨ª, pero evidentemente no basta. Los senadores, muy de corbata y portafolio, cumplen contrase?as del partido (uced¨¦ o psoe) y llaman a Felipe o Su¨¢rez hasta para pedir el caf¨¦ cortado o solo. El Senado les tiene congelados de refrigeraci¨®n y obediencia. Para curarme el catarro constitucional, acudo al desnudo de Sandra Alberti, una rubia c¨¢lida que puede ser el nuevo sex-symbol de la democracia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.