Empezar por el principio
Aqu¨ª hay algo m¨¢s, bastante m¨¢s que poner de pie Medora, de Lope de Rueda, texto m¨¢s que olvidado de un autor bastante olvidado a quien la rutina, sin m¨¢s reflexi¨®n, suele considerar padre del teatro espa?ol. La significaci¨®n de Rueda, actor, autor, director, empresario y, en fin, primer profesional espa?ol del teatro, se centra hoy para nosotros en su posibilidad de documentar la inclinaci¨®n original de la expresi¨®n dram¨¢tica espa?ola: realismo, autocr¨ªtica, desenfado, popularismo. Ni siquiera dentro de la obra de Rueda puede compararse Medora con el fulgor de El deleitoso. Las sabias lenguas eruditas aseguran, hace a?os, que se trata de una simple traducci¨®n de La Cigganna, comedia en jerga mediterr¨¢nea del oscuro Giancarli, pintor y farsante veneciano. Nada hay de malo en ello. Realmente, la deificaci¨®n de la inventiva plena es un postulado del romanticismo. Ese hijo raptado y devuelto a tiempo de serenar la sangre de sus padres debi¨® ser un tema muy soleado por todas las orillas del m¨¢s teatral de los mares. Desequilibrada y confusa, vacilante y superficial, Medora tiene, sin embargo, una fort¨ªsima alegr¨ªa. Ello debe ser lo que impuls¨® a la programaci¨®n de la obra en esta empresa.Empresa importante. Se trata de facilitar a los alumnos de la Escuela de Arte Dram¨¢tico una airosa salida de las aulas con un trabajo final listo para iniciar la vida profesional. As¨ª que es esa Escuela, finalmente, quien se examina. Y su ejercicio viene a decirnos, con sencillez, que ha transmitido una base t¨¦cnica y ha potenciado un entusiasmo. Ya es bastante. El equipo lucha con tanto ardor que es una olvidada delicia contemplarlo en acci¨®n. Han montado la obra a la italiana con finuras ac¨²sticas y visuales muy notables. Est¨¢n, as¨ª, corrigiendo a Cervantes y a sus exageraciones sobre la torpeza de aquellos montajes. Debe hacer diez a?os ya que Shergold, en un admirable estudio, puso en su sitio al paternal y desde?oso observador. Lope de Rueda no represent¨® siempre con el famoso costal, los cuatro pellicos blancos, las cuatro barbas y los cuatro cavados. As¨ª que las admirables m¨¢scaras y los vistosos figurines vienen muy bien para desarqueologizar a Rueda.
Medora, de Lope de Rueda
Direcci¨®n: Jos¨¦ Estruch y profesores de la Escuela de Arte Dram¨¢tico. Figurines: Stella Maris Enrri. Int¨¦rpretes: Taller de Tercer Curso de la Escuela. En el Centro Cultural de la Villa de Madrid.
Con todo, lo interesante de la experiencia es el entusiasmo y el ardor del grupo, as¨ª como su f¨¢cil expresi¨®n corporal. Y la meditaci¨®n realizada, que arranca en el gran respeto al medio -empiezan, como un reloj, a la hora anunciada- y contin¨²a plante¨¢ndose ritmos distintos para cada escena, relieves en los temas b¨¢sicos -naturalmente: burla del hambre, burla del erotismo, burla de la muerte-: atenci¨®n a una geometr¨ªa esc¨¦nica de conjunto y amor al oficio. Un fabricante de efectos sonoros instalado en la escena me recordaba mucho al teatro japon¨¦s. Y, sin embargo, ten¨ªa un sabor a los trabajos de, Rueda. Porque era, como todo el espect¨¢culo, noble, ingenuo, voluntarioso y sencillo. Es decir: popular. Lo m¨¢s importante, ayer como hoy, para una redefinici¨®n de cualquier actividad teatral.
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