Estrategia revolucionaria y programa de transici¨®n
Miembro del Secretariado Unificado de la IV InternacionalMi libro Cr¨ªtica del eurocomunismo ha provocado dos cr¨ªticas aparecidas en EL PA?S, una de Julio Rodr¨ªguez Aramberri (18-V-78) y la otra de Jorge M. Reverte (2-V-78). Vista la importancia del debate estrat¨¦gico, creo que es oportuno responder sobre el fondo de las divergencias que separan a los eurocomunistas y socialdem¨®cratas, de una parte, y a los marxistas revolucionarios, de otra, m¨¢s bien que extenderme sobre el aspecto puramente pol¨¦mico del debate.
A este respecto, me permitir¨¦ solamente subrayar, como lo ha hecho en detalle mi camarada Miguel Romero en Combate del 22 de junio de 1978, que nuestro viejo amigo Aramberri confunde sufragio universal y asambleas de tipo parlamentario, caracterizadas por la separaci¨®n de competencias legislativas y del poder ejecutivo, lo que no es el caso de asambleas de tipo consejo obrero. As¨ª como yo considero que despu¨¦s de la victoria de la revoluci¨®n socialista la utilidad de tales asambleas, al lado de las de tipo consejo, es, efectivamente, un problema de orden puramente t¨¢ctico, tambi¨¦n yo soy partidario intransigente del sufragio universal antes, durante y despu¨¦s de la toma del poder por los trabajadores.
Pero vayamos al verdadero debate, que es de orden estrat¨¦gico. Nuestra cr¨ªtica de la estrategia gradualista y reformista ?hacia el socialismo?, que une a los eurocomunistas con la socialdemocracia cl¨¢sica, est¨¢ basada sobre una coherencia interna de premisas anal¨ªticas socioecon¨®micas y pol¨ªticas y conclusiones revolucionarias.
1. Desde 1914, el capitalismo ha terminado su misi¨®n hist¨®rica progresista. Las precondiciones materiales para la construcci¨®n de una sociedad sin clases, sin explotaciones, sin presiones ni violencias entre los hombres existen a una escala mundial. Pero la sustituci¨®n del capitalismo exige tambi¨¦n precondiciones sociales y pol¨ªticas, es decir, subjetivas. En ausencia de esas precondiciones, el r¨¦gimen capitalista agonizante contin¨²a sobreviviendo; la nueva sociedad que lleva en sus entra?as no llega a nacer. Tal es la tragedia fundamental del siglo XX: la Humanidad paga un precio demasiado elevado por esta supervivencia. Dos guerras mundiales, innumerables guerras locales, reg¨ªmenes pol¨ªticos totalitarios, la reaparici¨®n a gran escala de costumbres b¨¢rbaras como la tortura, Auschwitz, Hiroshima, el hambre del Tercer Mundo, las amenazas que pesan sobre el medio ambiente humano: creemos no exagerar afirmando que la supervivencia del capitalismo le ha costado al g¨¦nero humano doscientos millones de muertos. La lucha por el socialismo internacional es, a la vez, posible y necesaria. Es, literalmente, un problema de supervivencia del g¨¦nero humano.
2. La crisis estructural del capitalismo, abierta en 1914, desemboca peri¨®dicamente en crisis sociopol¨ªticas caracterizadas por explosiones impetuosas de luchas de masas, que amenazan objetivamente la existencia del modo de producci¨®n capitalista y del Estado burgu¨¦s. Rusia en 1917, Alemania en 1918-19,1920,1923; Italia en 1919-20, 1945-48, 1969, 1974-76; Espa?a en 1931, 1934, 1936-37, 1975-76; Francia en 1936, 1944-47, mayo 1968; Portugal en 1974-75 han conocido este tipo de crisis, limit¨¢ndonos solamente a Europa y a los casos m¨¢s evidentes. Estas crisis resultan de la agravaci¨®n de contradicciones de clases objetivas, peri¨®dicamente inevitables en un r¨¦gimen sacudido por una crisis estructural hist¨®rica. Repetimos: peri¨®dicamente y no de manera permanente y continua. No se puede informar de la historia real de la lucha de clases en la, Europa del siglo XX, ni con la f¨®rmula simplista: ?Las masas est¨¢n cada vez m¨¢s integradas en el sistema.? Ni con la otra f¨®rmula no menos simplista: ?Las masas est¨¢n siempre dispuestas a derribar el r¨¦gimen.? Es evidente que hay una combinaci¨®n alternativa entre estos dos tipos de conducta.
3. Cada vez que hay un alza impetuosa de la lucha de masas, cada vez que hay una exacerbaci¨®n explosiva de las contradicciones de clases, la vida pol¨ªtica se orienta inevitablemente hacia la prueba de fuerza frontal entre las clases. Los que practican la pol¨ªtica de conciliaci¨®n de clases con el fin de evitar esta prueba de fuerza no pueden impedir que estallen los hechos, como los acontecimientos tr¨¢gicos de Chile lo han confirmado recientemente. Lo que consiguen es evitar solamente una preparaci¨®n adecuada de su propia clase y de las amplias masas trabajadoras, haciendo as¨ª inevitable la victoria de la reacci¨®n burguesa. En esta prueba de fuerza frontal, el aparato de Estado burgu¨¦s interviene siempre masivamente y de forma decisiva contra los trabajadores, cualquiera que sea la forma parlamentaria democr¨¢tica de ese Estado. Cuando Jorge Reverte sugiere que, justamente por esta raz¨®n, la derrota de las masas en esta prueba de fuerza ser¨ªa inevitable, nosotros le respondemos que no est¨¢ demostrado. Hay tres excepciones importantes: la de Rusia en 1917, el putsch de Von Kapp en Alemania en 1920, y los casos de Madrid, Barcelona, Valencia y M¨¢laga en julio de 1936. Adem¨¢s, le respondemos que la estrategia opuesta es una estrategia cuyo fracaso es seguro. En ning¨²n caso de exacerbaci¨®n de las contradicciones sociales desde 1914 la democracia parlamentaria ha podido salvarse por una pol¨ªtica de conciliaci¨®n de clases y de retrocesos para evitar la prueba de fuerza. En todas partes esta pol¨ªtica ha sucumbido ante reg¨ªmenes autoritarios y dictatoriales.
4. La historia ha confirmado desde 1914 la imposibilidad de derribar el r¨¦gimen capitalista utilizando las instituciones del Estado burgu¨¦s, aunque sea democr¨¢tico-parlamentario. Estas instituciones han sido concebidas para defender y no para abolir el r¨¦gimen de la propiedad privada. En el momento decisivo, esta funci¨®n aparece siempre de una manera particularmente brutal. Adem¨¢s, no solamente Lenin y Trotsky sino tambi¨¦n Rosa Luxemburgo y Gramsci, y antes el propio Marx, hab¨ªan demostrado que por su naturaleza social misma el proletariado no pod¨ªa organizarse en clase dominante en el cuadro de esas instituciones, porque exige para hacerlo instituciones de tipo particular, que son precisamente las instituciones del tipo de los consejos obreros de la comuna de Par¨ªs o de los soviets.
Ahora bien, la experiencia hist¨®rica confirma que cada vez que se produce un avance impetuoso del movimiento de masas acaba en una crisis prerrevolucionaria o revolucionaria, pues el proletariado tiende instintivamente a crear sus propios ¨®rganos.
Pero hay una tendencia embrionaria a la aparici¨®n de ¨®rganos de este g¨¦nero cuando surge una crisis revolucionaria donde el proletariado domina en el seno de las masas laboriosas, lo que est¨¢ emp¨ªricamente demostrado. Y esto enfrenta a los marxistas con una elecci¨®n decisiva. O bien act¨²a para reforzar, generalizar, centralizar ese poder naciente de los trabajadores, o bien limita, fragmenta, ahoga o subordina ese nuevo poder naciente en nombre de la soberan¨ªa y de la primac¨ªa de las instituciones de la democracia burguesa. La primera orientaci¨®n permite la victoria de la revoluci¨®n socialista sin, evidentemente, garantizarla. La segunda garantiza la victoria de la contrarrevoluci¨®n burguesa.
5. La emancipaci¨®n de los trabajadores no puede ser m¨¢s que la obra de los trabajadores mismos. En la construcci¨®n de la sociedad socialista, el partido o las organizaciones pol¨ªticas pueden y deben orientar y educar a las masas; pero no deben sustituirlas. Si el estalinismo expresa la variante m¨¢s brutal de ese sustitucionismo, la socialdemocracia parlamentaria y electoralista representa otra, no menos da?ina.
Es imposible aprender a nadar sin arrojarse al agua. Es imposible orientar la clase obrera en la v¨ªa de la autoemancipaci¨®n y de la autoorganizaci¨®n en la revoluci¨®n y despu¨¦s de la revoluci¨®n sin iniciarse desde este momento en esas pr¨¢cticas. Por esta raz¨®n, una estrategia que aspira realmente a la construcci¨®n del socialismo, es decir, de una sociedad autogestionada de productores en el sentido m¨¢s amplio del t¨¦rmino, debe integrarse de forma prioritaria todas las pr¨¢cticas que desarrollan la confianza de las masas en ellas mismas, su voluntad y su capacidad de resolver por su propio esfuerzo sus propios problemas. Esto significa, independientemente del hecho que haya o no situaci¨®n revolucionaria, favorecer las asambleas democr¨¢ticas de base en las empresas, los barrios, en el campo, en las escuelas, favorecer la eclosi¨®n de comit¨¦s unitarios en todas las luchas cotidianas; favorecer la lucha por el control obrero de la producci¨®n (y otras formas populares de control en otros sectores de actividad social); favorecer la eleci¨®n democr¨¢tica de comit¨¦s de huelga y su federaci¨®n. De la costumbre de estas pr¨¢cticas nacen los consejos de trabajadores en las pr¨®ximas crisis revolucionarias, que nadie puede provocar ni prever a fecha fija; pero que se trata de preparar paciente y sistem¨¢ticamente a la vanguardia y a las masas, no solamente por la propaganda, sino tambi¨¦n por otra pr¨¢ctica cotidiana.
6. Esta estrategia, denominada de programa de transici¨®n, encubre, en realidad, una concepci¨®n de la pol¨ªtica diametralmente opuesta a la de los reformistas. La diferencia no consiste en el hecho de que los revolucionarios desprecian o subestiman las reivindicaciones inmediatas, las libertades democr¨¢ticas, las luchas por las reformas, la actividad parlamentaria, etc¨¦tera. Reside en el hecho que los revolucionarios sit¨²an estas luchas en el cuadro de una concepci¨®n de la pol¨ªtica que rechaza categ¨®ricamente la introducci¨®n de la divisi¨®n burguesa del trabajo en el seno del movimiento obrero. No admite que la pol¨ªtica se reduzca en lo esencial a juegos parlamentarios y a la selecci¨®n, a maniobras entre ?profesionales de la pol¨ªtica?, incluyendo maniobras en la cumbre de las organizaciones obreras, mientras las masas son tratadas como subalternos o como figurantes, aptos para votar, desencadenar de cuando en cuando huelgas econ¨®micas.
Para nosotros, se trata de educar las masas para que se ocupen ellas mismas de pol¨ªtica colectivamente. Por esta raz¨®n, el sentido de programa de transici¨®n es, ante todo, la soluci¨®n de los problemas acuciantes de la actualidad por movilizaciones unitarias y por la acci¨®n directa de las masas; nuestra pol¨ªtica de frente ¨²nico se sit¨²a en este cuadro. La din¨¢mica de esta estrategia es la de llevar a las masas a plantearse y a resolver, finalmente, el problema del poder pol¨ªtico de la misma forma.
Esto implica que no se le d¨¦ la espalda a ninguna reivindicaci¨®n elemental, bien sea democr¨¢tica econ¨®mica, cultural, ecol¨®gica, que no se cierre los ojos ante ninguna realidad subjetiva, comprendidas las ilusiones electorales y parlamentarias de las masas mismas. Pero esto implica que se integren esas t¨¢cticas y estas preocupaciones en una estrategia de conjunto que tienda al reforzamiento del potencial de combate y de la elevaci¨®n del nivel de conciencia anticapitalista de las masas. Esto implica que se evite siempre subordinar la defensa de sus intereses inmediatos a sabios c¨¢lculos electoralistas, que se evite toda fragmentaci¨®n artificial de sus combates por temor a agravar las tensiones pol¨ªticas y sociales. Como se puede apreciar, esta estrategia de recambios que proponemos no es solamente m¨¢s revolucionaria y m¨¢s realista, sino tambi¨¦n mil veces m¨¢s democr¨¢tica que la de los reformistas y la de los conciliadores.
A la luz de esta exposici¨®n, se podr¨¢ comprender hasta qu¨¦ punto la acusaci¨®n de inmediatismo o de pase¨ªsmo dirigida contra Cr¨ªtica del eurocomunismo est¨¢ fuera de lugar. Lejos de fundarse sobre dogmas abstractos o sobre modelos hist¨®ricos superados, resulta de un an¨¢lisis de la sociedad capitalista occidental y de sus contradicciones internas de hoy d¨ªa. Por otra parte, se funda sobre una conciencia marxista de la dial¨¦ctica de los medios y de los fines. La tragedia del reformismo nace con la famosa f¨®rmula de Edouard Bernstein: ?El movimiento (es decir, la t¨¢ctica) es todo.? La historia se pronuncia contra esta hip¨®tesis. Ciertas orientaciones, ciertas t¨¢cticas -tanto la de la socialdemocracia cl¨¢sica, como la del estalinismo- no llevan hacia un fin socialista, y no pueden llevar en la misma medida en que minan la conciencia de clase y la capacidad de autoemancipaci¨®n del proletariado, en lugar de desarrollarlas. Es a partir de esta verdad elemental que se trata de discutir una estrategia de recambio, salvo que se concluya por admitir francamente que el socialismo es imposible.
Es porque se dan cuenta de la coherencia interna de nuestro razonamiento por lo que Julio Aramberri y Jorge Reverte no pueden oponerse frontalmente a nuestra cr¨ªtica y se contentan con andar por las ramas. ?No ser¨ªa preferible aprobar francamente nuestro proyecto estrat¨¦gico -la v¨ªa revolucionaria hacia el socialismo es la ¨²nica posible- e integrarse conscientemente en su realizaci¨®n pol¨ªtica y organizativa, dado el destino terrible que nos amenaza si las pr¨®ximas ocasiones revolucionarias se desperdician en Europa como ha ocurrido desde hace m¨¢s de medio siglo?
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