La larga noche e los refugiados pol¨ªticos
En los ¨²ltimos a?os nuestro pa¨ªs se ha convertido en el principal receptor de exiliados latinoamericanos. La poblaci¨®n refugiada procedente de Chile, Argentina, Uruguay y Nicaragua, principalmente, se calcula en cientos de miles de personas. A las dificultades propias de la adaptaci¨®n a un pa¨ªs extranjero y los obst¨¢culos para encontrar trabajo, se une ahora un decreto del Ministerio del Interior por el que se regula la concesi¨®n de permiso de trabajo a extranjeros y que entr¨® en vigor el pasado 10 de octubre. Desde esa fecha, los que no han podido legalizar su situaci¨®n tienen que abandonar el pa¨ªs. Rosa Montero expone en este serial de dos cap¨ªtulos la situaci¨®n de los exiliados latinoamericanos, cuya esperanza es la r¨¢pida promulgaci¨®n de un estatuto del refugiado pol¨ªtico.
-Riiing.-?Al¨®?
-Soy yo. -?Va todo bien?
-S¨ª, s¨ª. ?Y por ah¨ª?
-Tambi¨¦n.
-Perfecto. Hasta la noche, pues. Agust¨ªn Flores Andrade -chileno, veintiocho a?os, contable de profesi¨®n- cuelga el tel¨¦fono con un rictus tenso en su cara simp¨¢tica, miope y bigotuda. Es el miedo, de nuevo. Despu¨¦s de tanto tiempo. Cuando todo parec¨ªa normalizarse. Es el miedo lo que ha obligado a Agust¨ªn, como a tantos otros refugiados pol¨ªticos, a recuperar en este octubre del 78 los viejos h¨¢bitos de defensa que ya cre¨ªa felizmente olvidados: ese llamarse entre s¨ª dos veces al d¨ªa, por la ma?ana, por la noche, para saber si todo sigue bien, si no ha surgido ning¨²n problema, si no ha habido detenciones, expulsiones, nuevas presiones. Y las noticias corren de boca en boca en esta improvisada cadena de supervivencia: ?Oye, que el otro d¨ªa iba un argentino por la calle de Atocha y le par¨® la polic¨ªa, le pidi¨® la documentaci¨®n y al ver que en su pasaporte ten¨ªa ese sello de no autorizado a trabajar en Espa?a se lo llevaron detenido, y al parecer su mujer est¨¢ aterrada, no sabe nada de ¨¦l y no se atreve a preguntar porque ella tiene el permiso de estancia caducado, pasa la voz.? Y piensa Agust¨ªn que s¨ª, que la pasar¨¢ al grupo argentino en la pr¨®xima reuni¨®n, cuando les vea en el local de Justicia y Paz donde se encuentran para discutir su nebulosa, dif¨ªcil situaci¨®n.
El Gobierno recuerda ...
Angustia. La pesadilla empieza de nuevo. O se contin¨²a, para otros muchos. El nuevo decreto ?por el que se regula la concesi¨®n y renovaci¨®n de permisos de trabajo a extranjeros? fue publicado en el Bolet¨ªn Oficial a mitad de agosto, por eso pas¨® algo inadvertido. Pero ya se ha encargado el Gobierno de recordarlo a la entrada del oto?o. Con la circular, por ejemplo. La circular que se ha enviado a todos los consulados espa?oles. Ah¨ª se especifica muy claramente que s¨®lo se conceder¨¢ un permiso de estancia de noventa d¨ªas a los extranjeros, y que aquellos que quieran un visado para prolongarlo deber¨¢n pedirlo en el consulado espa?ol de su pa¨ªs de origen, presentando, todos los papeles, claro est¨¢, pasaporte en regla, todo eso. Y esto, esto es una condena de clandestinidad e ilegalidad forzosa para tantos argentinos, para tantos uruguayos, para tantos chilenos que no pueden pisar su propia tierra, para todos aquellos a quienes sus Gobiernos jam¨¢s conceder¨¢n un pasaporte.
-?Y la ley para el refugiado pol¨ªtico? -dice una compa?era argentina en unas de las desesperadas y desesperanzadas reuniones en Justicia y Paz-.?Qu¨¦ pasa con ella? ?Por qu¨¦ no promulga esa ley el Gobierno espa?ol? Lo m¨¢s terrible de todo es que en Europa creen que ya existe. Porque vengo de B¨¦lgica y all¨ª, anteayer, estaban embarcando en un tren a varias familias de refugiados argentinos. Hacia Espa?a. Marchad all¨ª, les dijeron, que all¨ª hay una ley de Refugiados Pol¨ªticos, que all¨ª todo lo tendr¨¦is f¨¢cil. Les estaban mandando, sin saberlo, a la ilegalidad, a la posible expulsi¨®n.
Las nuevas normas afectan en primer lugar a todos aquellos que han llegado a Espa?a a partir del 15 de junio del 78. Pero el decreto es ambiguo, depende de su aplicaci¨®n. Y empieza a estar claro cu¨¢l va a ser ¨¦sta. El ¨²ltimo p¨¢rrafo de la circular consular, por ejemplo, es bien tajante: ?Las personas que, en virtud de acuerdos especiales suscritos por Espa?a han entrado en territorio nacional con pasaporte sin visado, con documento de identidad o pasaporte caducado desde hace menos de cinco a?os (...), no tendr¨¢n derecho a permanecer en Espa?a por m¨¢s de noventa d¨ªas ni a solicitar pr¨®rroga de estancia.? Son todos. Los doscientos, los 300.000 -qui¨¦n sabe la cifra exacta- refugiados pol¨ªticos que han llegado a Espa?a en el ¨²ltimo quinquenio ansiosos de vivir. Gentes a las que sus Gobiernos han condenado a esa muerte civil -la carencia de papeles- que en este mundo burocr¨¢tico que nos rodea es tan efectiva como la muerte f¨ªsica.
Y te sientes tan solo, tan inseguro, tan sin fuerzas. Has salido de un infierno con heridas ps¨ªquicas tan dif¨ªcilmente curables. Pierdes tu historia personal, tu tierra, tu entorno. Te enfrentas a un mundo nuevo intentando sobrevivir en condiciones casi siempre dur¨ªsimas: este es un exilio cualificado, un exilio de profesionales que han de subemplearse, el t¨¦cnico nuclear que hace suplencias de camarero, la psiquiatra que friega casas ajenas cuando puede... Luchas contra la nostalgia, el hambre y las heridas y ahora, adem¨¢s, has de luchar contra el miedo final de que te devuelvan al infierno.
Cincuenta mil pesetas, m¨ªnimo
-Ahora resulta que hay que acreditar unos ingresos m¨ªnimos de 50.000 pesetas al mes para que te dejen vivir aqu¨ª.
Y la consternaci¨®n se pinta en todos los rostros: qui¨¦n puede ganar eso, qui¨¦n.
-Y para que te pongan el sello de fronteras en el pasaporte (esa peque?a trampa de salir y entrar que prorroga el permiso otros tres consoladores meses) hay que viajar en avi¨®n, porque por las fronteras de tierra no ponen sello.
Y qui¨¦n posee esas 10.000 pesetas m¨ªnimas del vuelo.
-Al parecer, en Barcelona ya han puesto a varios argentinos en la frontera.
Sin dinero, sin papeles, sin futuro: inexistentes para el mundo oficial. Es la angustia, s¨ª. El miedo a que la pesadilla recomience. Y este miedo te hace recordar nuevamente aquellos tiempos amargos que has intentado borrar de la memoria. Piensa Agust¨ªn Flores en aquel d¨ªa 11 de septiembre del 73, cuando una llamada telef¨®nica que llevaba temiendo durante d¨ªas le despert¨® de madrugada.
-Ha empezado el golpe.
Eran las, cuatro y media. Se visti¨®, se despidi¨® de su mujer y de sus dos hijas, que entonces ten¨ªan tres y cinco a?os. Siguiendo las instrucciones que le hab¨ªa dado el partido (era militante de base del Partido Socialista de Chile) march¨® a su trabajo, a esa industria textil nacionalizada en la que ¨¦l era contable. A las siete y media estaban ya todos los compa?eros all¨ª. Por el t¨¦lex de la compa?¨ªa se recib¨ªan noticias de ciudades m¨¢s al sur. De Concepci¨®n, ochocientos kil¨®metros m¨¢s abajo, llegaba una pregunta angustiada: ??Qu¨¦ est¨¢ pasando que hay militares por todas partes?? No sab¨ªan qu¨¦ hacer. A las nueve celebraron una asamblea en la oficina. En el partido les hab¨ªan dicho que, de suceder algo as¨ª, marcharan juntos hacia el sector industrial de la ciudad, para hacerse fuertes. De modo que eso hicieron. Algunos llegaron al cintur¨®n fabril, otros no: los militares hab¨ªan empezado a detener a la gente por las calles y ya se hab¨ªan apostado los francotiradores derechistas en los tejados disparando indiscriminadamente a los que transitaban por la cludad. El s¨ª lleg¨®. Y aquello era un espect¨¢culo: las f¨¢bricas herv¨ªan de gente, de hombres que esperaban. ?Qu¨¦? Las armas. A esas primeras horas del 11 de septiembre todos cre¨ªan en la existencia de armas, se hablaba de esos fusiles que llegar¨ªan en breve, de que se resistir¨ªa, de que eran muchos. Se esperaba. Se escuchaba la radio. Una a una, todas las emisoras fueron cortadas. A poco tiempo s¨®lo se o¨ªan las marchas militares, las proclamas de la Junta. Supieron de la muerte de Allende. Y se esperaba. A poca distancia de las f¨¢bricas se estaban produciendo violentos enfrentamientos.
A las dos de la tarde se celebr¨® una asamblea. No hab¨ªa llegado nadie; ?eran las armas, pues, un fantasma? ?No exist¨ªan? ?Estaban condenados a morir en esa trampa? Era el desaliento. Algunos trataron de salir de la zona industrial: ya era demasiado tarde. El Ej¨¦rcito la hab¨ªa cercado y comenz¨® el ataque. Asaltaron el cintur¨®n industrial con metralletas, con fusiles. Los de dentro intentaron defenderse con palos, con barras de hierro, con alguna pistola extraordinaria que se hab¨ªa conseguido. Las f¨¢bricas fueron tomadas f¨¢cilmente. A muchos los fusilaron all¨ª mismo, los dem¨¢s fueron detenidos y trasladados al estadio Nacional: eran tantos que no cab¨ªan en c¨¢rceles ni prisiones. Agust¨ªn Flores tuvo suerte. Con otros compa?eros cogi¨® un coche y saltaron un control suicida y milagrosamente. Se escaparon. No se pod¨ªa ni pensar en volver a casa: hab¨ªa que esconderse. Era dif¨ªcil: los amigos no quer¨ªan saber nada de t¨ª en muchos casos. Y despu¨¦s estaba la PROTECO, una organizaci¨®n derechista que cre¨® comit¨¦s en los barrios para denunciar las caras nuevas de los posibles refugiados. Y ese tel¨¦fono que daban a trav¨¦s de televisi¨®n y de las radios, con el que pod¨ªas delatar a un escapado sin necesidad de identificarte. Buena salida para odios personales, para venganzas y rencillas.
En fin, cayeron as¨ª tantos. Acust¨ªn Flores mismo cay¨® por una de ¨¦stas denuncias el 24 de septiembre. Y estuvo dentro mes y poco. Bueno, ¨¦l no era una figura pol¨ªtica, ni un dirigente, ni un hombre peligroso nada, ¨¦l era un simple contable de veintitr¨¦s a?os, un militante socialista de base, un ciudadano medio De modo que le llevaron al estadio Nacional y no le hicieron ni m¨¢s ni m¨¦nos que a los otros. Ya se sabe, lo normal:, interrogatorios sembrados de descomunales palizas y la repetici¨®n de una pregunta: ?d¨®nde est¨¢n las armas?, dec¨ªan, y golpeaban. Si lo hubiera sabido yo, pensaba Agust¨ªn, si lo hubiera sabido. Despu¨¦s le ?fusilaron? dos veces. Lo malo de esto es que uno a veces cree que s¨ª, que es verdad, que le van a fusilar. Y la segunda vez tan convencido estaba Agust¨ªn de ello que se puso a cantar la Internacional, son esas cosas que a uno se le ocurren en un momento as¨ª, no es una heroicidad, es como para ayudarse a tragar el miedo. Bueno, fue tan imb¨¦cil. No le fusilaron y por cantar le pegaron una paliza bestial: entonces fue cuando le rompieron el o¨ªdo, dej¨¢ndole para siempre ese gesto prematuramente senil de llevarse la mano a la oreja y decir ?qu¨¦? a las palabras apenas audibles de la gente. Despu¨¦s le pusieron los golpes de corriente el¨¦ctrica reglamentarlos, luego m¨¢s palizas y a fines de noviembre lleg¨® el mayor Espinosa y le hizo firmar un papel en el que aseguraba que hab¨ªa sido tratado conforme a las normas internacionales. Luego le echaron a la calle, minutos antes de que sonara el toque de queda, ya se sab¨ªa, te pon¨ªan en libertad agotado, sin un duro, justo al filo de la sirena, para que te volvieran a coger los patrulleros por las calles para detenerte otra vez o quiza matarte. Bueno, Agust¨ªn tuvo suerte nuevamente. March¨® a casa de un t¨ªo suyo, que por fortuna viv¨ªa junto al estadio. Y lleg¨® a tiempo. Sobrevivi¨® all¨ª una semana: ten¨ªa tanto miedo. En aquellas condiciones que te pongan en li bertad es casi m¨¢s pavoroso. En la calle est¨¢ la pistola asesina, el tiro en la nuca de cualquier madrugada. En diciembre pidi¨® el pasaporte con aire inocente: nunca hab¨ªa tenido problemas con la polic¨ªa, no estaba fichado, y esperaba que su reciente detenci¨®n no hubiera llegado a¨²n a los archivos, eran tantos los detenidos. Y as¨ª fue: le dieron el pasaporte y se march¨® por tierra a Per¨². Luego fue a Cuba. Luego a Argentina. Un par de a?os, en to tal. Dando vueltas en torno a Chile, sin dinero, sin trabajo, sin otra ropa que la puesta, a la espera de poder volver a entrar, de poder hacer a¨²n algo. Un amigo espa?ol, un buen amigo, le mand¨® dos pasajes de barco hacia Espa?a. Gracias a eso pudo sacar a su mujer de Chile y marchar del continente. Llegaron a Espa?a el 15 de mayo del 75: era como comenzar una nueva vida tras dos a?os y medio de muerte.
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