La irresistible ca¨ªda del d¨®lar
EL C?MULO de medidas antiinflacionarias contenidas en la fase 2 del Plan Carter ha sido incapaz de detener la sistem¨¢tica ca¨ªda de las cotizaciones del d¨®lar en los mercados internacionales. Las bajas paridades en que se encuentra desde hace varias semanas la divisa norteamericana est¨¢n provocando amplio desconcierto en los pa¨ªses occidentales y generando un clima de pesimismo en Wall Street, aut¨¦ntico term¨®metro de la econom¨ªa norteamericana.Las medidas de Carter han sido contestadas por todos los estratos sociales de Estados Unidos. Desde los poderosos sindicatos que con su apoyo le auparon a la presidencia hace dos a?os, hasta los lobies que dominan el comercio exterior, pasando, por supuesto, por la banca y las grandes multinacionales. La acogida en los c¨ªrculos financieros internacionales no ha sido mejor. La persistencia en la depreciaci¨®n del d¨®lar frente a todas las monedas fuertes es suficientemente indicativa al respecto.
Dentro y fuera, las dudas que suscita la fase 2 del Plan Carter, presentada el pasado d¨ªa 24, son, en cierto modo, contradictorias. A nivel nacional, los norteamericanos consideran excesivos los topes impuestos a los crecimientos de precios y salarios y vagas las promesas de Carter en el sentido de que el sector p¨²blico realizar¨¢ un esfuerzo paralelo, frenando el gasto. Allende los Estados de la Uni¨®n, por el contrario, se duda de la efectividad de las medidas, por cuanto se considera que las posibilidades reales de la Administraci¨®n para incidir enel comportamiento del sector privado son m¨¢s bien escasas.
Carter emple¨® un tono entre dram¨¢tico y autoritario para anunciar que aquellas empresas que no respeten los topes impuestos (5,5% de aumento para los precios y 8% para los salarios este a?o, as¨ª como un 7% para los siguientes) perder¨¢n los contratos estatales y ver¨¢n recortadas las facilidades para acceder a los cr¨¦ditos del Import-Export Bank para operaciones exteriores. En abril, el presidente norteamericano se hab¨ªa limitado a formular un llamamiento a la conciencia de los ciudadanos, en el anuncio de la llamada fase 1. Los nulos resultados del llamamiento han movido a Carter a emplear un tono pretendidamente m¨¢s convincente. La reacci¨®n ha sido unanime en contra porque no en vano los contratos estatales suponen unos 80.000.millones de d¨®lares al a?o y afectan a miles de empresas. Trabajadores y empresarios coinciden, adem¨¢s, en se?alar que el compromiso presidencial de limitar el gasto p¨²blico, reduciendo el d¨¦ficit hasta 30.000 millones de d¨®lares (el a?o presupuestario norteamericano se inicia el 1 de octubre), frente a los 40.000 millones del recientemente concluido y los 66.000 millones del anterior, ofrece escasa credibilidad. Los sindicatos tampoco aparecen conformes con el plan de austeridad administrativa, cuyo principal hito consiste en prescindir de 20.000 funcionarios federales en los pr¨®ximos doce meses. Por si ello fuera poco, la inflaci¨®n en 1978 se estima alcanzar¨¢ el 9% y nadie desea que precios y salarios queden por debajo de esa cota. En este contexto, todos llaman a la negociaci¨®n entre las partes implicadas, pero Carter y su Gobierno estiman que la gravedad de la situaci¨®n justifica la urgencia de las medidas dictadas.
Tras la progresiva debilidad del d¨®lar, todos se?alan la creciente p¨¦rdida de competitividad de las exportaciones estadounidenses y la fuerte penetraci¨®n de los productos extranjeros en los mercados norteamericanos. El fuerte d¨¦ficit de la balanza comercial de Estados Unidos en los ¨²ltimos a?os -26.000 millones de d¨®lares en l977- no ha sido por el momento controlado y no pocos especialistas han calificado a menudo el debilitamiento del d¨®lar como maniobra de las sucesivas Administraciones de la Casa Blanca para mejorar las expectativas comerciales de Estados Unidos.
Motivaciones aparte, la ca¨ªda del d¨®lar amenaza con, importantes repercusiones para las econom¨ªas occidentales; la mayor¨ªa de ellas a corto plazo. La ya denominada fiebre del oro (la onza se cotiz¨® esta semana por encima de los 230 d¨®lares) y las sucesivas intervenciones de los bancos centrales de Jap¨®n o la Rep¨²blica Federal de Alemania en apoyo de la divisa norteamericana no han sido m¨¢s que los primeros exponentes de lo que, si la situaci¨®n prosigue, se avecina.
Las oscilaciones monetarias de las ¨²ltimas semanas colocan en dif¨ªcil situaci¨®n de competitividad de las exportaciones de aquellos pa¨ªses cuya moneda padece una revaluaci¨®n sistem¨¢tica frente al d¨®lar. Los primeros afectados son Jap¨®n y la Rep¨²blica Federal de Alemania, competidores directos de Estados Unidos y con excedentes comerciales nada desde?ables. Pero otros pa¨ªses, entre los que se encuentra Espa?a, no escapan a las repercusiones. Las autoridades monetarias espa?olas se encuentran ante una dif¨ªcil coyuntura. El viernes, el d¨®lar se cotiz¨® en Madrid a 67,81 pesetas, lo que supone haber reducido pr¨¢cticamente a cero los beneficios derivados de la devaluaci¨®n de julio de 1977. Ello comporta importantes p¨¦rdidas de mercado para los productos espa?oles, lo que dar¨ªa pie a pensar en la conveniencia de una devaluaci¨®n. Pero el ministro de Comercio y Turismo ha sido suficientemente claro al se?alar que la medida es impensable porque, dado el elevado nivel de nuestras reservas exteriores y el proceso de ajuste en marcha, ser¨ªa peor el remedio que la enfermedad.
Frente al temor a estas repercusiones, surgi¨® en Bremen la idea de promover una unificaci¨®n monetaria en el seno de la Comunidad Econ¨®mica Europea. Sin embargo, las pretensiones en favor propio del canciller Schmidt, con la connivencia interesada del presidente Giscard, perfilaron un esquema de unificaci¨®n que dista mucho de convenir a pa¨ªses como Gran Breta?a, Italia y acaso la propia Espa?a. Precisamente en estos d¨ªas, el tandem franco-alem¨¢n se esfuerza por disipar los recelos, en un intento de lograr la materializaci¨®n de una unificaci¨®n monetaria europea que cada vez se antoja m¨¢s inalcanzable, a menos que var¨ªen los esquemas. Por si fuera pocohasta la propia inestabilidad que presenta el d¨®lar es m¨¢s handicap que incentivo.
Una ¨²ltima amenaza se cierne sobre la econom¨ªa occidental. La ca¨ªda del d¨®lar se produce en v¨ªsperas de la conferencia anual de la OPEP y ya han surgido numerosas voces desde el seno de la organizaci¨®n recordando que la p¨¦rdida de poder adquisitivo de sus ingresos deber¨¢ ser, de alguna manera, compensada; bien a trav¨¦s de un alza sustancial de los precios durante 1979, o mediante la sustituci¨®n del d¨®lar por un cesto de divisas en las transacciones petroleras. La complejidad de materializar esta ¨²ltima posibilidad y las importantes reservas de crudos acumulados por Estados Unidos -rellenando sus viejos pozos de Texas- dejan muy poco espacio al optimismo, desde una perspectiva europea. Una elevaci¨®n sustancial de los precios del petr¨®leo justificar¨ªa, por otra parte, la puesta en producci¨®n masiva de los yacimientos de Alaska, como qued¨® perfectamente insinuado en la ¨²ltima cumbre mundial, en Bonn, donde Carter dej¨® claramente sentado que no admit¨ªa alternativas al liderazgo estadounidense en la econom¨ªa occidental.
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