El pol¨ªtico en la Era de la Imagen
Ortega en Mirabeau o el pol¨ªtico traz¨®, tal como ¨¦l los ve¨ªa, los rasgos fundamentales de la caracterolog¨ªa de tal subespecie humana, desde la perspectiva de una psicolog¨ªa individual. Ortega no ?vivi¨®? la T.V, ni siquiera conoci¨® por dentro la cultura norteamericana y, naturalmente, no supo de los reaccionarios McLuhan y Boorstin, autor este ¨²ltimo de un importante libro, The Image, no traducido al castellano que yo sepa. Y adem¨¢s de eso Ortega cre¨ªa demasiado en la autenticidad.Mirabeau era para Ortega el prototipo del pol¨ªtico en una era que estaba terminando con Ortega. ?Qui¨¦nes son los pol¨ªticos de nuestro tiempo y, para venir a lo concreto, aqu¨ª, en Espa?a? Felizmente para ¨¦l, no Ruiz-Gim¨¦nez; desgraciadamente para ¨¦l, no Areiza; indiferentemente para ¨¦l -espero- no Tierno. ?Tarradellas, Fraga, Carrillo? Tampoco. El poder (o su mera titularidad) de Tarradellas es un fen¨®meno s¨®lo muy coyunturalmente comprensible hoy. Fraga es demasiado visceralmente paleofascista. como hace muchos a?os percibi¨®, sin saber previamente nada de ¨¦l, s¨®lo a trav¨¦s de una conversaci¨®n general no pol¨ªtica, un amigo m¨ªo franc¨¦s. Y Carrillo -que es la admiraci¨®n. nada secreta, de la derecha espa?ola, despu¨¦s de haber sido la personificaci¨®n de su furor anticomunista- encarna la forma m¨¢s refinada de paleocomunismo, quiero decir, el eurocomunismo. ?Qui¨¦n entonces? Es evidente que solamente dos personajes de la actual escena espa?ola pueden disputarse tal honor: Adolfo Su¨¢rez y Felipe Gonz¨¢lez. La ?imagen? en Fraga y en Carrillo es demasiado simple: Fraga, caracterizado de ?duro?, y Carrillo de ?astuto?, pertenecen a la era pretelevisiva, a la Galaxia Gutenberg. (Por eso, sin duda, Fraga lee tanto... y ve tan poco.) Los medios de comunicaci¨®n de masas no les sirven, m¨¢s bien les perjudican. Ni siquiera a Ortega le habr¨ªan interesado: Mirabeau era mucho mejor.
El caso de Su¨¢rez s¨ª que tiene inter¨¦s. Como pura invenci¨®n que es de la publicidad -tambi¨¦n de la que le hacen sus adversarios, tambi¨¦n de la que ahora mismo le estoy haciendo yo- y de la TV, a nadie le importa lo que realmente sea, y la pregunta por su identidad carece pol¨ªticamente de sentido: Adolfo Su¨¢rez es la imagen que de ¨¦l ha sido forjada, nada m¨¢s... y nada menos. Adolfo Su¨¢rez es ?Adolfo Su¨¢rez?, en el mismo sentido, aunque naturalmente con una mitificaci¨®n mucho m¨¢s pobre, en que James Dean es el ?James Dean? de la leyenda, ya a estas alturas bastante trasnochada. Y por eso la sustituci¨®n de ¨¦ste por aqu¨¦l en las pantallas de televisi¨®n me pareci¨® llena de significaci¨®n. aunque no s¨¦ bien si de ?acto fallido? o de desmesurada pretensi¨®n, por parte de los dirigentes de RTVE. En cualquier caso, es evidente que Adolfo Su¨¢rez ha sido vaciado de la personalidad -mediocre, o menos mediocre de lo que pensamos- que pose¨ªa antes de su exaltaci¨®n a la presidencia del Gobierno -la cual, en el mejor de los casos, quedar¨¢ como un residuo de su problem¨¢tica vida privada- y ocupado por la imagen que otros han fabricado para ¨¦l y dentro de la cual ha quedado definitivamente encerrado. Ciertamente, carece de esa ?capacidadde distanciamiento ir¨®nico de la propia imagen? que echaba de menos EL PA?S en su fino editorial del 27 de octubre, en ?Algunos sectores de UCD? (perm¨ªtaseme que, entre par¨¦ntesis, pero como expresi¨®n de mi m¨¢s estrecha solidaridad, en este momento, en el que recibo la noticia del atentado perpetrado contra este peri¨®dico, manifieste mi cordial adhesi¨®n a ¨¦l).
El caso de Felipe Gonz¨¢lez es diferente. Felipe Gonz¨¢lez nos lee (quiz¨¢ Su¨¢rez tambi¨¦n, pero no nos entiende). Envuelto, en principio, como Su¨¢rez, en la imagen creada para ¨¦l -y que, personalmente, me atrae tan poco como la de Su¨¢rez- se propone trascenderla, no destruirla, claro. O, dicho de otro modo, se propone hablar, a la vez, en rom¨¢n paladino y, para los intelectuales, en clave. Tambi¨¦n se comprende esta diferencia. UCD sabe que no puede contar con intelectuales. s¨®lo -Y no es poco- con ?expertos?. Por supuesto, no se enfrenta con ellos, sino que, por el contrario, los r¨ªe y aplaude, incluso cuando -siempre que se guarden las formas- ¨¦stos ironicen, o ironicemos, sobre el partido, pero con la seguridad de no poder atra¨¦rselos.
Lo que no es el caso de Felipe Gonz¨¢lez. Yo ya lo ven¨ªa sospechando, como quiz¨¢ puede rastrearse en alguna r¨¢pida indicaci¨®n de estos mismos art¨ªculos, pero la entrevista contenida en el suplemento semanal de EL PA?S del 29 de octubre, me disipa cualquier duda que sobre ello pudiera quedarme. Diagnostica en ella la esquizofrenia entre el personaje que representa y la persona que espera seguir siendo y afirma, en plena juventud a¨²n, que quisiera ser ?un viejo joven?. No es, claro est¨¢ -no seamos ingenuos- que vaya a renunciar a esa ?tremenda pasi¨®n por el poder?, pero es capaz de mirarla, por decirlo as¨ª, desde fuera, como ?la cara de ese t¨ªo? -¨¦l mismo- cuando la campa?a electoral, y de avergonzarse de ella, as¨ª como del ?animal pol¨ªtico? que lleva dentro y, en suma, de desdoblarse, de desmarcarse, de desidentificarse.
Repito que no debemos ser ingenuos y, de hecho, esa entrevista puede ser otra clase de propaganda, propaganda minoritaria, para ¨¦lites intelectuales, a las que no hay que descuidar. Aun as¨ª, el hecho incontrovertible es que se le ocurra hacerla, hac¨¦rsela, lo que en Su¨¢rez, pegado a su imagen, vaciado en ella, es impensable. Para volver a Ortega: tal vez Felipe Gonz¨¢lez ha ca¨ªdo en la cuenta de que una imagen con glamour no lo es todo, y que necesita ser complementada con la de hombre interesante. Es posible.
En cualquier caso denota un progreso con respecto a la imagolog¨ªa establecida.
(Y para venir a m¨ª y terminar, sin imagen, as¨ª: espero que contrariamente a lo que me ocurri¨® cuando dije una vez que el Ministerio de Cultura es el ¨²nico que me gustar¨ªa desempe?ar, y bastante gente tom¨® en serio esa afirmaci¨®n, esta vez no se vaya a pensar que estoy a punto de ingresar en el PSOE. No. Estoy mirando el juego de los partidos como quien viese en la peque?a pantalla lo que de hecho nos muestra ella con frecuencia, es decir, una obra de representaci¨®n pol¨ªtico-esc¨¦nica.)
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