M¨¢s rusos
Se va un redil de rusos y viene otro redil de rusos. Se van los esp¨ªas con sus c¨¢maras, microfilmes, fotocopiadores de alfiler de corbata y kageb¨¦s de juguete, y vienen los rusos buenos, templados, sonrientes, hier¨¢ticos, gordos, con las corbatas arrugadas, las guitarras por el suelo y la buena disposici¨®n hacia Espa?a.Carmen Garrigues hace chocolate espeso y cusc¨²s argelino para todos. Hafida, la argelina inolvidable, le ha ense?ado a hacerlo:
- Te ha quedado muy cusc¨²s el cusc¨²s, Carmen, pero no s¨¦ si estos se?ores van a saber apreciarlo.
Espa?a necesita comerciar con Rusia, con Cuba, con el mundo entero. El Mercado Com¨²n se est¨¢ poniendo estrecho con nosotros y la se?ora Thatcher se hizo mucho la estrecha, en el Congreso UCD, cuando la requerimos de amores sobre The Rock. Entonces Su¨¢rez se va a Cuba a balancearse con Fidel en la hamaca barroca de Lezama Lima y aqu¨ª los enterados leemos el Opiano Licario, que no es precisamente Paradiso ni La cantidad hechizada, pero que ayuda a nuestro frotamiento de dermis y epidermis con los sovi¨¦ticos y los prosovi¨¦ticos.
A m¨ª me parece que La Catira de Cela, por ejemplo, es m¨¢s novela hispanoamericana que el Opiano Licario, pero Lezama nos dej¨® recordada una cosa, cuando le visit¨¢bamos en su casa andaluza y gongoriana de La Habana:
- En el gran Egipto de los faraones, todas las revoluciones que hac¨ªa el pueblo las hac¨ªa para reivindicar bienes en la otra vida. Los de ¨¦sta ya los daba por perdidos.
Faraones del socialismo, del marxismo, del mao¨ªsmo, han prometido al pueblo de nuestro siglo bienes en la otra vida, bienes para los hijos, para los nietos. Rusia est¨¢ comprendiendo -parece- que para competir con el capitalismo hay que dar cosas aqu¨ª y ahora al personal, no en el cielo.
Y China, con la ca¨ªda del Buda marxista tambi¨¦n parece que inicia ese camino. Le compraban cocacola a Nixon y ahora le van a comprar transistores a su enemigo secular, legendario y fraternal, el nip¨®n. En vista de todo lo cual, Juan Garrigues, vestido de pana frambuesa, les muestra a los nuevos rusos el reloj pompor¨¦ que le regal¨® una noche un cantaor de flamenco:
- ?Seguro que no era una petici¨®n de mano Juan? -le digo.
Y Juan me presenta a un ruso jovencito y t¨ªmido, como un empleado de banca espa?ol, que es el que al parecer lleva la cosa editorial en las estepas del Asia Central, con las que yo no hab¨ªa vuelto a tomar contacto desde que mam¨¢ me llevaba a los conciertos de Borod¨ªn:
- Ten¨¦is que editar a Paco en Rusia -dice Juan.
- No -digo yo-, que por lo visto hay que ir all¨ª a gastarse los derechos de autor, para que no salga ni un rublo del socialismo, y yo en los cabarets de Mosc¨² me enfr¨ªo mucho.
- Eso era antes.
- Bueno, a m¨ª es lo que me contaban Zunzunegui, Lera, Dolores Medio y otros afortunados cir¨ªlicos.
Rusos, muchos rusos, m¨¢s rusos, nuevos rusos. Un pintor del Acerbay¨¢n que, entre las flores negras del petr¨®leo, pinta con cara casi de ¨¢rabe. Trae corbata arrugada de lunares. ?Hazle una exposici¨®n en Madrid, Juan.? ?Vienen a comerciar, a espiar, a influir, a jugar, a que Carmen Garrigues les d¨¦ m¨¢s cusc¨²s? Ya no vamos a dejar que nos pongan macroim¨¢genes de pap¨¢ Stalin en la Puerta de Alcal¨¢, pero necesitamos entendernos y comerciar con los pueblos del mundo. Y ponerle unos cuernos de marido al se?or Carter.
Yo paso de Gulag, paso de para¨ªso del proletariado, paso de dictadura del harapo, paso de Soljenitsin y fotocopiadoras. Creo que cada m¨¢quina de escribir tiene en Rusia una letra distinta, para tener al escritor marcado como mediante las huellas digitales. Pero Espa?a necesita remontarse econ¨®micamente, vender y comprar, entenderse con todos y no s¨®lo con los yanquis. Luego, si esp¨ªan un poco en la Embajada USA o en la lencer¨ªa l¨ªrica de Carmen Garrigues, all¨¢ ellos. Don Antonio Garrigu¨¦s y D¨ªaz-Ca?abate se va pronto. El embajador ruso se va tarde. Las esbeltas esculturas de Estruga, se quedan solas en el vest¨ªbulo. Los rusos ni las han mirado. No es realismo socialista.
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