Despu¨¦s del golpe
Desde mediados del siglo XIX este pa¨ªs vive bajo la subsconciente amenaza de los pronunciamientos militares. Por eso no es de extra?ar que un cierto p¨¢nico recorriera las venas del Gobierno -diga lo que diga ahora ¨¦ste- y de la clase pol¨ªtica cuando se descubri¨® que alguien hab¨ªa decidido, ni m¨¢s ni menos, que tomar al asalto el palacio de la Moncloa.?Qu¨¦ hemos vivido o qu¨¦ estamos viviendo los espa?oles? ?Un golpe de opereta, como aseguran los que se empe?an en decir que todo era obra de un pu?ado de locos, o una conspiraci¨®n en toda regla? Probablemente ni lo uno ni lo otro, o quiz¨¢, y mejor dicho, lo uno y lo otro a un tiempo. Quienes magnifican los acontecimientos no atienden, pienso, al hecho de que las condiciones internas e internacionales de nuestro pa¨ªs no facilitan en absoluto el triunfo de un golpe de Estado cl¨¢sico. Pero quienes con una frivolidad harto sospechosa pretenden reducir la conspiraci¨®n a una charla de cafeter¨ªa deber¨ªan estudiar algo de historia: a Pinochet le precedi¨® el tancazo chileno, a la revoluci¨®n portuguesa el levantamiento de Caldas de Rainha, a la Segunda Rep¨²blica espa?ola la impaciencia castigada del capit¨¢n Gal¨¢n, y al 18 de julio la intentona de agosto del 32. La historia est¨¢, por desgracia, plagada de ejemplos como estos y los espa?oles tienen derecho a preocuparse despu¨¦s de las noticias de los ¨²ltimos d¨ªas.
Mayor es este derecho a¨²n si se consideran las reacciones posteriores al golpe. El presidente Su¨¢rez tard¨® m¨¢s de una semana en reunir su Gabinete; la mayor¨ªa de los ministros, aparte unas breves comunicaciones telef¨®nicas en la ma?ana del viernes 17, apenas ten¨ªan conocimiento de los hechos hasta que pudieron leer la prensa del domingo. El ejecutivo se ha negado, adem¨¢s, con la colaboraci¨®n de la izquierda, a un debate parlamentario sobre el tema, dando la impresi¨®n de que o no ten¨ªa a¨²n la informaci¨®n suficiente o que la informaci¨®n que ten¨ªa no se atrev¨ªa a darla. Las ambig¨¹edades y silencios a que nos tiene acostumbrados la televisi¨®n oficial contribuyeron tambi¨¦n a aumentar la inquietud ciudadana. De modo y manera que todav¨ªa hoy cualquier hip¨®tesis puede ser v¨¢lida a la hora de evaluar la magnitud del golpe, y no hay que apuntarse al catastrofismo para pensar que aqu¨ª, de opereta, nada.
De los perfiles concretos de la intentona, de su coincidencia con las actitudes del general Atar¨¦s, de los temores gubernamentales en la noche del 16 al 17, poco m¨¢s se puede a?adir por el momento. Pero algunos datos marginales se van poniendo en limpio. El, primero es la existencia de una barrera generacional en el Ej¨¦rcito que ha funcionado como filtro de la informaci¨®n entre la clase pol¨ªtica -el Gobierno fundamentalmente- y la oficialidad joven. Lo m¨¢s preocupante de la ?Operaci¨®n Galaxia? es que aun en el caso de ser muy pocos los conjurados s¨ª se cree que fueron muchos los militares contactados por los conspiradores. Y como gran parte de ellos dieron cuenta a su inmediato superior, es preciso explicar el silencio de algunos jefes y generales que no transmitieron al Gobierno lo que se preparaba. Pero esta barrera de silencios no deber¨ªa haber sorprendido al Gabinete: es la misma que ha dificultado recientemente el flujo de informaci¨®n desde el Gobierno a oficiales y suboficiales. Los cuartos de banderas se han visto as¨ª distanciados de las posiciones del propio ministro de Defensa cuya imagen, desfigurada por la prensa de ultraderecha (El Alc¨¢zar, El Imparcial y Fuerza Nueva) perdi¨®, efectivamente, credibilidad en amplios sectores castrenses. La necesidad de un di¨¢logo directo con las j¨®venes generaciones de oficiales se hac¨ªa as¨ª imperiosa y el general Guti¨¦rrez Mellado emprendi¨® su gira personal por las guarniciones. Ahora el Gobierno ha de tomar nota de las inhibiciones de esos altos mandos que han desembocado finalmente en la actual situaci¨®n, y debe ser m¨¢s activo en el di¨¢logo entre la clase pol¨ªtica y la oficialidad del Ej¨¦rcito.
El descubrimiento de la ?Operaci¨®n Galaxia? ha tenido, sin embargo, algunas consecuencias positivas tambi¨¦n en el ¨¢mbito militar. La primera, la desmitificaci¨®n de estos temas para el gran p¨²blico, que est¨¢ permitiendo, pasado el p¨¢nico, un acercamiento mutuo entr¨¦ la sociedad militar y la civil. La sombra secular del pronunciamiento ha tomado caracteres de letra impresa y los peri¨®dicos hemos abandonado el m¨¦todo Ollendorf para hablar de las Fuerzas Armadas. Por otro lado, numerosos jefes y oficiales comienzan a hacer expl¨ªcito, como no pod¨ªa ser menos, su radical compromiso con la Constituci¨®n, su irreprochable conciencia de militares profesionales y sus convicciones de ciudadanos dem¨®cratas al servicio de la patria de todos. A este respecto si los ilustres soldados que se abstuvieron o estuvieron en contra en la ocasi¨®n de las votaciones del Senado sobre el texto constitucional hubieran sabido hasta qu¨¦ punto su actitud, que sin duda lavaba sus conciencias, abrumaba las de los espa?oles, quiz¨¢ habr¨ªan repensado su voto. Porque los tres senadores reales, ¨²nicos uniformados en el Parlamento constituyente, no deb¨ªan de haber prescindido de las consideraciones que su gesto provocaba en la sociedad civil. Las dos terceras partes de este pa¨ªs no ha vivido la guerra y ha pasado la mayor parte de su existencia a la sombra de un r¨¦gimen dictatorial emanado de un levantamiento. De modo y manera que por desgracia, y por la culpa indudable del propio dictador, el Ej¨¦rcito ha sido mucho m¨¢s temido que comprendido y apoyado. Por todo ello, es preciso multiplicar los esfuerzos de di¨¢logo y acercamiento entre la sociedad y las Fuerzas Armadas.
La otra cara de la moneda son las inevitables repercusiones pol¨ªticas que ha de tener lo sucedido. Los gal¨¢cticos de este golpe de mano militar estaban al menos lo suficientemente cuerdos para intentar darlo en un momento de creciente deterioro del ejecutivo, que va a llegar al 6 de diciembre casi con la lengua fuera, acosado a un tiempo por el terrorismo, la inquietud econ¨®mica, graves problemas en la pol¨ªtica exterior y una crisis global de su autoridad. Este pa¨ªs necesita un ejecutivo fuerte con una mayor¨ªa razonable en las Cortes durante el pr¨®ximo futuro si se quiere que lo encaremos con cierto optimismo. La aprobaci¨®n de la Constituci¨®n marcar¨¢ la normalizaci¨®n pol¨ªtica pero no se podr¨¢ hablar de absoluta estabilidad mientras las leyes org¨¢nicas que la propia Constituci¨®n prev¨¦ y, de manera muy especial, los estatutos de autonom¨ªa, no se promulguen. ?C¨®mo puede amparar la redacci¨®n de dichos estatutos un Gobierno sin apoyo parlamentario suficiente y con la amenaza no del todo despejada del rechazo de sectores militares? La cuesti¨®n de las nacionalidades, todo lo opinable que se quiera pero que ha sido aceptada por la mayor¨ªa abrumadora del Parlamento que representa al pueblo espa?ol, viene siendo agitada desde el oscurantismo de la ultraderecha y del partido del se?or Fraga como el elemento de discordia m¨¢s visible entre los cuadros del Ej¨¦rcito. Si no se clarifica hasta el final lo sucedido la semana pasada y no se fortalece el Gabinete despu¨¦s del refer¨¦ndum, resultar¨¢ materialmente imposible emprender el proceso auton¨®mico -al menos en donde resulta m¨¢s delicado y urgente hacerlo, Catalu?a y el Pa¨ªs Vasco- sin ver c¨®mo se acrecientan las tensiones y los extremismos.
Es, pues, m¨¢s que necesario un Gobierno fuerte despu¨¦s de aprobada la Constituci¨®n. ?Pero como ha de obtenerse? ?Ser¨¢ fuerte un equipo de la UCD con el renovado apoyo del voto de investidura, a base de pactar con la minor¨ªa catalana y los comunistas? Resulta bastante dudoso. Un Gobierno as¨ª, con el fantasma de unas elecciones municipales por delante que dar¨¢n muchos puntos a la izquierda, la crisis econ¨®mica y las interrogantes que la propia ?Operaci¨®n Galaxia? plantea no podr¨¢ durar mucho tiempo. Ni aun en el caso de que Su¨¢rez cayera en la tentaci¨®n de resolver la crisis militar a cambio de un relevo en el Ministerio de Defensa, lo que en realidad ser¨ªa una claudicaci¨®n.
Si el presidente no quiere ir a las elecciones generales -y no tendr¨¢ nunca tantos motivos para hacerlo como ahora- para no agitar m¨¢s el pa¨ªs y no encarecer tambi¨¦n m¨¢s el costo de la transici¨®n, la ¨²nica otra alternativa que podr¨ªa devolver la confianza a los ciudadanos es un Gobierno de coalici¨®n con participaci¨®n del PSOE; un equipo a plazo fijo y con un calendario pol¨ªtico pactado y p¨²blico, que act¨²e como Gobierno provisional durante la redacci¨®n de los estatutos de autonom¨ªa y las leyes org¨¢nicas fundamentales -entre ellas la de Defensa- Esto que a la postre significar¨ªa volver a la soluci¨®n que hace m¨¢s de un a?o muchos solicitaron, permitir¨ªa retrasar las elecciones generales, celebrar las municipales con garant¨ªas, abordar los estatutos auton¨®micos con respaldo popular y parlamentario, redactar con celeridad las leyes org¨¢nicas, mejorar nuestra situaci¨®n en ¨¦l exterior y abrir perspectivas de arreglo en lo econ¨®mico.
Pero en cualquier caso lo que no podr¨¢ el presidente es agotar el tiempo de un mes a partir del d¨ªa del refer¨¦ndum que las Cortes le dieron, para descubrir el arcano de los secretos y contar a los espa?oles qu¨¦ es lo que piensa hacer.
Este pa¨ªs merece mejor trato del que se le proporciona ¨²ltimamente y tiene derecho a no sumergirse en las Navidades sin conocer el calendario pol¨ªtico que le aguarda y del que dependen, en definitiva, cosas graves y ser¨ªas. Tiene derecho tambi¨¦n al optimismo, a saber que se emplear¨¢ la energ¨ªa contra los enemigos de la libertad de todos, se castigar¨¢ a los rebeldes y se movilizar¨¢ a la opini¨®n, p¨²blica contra el golpismo. Este pa¨ªs tiene derecho a saber que su futuro no va a ser por m¨¢s tiempo resuelto en los pactos de la conveniencia o el miedo cuando alguien ha levantado una daga sobre la democracia. Y no bastan los aplausos en el Parlamento para devolver la confianza. El Gobierno y su presidente deben saberlo.
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