Ribbentrop acus¨® a un ministro espa?ol de estar al servicio de los ingleses
Para evitar mayor confusi¨®n en relaci¨®n con los temas tratados en los art¨ªculos que analizo, convendr¨ªa distinguir tres momentos: primero, mi viaje a Berl¨ªn en septiembre de 1940; segundo, el encuentro de Franco con Hitler en Hendaya -del que ya me he ocupado en el n¨²mero anterior de este diario-, y el tercero, mi entrevista con Hitler en el Berghof.Las cosas empezaron as¨ª: el coronel Beigbeder, ministro de Asuntos Exteriores en aquel tiempo, hombre de una personalidad singular, con buena cultura ?parcial?, y con ?su inteligencia?, era muy inestable, por emplear una palabra hoy tan en uso. Tom¨® parte en la organizaci¨®n del alzamiento en Marruecos -devoto fervoroso de Franco al principio, y conspirador contra ¨¦l m¨¢s tarde-, fue primero falangista exaItado y german¨®filo para rendirse muy pronto, pese a su honradez, a ciertos encantos de la embajada inglesa, que empez¨® as¨ª a conocer con demasiada familiaridad y rapidez los documentos, las noticias, los informes cifrados que llegaban a nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores. Alguien, creo que un coronel que luego fue ministro, inform¨® al General¨ªsimo del malestar que ello produc¨ªa en la misi¨®n militar alemana y en otros elementos de la embajada, y fue este el motivo por el que Franco, disgustado, preocupado por el mal humor de los nazis, en las horas m¨¢s altas del poder¨ªo de ¨¦stos, decidi¨® enviarme a Berl¨ªn -en raz¨®n de mi notoria germanofilia- para clarificar la situaci¨®n y hacer saber, una vez m¨¢s, al Gobierno alem¨¢n y a Hitler nuestros sentimientos de leal amistad y prop¨®sitos de colaboraci¨®n; todo ello en la l¨ªnea y en el tono que claramente resulta de las cartas que ¨¦l me enviaba en avi¨®n, y en mano del teniente coronel Tom¨¢s Garc¨ªa Figueras, ilustres africanista.
Al llegar a Berl¨ªn encontr¨¦, efectivamente, en mi primera conversaci¨®n con Ribbentrop, un ambiente de recelo y desconfianza y as¨ª, al hablarle de apreciaciones nuestras sobre la situaci¨®n de Inglaterra, me interrumpi¨® con intemperancia diciendo que alg¨²n ministro espa?ol estaba al servicio, o poco menos, de la embajada brit¨¢nica en Madrid, a lo que yo hube de replicar que los ministros pod¨ªamos estar acertados o equivocados en nuestras actuaciones, pero que ninguno cre¨ªa servir otro inter¨¦s que el de Espa?a. No insisti¨® sobre el caso Beigbeder, al que sin duda se refer¨ªa, pero en seguida, ante otra rectificaci¨®n m¨ªa, dijo ir¨®nicamente que nuestra fuente de informaci¨®n sobre las cosas inglesas,era la que Sir Robert Vansittart, alto jefe del Foreign Office, proporcionaba a nuestro embajador en Londres.
Ante tan delicada situaci¨®n, yo, en mis conversaciones con Hitler y con el ministro Ribbentrop, cumpl¨ª el encargo de Franco -en t¨¦rminos que merecieron su elogio- de hacer protesta de nuestra verdadera amistad, de nuestra solidaridad, de nuestro deseo de una colaboraci¨®n activa -por el momento imposible- tan pronto como se resolvieran satisfactoriamente los problemas del suministro de v¨ªveres, materias primas y armamento para la adecuada preparaci¨®n del Ej¨¦rcito, entrando en cifras y detalles, preparados ya en Madrid, y siempre, que se garantizara a Espa?a la reivindicaci¨®n de los territorios africanos, a los que m¨¢s tarde hizo Franco referencia en Hendaya. Y no obtuve, ciertamente, sobre este punto, como se?alan los art¨ªculos de referencia, declaraci¨®n satisfactoria. Nada concreto. Nada efectivo.
Escena delirante
Pude apreciar, en las muchas conversaciones que all¨ª celebr¨¦, el gran inter¨¦s que Hitler y el Gobierno ten¨ªan por los territorios de Africa, aunque no estuvieran en la zona de influencia que Alemania proyectaba reservarse. No olvidar¨¦ nunca la escena delirante (muchas veces me la ha recordado con humor Antonio Tovar) que nos ofreci¨® Ribbentrop se?alando con un puntero, sobre un mapa colgado en la pared, una enorme extensi¨®n que abarcaba desde el paralelo del lago Tchad hasta Angola y Mozambique, cogiendo Camer¨²n, el Africa Eucatorial francesa, el Congo franc¨¦s y el belga, tambi¨¦n Guinea y los territorios de Kenia y Tanganica. Todo aquello era la zona de intereses alemanes, el impeno que so?aban en el coraz¨®n de Africa, para el pueblo alem¨¢n. Y a¨²n otro d¨ªa, en reuni¨®n un poco ocasional -imprevista-, estando yo con Ribbentrop, con el subsecretario Weizseker y el bilingile Gross, me manifest¨® que tambi¨¦n quer¨ªan algunos enclaves en la zona de las pretendidas reivindicaciones espa?olas, tales como Mogador y Agadir, para establecer all¨ª bases militares; y al referirse, de a?adidura, a la necesidad de establecer otra base para sus aviones en Canarias, fue cuando yo, puesto en pie, le dije que interrump¨ªa toda conversaci¨®n y me marchaba a Espa?a, cre¨¢ndose as¨ª una gran tensi¨®n que fue resuelta por la cortes¨ªa, frecuente en los marinos, del citado subsecretario Weizseker.
?Fracaso?
Se dice en los art¨ªculos de referencia que el viaje fue un fracaso. Veamos: ?Fracaso por no haber conseguido satisfacci¨®n a nuestras reivindicaciones territoriales? Desde luego. ?Fracaso por no haber concertado la entrada en la guerra? Tambi¨¦n. Dos fracasos que, con el definitivo de Hendaya, la participaci¨®n armada en ¨¦l conflicto no tuvo lugar.
?Menguado triunfo hubiera sido aquel que nos condujera a la guerra por la concesi¨®n de unos territorios que, al fin, tal como se desenlaz¨® el drama del mundo y son hoy sus ideas dominantes, habriamos perdido sin remedio por considerar ileg¨ªtimo el t¨ªtulo de su adquisici¨®n!
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