"La educaci¨®n del pr¨ªncipe y de los pr¨ªncipes"
Catedr¨¢tico de la Universidad de SalamancaUna de las formas m¨¢s lucidas y realistas de conocer la historia espiritual y pol¨ªtica de Occidente es sondear en las ideas y h¨¢bitos mentales con que se ha alimentado a los j¨®venes pretendientes a los tronos de los imperios roma nos, germ¨¢nicos o hisp¨¢nicos, o con que se han alimentado las revolucionarias; aspiraciones de los futuros presidentes de rep¨²blicas liberales o socialistas. Desde los pol¨ªticos a los te¨®logos, desde Maquiavelo a Santo Tom¨¢s, esta iniciaci¨®n del pr¨ªncipe a la vida y r¨¦gimen de los Estados ha sido preocupaci¨®n central de sus re flexiones te¨®ricas.
Un colega de Universidad y animador te¨®rico de un partido pol¨ªtico acaba de escribir unas palabras sobre el tema de la ense?anza, que nos reflejan el actual inter¨¦s de los partidos menos mon¨¢rquicos por este problema. Pero ahora ese inter¨¦s ha pasado de las graves especulaciones sobre su funci¨®n e ideas a otra pregunta m¨¢s realista y concreta: ?Qui¨¦n paga la educaci¨®n del pr¨ªncipe? ?En qu¨¦ colegio puede o debe estudiar? El citado colega afirma no comprender c¨®mo el Estado pueda. financiar ?un colegio como Los Rosales, adonde acuden los hijos del Rey?. (Vida nueva, 1150, 21-10-1978, p¨¢gina 16.)
Yo quisiera extender esas razones a otros ?pr¨ªncipes?, des velando con este motivo luces y sombras, es decir, las ambig¨¹edades profundas, en las que el tema de la ense?anza pese a todo sigue sumido, y seguir desenmascarando los intereses de orden econ¨®mico y pol¨ªtico que subyacen a muy te¨®ricas cuestiones brillantemente expuestas por especialistas en la materia.
De entrada quiero hacer una precisi¨®n: no conozco personal mente a nadie del colegio de Los Rosales, no tengo ninguna otra noticia sobre ¨¦l, y ni siquiera s¨¦ su localizaci¨®n material. Y al Rey y a sus hijos s¨®lo los he visto, como la mayor parte de los espa?oles, a trav¨¦s de la televisi¨®n. Quiero decir con esto que la cuesti¨®n que me mueve es de muy otro orden. Y es la siguiente: saber qui¨¦nes, cu¨¢ndo y d¨®nde hay que pagar la ense?anza en Espa?a. Mi colega parece decir que nadie que sea ?hijo de rey? puede recibir gratis del Estado la ense?anza. Lucid¨ªsima tesis; pero se deber¨ªa a?adir que todos los ?principes e hijos de reyes? (es decir, ministros, subsecretarios, directores, presidentes de partidos, empresarios, millonarios, etc¨¦tera, con independencia de qu¨¦ colegios elijan, sean p¨²blicos o privados, religiosos o antirreligiosos, con una pedagog¨ªa de Freinet o de Freire, de Ruiz Amado o de Pestalozzi) deben pagar absolutamente todo el coste de su ense?anza; m¨¢s en concreto, todo lo que el Estado invierte en ella y lo que cada puesto escolar le cuesta a la sociedad en ese centro; sociedad que es quien, en ¨²ltima instancia, paga.
?Qu¨¦ extra?a maniobra, no s¨¦ si de izquierdas o derechas, ha canalizado hasta ahora la discusi¨®n sobre la ense?anza por el estrecho de las instituciones docentes y de sus posibles orientaciones te¨®ricas, con el secreto intento de que no se pisara tierra firme en el an¨¢lisis de las situaciones econ¨®micas de los padres de los alumnos? La ense?anza en Espa?a, antes que un problema pol¨ªtico, es un problema t¨¦cnico: ?c¨®mo ofrecer con los medios que se tiene una ense?anza m¨¢s cualificada al mayor n¨²mero de ni?os espa?oles, es decir, a todos los ni?os en edad escolar? A esta luz, ?qu¨¦ desolaci¨®n de esp¨ªritu nos crea ver el desierto de silencios c¨®mplices que las palabras de la profesora Gloria Begu¨¦ encontraron en el Senado al hablar de las condiciones internas, necesarias para lograr una ense?anza objetivamente cualificada, de forma que la sociedad pueda encontrar respuestas objetivas a sus problemas reales?
Pero la ense?anza es, a su vez, un problema econ¨®mico- fiscal. Si un Estado social y democr¨¢tico quiere cumplir aquella funci¨®n que le es propia: ser promotor en un orden y hacer de freno en otro, y como resultado nivelar las clases sociales de un pa¨ªs, debe establecer unos criterios coherentes y consecuentes. Debe posibilitar el acceso a la ense?anza de todos los ciudadanos, en una medida inversamente proporcional a las posibilidades econ¨®micas de los sujetos. Hay alumnos a quienes debe cobrarles todo el costo real de sus estudios; a otros, la mitad; a otros, una leve aportaci¨®n, y a otros, nada. Finalmente, a otros tendr¨¢ que comenzar por procurarles, antes que unas condiciones de estudio, unas condiciones de existencia, en las que nazca la posibilidad y el deseo de acceder al estudio, en las que sientan su ignorancia como real carencia y el saber como una necesaria riqueza.
Hablar de igualdad y de gratuidad para todos en la misma forma es el supremo encubrimiento de la m¨¢s grave injusticia. ?Es justo que los hijos del ministro, situado al lado del mejor instituto de ense?anza media y al lado de la mejor Universidad, no tengan que pagar nada, lo mismo que el hijo del campesino al lado de una marginada escuela de pueblo, a cientos de kil¨®metros de la Universidad? El no haber querido abordar el tema de la ense?anza en esta perspectiva y haber centrado todo el problema en el binomio ?escuela p¨²blica-escuela privada? revela el clasismo brutal que nos encierra a todos. A no ser que sea otra la intenci¨®n de fondo: que se est¨¦ intentando por el camino de la eliminaci¨®n de las instituciones surgidas de la iniciativa libre de grupos humanos cerrar la posibilidad de que los ciudadanos piensen libremente, transmitan una actitud ante la vida, hagan posible una manera de estar en el mundo, a la que despectivamente se considera como no cient¨ªfica, m¨¢gica y trasnochada. Si es esto, entonces habr¨ªa que tener el valor de confesar semejante intenci¨®n para que todos nos orientemos en torno a los nuevos imperialismos, su procedencia y sus metas.
El real debate sobre la ense?anza comenzar¨¢ al d¨ªa siguiente de aprobar la Constituci¨®n, que es la primera tarea de paz y la primera tierra de concordia que los espa?oles tenemos que poner bajo los pies para no visitar el abismo del enfrenta miento fraterno y para hacer posible la reconciliaci¨®n; el signo m¨¢s urgente de humanidad y de madurez hist¨®rica que hoy necesitamos.
La clave para saber qu¨¦ con tiene realmente y qu¨¦ va a dar d s¨ª en nuestra historia concreta esa caja de sorpresas que es el art¨ªculo 27 de la Constituci¨®n nos la ha dado ya el reciente proyecto de ley sobre universidades. No vamos a entrar en el an¨¢lisis de todo el texto y nos limitamos a aludir a dos puntos Primero, la autonom¨ªa. S¨ª es verdad que la mala gesti¨®n, el escaso rendimiento o la distancia de lo universitarios respecto de la sociedad circundante ha merecido el que la Universidad pase a se realmente gestionada por otras fuerzas de la sociedad, entonces est¨¢ bien hecho el traspaso de poderes. En cualquier caso hay que ser consciente de que la Universidad tampoco ahora va a ser aut¨®noma, es decir, dirigida por las personas que la constituyen. A tenor del texto actual, hablar de autonom¨ªa de la Universidad, cuando las decisiones claves y las fuentes de financiaci¨®n est¨¢n en otras manos que las de los universitarios, es m¨¢s bien un eufemismo, si no queremos decir una farsa. No digo yo que esto no tenga que ser as¨ª: ahora s¨®lo me preocupa desmantelar el encubrimiento sem¨¢ntico, que lleva consigo hablar de autonom¨ªa.
Segundo tema: las universidades privadas. Si las existentes -respecto de las cuales lo primero que habr¨ªa. que hacer es analizar y diferenciar- merecen un
Juicio mortal en el tribunal de la actual conciencia colectiva espa?ola, entonces deben morir. Ser¨ªa un acto de justicia hecho para con la sociedad. Y ser¨ªa un acto de justicia tambi¨¦n para ellas; en cualquier caso algo m¨¢s digno y menos humillante que la suerte que el texto del proyecto les reserva. El rechazo fundamental de toda financiaci¨®n es un primer golpe mortal. Y el remate de esa vida, si es que alguna quedase, lo da la reglamentaci¨®n jur¨ªdica que se establece para la preparaci¨®n y habilitaci¨®n del profesorado. Un Gobierno socialista radical no hubiera preparado un cedazo m¨¢s fino, para cernir grano y granzas, ante los posibles intentos de perduraci¨®n o surgimiento nuevo de dichas instituciones universitarias. Si es que la desaparici¨®n de tales universidades es un logro para la justicia y para la libertad del pa¨ªs, habr¨ªa que pensar en su eliminaci¨®n con mayor explicitud y m¨¢s r¨¢pida eficacia.
Interrogado un ministro por el tema respondi¨® con unas palabras o ideas dignas de la mejor antolog¨ªa fascista: ?Quien quiera identidad en la ense?anza que se la pague.? Traducido en romance, equivaldr¨ªa a decir que el Estado pone una cabeza sobre los hombros de cada ciudadano que viene a este piel de toro y le da dicho lo que tiene que pensar, saber y decidir. Si al espa?olito hipot¨¦tico se le ocurre no concordar al cien por cien con tal consenso, y quiere otros saberes, pensares y esperanzas, una de dos, o deja de pensar, o tendr¨¢ que proveer por s¨ª mismo a su cabeza, porque a partir de ese instante, culturalmente, el Estado se desentiende de ¨¦l.
La cuesti¨®n de la ense?anza hay que arrancarla al secuestro y enmascaramiento que padece por todas las laderas. El binomio que hay que discutir y resolver no es ?escuela p¨²blica gestionada directamente por el Estado-escuela libre gestionada por grupos de la sociedad?, que lo deber¨¢n decidir los ciudadanos cuando tengan libertades no s¨®lo formales, sino reales, es decir, medios econ¨®micos para llevar a cabo la elecci¨®n. El binomio que escuece y hay que afrontar es este otro: ?ricos-pobres?, ?ciudad-campo?, ?regiones privilegiadas-regiones marginadas?, hijos de pr¨ªncipes-hijos de proletarios?, ?hacendados-emigrantes?, ? ni?os cortesanos- ni?os yunteros?. Por ello, en favor de ¨¦stos yo apelo al poeta para clamar libertad y justicia y esperar que no sigan siendo carne de yugo, con un cuello perseguido, que no sigan de hecho naciendo ?como la herramienta a los golpes destinados, de una tierra descontenta y de un arado insatisfechos? ( M. Hern¨¢ndez).
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