Las lealtades de Madariaga
En las primeras horas del d¨ªa 14 de diciembre, mientras yo cruzaba el Atl¨¢ntico y el Ecuador, pasaba Salvador de Madariaga la gran frontera. Ha sido la primera noticia al llegar a Espa?a, la primera tristeza. Quiero escribir unas palabras apresuradas, tras una noche insomne, con la retina todav¨ªa llena de im¨¢genes de Am¨¦rica del Sur, cuando a¨²n no he salido a la calle de Madrid.La muerte de un hombre de 92 a?os parece normal; con ese criterio, utilitario que ha llegado tan hondo, parece que el hombre de esa edad ha dado ya lo que ten¨ªa que dar, y puede prescindirse de ¨¦l: ya no se espera mucho de su producci¨®n. No estoy seguro de que este fuese el caso de Madariaga, y ten¨ªa esperanza de leer todav¨ªa escritos suyos de no poco inter¨¦s y de viva actualidad. Pero en todo caso, esa actitud me repugna profundamente. Lo que sobrenada en m¨ª es la impresi¨®n dolorosa de que ?ya no hay Madariaga? -la que he sentido cada vez que ha muerto uno de nuestros grandes viejos, y aun algunos grandes que no hab¨ªan llegado a envejecer.
Salvador de Madariaga estaba ah¨ª. Donde fuese: en Oxford, los ¨²ltimos a?os en Locarno, brevemente en Madrid, que qued¨® m¨¢s enriquecido de lo que pens¨®, y sobre todo de lo que le hicieron pensar. Hab¨ªa nacido en 1886, precisamente en el a?o central, si mis cuentas no est¨¢n equivocadas, de la generaci¨®n que empez¨® con Gabriel Mir¨® y Eduardo Marquina y termina con Jorge Guill¨¦n, dejando en medio a P¨¦rez de Ayala, Aza?a, Ortega, Eugenio d'Ors, Mara?¨®n, Am¨¦rico Castro, Ram¨®n G¨®mez de la Serna, Pedro Salinas, Claudio S¨¢nchez Albornoz, con quien hablaba hace unos d¨ªas en Buenos Aires... Era Salvador de Madariaga ingeniero, hombre internacional, diplom¨¢tico y en ocasiones pol¨ªtico; pero era sobre todo historiador y escritor. M¨¢s que nada escritor, en varias lenguas -cosa tan extra?a-; en espa?ol, franc¨¦s e ingl¨¦s estaba como en su casa, y se mov¨ªa con comodidad en otros aposentos ling¨¹¨ªsticos. Lo que quiz¨¢ no se ha advertido es que iba siendo con los a?os un escritor interesante; si se leen des pacio dos libros de su vejez alerta, Mujeres espa?olas y Espa?oles de mi tiempo, se ve hasta qu¨¦ punto este hombre que pas¨® la mayor parte de su vida fuera de Espa?a era irremediablemente espa?ol; y yo dir¨ªa m¨¢s: crecientemente espa?ol. A medida que iba avanzando enla vida, que ten¨ªa a Espa?a m¨¢s lejos en la presencia f¨ªsica, se le iba recrudeciendo su espa?olismo, y eso se reflejaba en su prosa, que adquir¨ªa un sabor, una intensidad, una fuerza que antes no hab¨ªa tenido. Despu¨¦s de cuarenta a?os seguidos de ausencia, hab¨ªa dejado de ser ?cosmopolita? para ser fieramente espa?ol. Un espa?ol, bien entendido, que llevaba el mundo dentro.
La lealtad de Madariaga a Espa?a fue ilimitada, y el n¨²cleo de todas las dem¨¢s. Ha vivido y ha muerto pensando en ella, sirvi¨¦ndola y sin servirse de ella. Ha arrostrado incluso la impopularidad -varias impopularidades- con tal de serle fiel; quiero decir de serle fiel en su integridad, con su pasado y su presente, con su memoria hist¨®rica y sus esperanzas, con sus glorias y sus errores, con sus bandos encontrados, de los cuales no quiso ser banderizo.
Por ello fue leal a la realidad hisp¨¢nica en su conjunto, a ese mundo hisp¨¢nico al cual se refiri¨® con patriotismo interno, al que irrit¨® no pocas veces, como se irrita al propio pa¨ªs, al que se trata sin cortes¨ªa pero con amor. La contribuci¨®n de Madariaga, aparte de tal o cual error ocasional, al entendimiento de los pueblos hisp¨¢nicos ha sido enorme, y tendr¨¢ que ser reconocida, m¨¢s a¨²n, vivida.
Y no fue menos leal a la otra enorme realidad hist¨®rica y social a la que Espa?a pertenece: Europa. Era proverbial ver en Madariaga ?el gran europeo?; lo era, pero justamente porque ten¨ªa que serlo para ser espa?ol de verdad y sin enga?os, para no ser un aldeano petulante o un semianalfabeto de los que desde?an su pa¨ªs natal. El europe¨ªsmo de Madariaga -su ¨²ltima gran Ilusi¨®n fue la constituci¨®n de una Academia Europea con la que so?aba desde hace treinta a?os- era interno, de ?hijo de la casa?, y su t¨ªtulo de legitimidad no era otro que su espa?ol¨ªa.
Finalmente, tuvo una lealtad m¨¢s, program¨¢tica, vuelta al futuro, que vivificaba todas las dem¨¢s, las despojaba de todo car¨¢cter nost¨¢lgico o arqueol¨®gico, las proyectaba hacia el futuro (y hac¨ªa que ¨¦l tuviese futuro pasados los noventa a?os): la libertad. Salvador de Madariaga ha sido desde el comienzo de su vida p¨²blica hasta hoy liberal -esa palabra que es como un pararrayos que atrae los denuestos y la hostilidad de unos y otros-. Ha afirmado la libertad sin restricciones frente a todos sus enemigos; y lo que es m¨¢s, frente a todos los desmayos, frente a todos los pretextos con los cuales tantos hombres de nuestro tiempo se han cre¨ªdo autorizados a claudicar y ceder. Madariaga no lo hizo, y lo pag¨® bien caro: por lo pronto, con cuatro decenios de destierro; y de tal manera, que no pudo cosechar laureles pol¨ªticos, de los que f¨¢cilmente se tributan en nombre de la libertad a los que siempre han procurado destruirla, sino al contrario: tuvo que soportar insidias, ataques y fingidos gestos de desd¨¦n, con los cuales tantas veces se encubre el temor a que lo desde?ado sea m¨¢s real que el desde?ador.
Lejos de ser ?anticuado?, el liberalismo"de Madariaga era la actitud del futuro. Y digo esto en sentido literal, porque el liberafismo es la condici¨®n de que haya futuro, negado por los que creen que en rigor no hay historia y que ya est¨¢ todo determinado, y basta con leer un libro pasar saber lo que va a pasar (porque, en rigor, piensan que no va a pasar nada).
Cuando lo recib¨ª en la Academia Espa?ola, lo hice con efusi¨®n y con emoci¨®n profunda. Hab¨ªa visto muy poco a Madariaga: desde mis veinte a?os, en 1934, hasta aquel d¨ªa de 1976, no hab¨ªa vuelto a verlo. Pero nos un¨ªa una viva amistad hecha de sinceridad y adhesi¨®n a unas cuantas cosas esenciales. No est¨¢bamos de acuerdo en todo, ni hac¨ªa falta, pero nos sent¨ªamos en profunda concordia. Quer¨ªamos que Espa?a, el mundo hisp¨¢nico, Europa fuesen libres, fuesen lo que quieren ser, lo que puedan verdaderamente querer ser. ?Y el resto del mundo? -preguntar¨¢ alguno de los que no se contentan con menos que con el globo terr¨¢queo entero, mientras acaso olvidan al vecino de enfrente-. ?No les interesaba? Por supuesto s¨ª, creo que hubiese contestado el viejo, inocente, malicioso don Salvador; pero para ese inmenso resto del mundo no occidental. no se trata de ?querer?, sino s¨®lo de ?desear?: no est¨¢ en m¨ª mano, en nuestra mano, que las cosas sean as¨ª; los deseos van hacia esos otros mundos; la voluntad, dispuesta a hacer lo necesario, queda confinada a nuestro mundo: Espa?a, Europa, Am¨¦rica. Eso que solemos llamar Occidente.
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