Franco quiso desde un principio modificar las relaciones con el Vaticano
Ayer se cumpli¨® el vig¨¦simo quinto aniversario de la firma del Concordato de 1953, el documento que ha regulado las relaciones, a veces tensas, a veces inmejorables, entre el Vaticano y el r¨¦gimen de Franco. Este Concordato, que con la firma de los acuerdos parciales entre el Estado espa?ol y la Santa Sede est¨¢ ahora en proceso de revisi¨®n, permiti¨® a los sucesivos Gobiernos franquistas tener en un pu?o, en muchas ocasiones, a la jerarqu¨ªa cat¨®lica espa?ola, pero tambi¨¦n hizo disfrutar a la Iglesia de una situaci¨®n particularmente ventajosa durante d¨¦cadas en Espa?a. Sobre los antecedentes hist¨®ricos de la firma del Concordato de 1953 y sobre los acuerdos parciales, escribe el profesor .
El general Franco, en su primer discurso, tras su toma de posesi¨®n como ?Jefe del Gobierno del Estado espa?ol?, anunci¨® que el nuevo Estado aconfesional concordar¨ªa con la Iglesia las respectivas facultades incorporando el sentido cat¨®lico en la reconstrucci¨®n nacional, pero sin que ello significase intromisi¨®n alguna en las facultades y actividades del Estado. Este discurso, redactado por Nicol¨¢s Franco, fue de inmediato contestado por la Junta Nacional Carlista y otros personajes. Ante estas protestas, el general Franco manifestar¨ªa al cardenal Gom¨¢ que ¨²nicamente hab¨ªa querido concretar la libertad del Estado y la Iglesia en sus atribuciones espec¨ªficas, a?adiendo: ?Lo que yo no quiero es que haya obispos que sean factura de Romanones.?Ser¨¢ durante la guerra civil cuando el general Franco cristalice en sus ideas sobre la actividad y significado pol¨ªtico del Vaticano -tardanza en el reconocimiento, actitud ante el tema vasco, intentos de mediaci¨®n, contactos con la zona roja-, al que lleg¨® a considerar como entorpecedor y que no dud¨® en calificar, en diversas ocasiones, como pelludicial para la pol¨ªtica de Espa?a (1). En realidad, Franco asume en este punto el ideario de la derecha m¨¢s integrista, que logr¨® hacer saltar al nuncio Tedeschini un mes antes de producirse el alzamiento. Esto se percibe con m¨¢s claridad cuando la Santa Sede, con cierta sagacidad, despu¨¦s de hacer una serie de cambios y traslados en las sedes episcopales, sin producirse ninguna protesta por parte del Gobierno de Burgos, procedi¨® al nombramiento unilateral del P. Ballester como obispo de Le¨®n, salt¨¢ndose el Concordato de 1851, todav¨ªa vigente al no haber sido denunciado durante la Rep¨²blica. Este sacerdote, por ser miembro de la Congregaci¨®n de los Lazaristas, haber sido educado en Francia, ser visitador de las monjas de la Caridad francesas y viajar con pasaporte franc¨¦s -tambi¨¦n porque Tedeschini hab¨ªa querido hacerle cibispo-, se le acus¨®, nada menos, que de ser un ?cibispo afrancesado?. En seguida se puso un telegrama al encargado de Negocios ante la Santa Sede, d¨¢ndole instrucciones para que protestase por este nombramiento, acept¨¢ndolo s¨®lo como un hecho consumado. A partir de este momento comienza la ofensiva para la revivisciencia del Concordato de 1851 y, con ello, la posibilidad de retener el privilegio de presentaci¨®n de obispos (2).
El Vaticano se opondr¨ªa de inmediato, dados los nuevos criterios can¨®nicos tras la gran guerra, el precedente de la Segunda Rep¨²blica -ni uno solo de los propues tos por la Rep¨²blica fue hecho obispo-, las claras violaciones del Concordato y el hecho de que con Pita Romero se hab¨ªa intentado la negociaci¨®n de un modus vivendi. A esto a?¨¢dase la influencia cada vez m¨¢s manifiesta de los alemanes en la zona de Franco y el temor de que este privilegio pudiera servir para fomentar una Iglesia nacional, idea esta avanzada en algunos ambien tes derechistas y falangistas y por el propio Sangroniz, jefe del gabinete diplom¨¢tico del general Franco, dada la ?tibia? actitud del Vatica no ante la guerra y los precedentes de la actuaci¨®n del nuncio Tedes chini en el tema regional, en el te ma mon¨¢rquico y en el catolicismo pol¨ªtico, hasta ahora insuficiente mente estudiados (3).
Estas son las razones por las que la elecci¨®n del secretario de Estado, el cardenal Pacelli, como Papa, el 2 de marzo de 1939, fue acogida con una frialdad manifiesta en Burgos. El embajador italiano en San Sebasti¨¢n notificar¨ªa al conde Ciano que los ambientes donde m¨¢s se hab¨ªa notado esta aprensi¨®n eran el Ministerio de Asuntos Exteriores, el Cuartel General del General¨ªsimo, la Falange y el Ministerio del Interior (4).
P¨ªo XII, conociendo esta corriente de opini¨®n, nada favorable hacia su persona, comenz¨® enviando al general Franco y ?a la noble naci¨®n espa?ola? sus mejores afectos, y el 16 de abril, en un mensaje radiado, hizo un elogio de la naci¨®n espa?ola fuera de lo corriente.
En este clima de distensi¨®n se reanudaron los contactos, pero se interpuso el proyecto de acuerdo cultural hispano-alem¨¢n, que nunca se ratificar¨ªa por las repetidas ofensivas de los obispos y el Vaticano; el asunto del cardenal Vidal y Barraquer, a quien se consideraba incompatible con la nueva Espa?a y a quien, incluso en el Vaticano, ya se hab¨ªa dejado caer poco antes de la muerte de P¨ªo XI, por lo que tuvo que presentarse en Roma para defender sus derechos; y los movimientos. internacionales de propaganda pol¨ªtico-religiosa, tratando de atraerse a la Iglesia espa?ola a la ¨®rbita de las democracias en contra de Italia y Alemania e indirectamente en contra de la Falange y el nuevo Estado, sobre todo tras la firma del pacto germano-sovi¨¦tico. Esto explicar¨¢ los errores totalitarios del oto?o de 1939: supresi¨®n de los estudiantes cat¨®licos, prohibici¨®n de la pastoral del primado, cardenal Goma interferencia de la escucha de la enc¨ªclica Summi Pontificatus, transmitida por Radio Vaticana, y su censura en un primer momento en toda la prensa espa?ola.
Ante estos errores, el nuevo Estado, dada la situaci¨®n tan dif¨ªcil que se fe creaba en el interior, y habiendo ido poco a poco cediendo codas sus bazas en orden a la negociaci¨®n con el Vaticano, por presiones de la Iglesia espa?ola y motivos de pol¨ªtica interna, tuvo que desprenderse de la ya ¨²nica carta valiosa que le quedaba, restaur¨¢ndose unilateralmente el presupuesto de culto y clero.
El Vaticano, ante la repetida actitud de desprendimiento del Gobierno espa?ol, sigui¨® con su t¨¢ctica favorita de posponer la soluci¨®n de los problemas, presentando f¨®rmulas que se alejaban deliberadamente del derecho de presentaci¨®n. Por esta raz¨®n, en enero de 1940, el embajador Yanguas Mess¨ªa fue llamado por el Gobierno, dejando la embajada en situaci¨®n de durmiente.
P¨ªo XII tuvo que templar un poco la situaci¨®n. La oposici¨®n era fuerte. La mayor¨ªa de los cardenales de la curia y la Secretar¨ªa de Estado hubiesen deseado, en el mes de diciembre de 1939, ante la actitud firme del Gobierno espa?ol, que el Vaticano hubiese respondido de un modo seco y tajante, casi un ultim¨¢tum, que, de ser rechazado por el Gobierno, dejase expedito el camino para que la Santa Sede procediera a nombrar obispos sin contar con nadie m¨¢s. El Papa no se avino a esta propuesta, y por ello le convencieron de que una negativa a las pretensiones espa?olas no implicar¨ªa una ruptura de relaciones diplom¨¢ticas. Una vez vista la reacci¨®n del Gobierno espa?ol despu¨¦s de la marcha del se?or Yanguas, estos elementos de la oposici¨®n mayoritarios no vacilaron en aconsejar el desahucio de las demandas espa?olas, aunque significase una ruptura con una naci¨®n de mayor¨ªa cat¨®lica.
P¨ªo XII, por ello, estudi¨® un compromiso tras la vuelta de Yanguas Mess¨ªa con una carta de Franco, respetuosa, pero firme y clara, llegando a redactar un decreto de soluci¨®n en dos puntos; pero en esto se produjo el incidente del cardenal Segura, de mayor complejidad que las versiones hoy en d¨ªa al uso, y todo qued¨® en suspenso. Luego vendr¨ªa el arrollador avance alem¨¢n, con lo que el temor sostenido hasta entonces de un influjo ideol¨®gico nazi en Espa?a en materias religiosas fue avivado y no se pudo avanzar. Franco estaba dispuesto ya a una acomodaci¨®n, pero el nuevo ministro de Asuntos Exteriores mantuvo una l¨ªnea intransigente, reivindicando el derecho de presentaci¨®n tal cual fue reconocido a los Reyes Cat¨®licos (5).
(1) V¨¦ase, entre otros, Ministero degli Affari Esteri (MAE) (Santa Sede) B. 35, telespresso 436/2 12; telespresso 205920. Archivo cardenal Gom¨¢. Gui¨®n para la conversaci¨®n con Franco de 2 de diciembre de 1938. DGFP. Serie DV III, doc. 264, y de forma especial, la poco conocida carta de Franco a Mussolini llevada en mano por Auncis con motivo de la visita de Chamberlain al Vaticano en enero de 1939.
(2) Hildebrando Antoniutti, Memorie autobiografiche, Friuli, 1975, pp. 34.
(3) El tema de la primac¨ªa dar¨ªa lugar a constantes roces entre monse?or Gom¨¢ y el cardenal Vidal y Barraquer, este ¨²ltimo apoyado continuamente por el nuncio Tedeschini, incluso en contra de la Secretar¨ªa de Estado. Las propuestas del cardenal Vidal supon¨ªan una ?B¨¦lgica con cardenal? en un territorio que comprend¨ªa Catalu?a, Baleares y parte de Valencia y Arag¨®n. El tema vasco es mucho m¨¢s complejo.
(4) MAE, B. 52 (Spagna) telespresso 209562.
(5) MAE, B. 48 (Santa Sede) telespresso 11/25422 y 11/29551.
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