Una fecha hist¨®rica
LA SANCI?N real de la Constituci¨®n marca una grata fecha hist¨®rica para este pa¨ªs y cierra un prolongado par¨¦ntesis de interinidades pol¨ªticas, en el que todo fue posible (incluso lo peor), pero del que ha salido felizmente triunfante la sociedad espa?ola, fortalecida en su civismo y en su sentido de la responsabilidad.Con su promulgaci¨®n ma?ana en el Bolet¨ªn Oficial del Estado se consuma un largo per¨ªodo constituyente para dar paso a una verdadera nueva ¨¦poca de la convivencia espa?ola.Todos habremos de pechar con lo mejor de las democracias, que es el disfrute de las libertades, pero tambi¨¦n con lo peor, que consiste en usarlas con tiento -si no se quieren perder- y atenerse a las rutinas de sus viejas y experimentadas normas. Esta democracia de Monarqu¨ªa parlamentaria que acabamos de instaurar es, sin duda, y seg¨²n el cl¨¢sico aserto churchilliano, un mal¨ªsimo sistema de administraci¨®n pol¨ªtica, lleno de deficiencias, pero no se conoce que hasta ahora hayan inventado otro mejor para autogobernarse los seres humanos en r¨¦gimen de libertad.
Puede, por eso, parecer Pecado de triunfalismo o de f¨¢cil autocomplacencia la autofelicitaci¨®n- de todo un pueblo, pero podemos y queremos colocamos, sin ning¨²n rubor hist¨®rico, en tama?a tesitura. Ya en vida del anteriorjefe del Estado los m¨¢s solventes analistas pol¨ªticos no apostaban un adarme por una salida pac¨ªfica o, cuando menos, no revanchista a m¨¢s de cuarenta a?os de autocracia; y los pron¨®sticos m¨¢s halag¨¹e?os apuntaban hacia la construcci¨®n de una seudodemocracia severamente tutelada por Estados Unidos, y con cuarentena legal de los partidos situados a la izquierda de la socialdemocracia. No ha sido as¨ª, el nuevo Estado democr¨¢tico espa?ol garantiza un marco de libertades satisfactorias para la minor¨ªa m¨¢s precaria, y esta sociedad, catalogada tan injusta como interesadamente de ingobernable o incivil, puede encontrar en sus ¨²ltimos tres a?os sobrados motivos para ahuyentar definitivamente eso que el dictador llamaba los demonios familiaf¨¦s. El m¨¢s familiar, y casi el ¨²nico, de nuestros verdaderos demonios era el antiguo r¨¦gimen.
Tras el buen sentido demostrado por todas las fuerzas pol¨ªticas, parlamentarias o no, con la ¨²nica exclusi¨®n de quienes predican y practican el terrorismo y la violencia organizados, es de obliglda menci¨®n se?alar el papel del Rey en todo el proceso, sin cuya primera decisi¨®n (e incluso sin su mera presencia) no hubiera sido posible un tr¨¢nsito pol¨ªtico como el que felizmente termina. No es usual en las democracias coronadas traer y llevar a los monarcas en alabanzas, sino m¨¢s bien el cari?o casi siempre silencioso y el respeto distante yalgo m¨¢gico hacia la figura que encarna el Estado y garantiza simb¨®licamente las libertades de todos. Pero es un dato para la historia que don Juan Carlos ha sido un verdadero promotor de la democracia, de la misma forma que lo fueron en otras circunstancias otros monarcas europeos, tras las convulsiones de la segunda guerra mundial. Su discurso de ayer, sin embig¨¹edades ni alharacas, fue un compromiso abierto con el r¨¦gimen que ha querido darse a s¨ª mismo el pueblo espa?ol, y que enmarca el futuro de nuestro pa¨ªs en amplios cauces de convivencia, por fuertes que sean -y algunas lo son- las tensiones y discrepancias existentes entre los diversos grupos actuantes en la vida social.
El Rey ha presidido, en definitiva, un gran acto hist¨®rico de reconciliaci¨®n nacional en el que todos -partidos pol¨ªticos, centrales sindicales, fuerzas institucionales, Iglesia, Ej¨¦rcito, empresariado, intelectuales y obreros han colaborado en la b¨²squeda de un consenso funda mental de di¨¢logo y unidad. En la arquitecturajur¨ªdica de ese proceso, el cesante presidente de las Cortes -cargo que extingue la Constituci¨®n aprobada-, Antonio Hern¨¢ndez Gil, ha jugado con prudencia, mesura y tacto un dif¨ªcil rol conciliador,como s¨®lo un jurista de su talla podr¨ªa haberlo hecho. Bien merece, en la hora de la despedida, un homenaje de gratitud este hombre callado que ha servido, sin intereses ni ambiciones personales o de grupo, al inter¨¦s de todos.
Y creemos que es bastante. La Constituci¨®n est¨¢ ah¨ª. Marca simplemente un terreno dejuego y las normas del mismo para que los espa?oles d¨ªrimamos diferencias y acordemos propuestas de progreso y futuro. No es el b¨¢lsamo de Fierabr¨¢s, y casi por s¨ª sola no resuelve nada. Garantiza, no obstante, las libertades, y da v¨ªa expedita a la democracia. Ahora todos, comenzando por el Gobierno y la clase pol¨ªtica, podemos ponernos a trabajar en los muchos y graves problemas concretos que el pa¨ªs tiene planteados.
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