Aldo Moro y las hormigas
Ahora resulta que una revista italiana ha acusado a los carabineros, a dos miembros del Parlamento y a una persona ligada al Vaticano de dirigir el secuestro y asesinato de Aldo Moro, y para pasmo y pavor de muchedumbres el juez instructor del caso ha comenzado por confirmar, ?al menos, parte? de lo que dice la revista. Estas noticias siempre la dejan a una medio espeluznada, con el est¨®mago desfondado por el v¨¦rtigo que da cuando te asomas a un complot de altura.Es como si retemblara el suelo bajo tus pies, perdida su natural firmeza, y de s¨²bito adquieres la dolorosa certidumbre de algo que hace mucho que sospechas, a saber, que no eres nadie, que no te enteras nunca de nada y que no se te hace ning¨²n caso. Ay. Es la paranoia del ciudadano-hormiga, que, a veces, te acomete ante sucesos ejemplares como este: un d¨ªa te levantas radiante de seguridad c¨ªvica, te preparas un caf¨¦ instant¨¢neo, crey¨¦ndolo tan buen caf¨¦ como anuncian en la tele, agarras el peri¨®dico con optimismo suicida y, zas, lees lo de Moro. Y ah¨ª se te abre un agujero en la moqueta, el vah¨ªdo ante el vac¨ªo te sofoca, y en tu desesperaci¨®n llegas incluso a comprender que el caf¨¦ sabe a aguarr¨¢s recalentado. Fatal.
De modo que pasas un d¨ªa horroroso, de casa al trabajo, y del trabajo a casa, temiendo ser c¨®mplice y v¨ªctima a la vez de intrigas y traiciones, y escudri?¨¢ndote en todos los espejos para ver si se te ha puesto ya cara de insecto, porque por dentro te sientes hormiga inerme y despistada que corretea a ciegas entre maquinaciones de gigantes. As¨ª, llegas a la noche, corroidito de nervios y de sustos, y como te duermes acosado por la sospecha de que a Aldo. Moro le secuestr¨® la polic¨ªa, la cama se te llena de pesadillas y vislumbres. Total, que en un rapto de delirio on¨ªrico comprendes que fue Nixon quien dispar¨® las balas que reventaron a alg¨²n Kennedy (a estas alturas ya da igual que sea al primero o al segundo), y llegas a ver al cardenal Benelli apretando hasta la asfixia, con sus manos ornadas de amatistas, el almohad¨®n de fino lino vaticano sobre el rostro del primer papa Juan Pablo, y te das cuenta de que el aceite de Redondela lleva a?os almacenado en las bodegas de El Pardo, en botellas etiquetas como aceite de ricino, y reconoces al comisario Conesa dirigiendo a unos disciplinados grapos en sus ejercicios de tiro semanales, y llegas a la conclusi¨®n de que fue el mismo Hassan, en cuerpo y alma coronada, quien ametrall¨® a los pescadores canarios para ser luego dulcemente reconvenido por Oreja, por un Oreja que aparece tan alto y tan buen mozo que empiezas a intuir que todo esto es s¨®lo un sue?o, y, al fin, cuando est¨¢s a punto de saber qui¨¦n dirigi¨® la operaci¨®n Galaxia, hete aqu¨ª que te despiertas empapado en sudor y soledades, con la lengua espesa y abrasada por los demasiados cigarrillos de la v¨ªspera y sin que te quede nada tangible y cierto entre las manos.
Entonces te levantas, preparas el caf¨¦ a golpe de polvitos y te esfuerzas en reencontrarle el gusto, hay que recuperar la inocencia consumista y olvidar la paranoia. Y envuelto a¨²n de melancol¨ªas matinales piensas que te gustar¨ªa saber algo m¨¢s de este mundo en el que sobrevives olvidado, siquiera un poco m¨¢s, una miajita, porque eres humilde en tu ambici¨®n y a lo mejor hasta eres cristiano y conoces que la exclusiva de la omniscencia se la ha quedado Dios. En realidad, te dices con gran voluntarismo, por ah¨ª, por las afueras, han descubierto a veces parte del pantano, que, por ejemplo, desenterraron lo del Watergate, o el asunto ese de la Lockheed, y ahora quiz¨¢ lo de Aldo Moro. Y con semejantes argumentos intentas recuperar la fe y la alegr¨ªa. Pero no seas tan optimista, hormigoide amigo y compa?ero; por ahora, en Espa?a, s¨®lo se ha desenterrado la cabeza de un Pablo Iglesias p¨¦treo, y aun as¨ª han tardado cuarenta a?os en hacerlo y ten¨ªa machacadas las narices.
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