Morder la oreja al Papa
Al elevar la mirada al cielo el pont¨ªfice Wojtyla, con lo primero que se encuentra es que los techos del Vaticano est¨¢n llenos de m¨²sculos de Miguel Anguel. El Papa habita bajo unos frescos de atletas renacentistas desnudos, entre esculturas de m¨¢rmol que tienen algo de salud y belleza en quince d¨ªas, una espiritualidad est¨¦tica de robustos b¨ªceps, torsos de santos manieristas que f¨ªsicamente est¨¢n hechos unos mulos. Naturalmente eso se pega.El papa Wojtyla, aunque el prurito ol¨ªmpico le viene de lejos, se ha hecho instalarjunto al dormitorio una bicicleta fija para hacer pantorrilla todas las ma?anas antes de la oraci¨®n, y por la tarde se da una raci¨®n de footing por los pasillos de boj en sus vergeles privados. Cuando advierten el sagrado trote, la potencia de su genuflexi¨®n, los jardineros pontificios, seg¨²n sedice, detienen la tijera de podar admirativamente. Uno no tiene nada contra la gimnasia, aunque personalmente considere que hacer deporte sin cobrar, o al menos sin que te aplaudan, es una horterada, aparte de ser muy malo para la salud.Wojtyla ha ido a M¨¦xico para exaltar la humillaci¨®n de la pobreza. Con sombrero charro o con un artificio de plumas en la cabeza ha destilado sutilezas teol¨®gicas sobre las indiadas oprimidas. En un continente que en gran parte las ¨²nicas relaciones familiares claras son las de madre-hijo, el Papa ha hablado contra el divorcio y el aborto, sobre la unidad del matrimonio, problemas de burguesitos desganados. Cosas as¨ª. A uno no le preocupa que ¨¦ste sea un Papa reaccionario, con el resultado que eso tiene para la salud espiritual de su clientela, sino que sea un pont¨ªfice gimnasta por los estragos que va a causar entre los cat¨®licos con pocas facultades f¨ªsicas. Nunca se sabr¨¢ la cantidad de infartos que en su d¨ªa provoc¨® Santana, sin ser papa, cuando forz¨® a una multitud de cuarentones triperos a ir corriendo a El Corte Ingl¨¦s a proveerse del equipo de tenista para darse el tute en la parcela. Una generaci¨®n reci¨¦n salida de la autarqu¨ªa, alimentada con gambas al ajillo, luciendo una papada de tres pliegues, descubri¨® de pronto las delicias de morir con una raqueta de tenis en la mano por imitar al h¨¦roe. A Pablo VI lo bajaron a la cava con el jerogl¨ªfico de la duda embalsamado en el entrecejo. Pero dudar s¨®lo es un ejercicio de los capilares del cerebro, no ata?e a la funci¨®n del h¨ªgado. El finado Luciani se qued¨® con la sonrisa congelada, sin lacerar a nadie, mientras le¨ªa el Kenipis de las finanzas vaticanas. Pero el papa Wojtyla hace gimnasia, abre al amanecer la ventana de su habitaci¨®n a la columnata de Bernini y recibe del Esp¨ªritu Santo una inspiraci¨®n pulmonar. De pronto, las musculaturas renacentistas de las logias de Miguel Angelcomienzan a exudar un perfume de linimento, el nuevo olor a santidad que no tiene nada que ver ya con el incienso. Este polaco de anchas espaldas, robusto pescuezo, p¨®mulos triangulares y piernas poderosas es un atleta desprendido del techo de la Capilla Sixtina. Hasta aqu¨ª hemos llegado. La cristiandad seguir¨¢ haciendo juegos malabares entre las s¨¢banas para no quedar pre?ada, los burgueses creyentes dar¨¢n una pasta a la primera Rota de la esquina para divorciarse, los pobres arrojar¨¢n los fetos en la manigua, las herederas se ir¨¢n a Londres a abortar con la excusa de comprarse un jersey. Pero este pont¨ªfice Wojtyla tiene un carisma ol¨ªmpico y mi deber es advertir a los cat¨®licos que se hagan previamente una revisi¨®n m¨¦dica si quieren imitarle. Si los fieles de la tercera edad comienzan a darle que te pego al pedal; si los fan¨¢ticos tridentinos se despe?an como ¨¢ngeles en el slalon gigante; si cunde la o de la gimnasia imitativa papal, aqu¨ª se va a producir una apocalipsis en forma de epidemia.
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