La leyenda del "ayatollah"
EMPIEZA AHORA lo m¨¢s peligroso del camino de leyenda del ayatollah Jomeini. Sin m¨¢s poder que el de la religi¨®n y la ayuda de Dios ha puesto en fuga al sha, ha obligado al Ej¨¦rcito imperial a volver a sus cuarteles, ha dado moral a un pueblo hundido, ha cambiado la pol¨ªtica del mundo a despecho del inmenso poder de Estados Unidos, ha hecho que la Uni¨®n Sovi¨¦tica modifique su pol¨ªtica y le apoye, como se apoya a un vencedor. En pol¨ªtica, y sobre todo cuando la pol¨ªtica deriva hacia la sangre, la revoluci¨®n o la guerra, creer en la ayuda divina es un riesgo, pero casi se presenta como un riesgo necesario cuando lo que sucede parece imposible de conseguir por medios simplemente humanos. Es probable, sin embargo, que Jomeini no se subestime a s¨ª mismo. Sus condiciones humanas son excepcionales. La intuici¨®n pol¨ªtica con que ha dirigido desde el exilio los movimientos de masas, el momento de su regreso, la decisi¨®n de formar un Gobierno paralelo y de negar el valor del que se consideraba como legal, su desprecio a Bajtiar, recuerdan hasta cierto punto las intuiciones de estrategia y t¨¢ctica pol¨ªtica de Lenin, desde el ?vag¨®n sellado? que le llev¨® a San Petersburgo en marzo ,de 1917 hasta la toma del Palacio de Invierno, el 6 de noviembre. Jomeini tom¨® su palacio de invierno el domingo, mientras ca¨ªa su Kerensky-Bajtiar. Podr¨¢ empezar, ahora, la Rep¨²blica Isl¨¢mica. Y quiz¨¢ le convenga desconfiar un poco de Dios y confiar definitivamente en s¨ª mismo.La aventura en que ha medio a Al¨¢ -de cuya existencia es un signo, como dice su t¨ªtulo de ayatollah- es considerable. La primera reacci¨®n visible y espectacular es la adopci¨®n de las leyes sunnitas por la dictadura de Pakist¨¢n. La Sunna es un libro -o conjunto de libros- que contiene la ley tradicional y conjunta el Cor¨¢n:,son la base de la secta sunnita, que se opone en algunos puntos a la chiita. Hay chiitas y sunnitas en Afganist¨¢n, donde se buscan combinaciones posibles entre islamismo y socialismo: Afganist¨¢n es pro sovi¨¦tico como Pakist¨¢n es pro americano. El intento de elevar la creencia sunnita frente a la chiita puede ser una manera de derivar la ?guerra santa? erguida por el ayatollah; pero puede derivar en guerras de religi¨®n mezcladas con intereses de grandes potencias, con odios nacionalistas, problemas fronterizos, enfrentamientos seculares. Y puede ocurrir que la leyenda del ayatollah domine todo el panorama. Si esta posibilidad, m¨¢s bien apocal¨ªptica, se confirmara, la comparaci¨®n de la revoluci¨®n del ayatollah con la de Lenin ser¨ªa bastante correcta. Una gran parte del Oriente africano y asi¨¢tico estar¨ªa alcanzada, y las tres grandes potencias -China, Estados Unidos y URSS- inevitablemente mezcladas. La combinaci¨®n de medievalismo, teocracia y petr¨®leo, de fe religiosa con energ¨ªa para la industria; su repercusi¨®n en las fronteras mismas de URSS y en todos los conflictos latentes y ardientes en una zona mediterr¨¢nea contienen unas dosis explosivas dificiles de calcular.
Si el ayatollah se limita a creer que tiene el apoyo sin condiciones de Al¨¢, podr¨¢ inmoderar su comportamiento. Podr¨¢ no preocuparse de los l¨ªmites y de las consecuencias, puesto que nada puede terminar mal en el nombre de Al¨¢. Los indicios de que es un. pol¨ªtico excepcional son m¨¢s tranquilizadores. La forma en que sepa, pactar el uso del petr¨®leo y del gas natural -el primero, interrumpido ahora para Occidente; el segundo, para la URSS-, en que sepa limitar a sus fronteras -si depende de ¨¦l, porque el triunfalismo de la fe no siempre depende de quienes lo ponen en pie-, la cautela con que sepa hacer compatible una teocracia con una democracia que ha prometido, la posibilidad de que no se aliene una poblaci¨®n que se ha dejado matar por sus promesas, pero que puede viajar r¨¢pidamente al desencanto, influir¨¢n notablemente en el desarrollo de esta aventura. A condici¨®n de que Carter y Bre?nev sepan, tambi¨¦n, estar a la altura pol¨ªtica del ayatollah.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.