Las huelgas en Europa
Las huelgas y otras formas de agitaci¨®n social crecientes en Europa, con un ¨ªndice m¨¢s dram¨¢tico y m¨¢s espectacular en Gran Breta?a -espejo negro en el que cualquier pa¨ªs podr¨ªa ver su futuro-, est¨¢n indicando una reanudaci¨®n, bajo formas todav¨ªa controladas, de la lucha de clases. Si se pudiera hacer una r¨¢pida sinopsis hist¨®rica de lo sucedido en los ¨²ltimos tiempos, ser¨ªa esta: los imperios europeos obten¨ªan unos beneficios de la explotaci¨®n colonial, que originalmente repart¨ªan entre las clases privilegiadas de la metr¨®polis, mientras que sus pueblos soportaban los gastos y los esfuerzos -como soldados, como contribuyentes, para sostener los presupuestos coloniales-. Portugal ha sido uno de los ¨²ltimos ejemplos de este sistema y Estados Unidos el ¨²ltimo de la rebeli¨®n popular contra esa forma de colonizaci¨®n -quema y robo de las papeletas de alistamiento, huelga de impuestos-, que desmembr¨® su sociedad durante la guerra del Vietnam. Cuando cambi¨® la forma y el lugar del imperialismo, los pueblos percibieron inmediatamente el descanso de, su esfuerzo militar y civil, y las clases privilegiadas, el descenso en sus beneficios, al faltarles la mano de obra casi esclavista y la producci¨®n, de materias primas baratas. La nueva forma del imperio, bajo la cobertura de las independencias y de las nuevas formas de explotaci¨®n. El reparto de las riquezas obtenidas se hizo por otros medios: alcanz¨® tambi¨¦n a las clases obreras europeas. El imperio parec¨ªa una colectividad: las alianzas militares con Estados Unidos para la contenci¨®n de la URSS, la creaci¨®n de multinacionales, la creaci¨®n de una econom¨ªa que necesitaba la capacidad adquisitiva fuerte del mayor n¨²mero de personas, la apertura de costumbres y tolerancias, dise?¨® una nueva sociedad que se llam¨® ?de consumo?, y en la que se apuntaba ya la soluci¨®n paradis¨ªaca de la ?civilizaci¨®n del ocio?. El obrero europeo no percib¨ªa, o no quer¨ªa percibir, que, en realidad, la lucha de clases hab¨ªa sufrido una traslaci¨®n y que ¨¦l mismo, con su salario alto y su capacidad de consumo, estaba explotando a otros trabajadores lejanos, en pa¨ªses colonizados. No lo quiso ver y lo ten¨ªa en su propia casa: la presencia de subtrabajadores extranjeros en los pa¨ªses industrializados era como una colonizaci¨®n a domicilio..Las circunstancias han ido cambiando. Los pa¨ªses colonizados vieron derrumbados todos sus sue?os de independencia y esa utop¨ªa de felicidad que hab¨ªan colocado en la salida del colonizador se ha desvanecido. Han comenzado otraserie de luchas, y la que est¨¢ alterando en estos momentos Ir¨¢n es uno de los ejemplos m¨¢s claros. Estas luchas obligan a las nuevas formas de imperio a gastos elevados de guerra, de propaganda, de corrupci¨®n; se multiplican esos gastos para evitar que el imperio adverso utilice los beneficios de la circunstancia. Acepta encarecimientos de productos b¨¢sicos, como la energ¨ªa, y limita en lo que puede los.precios del material terminado que enviaba a los pa¨ªses productores de materias primas y de mano de obra barata. El reflejo en la organizaci¨®n social europea es inmediato. La sociedad de consumo se contrae y el sue?o de la civilizaci¨®n del ocio se disuelve. Reaparece la lucha de clases.
En todo este plazo, lo que antes se llamaba el proletariado se hab¨ªa ido aburguesando -seg¨²n sus propios t¨¦rminos- y acomod¨¢ndose a un sistema de vida que hac¨ªa variar sus intrumentos propios. Los partidos pol¨ªticos constataban no s¨®lo que la revoluci¨®n era imposible, por falta de tensi¨®n, sino que era innecesaria. Buscaban, y a veces encontraban, formas de insertarse en la nueva sociedad. En cuanto a los sindicatos, se transformaban en instituciones dentro de la sociedad: sin llegar al extremo de los sindicatos americanos, eran, sobre todo, interlocutores con los Gobiernos,y con la patronal para vigilar el reparto m¨¢s justo de las riquezas producidas. Ya no se eleg¨ªan l¨ªderes pol¨ªticos o jefes sindicales por su capacidad de arenga y de lucha, o por su capacidad de clandestinidad y sufrimiento -salvo en Espa?a o los pa¨ªses de dictadura f¨¦rrea-, sino por su sabidur¨ªa y su ductilidad para las negociaciones.
La nueva escasez, la nueva carest¨ªa que producen las dificultades coloniales recientes han sorprendido de la misma forma a la direcci¨®n del capitalismo europeo como a los obreros y sus dirigentes. Han vulnerado gravemente a estas dos clases esenciales: hay grav es dificultades patronales, como las hay en las clases trabajadoras. Ha vuelto la hostilidad mutua entre el capital y el trabajo; en algunos momentos, en algunos pa¨ªses, ha vuelto con odio. Es l¨®gico que el proletariado diga, como hacen los dirigentes sindicales brit¨¢nicos, que no quieren cambiar la sociedad: lo que quieren es que vuelva a ser la misma.
Muchos trabajadores se encuentran ahora en una situaci¨®n precaria y con la sensaci¨®n de que sus sindicatos o sus partidos no les pueden servir. Lo mismo sucede con muchas patronales, que no ven tampoco en gobiernos que deber¨ªan favorecerles, por su condici¨®n de gobiernos de clase, los representantes genuinos. Mientras gobiernos, sindicatos y partidos pol¨ªticos pactan, o tratan de pactar, para dominar el alcance de la crisis, las grandes patronales y los obreros da?ados se separan de esos pactos.
Las huelgas europeas se multiplican. Si Gran Breta?a es ya la imagen de un caos, otros pa¨ªses van por el mismo camino. En Francia se van multiplicando las manifestaciones sociales en todas las regiones y las huelgas crecen: las respuestas polic¨ªacas son duras y se producen enfrentamientos (en Logwy, Francia, cuatrocientas personas asaltaron una comisar¨ªa para liberar a los detenidos acusa dos de formar piquetes ilegales). En B¨¦lgica se extienden los proce dimientos de autogesti¨®n forzosa, como en la Salik, ocupada por sus obreros, que se disponen a producir en cooperativa, como ya pas¨® en Lip, de Francia (la idea parece partir de las ?huelgas productivas? que se realizaron en Italia en los d¨ªas previos al fascismo). Estas huelgas ven por delante de los sindicatos y de los partidos. La sensaci¨®n que dan estos movimientos, considerados un d¨ªa como la ?vanguardia del proletariado?, es que son una retaguardia perdida, que quiere atrapar la cabeza. Los partidos que defend¨ªan intereses obreros se ven en este dilema: o se ponen de su lado, perdiendo los votos moderados -y, probablemente, produciendo la ruina del pa¨ªs-, o se ponen del lado contrario, desfigur¨¢ndose y perdiendo las masas. (Este es el dilema del partido laborista brit¨¢nico, que se ve ya en trance de perder las pr¨®ximas elecciones; o del Partido Comunista italiano, que est¨¢ tratando de dar marcha atr¨¢s para no ser acusado de complicidad.)
Las huelgas se est¨¢n produciendo muchas veces por generaci¨®n espont¨¢nea. Y por contagio, crean, al mismo tiempo, un vac¨ªo pol¨ªtico: la sensaci¨®n de que los gobiernos no gobiernan y de que los sindicatos no. dirigen. Tienen una capacidad de c¨ªrculo vicioso: cuando sobrepasan ciertos l¨ªmites, los destrozos en. la econom¨ªa son tales que hacen.m¨¢s d¨ªficil la soluci¨®n buscada. La respuesta patronal va en, el mismo sentido: huelga de inversiones o ?lock out?.
La respuesta a la situaci¨®n es que volviera la capacidad de di¨¢logo y que partidos, sindicatos y patronales aceptaran que lo que est¨¢ en quiebra es la ?sociedad de la abundancia? anterior, y que si antes negociaban para ¨¦l reparto de la riqueza, deben negociar ahora para el reparto de la pobreza. Es una resignaci¨®n no f¨¢cil de obtener: menos cuando se llega a los m¨ªnimos vitales en los trabajadores -o se sobrepasan en el sentido inverso, como en los parados- o a la incapacidad de mantener abiertas las puertas de una empresa en p¨¦.rdida, como est¨¢ sucediendo. Euriopa no se acostumbra a la tragedia que le est¨¢ sucediendo. Quiz¨¢ tenga que esperar a?os; pero ser¨¢ dif¨ªcil que la abundancia vuelva.
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