Jessy Norman, en Ravel y Gluck

La actuaci¨®n de Jessye Norman era principal atractivo del ¨²ltimo concierto de la Nacional. La potencia de su voz, el encanto de un color oscuro, la seguridad de sus ataques y una indiscutible manera de hacer muy personal, cuajaron en versiones del todo plausibles. No es que las canciones de Ravel sobre la Scherezade, de Klingsor, tan excepcionalmente bellas, me parezcan lo m¨¢s adecuado para la Norman, pero lo cierto es que supo replegar su caudalosa materia para ?hundirla? en el misterio de ?Asia?, La flauta encantada y El indiferente, y hacer verdadera poes¨ªa. M¨¢s a tono con sus cualidades el aria de Alceste, de Gluck, fue entendida con brillantez incluso excesiva y expuesta con soberana t¨¦cnica. La colaboraci¨®n de Skrowachewski fue mediocre aun cuando ajustada.No alcanz¨® niveles de dignidad para una orquesta como la Nacional, el Divertimento, de Bartok, por m¨¢s que los profesores -en especial Jes¨²s Corvino- pusieran todo de su parte. Para empezar, que una obra tan de repertorio la dirija con partitura un maestro de experiencia, mucha actividad e incluso excelente compositor, resulta extra?o. No menos, la inseguridad de batuta, la pobreza sonora, el escaso vigor y, en suma, cuanto hizo aparecer el trabajo como una suerte de lectura. Con todo y ser m¨¢s segura y brillante, la Primera de Brahms,ofrecida por el director polaco no supuso contribuci¨®n de mayor inter¨¦s. El ¨¦xito grande fue, con toda l¨®gica, para Jessye Norman.