Ma?ana sale, sale ma?ana
Ultimamente, te levantas de la cama y de repente te encuentras con un d¨ªa hist¨®rico. Nunca se sabe, pero a lo mejor hoy tambi¨¦n es una fecha se?alada, otra festividad pol¨ªtica, aunque los ruidos de la ma?ana han sido muy corrientes: he o¨ªdo que el tendero ha levantado el cierre a las nueve, el tint¨ªn de las botellas de leche ha sonado en el rellano a la hora justa, el alarido del chatarrero que compra colchones, paraguas, somiers y todo lo que sea materia de reforma ha pasado sorteando con el pollino el atasco de coches. Todos los gritos rituales que animan la ma?ana se han producido a su debido tiempo. Ninguna se?al de salvaci¨®n.Despu¨¦s de frotarme el noble pecho con lavanda he salido a la calle silbando un fragmento de zarzuela. Tampoco veo ning¨²n signo en el cielo. La calzada est¨¢ llena de papeles con augurios pol¨ªticos que amenazan con atrancar las alcantarillas. Esto es normal en tiempo de elecciones. Pero en una esquina del distrito he encontrado una meditabunda cola que se perd¨ªa por la escalinata de un caser¨®n. Con cierta curiosidad he preguntado si regalaban chupa-chups o si se trataba de la degustaci¨®n gratuita de un nuevo refresco o de una modalidad de queso holand¨¦s. Un caballero amable, que tra¨ªa en la mano una pajarita de papel, me ha indicado que all¨ª dentro adivinaban el porvenir, que hab¨ªa una bola de cristal llena de copos de nieve donde pod¨ªas ver tus sue?os. He pedido la vez y pacientemente me he puesto en la cola. ?Seguro que no cobran nada? Ni un duro. El caballero ha jurado que se trata de una prueba del destino a fondo perdido.
En seguida me he encontrado en una alta habitaci¨®n destartalada donde se hab¨ªan arrumbado muebles escolares contra la pared para dejar espacio a un tribunal relajado que tomaba un bocadillo de chorizo detr¨¢s de una mesa alrededor de una urna de pl¨¢stico con precintos de papel. Un joven barbudo con pinta de antisiquiatra, al verme, ha aconsejado que me encierre detr¨¢s de unas cortinas de ducha donde hay un taburete para pensar, un pupitre para escribir y un estante con las papeletas de los partidos con toda clase de s¨ªmbolos, emblemas y manchas. Es el test de Rorschach, una prueba psicol¨®gica en que se te pide que describas lo que te sugieren los diferentes dise?os pol¨ªticos hechos con borrones de tinta. Estas manchas quebradas o redondas me recuerdan siempre un coxis, la estructura de una pelvis de mujer por donde un d¨ªa saqu¨¦ la cabeza. Nada especial. Que todos los partidos pol¨ªticos quieren ser mi madre.
Despu¨¦s he apartado la cortina y con el test convertido en pajarita me he plantado frente a la bola de cristal. Una se?ora del tribunal me ha indicado cort¨¦smente que fije la vista en ese pl¨¢stico transparente de modo que las im¨¢genes visuales provoquen en mi cerebro asociaciones libres, una concatenaci¨®n de ideas que puede se?alar lo que se oculta detr¨¢s del sue?o.
En el momento de introducir el test por la ranura en la urna he visto all¨ª dentro las caras del doctor Jekill y de Mister Hyde, las dos complementarias, hermosas y ambivalentes. El doctor Jekill es un gal¨¢n repartidor de donuts que lleva en el portaequipajes de la vespa a Mister Hyde, en plan macho sure?o, empanado, de hocico inflamado que va por la vida de simp¨¢tico distribuidor de bimbo. Los reflejos evanescentes del pl¨¢stico parec¨ªan dramatizar la opci¨®n consciente e instintiva, amable y destructiva de una doble personalidad que va montada en el mismo carromato. Pero el sue?o es su propia interpretaci¨®n, como dice el Talmud. Mi pajarita de papel ha comenzado a flotar dentro de la bola de cristal como un copo de nieve bailando de derecha a izquierda, de izquierda a derecha hasta posarse en un fondo neutralizado.
He preguntado al presidente de la mesa si deb¨ªa pagar algo por el experimento. Me ha contestado que hoy es un d¨ªa hist¨®rico y que so?ar es gratis.
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