Los hijos del agobio
El s¨¢bado pasado, que fue d¨ªa ventoso y primaveral, unos cuantos hijos del agobio se echaron a la calle. La tarde estaba pronta a caer, y ellos, tres o cuatro centenares (muchachos vallecanos, adolescentes envenenados de asfalto), recorr¨ªan el barrio con tranquila furia: desde el cine Par¨ªs hacia Palomeras, a ese Palomeras que ya es lindero de vac¨ªos, zona en la que la ciudad pierde su nombre y se llena de isletas de miseria. Desde el cine Par¨ªs a Palomeras, pues, marcharon los hijos del agobio en olor de multitud, porque a su paso el vecindario les reconoc¨ªa y se reconoc¨ªa en ellos, que la tarde era sabatina y soleada y las calles se apretaban de gent¨ªo, padres con hijos, hijos sin padres y ancianos olvidados, toda una muchedumbre que pateaba las aceras y se arremolinaba junto al metro, intentando ara?ar un poco de aire y de luz al encierro urbano.Los hijos del agobio son hijos de la macrociudad, de los veinticinco a?os de paz, de las esquinas lluviosas y los pasos cebra que nadie respeta. Vienen del hast¨ªo, s¨®lo se les tiene en cuenta para el censo y son carne de paro, excrecencia urbana indefinida. Hay muchos hijos del agobio en toda Espa?a, pero es precisamente en la barriada madrile?a de Vallecas, perif¨¦rica y maldita, en donde un pu?ado de esta camada abandonada se agrup¨® con intenciones de defensa y se autobautiz¨® as¨ª, "Hijos del Agobio", nombre a la vez po¨¦tico y apocal¨ªptico. Abrieron los Hijos del Agobio un local medio a?o ha con la finalidad de refugiarse de dar un alternativa al ocio plastificado de las discotecas Un local para reunirse, para o¨ªr m¨²sica, para charlar, para montar, con el tiempo, actividades comunes y gozosas de esas que suelen denominarse: culturales. Carecen de color pol¨ªtico concreto, no hay partidos por medio ni anarquismos sindicalistas, los Hijos del Agobio son hijos de su propia soledad alquitranada y los hay que vienen de MC, o de OIC, o de su casa., o sea, que vienen de ning¨²n sitio y van hacia ninguna parte, en busca de una protecci¨®n frente al vac¨ªo.
Pero hace un par de meses les cerraron el local. D¨ªas despu¨¦s, Fraga fue a Vallecas en plena campa?a legislativa, y su paso fue cicl¨®nico: palos, pu?etazos y navajas. Un guardaespaldas de Fraga result¨® "pinchado", y al poco detuvieron a dos Hijos del Agobio, a Rafael, acusado de la cuchillada, y a Rogelio, como presunto jefe del tinglado Antonio, un tercer compa?ero vallecano, caer¨ªa semanas despu¨¦s en prisi¨®n acusado de provocar los sucesos de Parla, como si en Parla no hubiese suficiente agobio como para gestar Hijos aut¨®ctonos y tuvieran que importarlos de otra parte. Y fue por estas tres detenciones, y por el cierre del local, y por la desesperaci¨®n, por lo que se manifestaron el pasado s¨¢bado.
Ahora vendr¨ªa la parte de las exculpaciones, el decir que ha sido todo un error, que los Hijos del Agobio son buenos muchachos, una agrupaci¨®n pseudo-parroquial, misioneros urbanos, ¨¢ngeles de hierro. Pues no, no es eso. Poco importa que Rafael se haya declarado autor del navajazo al hombre de Fraga -¨¦l dice que en autodefensa- o que Rogelio y Antonio sean inocentes de lo que se les acusa. La inocencia y la culpabilidad pierden su sentido ser¨¢fico y biempensante en el mismo linde en que la ciudad se pierde a s¨ª misma, all¨¢ donde la vida se asfixia de hormigones baratos y se vac¨ªa de excusas, de posibilidad y contenido. Los Hijos del Agobio son eso, agobiados hijos de la desesperaci¨®n y del asfalto, y es una cotidianidad hostil la que ha puesto las navajas en sus manos. Les cierran los locales, les detienen, les proh¨ªben, les aburren: son tambi¨¦n carne de prisi¨®n, sobrantes de una sociedad que rezuma perdedores. Los hijos del agobio reflejan el mundo en el que viven y son inocentes y perversos. Y con esta airada inocencia se pasearon, del cine Par¨ªs a Palomeras, una tarde de s¨¢bado huracanada y tibia.
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