Legitimidad y desencanto
Imagino a un historiador, all¨¢ por el a?o 2000, buceando en las colecciones de peri¨®dicos espa?oles de 1976 a 1979, tratando de entender lo que pas¨® en Espa?a en los cuarenta meses que han pasado desde noviembre de 1975 hasta las elecciones de esta primavera. Supongamos que ese historiador divide sus materiales en dos partes: una, la informaci¨®n; otra, los comentarios e ?interpretaciones?. (En algunos peri¨®dicos le costar¨¢ bastante trabajo encontrar la primera: tendr¨¢ que cerner con un cedazo muy fino las espesas columnas de comentario, para obtener algunas briznas de informaci¨®n que ac¨¢ y all¨¢ se deslizan; rara vez encontrar¨¢ el texto de un discurso, por importante que sea, sino que hallar¨¢ algunas frases citadas entre sorpresas, valoraciones, sarcasmos o embelesos, elogios o denuestos; s¨®lo por casualidad podr¨¢ leer la noticia de un suceso; en el mejor de los casos tropezar¨¢ con ella despu¨¦s de dos columnas ?interpretativas?, que preparar¨¢n su ¨¢nimo adecuadamente.)Si el historiador re¨²ne las informaciones, las pone en orden y trata de jerarquizarlas, las compara con las de la ¨¦poca inmediatamente anterior y con las de otros pa¨ªses, encuentra lo siguiente:
En el plazo de cuarenta meses ha pasado Espa?a de un estado de ilegitimidad pol¨ªtica y social a otro de rigurosa legitimidad, compacta y sin excepciones; la p¨¦rdida de la legitimidad es bien f¨¢cil, pero su recuperaci¨®n es casi imposible y tiene algo de milagroso; la espa?ola, adem¨¢s, se ha hecho ?desde dentro?, quiero decir, partiendo de la legalidad vigente, que permit¨ªa el funcionamiento del pa¨ªs, sin ruptura ni interrupci¨®n de la normalidad, la vida profesional y econ¨®mica, etc¨¦tera.
En el mismo tiempo se ha operado la transici¨®n de una falta total de libertad pol¨ªtica a una libertad sin restricciones, no inferior a la de ning¨²n pa¨ªs; de la prohibici¨®n de todo partido pol¨ªtico al funcionamiento de cuantos quieren constituirse; de la ausencia de derechos pol¨ªticos a una lista ampl¨ªsima de ellos, que gozan por igual los emigrados, disidentes, conspiradores, y los que han sido titulares del poder hasta 1975, sin una sola exclusi¨®n, ni pol¨ªtica ni personal.
Todo lo que era clandestino -partidos, organizaciones sindicales, etc¨¦tera- ha salido a la luz, tiene un estatuto legal y recibe el apoyo, incluso econ¨®mico, del Estado. Las huelgas, largos a?os ilegales, se han legalizado, y se practican m¨¢s all¨¢ de toda necesidad y, por cierto, violando con gran frecuencia la legalidad a que se aspiraba y que hab¨ªa sido tenazmente negada.
Se ha pasado de un Poder absolutamente personal y arbitrario, no sometido a ninguna instancia superior, a ning¨²n control o fiscalizaci¨®n, a otro escrupulosamente democr¨¢tico, con una Constituci¨®n que regula minuciosamente las diferentes funciones y sus l¨ªmites, con unas Cortes elegidas ante las cuales es responsable el Poder ejecutivo.
Se ha celebrado por dos veces un refer¨¦ndum popular; dos elecciones legislativas y unas municipales, en perfecto orden y con total respeto a la libertad de los votantes.
Se ha reconocido constitucionalmente el derecho a unas amplias autonom¨ªas, que la Naci¨®n como tal acepta, hace suyas y protege y garantiza; y a ello acompa?a el uso de lenguas, ense?as, banderas e instituciones regionales; todo lo cual estaba simplemente prohibido o autorizado en dosis m¨ªnimas, a rega?adientes y como una condescendencia que en cualquier momento se pod¨ªa revocar.
Este nuevo edificio pol¨ªtico hace de Espa?a un Reino, en el cual revive en forma nueva la m¨¢s antigua tradici¨®n del pa¨ªs, la que abarca toda su historia con la excepci¨®n de algunos breves per¨ªodos; y su titular es un Rey que ha ejercido su funci¨®n con tan pasmoso acierto, que no ha podido ser objeto de cr¨ªtica, ni siquiera por los grupos pol¨ªticos antimon¨¢rquicos, que se han cre¨ªdo obligados a hacer constar su aprecio de la figura del Rey y de su gesti¨®n.
El historiador del a?o 2000 repasa sus fichas, echa una mirada por la situaci¨®n de Europa al mismo tiempo, comprueba las fechas y no puede reprimir un movimiento de incredulidad: ?habr¨¢ sido posible? ?Ha habido un pa¨ªs que en cuarenta meses lleve a cabo semejante transformaci¨®n hacia lo mejor, sin revoluci¨®n, crisis, ocupaci¨®n extranjera, dictadura, sin una medida de excepci¨®n, sin un d¨ªa de censura, sin m¨¢s que una cadena de actos de terrorismo -casi todos localizados en una regi¨®n-, de la misma marca y car¨¢cter que los que manchan de sangre casi todos los pa¨ªses de Europa Y Am¨¦rica?
Al comprobar que todo esto es efectivamente as¨ª, que no se ha equivocado, que no ha confundido Espa?a con otro pa¨ªs, el historiador espera sin duda encontrar en los peri¨®dicos dos cosas: a) Un orgullo nacional disculpable, pero poco simp¨¢tico, exultante y desde?oso de los dem¨¢s. b) Un estusiasmo fren¨¦tico, una alegr¨ªa colectiva traducida en una confianza desbordante en las posibilidades futuras.
Lo que encuentra, salvo unas cuantas excepciones, y ¨¦stas en sordina, es: a) Un sarc¨¢stico menosprecio de Espa?a en su conjunto -con la excepci¨®n de cada una de sus prodigiosas regiones. b) Un limitado desd¨¦n hacia los que han realizado y presidido esa transformaci¨®n, considerados como ?reaccionarios?, mediocres y -con frecuencia- deficientes mentales. c) Un desencanto sin atenuantes de la democracia, la Monarqu¨ªa, las elecciones, el sistema parlamentario, la libertad de prensa y expresi¨®n, los derechos civiles y pol¨ªticos, las autonom¨ªas conforme a la ley -con una reserva de estimacion y respeto para las que se ?exigen? con violencia y menosprecio de las Cortes soberanas, cuya funci¨®n es definirlas y legislarlas-; y d) Por supuesto, un escepticismo absoluto respecto a las posibilidades hist¨®ricas de- Espa?a y de la comunidad de pueblos hisp¨¢nicos, que ya han empezado a sentir la colosal innovaci¨®n.
?C¨®mo es esto posible? ?C¨®mo se puede ?interpretar? globalmente de manera tan incoherente una serie de hechos incontrovertibles y del mayor alcance? Y ?c¨®mo puede tan inveros¨ªmil manipulaci¨®n ser aceptada por los que son testigos de todo ello? ?C¨®mo puede ocurrir que tantas personas crean m¨¢s lo que se les dice que lo que ven? Y ?qui¨¦n hace esas interpretaciones? Y finalmente, ?qu¨¦ consecuencias pueden tener?
Estas son tal vez las preguntas que se har¨ªa ese historiador del a?o 2000. A la ¨²ltima pregunta le habr¨ªan dado ya respuesta los acontecimientos de los dos decenios reci¨¦n transcurridos; a esa yo no puedo contestar m¨¢s que en forma de conjetura; las dem¨¢s pueden tal vez aclararse mediante el an¨¢lisis y el uso de la raz¨®n. ?No valdr¨ªa la pena intentarlo, antes de que las interpretaciones tendenciosas nos despojen de lo que tan inveros¨ªmilmente hemos conquistado, nos devuelvan a la ilegitimidad, la violencia y la servidumbre?
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