"El Naranjito"
Pues no es por nada, pero hay que ver lo horroroso que es El Naranjito, ya saben, la mascota del Mundial 82, esa especie de pelota con rabo que est¨¢ vestida de no se sabe bien que, si de obispo del Palmar, de vicetiple por el aquel de los escotes o de futbolista climat¨¦rico. Tiene el dibujo de un no se qu¨¦ de cosa vista ya mil veces: m¨¢s que antiguo, el dise?o es viejo, y los contornos del naranjoide traen ecos precisos a la memoria, ecos de graf¨ªa del franquismo tard¨ªo, del franquismo en pleno plan de desarrollo, porque la mascota parece una muestra para el stand de Agricultura de la exposici¨®n de los Veinticinco A?os de Paz. Y es que aquellos, los sesenta, eran a?os en los que el r¨¦gimen se emperr¨® en dar una apariencia de pueblo sano, alegre y sin conflictos, y potenciaba este tipo de argucias pict¨®ricas, dibujos de un seudorrealismo ternurista y de falaz inocencia, dibujos bobones como el de El Naranjito.As¨ª es que nos dicen que la mascota del Mundial se ha elegido tras arduas dudas y feroz competencia entre las casas publicitarias participantes, y este dato no deja de producir desmayo: si tras el concurso ha salido un engendro as¨ª, qu¨¦ no ser¨ªa de haberlo adjudicado a dedo. Dice Jos¨¦ Mar¨ªa Mart¨ªn, el autor de la patata victoriosa, que eligi¨® la naranja como mascota ?porque representa la imagen del car¨¢cter de Espa?a que se da al exterior: suave, dulce y agradable?, y a una le parece que este chico se ha quedado mayormente en el tipismo de los Coros y Danzas, colch¨®n Flex, estudios Moro e inauguraciones de presas con chundarata y entorchados: su definici¨®n del car¨¢cter que da Espa?a al exterior es una definici¨®n precisamente a lo Castiella. As¨ª le ha quedado la naranja, claro est¨¢, con mofletes inicuos, sonrisita irritante y un vago parecido en conjunto a don Jos¨¦ Sol¨ªs pelota en brazo.
Le est¨¢n poniendo verde al pobre chico, o le estamos, a Jos¨¦ Mar¨ªa Mart¨ªn, digo, que pocas veces hab¨ªa visto tal unanimidad en la repulsa. Quiz¨¢ sea que El Naranjito no es s¨®lo algo feo, sino que representa a una Espa?a subdesarrollista y dolorosa que se quiere olvidar.
A m¨ª, no s¨¦ muy bien por qu¨¦, el dibujo me angustia levemente, me recuerda a?os p¨²beres y llenos de susurros, a?os oscuros, sonrisas obligadas, ingenuidades mal llevadas, medallas oficiales. El Naranjito trae un cierto aroma a tecnocracia voluntarista dispuesta a hacer camino, y a la tala de ¨¢rboles de las avenidas madrile?as, y a guateques en los que con el trote bail¨®n se sudaban sangr¨ªas y represiones sexuales, y a ejercicios espirituales con trituraci¨®n de pecadores. y entrechocar de dientes. O sea, un horror.
Pobre Jos¨¦ Mar¨ªa Mart¨ªn. El chico tiene s¨®lo veintiocho a?os, nada m¨¢s. En realidad, ¨¦l no es culpable de haber creado El Naranjito. A decir verdad, El Naranjito estaba antes ah¨ª, no lo ha creado nadie: a Jos¨¦ Mar¨ªa Mart¨ªn le traicion¨® el ancestro, la memoria nacional gui¨® su mano, le ha salido la educaci¨®n recibida en los sesenta por la punta del plum¨ªn. A lo mejor se trata de una mera casualidad, y El Naranjito no es m¨¢s que un anacronismo, residuos de ¨¦pocas pasadas, redondeces ficticiamente optimistas descolgadas de la historia. Pero quiz¨¢ sea bueno reflexionar sobre esa figurita rid¨ªcula y tan falsa, sobre las palabras de su propio autor acerca de nuestro car¨¢cter ?suave, dulce y agradable?. Quiz¨¢ en todo esto Jos¨¦ Mar¨ªa Mart¨ªn no sea m¨¢s que un portavoz inocente de la mediocridad reinante, de esa afici¨®n a pintar las cosas de un color rosa cursi, rosa falso, rosa sensiblero, ocultando tras la risita misionera de la mascota la realidad, los problemas, los asuntos cotidianos. Mismamente igual que antes.
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