Selectividad, selecci¨®n
Entre las ideas que acerca de la determinaci¨®n de las acciones hist¨®ricas nos ha legado el siglo XIX, dos parecen descollar con especial br¨ªo: una, socioecon¨®mica, la lucha de clases; otra, biol¨®gica, la selecci¨®n natural. Ahora que est¨¢ terminando un a?o acad¨¦mico y se prepara la iniciaci¨®n del pr¨®ximo, no ser¨¢ tiempo perdido indagar c¨®mo mediante ellas puede ser interpretada -si con acierto o no, luego lo veremos- la selecci¨®n previa a la matr¨ªcula universitaria; la selectividad, seg¨²n la habitual y nada correcta manera de hablar.A la puerta de la universidad, un tribunal admite a un grupo de alumnos y excluye a otros. ?Por qu¨¦? Es seguro que los miembros de ese tribunal responder¨¢n as¨ª: ? Por dos razones principales: porque la ense?anza universitaria no puede ser eficaz si la formaci¨®n intelectual del alumno no ha alcanzado un determinado nivel, y a ¨¦ste no llegan los excluidos, y porque la capacidad did¨¢ctica de los centros docentes -aulas, laboratorios, cl¨ªnicas, bibliotecas, etc¨¦tera- tiene unos l¨ªmites que no deben ser rebasados, si de veras se quiere que el trabajo del alumno logre frutos estimables.? Razones ambas, a?ado yo, que s¨®lo rechazar¨¢n aquellos para quienes el t¨ªtulo universitario no pasa de ser una patente de corso. No pocos hay entre nosotros.
Pero, aun siendo convincentes, ?son por completo suficientes esas dos razones? No creo improbable que un doctrinario de la lucha de clases las comente as¨ª: ?De acuerdo. Si la universidad ha de cuidar de su eficacia, y tal es la primera de sus obligaciones, esa selecci¨®n debe existir. Demos adem¨¢s por sentado que el sistema por el que se rige es t¨¦cnicamente aceptable, y que es ¨¦tica y acad¨¦micamente limpia la conducta de quienes lo aplican. Con todo, ?puede desconocerse que los examinadores, acaso sin advertirlo, est¨¢n sirviendo a un determinado orden econ¨®mico-social, y que dentro de ¨¦ste todo se orienta a que los alumnos que proceden de los grupos econ¨®mica y socialmente dominantes sean los que pueden ir mejor preparados a las pruebas de selecci¨®n? Oculta o insidiosamente, sin la menor apariencia b¨¦lica, en cualquier caso, la lucha de clases est¨¢ operando en el seno de la m¨¢s impecable ejecuci¨®n de esas pruebas, tal y como ahora se las entiende y practica.? El examinador podr¨¢ responder que, en cuanto tal examinador, eso no es cuenta suya; que la configuraci¨®n de un modelo de sociedad m¨¢s justo que el actual no es cuesti¨®n que deba ser discutida y resuelta dentro de una sala de ex¨¢menes. Con lo cual su actuaci¨®n dejar¨¢ suelto un cabo ¨¦tico que al t¨¦rmino de este art¨ªculo habr¨¢ de ser considerado.
El juicio del doctrinario de la selecci¨®n natural viene punto menos que exigido por el vocablo con que el acto acad¨¦mico en cuesti¨®n es designado: selecci¨®n. Dir¨¢ nuestro hombre: ?Mi maestro Darwin ense?¨® al mundo entero que, en la evoluci¨®n de las especies, la lucha por la vida y la selecci¨®n natural son los dos grandes recursos de la Naturaleza para lograr la pervivencia de los individuos m¨¢s aptos; y puesto que trat¨¢ndose de la especie humana es del todo l¨ªcito pasar del orden biol¨®gico al orden social, eso que ustedes est¨¢n haciendo en la universidad es una pr¨¢ctica necesaria para que el cuerpo de la sociedad vaya mejorando, tanto en su realidad org¨¢nica como en su rendimiento hist¨®rico. Uno de mis conmilitones, el doctor G. K. Bowes, sostuvo hace a?os que las mort¨ªferas epidemias de otro tiempo serv¨ªan para eliminar de la sociedad a sus miembros vitalmente menos capaces; y otro, el doctor A. S. Johnson, tuvo la valent¨ªa de denunciar que, con sus medidas preventivas y asistenciales, las sociedades civilizadas protegen a los d¨¦biles y mandan a los sanos a la guerra. Menos extremado que ellos, sin vacilar me atrevo yo a proclamar la conveniencia de esta selecci¨®n que ustedes est¨¢n realizando. S¨®lo esto debo exigirles: que la hagan bien.?
Puesto que tan f¨¢cilmente puede ser trasladada a nuestro actual problema, copiar¨¦ la glosa del higienista Hanlon a esas inmisericordes sentencias de Bowes y Johnson. En el caso de una epidemia grave, ?podr¨ªan sobrevivir los individuos m¨¢s aptos si a la vez no se protegiese a los individuos menos aptos? Sobre la p¨¢gina del archivo parroquial de Stratford-on-Avon, correspondiente al a?o 1564, una mano escribi¨®: Hic incipit pestis (?Aqu¨ª comienza la peste?). Vistas las cosas desde nuestra situaci¨®n, dice certeramente Hanlon, ?no fue acaso un azar afortunado que William Shakespeare, var¨®n luego apt¨ªsimo y entonces ni?o reci¨¦n nacido, no muriese entre tantos otros? Tambi¨¦n los sujetos biol¨®gicamente m¨¢s aptos mueren en las epidemias, y tambi¨¦n los biol¨®gicamente enfermizos pueden dar lustre a la Humanidad.
Vengamos de nuevo a la selecci¨®n preuniversitaria. Desde un punto de vista estrictamente acad¨¦mico, las razones para mantenerla -nivel intelectual exigible para la ense?anza superior, capacidad did¨¢ctica de los establecimientos docentes- son enteramente incuestionables; pero las posibles observaciones del doctrinario de la lucha de clases y del entusiasta de la selecci¨®n natural obligan a matizar y completar el uso de ella.
Sea o no sea interpretable en t¨¦rminos de lucha de clases la relaci¨®n entre las pruebas de selecci¨®n y la estructura de nuestra sociedad, es evidente que nuestra pol¨ªtica de becas dista mucho de conseguir el tan cacareado lema de la ?igualdad de oportunidades?: el tanto por ciento de estudiantes universitarios hijos de trabajadores manuales no es, ni por asomo, el que corresponde a la distribuci¨®n social del talento y la voluntad de aprender. Nada m¨¢s antiburgu¨¦s que la vitola, la anticosm¨¦tica y la conducta de la mayor parte de los mozos que frecuentan las aulas y los pasillos de nuestras facultades; pero, miradas desde un punto de vista socioecon¨®mico, ?qui¨¦n no las llamar¨¢ burguesas, en el sentido que t¨®picamente se da a esta palabra?
Firmemente creo en la realidad y en la eficacia de la selecci¨®n natural en el seno de la biosfera, y estoy muy dispuesto a admitir que, mediante la oportuna transformaci¨®n anal¨®gica, esa idea puede ser leg¨ªtimamente aplicada a la faena de entender una parte de la din¨¢mica de las sociedades humanas. Estimo, sin embargo, que no es preciso caer en el tibio pantano del panfilismo para pensar que toda sociedad debe atender con especial celo a la ayuda y, promoci¨®n de los individuos que en cualquier orden de actividad resulten ?menos aptos?. M¨¢s a¨²n: a trav¨¦s de alguno de sus grupos, toda sociedad debe exigir con energ¨ªa esa ayuda y esa promoci¨®n. Y el derecho en que tan indiscutible deber tiene su anverso, ?no es acaso el de los miles y miles de j¨®venes que no llegan a superar con ¨¦xito la prueba de selecci¨®n y, en consecuencia, tienen que ser excluidos del ingreso en la universidad? Derecho, riguroso e imprescriptible derecho a que la sociedad y el Estado inventen puestos de trabajo adecuados a la capacidad y la ambici¨®n de cada uno de los aspirantes rechazados. Si no es as¨ª, si quienes social y pol¨ªticamente rigen nuestros destinos no saben o no quieren tener la imaginaci¨®n creadora que esa invenci¨®n requiere, prep¨¢rense -prepar¨¦monos- a ver c¨®mo a los injustamente preteridos les congrega el Catilina o el Espartaco de turno.
Selecci¨®n preuniversitaria, pues, si son inteligentes y generosas las reglas que la presiden. Mas no creo que la conciencia de los universitarios pueda quedar tranquila si, tras admitir en sus aulas a los que deban ser admitidos, no hacen patente ante la sociedad espa?ola su honda, grave preocupaci¨®n por el pronto logro de una en¨¦rgica reforma social justiciera e ilusionante.
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