Estrategias para un mayor empleo
M¨¢s paro y menor poblaci¨®n activa constituyen los preocupantes sumandos del m¨¢s grave mal en que la ?crisis econ¨®mica de los setenta? se manifiesta en todos los pa¨ªses. Un mal frente al que hasta ahora no se han ofrecido respuestas eficaces por la pol¨ªtica econ¨®mica de los distintos pa¨ªses. Un mal que no se cura con la pasividad y la espera. El profesor Alain Cotta -en un informe reciente para el Gobierno franc¨¦s- ha dicho lo que todos los economistas, y probablemente la mayor parte de los ciudadanos, pensamos hoy: ?Algo es seguro; el paro aumentar¨¢ en el futuro si no se le opone un gran esfuerzo de voluntad colectiva, motivado por la conciencia general de su gravedad, que articule decisiones variadas y eficaces.?Admitiendo esa afirmaci¨®n, cabe preguntarse ?existen realmente remedios eficaces que oponer a este extendido mal del bajo empleo? Cabe pensar en principio, que un mal de todos tenga tras de s¨ª m¨²ltiples remedios ensayados por la pol¨ªtica econ¨®mica. Consejos de toda condici¨®n para combatirlo. As¨ª es, pues pocos temas han atra¨ªdo la atenci¨®n general en a?os recientes como lo ha hecho este del paro creciente y el bajo empleo.
Errores que deben evitarse
Cualquier intento de definir una pol¨ªtica econ¨®mica que pretenda ganar eficacia debe descartar lo que no debe hacerse. Ahorrar errores es quiz¨¢ la principal ense?anza que permite conseguir el an¨¢lisis de la experiencia. Y estos errores graves en que no debe caer la pol¨ªtica de empleo son, al menos, cinco:
1? El error de la autarqu¨ªa, consistente en creer que, cerrando el mercado interno a los productos nacionales, tendremos la producci¨®n propia que pueda dar salida y trabajo suficientes a empresas y mano de obra nacionales. Toda crisis econ¨®mica grave favorece la defensa de pol¨ªticas de esta naturaleza, pero basta atender a las intensas relaciones comerciales que hoy guardan incluso las econom¨ªas m¨¢s plegadas en s¨ª mismas, para darse cuenta de que cerrar nuestro mercado interno equivaldr¨ªa a abrir una guerra en mercados ajenos a los que vendemos y de los que precis,amos para alentar determinadas producciones. Como demuestra concluye ntem ente la experiencia de la gran crisis pasada -la de 1929-, la pol¨ªtica de empobrecer al vecino es el camino m¨¢s seguro para empobrecernos todos y alimentar el paro.
2.? El error de depurar la mano de obra con criterios nacionalistas. Cabe pensar tambi¨¦n cuando el empleo es escaso que ?nuestro? paro sea el desempleo de ?otros? pa¨ªses: el de origen de los inmigrados que trabajan en el mercado nacional. Esta alternativa condenable y ego¨ªsta la hemos sufrido en Espa?a, pues las dificultades de empleo en Europa han supuesto retornos importantes de nuestros traba adores desde el comienzo de la crisis (186.000 personas estima la OCDE que han regresado en el centro de la crisis situada en los a?os 1974-1976).
3.? El error de conservar el empleo a costa de las pol¨ªticas positivas de ajuste a la crisis. Unas sociedades que cuentan el paro por millones y a las que se les priva de miles de empleos anuales, es explicable que engendren un ego¨ªsmo extraordinario por mantener contra viento y marea los puestos de trabajo existentes en todos los sectores productivos. Por desgracia, la crisis que vivimos es una crisis no s¨®lo coyuntural y pasajera, sino una crisis profunda de car¨¢cter estructural que obliga a realizar cambios en las formas y modos de producci¨®n y que niega la posibilidad de supervivencia a muchos sectores productivos que deben reducir sus capacidades o reconvertir sus l¨ªneas de producci¨®n para subsistir. Afirmar la continuidadde la estructura productiva anterior a la crisis no adaptada a los nuevos datos de demanda, de costes y precios relativos que la crisis ha definido irreversiblemente, supone continuar con actividadee productivas que, por no ser viables, incurrir¨¢n en p¨¦rdidas y tendr¨¢n que recibir la ayuda por la v¨ªa de las transferencias presupuestarias del resto de la sociedad para subsistir. En la medida en que esto ocurra, tendremos, unas empresas basadas en las transferencias y no en la producci¨®n. Unas empresas cuyo sostenimiento gravitar¨¢ sobre los costes y los precios que ahogar¨¢ al resto de las empresas productivas existentes.
4.? El error del arbitrismo. La pol¨ªtica de empleo reclama y se beneficia de la imaginaci¨®n y de las iniciativas que puedan tener los miembros de las sociedades que padecen la crisis y el paro. Sin embargo, las improvisaciones no pueden ni deben informar toda la pol¨ªtica de empleo. Los experimentos han de dosificarse y no llevarse el presupuesto por delante o alentar un mesianismo monopolizador por las soluciones nuevas, en apariencia brillantes, pero escasamente eficaces. La crisis nos muestra muchas experiencias de esta clase: los proyectos de inter¨¦s local de Canad¨¢ o los propuestos por el grupo de Echange et Projects de Jacques Delors, en Francia, y seguidos por otros pa¨ªses (consistentes en favorecer iniciativas de trabajos financiados con fondos o ayudas para mejorar el medio ambiente, realizar actividades sociales y culturales, desarrollar el artesanado, todas ellas no lucrativas y que tratan de conseguir una mejor calidad de vida), los empleos sugeridos por el Informe Fabre, en Francia, y realizados ya en Estados Unidos y Gran Breta?a, principalmente (creaci¨®n de empleos p¨²blicos de una u otra naturaleza). Estas y otras muchas experiencias m¨¢s que podr¨ªan citarse no son in¨²tiles si se reducen a sus verdaderos t¨¦rminos, pero son perturbadoras si se las identifica con la pol¨ªtica de empleo.
5.? El error de la totalidad. Cualquier pol¨ªtica de empleo para los pr¨®ximos a?os tiene que partir de un hecho reconocido hoy ampliamente: la imposibilidad de volver en el horizonte temporal inmediato de los pr¨®ximos cinco a?os a las tasas de paro y actividad que caracterizaron a la econom¨ªa espa?ola a finales de la d¨¦cada de los sesenta. Como ha afirmado el economista franc¨¦s Jacques Plassard, ?jam¨¢s tendremos en el futuro una etapa de superempleo como la que vivieron las econom¨ªas europeas en la era anterior a la crisis de los setenta y que permiti¨® las fuertes corrientes migratorias en las que encontr¨® salida y ocupaci¨®n la pujante demograf¨ªa de los pa¨ªses meridionales?. Concretar cu¨¢les pueden ser las ambiciones del futuro inmediato de una pol¨ªtica de empleo no es asunto f¨¢cil, pero si el crecimiento alcanza valores satisfactorios y la productividad mantiene los ritmos vigentes en el pasado, la tasa de paro podr¨ªa situarse en torno al 4% de la poblaci¨®n activa. Una tasa que hubiera sido considerada en el pasado como m¨ªnima, pero que tiene que situarse en un horizonte de futuro en el que los pa¨ªses europeos van a moverse en valores semejantes, en el que la pol¨ªtica de subsidios al paro nada tiene que ver con la del pasado, y en el que, finalmente, el mantenimiento de los precios estables constituye una exigencia prioritaria impuesta por la competencia internacional y la viabilidad de un crecimiento econ¨®mico continuo y sostenido.
Una pol¨ªtica de empleo
Evitando esos errores, una pol¨ªtica de empleo debe acentuar la importancia de las grandes opciones ante las que debe definirse su contenido en cualquier sociedad. Esas opciones son fundamentalmente cuatro:
Aumentar la demanda de trabajo y ajustar la oferta y demanda de empleo.
Reducir los costes de trabajo y aumentar la flexibilidad de los mercados de trabajo.
Reducir la oferta de mano de obra
Atenuar las consecuencias del paro por una pol¨ªtica de subsidios, articulada en torno a un seguro de paro con una nueva regulaci¨®n.
Para reducir el paro y aumentar el empleo, la primera y m¨¢s obvia l¨ªnea de actuaci¨®n consiste en mejorar el funcionamiento de los mercados de trabajo y ajustar mejor -a trav¨¦s de diversas actuaciones- la oferta y demanda de empleo. Esas pol¨ªticas de adaptaci¨®n de la mano de obra para facilitar su absorci¨®n por el mercado cubren una amplia gama de actuaciones: una mejor preparaci¨®n para la vida activa, facilitada por la extensi¨®n de los servicios de ense?anza entre toda la poblaci¨®n, la instituci¨®n de un m¨ªnimo cultural al que tengan acceso cuantos ciudadanos pretenden encontrar empleo; una formaci¨®n profesional adquirida con una informaci¨®n plena de los interesados sobre las oportunidades de empleo y dotada de una polivalencia que permita el intercambio de empleos; una formaci¨®n continuada que facilite la adaptaci¨®n de los trabajadores, ayudas a la movilidad del trabajo tan esenciales en un mundo como el actual en el que la reestructuraci¨®n de los sectores productivos, impuesta por la crisis, necesita corresponderse con una movilidad creciente de la mano de obra; la existencia, en fin, de oficinas de empleo que hagan factible y no dificulten el hallazgo de ocupaciones rentables para la sociedad y para las personas que la solicitan. Es claro que todas estas medidas pueden mejorar considerablemente el funcionamiento del mercado de trabajo y aumentar el empleo. Sin embargo, no debe esperarse de ellas a corto plazo m¨¢s que una reducci¨®n limitada de la tasa general de paro.
La principal de esas v¨ªas la constituye la demanda total de bienes y servicios. La demanda de trabajo en los distintos mercados existentes en un pa¨ªs es siempre una demanda derivada, es decir, una demanda que no se efect¨²a directamente por las familias en los mercados de bienes, sino por las empresas como consecuencia indirecta de la demanda de productos en los mercados. Quien no vende sus productos, no emplea a trabajadores. La condici¨®n de una demanda capaz y potente es una condici¨®n necesaria, aunque no sea una condici¨®n suficiente, para lograr m¨¢s empleo. Siguiendo esta l¨®gica elemental, parece que la receta con m¨¢s posibilidades para elevar el empleo consistir¨ªa en vigorizar la demanda total de bienes y servicios. Hay quienes llevan este argumento al l¨ªmite y afirman que nada tan sencillo como elevar el nivel de empleo de una sociedad si se manipulan los resortes del gasto nacional por pol¨ªticas expansivas monetarias y fiscales, pol¨ªticas inspiradas en los burdos y primarios esquemas keinesianos que, facilitando una pol¨ªtica de dinero barato y de desequilibrios presupuestarios, den a las econom¨ªas nacionales lo que ¨¦stas parecen pedir: una demanda abundante en la que encuentren salida las producciones -hoy contenidas por la disciplina financiera y monetaria- y en la que halle trabajo la mano de obra. Por desgracia, esta salida sencilla, abierta al m¨¢s incompetente en materia econ¨®mica, popular, porque no discute ni se opone a las conveniencias e intereses de ning¨²n grupo, es, como casi todas las proposiciones simples y elementales en econom¨ªa, un error grave con inmensos costes econ¨®micos y sociales detr¨¢s de s¨ª. Es f¨¢cil adivinar las consecuencias que se seguir¨ªan de una pol¨ªtica tan extravagante como esa a que aludimos y que, por lo mismo, ninguna econom¨ªa occidental ni ning¨²n economista con prestigio y conocimientos propugna hoy en ninguno de los pa¨ªses occidentales. Los tres castigos en que incurrir¨ªan los presuntos practicantes de esta expansi¨®n incontrolada de la demanda ser¨ªan muy claros: un aumento acelerado de las importaciones de productos energ¨¦ticos, que crear¨ªa severas dificultades en sus balanzas de pagos; una inflaci¨®n acelerada que destruir¨ªa la capacidad competitiva de la econom¨ªa y amenazar¨ªa las bases de una convivencia estable; una debilidad progresiva en los mercados de cambios exteriores de la unidad monetaria que estuviese detr¨¢s de esas decisiones pol¨ªticas. Es, por tanto, evidente que un movimiento simple en la demanda efectiva total realizada por pol¨ªticas expansivas no es hoy una respuesta posible para aumentar el empleo. La pol¨ªtica de empleo tiene que basarse en una administraci¨®n del gasto nacional que tenga en cuenta las exigencias impuestas por los aumentos del empleo, pero que al mismo tiempo considere sus efectos sobre la inflaci¨®n, la necesidad de equilibrar los pagos exteriores, la posibilidad de financiar los gastos p¨²blicos sin da?o para la econom¨ªa nacional, y las posibilidades y limitaciones de la oferta para atender a esos requerimientos del gasto nacional. Este ¨²ltimo constituye un factor de importancia b¨¢sica porque la crisis econ¨®mica presente debe enfocarse para entender sus principales rasgos y caracter¨ªsticas, como una crisis de oferta, en la que la energ¨ªa, las materias primas y los productos agroalimentarios constituyen las manifestaciones m¨¢s claras a trav¨¦s de las cuales los recursos escasos imponen l¨ªmites severos para que los crecimientos de la demanda se traduzcan en incrementos de producci¨®n. La OCDE ha llamado recientemente la atenci¨®n sobre el hecho incontestable de que el crecimiento de todas las econom¨ªas nacionales despu¨¦s de la crisis ha reafirmado la validez de la proposici¨®n que afirma que los aumentos de la demanda tienden a agotarse en crecimientos de los precios m¨¢s bien que a generar aumenlos de la producci¨®n. Como l¨®gica consecuencia de que las pol¨ªticas econ¨®micas no han atendido como debieran a los factores de escasez de la oferta, lo que ha motivado que la rigidez de ¨¦sta impulsara la inflaci¨®n m¨¢s que el desarrollo econ¨®mico. La lecci¨®n de esta experiencia no es otra que la pol¨ªtica de empleo debe administrar la pol¨ªtica de demanda con un sentido claro de sus limitaciones presentes.
Una traducci¨®n concreta de las afirmaciones anteriores al caso de la econom¨ªa espa?ola parece obligar a la elecci¨®n de una tasa de crecimiento posible de la producci¨®n en los pr¨®ximos a?os y a preguntarse por las consecuencias de esa tasa sobre el nivel y las oportunidades de empleo. Un acuerdo mayoritario fijar¨ªa la tasa anual de crecimiento potencial de la econom¨ªa espa?ola en los pr¨®ximos a?os en torno al 5 %, tasa inferior a
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las conseguidas en el pasado, pero en condiciones bien distintas de oferta de recursos y de comportamientos sociales. La tasa del 5% constituye hoy, de cara al futuro, una tasa ambiciosa: supera en un 1,5 puntos a la que las econom¨ªas de la OCDE consideran como m¨¢s probable y exige, en todo caso, una diligente administraci¨®n de los recursos, que exprima la productividad potencial de ¨¦stos y que oriente, selectivamente, las inversiones disponibles hacia los mejores aprovechamientos. Dicho en otros t¨¦rminos, es una tasa-objetivo que s¨®lo una pol¨ªtica exigente permite lograr.Todo crecimiento de la producci¨®n se traduce en un aumento del empleo. Sin embargo, es preciso admitir que el grado de actividad de la poblaci¨®n y las cifras de paro no son siempre sensibles de igual forma a cualquier variaci¨®n de la demanda. Una variaci¨®n de la demanda tendente a absorber unos crecimientos de la producci¨®n generar¨¢ unos niveles de actividad que dependen de dos variables fundamentales: de los bienes que se demandan, ya que ¨¦stos incorporar¨¢n trabajo en diversas proporciones, y de los medios de producci¨®n que se utilicen para atender esa demanda final, lo que depender¨¢ de la tecnolog¨ªa empleada. Los cambios en la demanda final y los cambios tecnol¨®gicos han actuado en el pasado inmediato y es presumible que act¨²en en el futuro en un sentido negativo respecto del empleo del factor trabajo. Se han demandado m¨¢s bienes de consumo que empleaban m¨¢s capital que trabajo. Ha ca¨ªdo relativamente la demanda de productos agroalimentarios en los presupuestos familiares o la de art¨ªculos que, como los textiles, el cuero y el calzado, empleaban intensamente mano de obra. Han aparecido otros bienes distintos que, como los bienes duraderos de consumo (alimentos, electrodom¨¦sticos) o los productos qu¨ªmicos (pl¨¢sticos, detergentes), exig¨ªan una estructura de capital y un consumo del mismo muy intenso. Algo an¨¢logo ha sucedido con la demanda de exportaciones, en la que los productos industriales, consumidores mayores de capital, han sustituido en importancia a los dominantes productos agr¨ªcolas de otro tiempo. Por otra parte, los sectores productivos con un mayor crecimiento (el sector qu¨ªmico, el energ¨¦tico, el de productos met¨¢licos y la maquinaria) han empleado -por el imperativo de las funciones de producci¨®n- cantidades relativas de trabajo cada vez menores. Este hecho hace que el patr¨®n del desarrollo econ¨®mico vigente se comporte de manera negativa con respecto al empleo de trabajo.
A la demanda de trabajo que proviene de una mayor producci¨®n deben a?adirse los costes del trabajo para completar su contenido (1). Es evidente que el trabajo entra en concurrencia con los restantes factores productivos y una elevaci¨®n de sus costes respecto al de los dem¨¢s factores desincentivar¨¢ su empleo. Si los salarios reales crecen -lo cual significa que los salarios nominales crecen m¨¢s que los precios-, el trabajo se encarecer¨¢ respecto a los restantes factores de la producci¨®n y su utilizaci¨®n se ver¨¢ desincentivada por esta circunstancia. En consecuencia, una pol¨ªtica que logre estabilizar los costes reales del trabajo o que contenga su crecimiento dentro de l¨ªmites razonables, constituye un elemento esencial para el aumento del empleo en la econom¨ªa de cualquier pa¨ªs.
Resulta oportuno indicar a este respecto que por costes de trabajo han de entenderse no s¨®lo los de retribuci¨®n directa al trabajador, sino adem¨¢s todos aquellos que giran en torno al empleo de mano de obra, En este sentido, los costes de la Seguridad Social constituyen -como es evidente- parte integrante de tales costes, pero tambi¨¦n en algunos casos otros costes impositivos pueden integrar los costes del trabajo, lo que ocurre cuando los impuestos toman como elemento expl¨ªcito o impl¨ªcito de c¨¢lculo de la deuda tributaria el volumen de mano de obra utilizada.
Una pol¨ªtica de moderaci¨®n responsable de los costes del trabajo debe plantearse, en consecuencia, no s¨®lo el control del crecimiento de los costes directos -retribuciones percibidas por el trabajo-, sino tambi¨¦n la de todos esos costes indirectos de la utilizaci¨®n de mano de obra que, en muchas ocasiones, suponen proporciones muy cuantiosas del total de los costes de trabajo y -como la experiencia espa?ola de los ¨²ltimos a?os ha puesto de manif¨ªesto- constituyen partidas, adem¨¢s, de muy elevado crecimiento. El problema de la adecuada financiaci¨®n de los servicios p¨²blicos ligados a tales costes indirectos de modo que la misma no incida negativamente sobre la utilizaci¨®n de la mano de obra, ocupa, pues, un lugar de gran importancia en el dise?o de una pol¨ªtica nacional de empleo.
Un segundo tema derivado de la moderaci¨®n de los costes de trabajo es el de la posibilidad de atenuaci¨®n del ritmo de crecimiento de los costes directos de utilizaci¨®n de mano de obra mediante la dotaci¨®n gratuita de bienes p¨²blicos esenciales para los trabajadores. Es posible que muchas de las presiones salariales m¨¢s intensas podr¨ªan atenuarse si necesidades sociales tales como las de ense?anza, sanidad o vivienda se resolvieran de modo gratuito o a bajo coste para sus usuarios mediante la adecuada provisi¨®n por parte del Estado de tales servicios p¨²blicos.
El efecto conjunto sobre el empleo en la econom¨ªa espa?ola de las tasas de crecimiento del PIB y de los salarios reales, se ofrece en el gr¨¢fico n¨²mero 1 y en los datos del cuadro 1. Como puede comprobarse, una creaci¨®n de empleos positiva exige convertir en realidad el m¨¢ximo crecimiento potencial de la econom¨ªa espa?ola (el 5%) al tiempo que una moderaci¨®n responsable de los salarios reales consiga el mantenimiento de su capacidad adquisitiva. En t¨¦rminos aproximados, los datos disponibles para la econom¨ªa espa?ola permiten afirmar que cada punto de crecimiento del PIB genera un crecimiento del empleo en torno a 0,3 ¨® 0,4 puntos porcentuales, cada punto de crecimiento de los salarios reales reduce el nivel de empleo entre 0, 15 y 0,2 puntos porcentuales. Dadas las necesidades actuales de empleo de la econom¨ªa espa?ola, el aumento anual de poblaci¨®n activa para los pr¨®ximos a?os s¨®lo podr¨¢ ser absorbido totalmente si la tasa de crecimiento del PIB se sit¨²a entre el 4% y el 5% anual y si adem¨¢s los salarios reales no sobrepasan en su crecimiento el 1%. Cualquier otra posible soluci¨®n del problema que supusiera tasas m¨¢s elevadas de crecimiento real en los salarios resultar¨ªa claramente ut¨®pica por exigir de tasas de crecimiento del PIB superiores a las que potencialmente puede alcanzar nuestra econom¨ªa en las condiciones actuales.
Relaciones laborales y rigidez del empleo
Uno de los factores m¨¢s profusamente aludidos por los empresarios como determinante del nivel de empleo es la del marco actual de las relaciones laborales. Se dice por los empresarios que el sistema actual de relaciones laborales dificulta extraordinariamente los ajustes de las plantillas a las necesidades variables de las empresas y constituye, en consecuencia, uno de los factores esenciales que impiden la creaci¨®n de nuevos puestos de trabajo, ya que, ante la dificultad y el coste de rescindir la relaci¨®n laboral, una vez establecida, los empresarios se inclinan por una utilizaci¨®n m¨¢s intensiva de la mano de obra ya empleada. Flexibilizar, en consecuencia, las relaciones laborales, simplificando y economizando su coste, puede constituir un elemento importante para alcanzar un mayor nivel de empleo en Espa?a.
Sin desconocer, en absoluto, tan importante y reiterada argumentaci¨®n, tampoco cabe ocultar que en las circunstancias actuales existe posiblemente un exceso de empleo en muchas empresas o sectores concretos de actividad, y que una liberalizaci¨®n absoluta e inmediata de las posibilidades de rescisi¨®n de las relaciones laborales puede conducir a corto plazo a una acumulaci¨®n sustancial en las cifras del paro. Por ello, la necesidad de un gradualismo ponderado parece evidente, si se desea mejorar el nivel de empleo sin afectar gravemente a los niveles actuales de paro y conseguir un acercamiento -justificado y necesario- a los sistemas de relaciones laborales vigentes en Europa.
La reducci¨®n de la oferta de mano de obra
Una alternativa distinta a la pol¨ªtica de empleo consistir¨ªa en reducir la oferta en los mercados de trabajo. Soluci¨®n a la que puede llegarse por distintas v¨ªas alternativas:
-La elevaci¨®n de la edad l¨ªmite para el trabajo y la reducci¨®n de la edad de jubilaci¨®n. Si ambas medidas se adoptaran simult¨¢neamente en Espa?a, elevando la edad de trabajar de los catorce a los diecis¨¦is a?os y estableciendo el l¨ªmite de jubilaci¨®n a los 65 a?os, el n¨²mero de personas activas se reducir¨ªa en 1980 en m¨¢s de 650.000. Esta pol¨ªtica no afectar¨ªa pr¨¢cticamente en a?os sucesivos al aumento de la poblaci¨®n activa.
- Otra v¨ªa para aumentar al n¨²mero de empleados disponibles consistir¨ªa en la penalizaci¨®n del pluriempleo y de las horas extraordinarias. Aunque no se dispone de datos precisos sobre el volumen de horas extraordinarias, ¨¦stas se cifran aproximadamente en un 4% sobre la jornada normal, dato que permite intuir la escasa importancia relativa de esta decisi¨®n
En cuanto al pluriempleo, existen dos fuentes distintas para estimarlo: la encuesta de poblaci¨®n activa y los datos de poblaci¨®n afiliada a la Seguridad Social. A partir de la primera, el n¨²mero de personas con actividades secundarias se elevaba a 342.000 (dato ya antiguo, puesto que la ¨²ltima encuesta que recog¨ªa esta estimaci¨®n proviene del segundo trimestre de 1976). Los datos de la Seguridad Social ampl¨ªan esta cifra, al enfrentar la poblaci¨®n afiliada con la poblaci¨®n ocupada, hasta las 700.000 personas. Las actuaciones en ambos sectores cuentan, pues, con posibilidades, pero reducidas. Quiz¨¢ una estimaci¨®n no excesivamente optimista permitir¨ªa establecer en su conjunto la cifra de 150.000 puestos de trabajo adicionales, cuya utilidad habr¨ªa que oponer al coste de perder mecanismos de flexibilidad para la obtenci¨®n de rentas como son las horas extraordinarias y el pluriempleo.
- Una tercera alternativa, que est¨¢ detr¨¢s de todas las reivindicaciones laborales europeas, es la reducci¨®n de la jornada laboral a 35 horas semanales. Este tema ha originado una controversia intensa y poco clara sobre sus repercusiones finales en el nivel de empleo. Alfred Sanvy ha recordado su experiencia como asesor del Gobierno franc¨¦s del Frente Popular, en cuya ¨¦poca se produjo la reducci¨®n de la jornada laboral a cuarenta horas, con efectos negativos sobre la econom¨ªa. El paro no disminuy¨® y la inflaci¨®n se realiz¨® hacia tasas superiores al 30%. Esta experiencia del pasado debe hacer contemplar con prudencia tal alternativa, que, en cualquier caso, deber¨¢ ser adoptada coordinada y solidariamente por los distintos pa¨ªses occidentales si no se desea perjudicar de forma irreversible a las econom¨ªas que la acepten individualmente.
La mejora del seguro de desempleo
Cualquiera que sea la pol¨ªtica de empleo que se adopte, por sabias y bien secundadas que sean sus decisiones, el paro subsistir¨¢ en los pr¨®ximos tiempos, y de ah¨ª la necesidad de un seguro de desempleo que reduzca sus costes y que reforme el actualmente vigente en Espa?a. Cinco parecen ser los principios que deben inspirar esta reforma: la prestaci¨®n del seguro por un tiempo mayor en situaciones socialmente justificadas, una mejor asignaci¨®n de los fondos de desempleo dirigidos a atender el paro estacional agrario, el control y la coordinaci¨®n mejores del seguro, realizados por el Instituto Nacional de Empleo, la persecuci¨®n y limitaci¨®n del fraude hoy muy extendido y el equilibrio necesario entre el tiempo de trabajo y el importe y extensi¨®n del subsidio.
Entre lis necesidades actuales de la pol¨ªtica econ¨®mica ninguna reviste tanta importancia como articular una pol¨ªtica de empleo que se enfrente a la m¨¢s grave consecuencia de la crisis sobre nuestra econom¨ªa: las elevadas tasas de paro y la reducci¨®n progresiva de los niveles de actividad de la poblaci¨®n espa?ola. Unas actuaciones diversificadas resultan imprescindibles para conseguir resultados positivos en este frente de tanta trascendencia social, pero esas acciones diversificadas deben apoyarse sobre dos puntos b¨¢sicos: conseguir el crecimiento potencial m¨¢ximo de la econom¨ªa espa?ola, orient¨¢ndolo hacia aquellos sectores con m¨¢s eco productivo y con m¨¢s promesas de puestos de trabajo. Esa programaci¨®n exigente del crecimiento econ¨®mico debe ser secundada por una moderaci¨®n responsable del crecimiento de los costes de trabajo, sin la cual ser¨¢ muy dif¨ªcil conseguir cifras mejores de ocupaci¨®n. Si estas dos exigencias no se asumen por todas las clases sociales, ni la reducci¨®n del paro ni el aumento del empleo se en, contrar¨¢n en el horizonte de la sociedad espa?ola.
Nota. Las estimaciones de este art¨ªculo responden al enfoque de las funciones invertidas de producci¨®n. Postulando una relaci¨®n a largo plazo entre empleo y capital inversamente proporcional al nivel real de salarios, las variables explicativas del empleo se concretan al nivel de producci¨®n, al valor de los salarios reales y al efecto derivado del progreso tecnol¨®gico. La ecuaci¨®n estimada para Espa?a fue la siguiente: Ln (empleo) = -0,70 x 0,3 5 Ln (PIB)-0, 18 Ln (Salario real)-0,0055 (tiempo) X 0,57 Ln (empleo desfasado).
Las magnitudes de esta ecuaci¨®n est¨¢n medidas en t¨¦rminos logar¨ªtmicos, de donde se desprende que los distintos coeficientes estimados indican elasticidades a corto plazo del empleo con respecto a las respectivas variables.
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