El susto de la gasolina
EL ENCARECIMIENTO de los precios de los crudos como consecuencia de la formaci¨®n de la OPEP, cartel de pa¨ªses que desde 1973 ha esbozado una estrategia de largo plazo para evitar el agotamiento r¨¢pido de ese vital recurso energ¨¦tico y elevar los beneficios de su explotaci¨®n, ha enfrentado a las sociedades industriales desarrolladas con un desaf¨ªo que sobrepasa con mucho las simples dificultades coyunturales. Est¨¢ en juego, nada m¨¢s y nada menos, que la viabilidad de unos sistemas basados hasta ahora en la energ¨ªa barata y de disponibilidad ilimitada. La b¨²squeda de fuentes alternativas de energ¨ªa, desde la at¨®mica hasta la solar pasando por la recuperaci¨®n del carb¨®n y las pizarras bituminosas, exige tiempo, requiere grandes inversiones e implica la aceptaci¨®n de unos precios superiores a los del pasado. Por otra parte, esa reconversi¨®n de las sociedades industriales alberga en su seno la posibilidad de movimientos e ideolog¨ªas que propugnan pautas no productivistas y con mayor sensibilidad hacia el equilibrio ecol¨®gico que las defendidas en nombre del progreso, tanto por liberales como socialistas, durante el ¨²ltimo siglo y medio. Aunque esas estrategias alternativas apelan sinceramente al humanismo, tambi¨¦n es cierto que la sobrepoblaci¨®n mundial, el paro creciente en las zonas desarrolladas y el hambre en el llamado Tercer Mundo hacen dif¨ªcilmente concebible la renuncia a sistemas productivos basados en la tecnolog¨ªa y en las fuentes de energ¨ªa que la sustentan.En este sentido, se comprenden los esfuerzos de los Gobiernos para sensibilizar a la opini¨®n p¨²blica de los pa¨ªses avanzados sobre la gravedad de la crisis del petr¨®leo y de sus implicaciones. Sin embargo, el golpe de tim¨®n es, a veces, demasiado violento y la escenificaci¨®n dram¨¢tica excesivamente truculenta. No faltan incluso quienes sospechan que los deseos de combatir la mala prensa de las centrales nucleares con hechos que demostrar¨ªan su inevitabilidad no son ajenos a los racionamientos de la gasolina y a la elevaci¨®n desproporcionada de sus precios. En Estados Unidos, que desde hace cuatro a?os mantienen un ritmo de crecimiento ininterrumpido, los recortes en el suministro de gasolina poseen una justificaci¨®n, m¨¢xime si se tiene en cuenta el precio del gal¨®n de gasolina, apenas gravado por cargas fiscales y muy inferior al de los pa¨ªses europeos. La devaluaci¨®n del d¨®lar proporciona adem¨¢s una raz¨®n complementaria a esa medida. Pero ese cuadro no guarda, evidentemente, relaci¨®n alguna con la econom¨ªa espa?ola, casi estancada en los ¨²ltimos cuatro a?os, con una divisa revaluada sustancialmente desde hace diez meses y cuya fiscalidad sobre el consumo de gasolina es muy elevada.
El petr¨®leo se ha encarecido, a lo largo de 1979, en un 20% midiendo los precios en d¨®lares, mientras que la peseta se ha apreciado aproximadamente en un, 15% durante ese mismo per¨ªodo. As¨ª pues, el encarecimiento de los crudos para los espa?oles en ning¨²n caso podr¨ªa ser superior a un 5%. ?Por qu¨¦ entonces el alarmismo que colorea los rumores filtrados acerca de un inminente racionamiento de la gasolina o de una subida por encima de lo que el mercado justificar¨ªa? ?C¨®mo explicar esas medidas con unas reservas de 12.000 millones de d¨®lares? ?Y de qu¨¦ manera esa elevaci¨®n o restricci¨®n es compatible con una pol¨ªtica de contenci¨®n de precios? Porque la marruller¨ªa de posponer hasta el comienzo del segundo semestre de este a?o la elevaci¨®n de la gasolina puede salvar al se?or Abril Martorell de una jaqueca veraniega pero no le evitar¨¢ un fuerte dolor de cabeza a finales de 1979. Por lo dem¨¢s, el argumento de que, de esta manera, los turistas pagar¨ªan precios europeos de combustible, no s¨®lo descarta los efectos disuasorios de esa medida respecto a nuestros visitantes, sino que suena a la t¨¦cnica ahorratoria del chocolate del loro.
Es posible que el Gobierno se proponga, con esa eventual medida, dar una lecci¨®n de austeridad a la sociedad espa?ola y preparar el terreno para una campa?a en favor de las centrales nucleares. Pero ninguno de esos dos objetivos servir¨ªa para disculpar ni el racionamiento de la gasolina ni su subida de precio en proporci¨®n mayor de la que resulte de aplicar la cotizaci¨®n actual de la peseta a las nuevas tarifas internacionales. Si el Gobierno quiere hacer pedagog¨ªa de la sobriedad, que comience con su propio sector p¨²blico. Si desea racionalidad en el consumo de los derivados del petr¨®leo, que empiece desde ahora a reducir las subvenciones al fuel t¨¦rmico y a los gas¨®leos para calefacci¨®n. Si est¨¢ convencido de la necesidad de una pol¨ªtica de centrales nucleares, que transmita a la opini¨®n p¨²blica sus razones. Pero que no opte por intimidar a los ciudadanos racionando la gasolina o elevando hasta la estratosfera sus precios. Bastantes problemas tenemos para que adem¨¢s nos obsequien con dificultades artificiales. Mientras nuestros gobernantes no racionen sus propios consumos y mientras un servicio p¨²blico eficaz de transportes no permita a los habitantes de las grandes ciudades optar voluntariamente por los medios colectivos, el racionamiento de la gasolina o su exorbitante encarecimiento por encima de su precio de adquisici¨®n en el exterior carecen de justificaci¨®n.
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