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Reportaje:COYUNTURA ECON?MICALa inflaci¨®n en Espa?a / 1

Caracter¨ªsticas y causas de la inflacion

?El primer signo externo de un pa¨ªs mal gobernado es la inflaci¨®n. El segundo es la guerra. Ambos producen el mismo efecto: la ruina permanente del pa¨ªs que los padece.? Estas palabras lapidarias de Ernest Hemingway han cumplido medio siglo. El tiempo suficiente para registrar la presencia continuada de la inflaci¨®n y manifestar la huella profunda dejada por graves conflictos b¨¦licos.El permanente mal contempor¨¢neo de la inflaci¨®n, sin embargo, no se ha padecido siempre con la misma extensi¨®n ni con id¨¦ntica intensidad, ni puede atribuirse permanentemente a las mismas causas; los economistas suelen decir, con verdad, que todas las inflaciones son hermanas -en cuanto tienen un parecido aire familiar en sus efectos-, pero jam¨¢s dos inflaciones han sido gemelas; hasta tal punto hay diferencias importantes en su amplitud, en su origen, en sus caracter¨ªsticas, en sus consecuencias.

La inflaci¨®n se presenta hoy como un mal universal de una intensidad sin precedentes, concretada en tasas de crecimiento de precios de dos d¨ªgitos. Signo externo escandaloso de un mundo mal gobernado. Se presenta, adem¨¢s -y esta es quiz¨¢ su principal caracter¨ªstica-, con las compa?¨ªas indeseables del paro y el estancamiento. La inflaci¨®n que hoy padecemos no es una inflaci¨®n sola, es una inflaci¨®n con estancamiento. Stagflation es el conocido nombre de esta nueva enfermedad, que asocia males en otro tiempo contrapuestos: mientras los precios y los salarios crecen cada d¨ªa, los trabajadores no encuentran empleo y las empresas son incapaces de hallar clientes para colocar sus productos. Inflaci¨®n y paro no son fen¨®menos alternativos, sino cumulativos: las mayores tasas de inflaci¨®n elevan y no reducen permanentemente el paro.

La gravedad de la inflaci¨®n actual s¨®lo se corresponde con las dificultades existentes para remediarla. Una pol¨ªtica antiinflacionista debe superar hoy obst¨¢culos de todo orden: es necesario y no sencillo conocer el mal que trata de remediarse (las caracter¨ªsticas con las que se presenta la inflaci¨®n y las causas que la producen), es preciso laborioso articular una pol¨ªtica econ¨®mica adecuada (que utilice las medidas necesarias y las m¨¢s eficaces), es indispensable -y muy pocas veces posible- conseguir el apoyo social y pol¨ªtico) que pide todo programa que trate de reducir la inflaci¨®n. Esas dificultades t¨¦cnicas y pol¨ªticas que envuelven a la lucha contra el mal de la inflaci¨®n explican su dominio de las sociedades actuales y la huida de los pol¨ªticos ante sus responsabilidades en este campo. Oponerse a la inflaci¨®n equivale a arriesgarse a fracasar ante lo inevitable y a enajenarse la popularidad en los constantes conflictos que acompa?an a todo intento de conseguir precios m¨¢s estables. Justamente por ello, la lucha contra la inflaci¨®n constituye el campo cr¨ªtico en el que apreciar la calidad de la pol¨ªtica econ¨®mica. La adecuada administraci¨®n de un Gobierno. El ?dime c¨®mo va tu inflaci¨®n y te dir¨¦ c¨®mo va tu econom¨ªa? es la primera prueba que debe realizarse a todo gobernante. Porque hoy -m¨¢s que nunca quiz¨¢- es cierto el juicio de Hemingway: el primer signo externo de un pa¨ªs mal gobernado es la inflaci¨®n.

Tengo que darles una mala noticia...

La inflaci¨®n ha sido la noticia de la semana. Una mala noticia comunicada al pa¨ªs por el vicepresidente del Gobierno para Asuntos Econ¨®micos: ?El mes de mayo, con un aumento del ¨ªndice de precios al consumo del 1,2%, ha sido el primer mes en el ¨²ltimo a?o y medio en que la tasa de crecimiento de los precios no se reduce. Esta es una mala noticia en opini¨®n del Gobierno y en mi opini¨®n personal.?

El ¨ªndice general de precios interrumpe, en efecto, en mayo de 1979, la desescalada que se inici¨® en octubre de 1977, tras los acuerdos de la Moncloa. Una desescalada que ha llevado el ¨ªndice de precios al consumo desde un crecimiento anual del 27,9% al 15,7%. Descenso espectacular y costoso y tras el cual est¨¢ el apoyo de todos los partidos pol¨ªticos con representaci¨®n parlamentaria y el esfuerzo de empresas y trabajadores. Ese activo de la sociedad espa?ola es el que ha sufrido el deterioro de dos d¨¦cimas en el mes de mayo -al pasar el ¨ªndice general del 15,5% a que marchaba en abril, al 15.7% que marca mayo-, d¨¦cimas que interrumnen una tendencia ganada d¨ªa a d¨ªa, en el inmediato pasado, con perseverante voluntad.

Una mala noticia de d¨¦cimas no parece que deba causar sustos a nadie. Algo m¨¢s tiene que ocurrir para que esa noticia adquiera el relieve que parece hab¨¦rsele concedido.

Dos son las razones que otorgan una resonancia singular a esas dos d¨¦cimas de m¨¢s con las que mayo nos presenta el ¨ªndice anual de crecimiento de los precios de consumo. Una raz¨®n subjetiva, en primer t¨¦rmino, asociada a la posible crisis de uno de los medios m¨¢s eficaces de la pol¨ªtica de saneamiento definida en 1977. Una raz¨®n objetiva, en segundo lugar, que apunta hacia la historia de la propia inflaci¨®n espa?ola que amenaza de nuevo, desde sus viejas caracter¨ªsticas, con recobrar en el futuro el ¨ªmpetu que la caracteriz¨® en el pasado, borrando lo conseguido con tanto esfuerzo desde los acuerdos de la Moncloa hasta hoy.

Aspiraciones crecientes y expectativas alcistas

Romper un proceso inflacionista como el espa?ol que se med¨ªa por los dos d¨ªgitos antes de la llegada de la crisis energ¨¦tica, supone entablar una lucha psicol¨®gica que obligue a cambiar convicciones profundamente arraigadas entre los ciudadanos. Si alguna idea anclada existe en las sociedades actuales con vigencia general -por encima de cualquier ideolog¨ªa- es el deseo de quienes las formamos por conseguir, gracias a unos ingresos mayores, niveles crecientes de vida y de consumo. El deseo de consumir con ventaja sobre el ejercicio anterior figura como una de las ambiciones irrenunciables del hombre contempor¨¢neo. Esa ambici¨®n no se ha quedado en el terreno de los deseos. Se ha hecho y se hace efectiva por cada grupo social a trav¨¦s de procedimientos diferentes por los que procura garantizarse esa mejor¨ªa real en el nivel de vIda. Como la poblaci¨®n ha decidido ser indulgente para consumir, tiene que ser exigente para ganar y est¨¢ dispuesta para asegurar esa ganancia a llevar las cosas hasta situaciones conflictivas l¨ªmites con las que conseguir su prop¨®sito, aplicando cada grupo social toda su capacidad de agresi¨®n contra la paz civil para preservar sus ¨ªndices programados de consumo.

Esa convicci¨®n justifica, en una sociedad con una tasa elevada de inflaci¨®n, su crecimiento autosostenido. La fuerza que perpet¨²a y ampl¨ªa este proceso son las expectativas sobre el crecimiento de los precios en base a las cuales se formulan las exigencias de mayores rentas y retribuciones. La fortaleza de las expectativas sobre el crecimiento de los precios constituye el acicate psicol¨®gico sobre el que se apoya la aceleraci¨®n del proceso inflacionista. Cuando en octubre de 1977 se defini¨® la pol¨ªtica de saneamiento econ¨®mico eran muy pocos los que cre¨ªan que no estuvi¨¦semos condenados a padecer, como un mal incurable, el crecimiento indefinido de las expectativas alcistas. Creencia que dificultaba extraordinariamente la aceptaci¨®n de una tasa-objetivo hacia la que dirigir la marcha de los precios. Esa tasa-objetivo deb¨ªa romper con la inercia de la inflaci¨®n acumulada y comprometer los esfuerzos de todos los grupos sociales para alcanzarla. La fijaci¨®n de esa tasa-objetivo para la inflaci¨®n de 1978 y el compromiso de los distintos esfuerzos sociales para lograrla se consigui¨®, en 1977, incorporando la cl¨¢usula de salvaguardia de la revisi¨®n de salarios en el mes de julio, si el crecimiento de los precios superaba el 11,5%. Quienes intervinieron en aquella negociaci¨®n conocen bien el escepticismo que en muchos participantes reinaba sobre la posibilidad de cumplir este compromiso y el valor econ¨®mico y pol¨ªtico que para alentar la lucha contra la inflaci¨®n adquir¨ªa el conseguirlo. S¨®lo un ¨¦xito claro en la desescalada del ¨ªndice de precios de consumo permitir¨ªa doblegar las expectativas aleistas y devolver la confianza a la sociedad de que la inflaci¨®n pod¨ªa dominarse. El que los objetivos de precios se alcanzasen en junio, primero, y en diciembre de 1978, despu¨¦s, explican el cambio espectacular y favorable de las expectativas alcistas que registraban las encuestas a empresarios y consumidores en octubre-diciembre de 1978.

La tendencia de los precios en mayo de 1979 -y muy especialmente la inflaci¨®n acumuladaanuncia que la repetici¨®n de la cl¨¢usula de salvaguardia para este a?o -fijada en el 6,5%- no se va a cumplir, y que los salarios habr¨¢n de revisarse con toda probabilidad a partir de julio. Se ha afirmado que sobrepasar unas d¨¦cimas el crecimiento se?alado para los precios carece de importancia. Y as¨ª ser¨ªa si ese compromiso no tuviera -como tiene- la importancia psicol¨®gica y pol¨ªtica de asegurar el ¨¦xito de la pol¨ªtica anti inflacionista y alentar su necesaria continuidad. La probable revisi¨®n salarial ha roto con el prop¨®sito b¨¢sico de este compromiso pol¨ªtico y producir¨¢ -deber¨ªa decirse mejor: ha producido ya- un rebrote de las expectativas aleistas. La noticia de las d¨¦cimas de mayo (en cuanto envuelve una revisi¨®n casi segura del criterio salarial de referencia) es literalmente, y por este efecto psicol¨®gico-pol¨ªtico, una mala noticia.

Caracter¨ªsticas de la inflaci¨®n espa?ola

Lo es tambi¨¦n en cuanto ese cambio de tendencia nos recuerda las poderosas caracter¨ªsticas que definen nuestra inflaci¨®n y que a me nazan con volver con algo m¨¢s que las d¨¦cimas de mayo en los meses que vienen.

Cuatro caracter¨ªsticas concurren en la inflaci¨®n espa?ola, de las que deriva su fuerza y su gravedad:

Su magnitud: una inflaci¨®n de dos d¨ªgitos, que si para el ¨ªndice general se sit¨²a en el 15,7% en mayo, alcanza para los componentes no alimenticios el 17,9% y el 18,5%, cuando se excluye el sumando an¨®malo de la vivienda.

• Su car¨¢cter irreductible en el grupo de precios que se forman con mayor libertad en el mercado: vestido y caIzado, vivienda (excluidos los alquileres), menaje y servicios del hogar se encuentran pr¨¢cticamente estancados en altos niveles desde finales de 1978 (20,3% de tasa de crecimiento anual en diciembre, 20,2%, tasa de crecimiento anual en mayo de 1979).

Su duraci¨®n: la inflaci¨®n espa?ola no se ha creado en dos d¨ªas, es un producto madurado en muchos a?os. Cuando esto ocurre, la sociedad propende a adquirir una inercia inflacionista que prepondera a largo plazo y que debe combatirse con perseverancia merced a amargas y duraderas pol¨ªticas de demanda (con medidas moneta-

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rias y fiscales), costosas y diariamente contestadas.

• La gravitaci¨®n inflacionista que ejerce la estructura productiva. Cuando se analiza el comportamiento diferencial de los precios por sectores (v¨¦ase gr¨¢fico 1) se comprueba que la intensidad del proceso inflacionista ha venido de los servicios, sector con peso creciente en nuestra econom¨ªa (un 50% del PNB se origina en el mismo), seguido de los productos industriales; tan s¨®lo los productos alimenticios y la vivienda -sectores de menor eco productivo- registran desviaciones negativas. La propia estructura productiva, con la importancia creciente de los servicios y la industria, determina a largo plazo un deslizamiento de la econom¨ªa espa?ola hacia la inflaci¨®n.

Esas caracter¨ªsticas acent¨²an la dificultad de vencer la inflaci¨®n a corto plazo. La inflaci¨®n constituye un problema muy serio, y su soluci¨®n reclama un horizonte muy superior al esfuerzo de un a?o y al exclusivo convencimiento y compromiso del Gobierno. La pol¨ªtica antiinflacionista debe basarse en una estrategia que act¨²e sobre las causas que producen el crecimiento de los precios, sostenida con perseverancia por el convencimiento de la sociedad.

La actual inflaci¨®n espa?ola: causas

Es un hecho indiscutible que la crisis econ¨®mica que padecemos se ha manifestado en una nueva inflaci¨®n cuyas causas explicativas difieren de las inflaciones del basado.

Por su magnitud, por su persistencia, por su difusi¨®n mundial, por su compa?¨ªa (paro y desequilibrio exterior), la inflaci¨®n actual es un fen¨®meno nuevo y distinto. Un fen¨®meno que no puede atribuirse a una sola causa, sino a m¨²ltiples asociadas a las caracter¨ªsticas que determinan el funcionamiento del sistema de econom¨ªa mixta de los pa¨ªses occidentales. Cinco son las causas que deben retenerse como fundamentales:

• Los cambios en los precios relativos de materias primas y productos estrat¨¦gicos. La variaci¨®n del precio de cualquier bien no se registra hoy como una variaci¨®n aislada: trasciende y amplifica su influencia sobre el nivel general d¨¦ precios. Samuelson ha afirmado que una ley sobre cualquier otra domina el comportamiento de los precios: ?La inflaci¨®n microecon¨®mica de determinados bienes -sea alimentaci¨®n, productos energ¨¦ticos o en cualquier otro sector de la econom¨ªa- se niega a continuar siendo microecon¨®mica.? Las presiones alcistas de precios en un sector determinado tienden a perturbar la estructura de precios relativos y a aumentar el nivel general de precios. La escasez relativa de un bien o un producto eleva as¨ª el ¨ªndice de inflaci¨®n. La resonancia inflacionista de toda alza de precios est¨¢ hoy garantizada. El sistema econ¨®mico es sensible a la inflaci¨®n: los est¨ªmulos inflacionistas que recibe los acent¨²a y extiende, no los amortigua y limita.

Esta caracter¨ªstica de la inflaci¨®n contempor¨¢nea no es inevitable, Puede tratarse por la pol¨ªtica econ¨®mica. Es cierto que existen alzas de precios que, por alterar precios relativos fundamentales, como el de la energ¨ªa, deben reconocerse por los pa¨ªses en funci¨®n de la escasez de sus recursos, aceptando las elevaciones impuestas por el mercado internacional cuando se correspondan con la limitaci¨®n de los recursos nacionales. Estas elevaciones de los precios de los productos estrat¨¦gicos no deben minorarse por medidas artificiales, pero tampoco deben exagerarse en ning¨²n caso. Practicar, por ejemplo, una pol¨ªtica compensatoria con los precios de los productos energ¨¦ticos constituye un error tan grave como implantar un terrorismo energ¨¦tico no justificado por el mercado que trate de encubrir con medidas espectaculares, debilidades o ausencias de la pol¨ªtica econ¨®mica en otros campos -como en los del gasto p¨²blico, la imposici¨®n, o la financiaci¨®n de la econom¨ªa-, en los que la pol¨ªtica econ¨®mica debe estar presente y no huir ante sus responsabilidades y deberes.

Sin embargo, no todas las elevaciones de precios de productos concretos poseen el valor imperativo para aceptarse como inflaci¨®n. Cuando as¨ª ocurra, resulta claro que la apreciaci¨®n del tipo de cambio, las modificaciones arancelarias a la baja, la supresi¨®n de intervencionismos, trabas y rigideces existentes en los mercados constituyen medios utilizables que la pol¨ªtica econ¨®mica debe emplear para reducir la amplificaci¨®n de las alzas de precios singulares. Es importante acentuar el inter¨¦s de lograr que esa amortiguaci¨®n de los efectos inflacionistas se consiga instaurando y no negando la competencia del mercado, flexibilizando y no incorporando elementos de rigidez que, como las subvenciones, las exenciones impositivas u otros privilegios econ¨®micos, hipotecan el funcionamiento eficiente del sistema econ¨®mico en el futuro.

• Intimamente asociada a la elevaci¨®n de los precios de las materias primas y de los productos estrat¨¦gicos, que alteran las relaciones reales de intercambio en cuant¨ªa desconocida en el pasado. est¨¢ la reacci¨®n defensiva interna que esas variaciones de precios relativos producen en los distintos grupos de una sociedad. La petici¨®n de rentas mayores o la exigencia de precios m¨¢s elevados para defender los niveles de vida alcanzados por cada sector de la poblaci¨®n constituyen, sin duda, comportamientos generalizados en todos los pa¨ªses. Comportamientos que no hacen sino atizar el fuego de la inflaci¨®n que empobrecer¨¢ m¨¢s a¨²n a los pa¨ªses perjudicados por la evoluci¨®n relativa de los precios. En el proceso de fijaci¨®n de precios, de salarios y de otras rentas encuentran aliento o impulso gran parte de los procesos inflacionistas de nuestro tiempo. Es evidente que hoy en los distintos pa¨ªses los precios se orientan en relaci¨®n a los costes de producci¨®n, aumentando en alg¨²n margen su cuant¨ªa. Y lo es tambi¨¦n que los salarios se orientan hacia la equidad, cuya prueba b¨¢sica es que ¨¦stos se eleven en funci¨®n del coste de vida hist¨®rico y de las percepciones de otros trabajadores que se encuentran en situaciones similares. Esa estrategia define una inercia en los aumentos salariales, creando un modelo en el que los salarios siguen a la inflaci¨®n y a otros salarios dominantes de la econom¨ªa. De esta caracter¨ªstica deriva la rigidez de los salarios reales en todos los pa¨ªses y la enorme resistencia a aceptar tasas menores de aumento en los salarios nominales como si de la simple exigencia de mayores salarios nominales dependiera la participaci¨®n real de los trabajadores en la producci¨®n. Esta defensa a ultranza del crecimiento de los salarios nominales adquiere caracteres dram¨¢ticos en los pa¨ªses latinos, en los que las posiciones progresistas y sindicales tienden a identificarse con la defensa de crecimientos lineales -los m¨¢s elevados que puedan concebirse- del salarlo nominal, defensa que se completa con la oposici¨®n a toda medida que discipline el crecimiento del cr¨¦dito y la financiaci¨®n inflacionista de la econom¨ªa. En esa postura ese seudorradicalismo latino coincide con las ideas siempre propugnadas por el reaccionarismo empresarial m¨¢s ineficiente, constituyendo de esta forma una fuerza dif¨ªcil de vencer por la voluntad del Gobierno. La rigidez de las rentas salariales que se sigue de la profesi¨®n de estas actitudes hace que el mercado de trabajo no tenga influencia -o la tenga muy escasa- sobre el nivel de salarios, lo que a su vez explica, de una parte, que los aumentos del gasto nacional no se traduzcan en crecimientos reales de la producci¨®n, sino que se agoten en crecimientos de rentas y costes que impulsan al alza de los precios, y, por otro lado, que las disminuciones del gasto nacional no, reduzcan rentas y costes, y por este camino los precios, sino que se acusen en ca¨ªdas mayores de la producci¨®n y en cifras crecientes de paro. Esta caracter¨ªstica de la inflaci¨®n actual ha elevado enormemente el coste social de la pol¨ªtica de demanda y ha limitado muy considerablemente su eficacia. Que esta es una caracter¨ªstica con clara vigencia en la inflaci¨®n espa?ola lo demuestra el hecho de que mientras antes de la crisis econ¨®mica -concretamente en el per¨ªodo 1964-1973- un aumento de cien unidades en el gasto nacional se traduc¨ªa en un aumento de la producci¨®n en 47,38 pesetas y un aumento de 52,62 pesetas en los precios, tras la crisis econ¨®mica -en el per¨ªodo 1974-1978- un aumento de cien unidades en el gasto nacional ha producido un elevaci¨®n de 82,39 unidades en los precios y solamente 7,61 pesetas de ese gasto se han traducido en aumentos de la producci¨®n. En sentido inverso, la desaceleraci¨®n de la demanda tras las medidas de saneamiento parece haber probado claramente el registro de sus consecuencias en las cifras de paro y no en la mayor flexibilidad de las rentas.

Alterar esta caracter¨ªstica de la inflaci¨®n contempor¨¢nea debe constituir la principal de las preocupaciones de la pol¨ªtica econ¨®mica porque es, sin duda, la que se enfrenta con m¨¢s dificultades sociales y pol¨ªticas. La experiencia se?ala en este punto, como ha afirmado recientemente la OCDE, la conveniencia de que la pol¨ªtica econ¨®mica incorpore como rasgo permanente de su futura configuraci¨®n criterios para la fijaci¨®n permanente de las rentas que tienda a evitar su rigidez actual. Lograr la aceptaci¨®n pol¨ªtica de esta innovaci¨®n necesaria no parece tarea f¨¢cil y ello explica la permanencia de la inflaci¨®n.

• La inflaci¨®n de rentas salariales no es el ¨²nico aumento que se registra en los costes de trabajo. En todos los pa¨ªses los costes de trabajo no salariales (costes de la Seguridad Social) se han convertido en una partida decisiva de la cuenta de costes totales. De esta forma, las tendencias de los salarios s¨®lo recogen parcial y limitadamente las tendencias de la inflaci¨®n. En muchos pa¨ªses la presupuestaci¨®n de los costes de la Seguridad Social ha constituido un objetivo prioritario de la pol¨ªtica antiinflacionista, con el fin de evitar el alza de los costes y favorecer el empleo de la mano de obra. No es seguro que este remedio no incorpore tambi¨¦n una peligrosa enfermedad: la de favorecer las peticiones de mayores gastos de seguridad social por parte de empresarios y trabajadores, cuando estos recaen sobre espaldas ajenas. Quiz¨¢ el ¨²nico remedio duradero y eficiente de este problema sea asumir la impopular e ingrata tarea de limar y reducir los enormes costes de la Seguridad Social.

• Una fuente fundamental del proceso inflacionista contempor¨¢neo la constituye la crisis del Estado fiscal. Todos los ciudadanos exigimos gastos p¨²blicos mayores, pero contestamos al impuesto que debe financiarlos. Esa contestaci¨®n general de los impuestos admite diversas alternativas: la evasi¨®n, el fraude o simplemente la traslaci¨®n sobre los costes y los precios de los mayores impuestos que la financiaci¨®n del gasto p¨²blico reclama. No es extra?o que el Estado renuncie en muchas ocasiones a la percepci¨®n de impuestos mayores por la negativa o la impopularidad que se sigue de su exigencia y en este caso el mayor d¨¦ficit p¨²blico se convierte asimismo en una fuente de inflaci¨®n. Un Estado que descansa en bases impositivas tan endebles como contestadas es un Estado que manifiesta la crisis fiscal hace muchos a?os anticipada por Schumpeter. La inflaci¨®n de nuestro tiempo es, en gran medida, una consecuencia de esa crisis del Estado fiscal contempor¨¢neo.

• La propia fuerza de la inflaci¨®n -su ¨ªmpetu- y las expectativas alcistas que arraigan en esa fuerza y continuidad de la inflaci¨®n constituye otra causa -para muchas opiniones la principal causa- de la inflaci¨®n actual. Al tratamiento de esta causa debe dirigirse un n¨²cleo importante de las acciones estrat¨¦gicas antiinflacionistas. La quiebra de las expectativas alcistas, la supresi¨®n de los elementos de rigidez del sistema econ¨®mico que acent¨²an la velocidad de la inflaci¨®n, la ruptura del proceso circular que relaciona precios con salarios y salarios entre s¨ª deben formar parte -y parte fundamental- de una pol¨ªtica de estabilidad de precios dirigida a combatir la actual inflaci¨®n.

Todas las causas anteriores -en las que encuentran respuesta la mayor parte de los crecimientos de precios registrados en las distintas econom¨ªas- deben inspirar la estrategia de una pol¨ªtica antiinflacionista fundamentada y eficiente. Una pol¨ªtica que considere como sus virtudes principales el gradualismo, la persistencia, y la integraci¨®n de las diversas medidas, pues de esas virtudes -al mismo tiempo que de la consideraci¨®n de las cinco causas expuestas- depender¨¢n sus resultados.

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