P¨¦rez de Urbel
Como los santos se suelen morir en domingo, siempre hay un periodista de guardia que se adelanta a decir la primera osad¨ªa, el primer demasi¨¦, que luego otros muchos repiten con aburrida puntualidad de t¨¦lex, y ya tenemos una frase hecha, un t¨®pico amonedado, un santo al cielo. Ha muerto fray Justo P¨¦rez de Urbel.El primer informador, t¨¦lex o agencia que da la noticia, me deja letraherido de tres disparos, de tres heridas: ?la del amor, la de la vida, la de la muerte?, como por lo visto escribi¨® una vez Alfonso Guerra, que no es sino un complementario de Machado/Miguel Hern¨¢ndez, como Mairena. Porque dice el t¨¦lex (tiene que ser un t¨¦lex que hace estilo por su cuenta, porque entre la profesi¨®n, la persona humana, como dice la redundacia de los discursos oficiales, escritos tambi¨¦n por un t¨¦lex, quiz¨¢, usa mejor la pelota), dice el t¨¦lex:
Fray Justo P¨¦rez de Urbel era, con Men¨¦ndez-Pidal, el m¨¢s destacado medioevalista espa?ol.
Medioevalista puede que fuese, se?or t¨¦lex, que en ese enredo cibern¨¦tico de vocales no quiero entrar, pero medievalista, lo que se dice medievalista, era poco P¨¦rez de Urbel, poco para ponerle al lado de don Ram¨®n, aun cuando alguna vez colaborase raspado con el gran sabio institucionista que viv¨ªa en una cuesta y un zarzal, y ahora vive -su memoria- en un predio a 100.000 pesetas el acre. ?Hasta cu¨¢ndo vamos a estar exaltando las figuras mitol¨®gicas del franquismo, m¨¢s all¨¢ de la muerte de Franco? Incluso Franco pon¨ªa mejor en su sitio a sus siervos -abades o no- que estos t¨¦lex teledem¨®cratas que ofenden la memoria de don Ram¨®n con comparaciones siempre odiosas, y odiosas sobre todo cuando no hay lugar a comprar nada.
Don Eugenio d'Ors, entre glosa y glosa, en el caf¨¦ (que yo le iba atando las glosas con un bramante para que no se le desglosasen), se puso un d¨ªa a hacer, por desvariar y descansar, un poema que empezaba:
-Dime, P¨¦rez de Urbel, pues eres justo...
Justo puede que lo fuera el fray. M¨¢s que los t¨¦lex entusiastas que hoy canonizan su muerte. C¨¢ndido ha contado c¨®mo en a?os de vino, rosas y hambre, tuvo que hacer en su pensi¨®n unas biograf¨ªas inventadas de muertos en la guerra, M¨¢rtires de la cruzada, que firm¨® solemnemente P¨¦rez de Urbel, con gran ¨¦xito de venta y eruditas/ elogiosas cr¨ªticas en L'Osservatore Romano.
Mi querido Carlos Luis, pues, ha sido el ni?o puericantor in pectore del Valle de los Ca¨ªdos, no tan aseadito como los de la Escolan¨ªa, pero el que mejor y m¨¢s sat¨¢nicamente enton¨® la alabanza del Se?or, del fray y de sus m¨¢rtires:
-Mucho lo tuyo, tronco. C¨®mo te envidio el haber escrito ese libro. De m¨ª jam¨¢s se ha ocupado el Osservatore ¨¦se.
?Y don Marcelino Men¨¦ndez y Pelayo, que hasta sali¨® en los billetes de diez duros, y don Claudio S¨¢nchez-Albornoz, que nunca tuvo diez duros para gastar en el exilio, y don Am¨¦rico Castro, que ha dado los m¨¢s certeros tajos en la entra?a jud¨ªa y arabigoandaluza de la Espa?a eterna por alg¨²n tiempo?
A todos los ignora el se?or t¨¦lex del domingo, y, lleno de dominical fervor madridista, fervor exaltado por la derrota del Madrid frente a un Valencia que llen¨® la ciudad de petardos, tormentas, banderas y alegr¨ªa, coloca al ex abad mitrado junto a Men¨¦ndez-Pidal, que no tuvo mitra ni la quiso, sino la mitra laica de su sombrero duro de institucionista.
Abad de Franco y piedra, alf¨¦rez provisional, ap¨®stol militar, erguido en Silos como otro cipr¨¦s de Gerardo, enhiesto surtidor de sombra y sue?o, asesor de Secci¨®n Femenina, miembro del Consejo Superior de Investigaciones Cient¨ªficas, el ilustre difunto ostenta suficientes estigmas de gloria fara¨®nica como para que no haya que afearle, se?or don t¨¦lex, poni¨¦ndole junto a Men¨¦ndez-Pidal en un friso que no es el suyo. La pregunta de D'Ors se anticipa as¨ª en cuarenta a?os a la respuesta hinchada de un t¨¦lex: ?Dime, P¨¦rez de Urbel, pues eres justo ?
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