Ruidos y m¨²sicas en la "jungla" de cemento y metal
Es un murmullo formado por otros murmullos, compuesto de ruidos particulares. Frenos chirriantes, una excavadora, la moto chula, la tuber¨ªa, el ruido de un motor que vibra junto a la goma, sobre el asfalto y, de cuando en cuando, el viento o un audaz p¨¢jaro enjaulado.Y contra este murmullo, contra este sonido insidioso y met¨¢lico, no hay ninguna defensa. Al nivel de la calle, en las casas que escuchan el ascensor, en el subsuelo como un rugido rodante y omnipresente, no podemos cerrar nuestros o¨ªdos, que aprenden as¨ª una gama de sonidos disformes, pero fuertes, opacos, pero potentes.
As¨ª es el sonido de la m¨¢quina, tal como la pintaba Fritz Lang. Pero la m¨¢quina, entre todas esas ondas, tambi¨¦n emite algunas que la gente llama m¨²sica. Esto de la m¨²sica no es m¨¢s que sonido ordenado, al cual por fuerza se le a?adi¨® hace tiempo el adjetivo de agradable. Y esa m¨²sica es el rock and roll. Y el rock habla de la ciudad:
?Odio en cada pavimento, paranoia en los almacenes, los chicos quieren acci¨®n, ?y qui¨¦n va a reproch¨¢rselo ahora? Todo est¨¢ enfermo y parecemos satisfechos. (The Jam, In the street today.)
La m¨²sica de la ciudad (y en una como Madrid) hunde sus plantas en la m¨¢quina, depende de ella por completo, como todo y todos. En Madrid hay docenas de empresas que utilizan su energ¨ªa para canalizar el caos y meterlo dentro de unos moldes est¨¦ticos y vendibles. Son las empresas discogr¨¢ficas, los estudios de grabaci¨®n, la prensa musical, la radio, agentes, representantes, vendedores... y tambi¨¦n locales. Todo depende del enchufe que compone junto a otros millones, el enigm¨¢tico, blasfemo y esquivo gran enchufe de la m¨¢quina, un multiforme cord¨®n umbilical de electrones desquiciados.
Tal vez por eso resulte un poco ingenuo que un grupo de rock urbano como Cucharada cante contra el consumo, contra una m¨¢quina sin la cual enmudecer¨ªan. O tal vez es que Cucharada sabe esto y van al suicidio como ¨²nica soluci¨®n.
Pero, en general, la paranoia se extiende por el asfalto. Los nombres de los grupos merecen ser repetidos otra vez m¨¢s: Suicidio, Comandos Suicidas, Topo, Suburbano, Los Motores, Alambre, La Matanza y los Perros, los Ni?os Muertos y la g¨¦nesis de todo: Planta de Fuerza. As¨ª se produce la m¨²sica el¨¦ctrica y ¨¦stos son s¨®lo sus representantes directos, quienes no ocultan (al igual que los grupos pesados, superestruendosos, como Van Halen o Ted Nugent) la verdadera naturaleza de su arte. Esta m¨²sica no amansa a las fieras, las excita, llevando el murmullo, el color o lo que sea hasta sus ¨²ltimas consecuencias. As¨ª, ir a un concierto como el de lan Dury o Siuxsie puede ser divertido, pero tambi¨¦n es cat¨¢rtico. Luego se vuelve a casa y cuando no est¨¢ enchufado el tubo reluciente, la radio, el tocata o los cassettes destilan una vez m¨¢s electricidad en forma bella.
Pero aunque la Banda Trapera del R¨ªo salga de los suburbios barceloneses para gritarle a su distinguido p¨²blico que vayan a las cloacas, donde estar¨¢n mucho mejor, una gran parte del respetable no est¨¢ de acuerdo con tan l¨²cida proposici¨®n. Prefiere tal vez pensar que es aut¨®nomo y escucha desde su apartamento en la ciudad-dormitorio los c¨¢nticos celtas de Alan Stivell, alg¨²n concierto de Vivaldi o la suavidad ac¨²stica de la guitarra de Andr¨¦s Segovia. Y es que el sonido de la m¨¢quina puede disfrazarse en mil formas diferentes que final mente sirven como v¨¢lvula de escape a la macerada sensibilidad del individuo.
Porque, eso s¨ª, la ciudad es multiforme y en ella se pueden encontrar todo tipo de instrumentos, desde un clave ingl¨¦s rar¨ªsimo hasta un armonio destartalado, un sarrus¨®fono, un serpent¨ªn o un eufonio. Todos vienen aqu¨ª atra¨ªdos por el anonimato polivalente de meg¨¢polis. Bien es cierto que ya no existen cruceros ni plazuelas donde cantar al son de la zampo?a, pero los m¨²sicos saben encontrar las nuevas v¨ªas de comunicaci¨®n y bajan hacia la negrura del subterr¨¢neo para colocarse bajo el cartel de l¨ªnea 1, plaza de Castilla-Portazgo, esperando que alguien les escuche. Cuando los cantantes suburbanos comenzaban en Londres o en Par¨ªs, los suyos eran cantos de bardos desplazados que se refugiaban en las cavernas para estar a cubierto de la intemperie y de la marea humana, que les hubiera arrasado sin contemplaciones. Ahora, con el transcurso del tiempo, las t¨¦cnicas se han sofisticado y lo mismo puedes pararte frente a un tipo que toca el sitar como asistir a unos d¨²os de viol¨ªn y viola sobre partituras de Vivaldi. Hay gente que hace jazz y otros que con un peque?o amplificador a pilas recorren los trastes de su hacha el¨¦ctrica como intentando refugiarse en s¨ª mismos a trav¨¦s del gemido de una guitarra. Estos son los nuevos bohemios, los nuevos acordeonistas, violinistas o trompetas, que ya no necesitan dar saltos para divertir a la gente. En realidad, la gente les escucha poco, s¨®lo algunos pierden unos cuantos minutos de su precioso tiempo de laboreo para participar de unas vibraciones casuales y siempre minusvaloradas. La mayor¨ªa del personal piensa que cuando est¨¢n tocando en el Metro muy malos deben ser. De cuando en cuando, la fuerza p¨²blica hace su aparici¨®n y, en arriesgada operaci¨®n de limpieza, desaloja a nuestros m¨²sicos, que protestan un poco ante la curiosidad distra¨ªda y fugaz de los viajeros.
Tal vez un poco m¨¢s tarde acudan a un local de ensayo, su local de ensayo. El primero que ten¨ªa Ramonc¨ªn estaba situado junto al viaducto que la M-30 alza sobre Vallecas. Desde la puerta pod¨ªa verse el hormig¨®n del puente, el humo, el metal. Dentro se buscaba atronar a¨²n m¨¢s, batir a la m¨¢quina con sus propias armas y muy posiblemente perecer en el camino.
Pero este v¨¦rtigo tiene una ventaja: se admiten todo tipo de locuras, man¨ªas, fantas¨ªas, de tal manera que cada cual se organiza el viaje de su sensibilidad en direcci¨®n a lo brutal, lo suave, lo angustioso y lo divertido. Claro que la libertad est¨¢ limitada y la industria discogr¨¢fica intenta que acabemos todos, sin excepci¨®n, escuchando con delectaci¨®n el ¨²ltimo disco de super moda (y s¨®lo ¨¦se); pero, hoy por hoy, el tinglado es demasiado multiforme como para pretender que no tenga fisuras. Los ciudadanos son quienes hacen el sonido, aunque la m¨¢quina tenga cada vez mayor autonom¨ªa. Lo que nadie sabe es si algo podr¨¢ frenar su murmullo. O como dice el grupo Pere Ubu de la industria pesada de Cleveland (Ohio): ?No necesito un chiste, necesito una soluci¨®n final.?
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