Raphael: "Sin aire, el gorri¨®n se muere"
Lentamente se va empinando la pista del Florida Park. Con la violencia vulnerable de los felices sesenta, una vigorosa orquesta anuncia a tambor batiente el retorno propincuo del ¨ªdolo llor¨®n y legendario. De claro en claro, ah¨ª est¨¢ el estigma: Raphael. Traje oscuro, foulard encorbatado, sonrisa irrefutable y ojos incitativos de mu?eco senil. Corta de genio, la ovaci¨®n.
Ya nadie acude ahora para ver m¨¢s de cerca si es o no es. La malicia del p¨²blico ha centrado su apuesta en saber si a¨²n le queda alg¨²n chorro de voz. El debe olerse algo a estas alturas, porque salta a las tablas con crudeza de gestos y un aire sospechoso de desafio desmedido. Su voz se quiebra, ?ay!, para susto de damas y chunga de varones. Los altibajos interpretativos siembran sorda inquietud entre fieles e infieles. Entonces, en seguida, Rapliael echa mano de muy eficaces onomatopeyas, niega engoladamente con el ¨ªndice (?Nunca, nunca ... ?), borda en cabalgamientos suicidas (?Te estoy queriendo tanto que/te estoy acostumbrando mal?) y proclama a los vientos c¨¢lidos del Retiro que tiene una forma muy suya, muy suya, de hacer el amor. Algo ocurre, Albertine. La equivocidad asumida funciona como rara salvaci¨®n. Nada es y lo puede ser todo. ?De qui¨¦n habla? ?A qui¨¦n se dirige? ?D¨®nde se esconde el melodrama y d¨®nde la parodia? Una uve digital, que ahora esgrime, establece el vaiv¨¦n con elocuencia: ?cuernos o signo de victoria?El cantante no deja que nadie se responda. Encadena lo ambiguo con un v¨¦rtigo hirviente. Se quita la chaqueta, se adentra por La nuit, despliega ya elfoulard, dice adi¨®s al chaleco, lleva una mano hasta la oreja -como concha marina que B¨¦caud le legara-, silba, desafina, acierta, declama, c¨ª?ese al ritmo, roza lo aflamencado, tira el foulard.. Todo, a su manera. Y le llueven claveles a la caricatura m¨¢s lograda del macho hisp¨¢nico. Desde esa quintaesencia feroz, abre los brazos, habla de celos, prescinde del micr¨®fono, da saltitos, esboza mil desplantes apacibles y escucha el frenes¨ª del auditorio cuando se acuerda y canta Yo soy aqu¨¦l. El es aqu¨¦l, pero no vergonzante, sino reivindicado. Algo ocurre, Albertine. Y un algo m¨¢s que algo.
A partir de esa duda transparente, la equivocidad brilla con vehemencia ejemplar. Raphael se apoya donde puede, narra chulescamente una historia cornuda y aterciopelada, rechaza las preguntas y proclama el derecho muy suyo a ?cambiar de olor?. Ha ganado ya la partida. Pero no abandona; se ensa?a: ?Qu¨¦ dificil es/cortar con aquello/que llevas muy dentro ... ? Vean c¨®mo se acaricia los cabellos, c¨®mo baila, chasss, pide marcha y un gui?o para poder decir: ?Nada mejor que un buen amigo.? Nada le detiene. De madera, ?igual que tu coraz¨®n?, toca, de pu?o a pu?o, una zambomba imaginaria. Y abulta los carrillos con la lengua, omo Adolfo Su¨¢rez, pero cambiando el titubeo presidencial por un orgullo picar¨®n. Con Franco cantaba peor.
Ahora llora, se seca los sudores con el foulard y confiesa ?Algo m¨¢s que un amigo/era yo para t¨ª.? Una admiradora sigue sin entender y grita: ?? Te amo! ? Los varones ya han entendido y de la chunga se han pasado a la tensi¨®n. Alta tensi¨®n que en nada impide seguir viendo, sin rechistar, el torvo nerviosismo del ¨ªdolo, su magreo a la barra que sostiene al micr¨®fono, el perfume gentil de lo m¨¢s clandestino: ?Tu nombre yo me lo callo. ? Un alivio. Y hasta aletea para murmurar*. ?Sin aire, el gorri¨®n se muere.? ?Desplumado?
La desmesura. El se apoya en el hombro de un guitarrista, da brincos de banderillero, entona una asombrosa balada triste de trompeta. El p¨²blico se alza como un solo hombre cuando el gavil¨¢n (t¨ªo, t¨ªo) se enfrenta al gavil¨¢n (tao, tao) de un empa?ado espejo imaginario. Aplausos interminables. Reverencias, venias, genuflexiones del ¨ªdolo. Chillidos respetables de entusiasmo.
Durante m¨¢s de dos horas, entre vocativo y vocativo (?se?ores?), Rapphael ha demostrado con creces que, por encima de toda mofa progre, ¨¦l es, en su resbaladizo g¨¦nero, un profesional de primera. R¨¢sguese las vestiduras el probo seguidor de Paco Ib¨¢?ez o Raimon.
Yo fui buscando all¨ª el pretexto para una cr¨®nica carpantalidad es otra. El recital de Raphael es excelente. Que el rubor les sea leve, se?ores.
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