Hay mujeres de mineros que han sido viudas tres veces
Tomo un taxi que dobla en autob¨²s. El sistema lo he visto antes en M¨¦xico, y funciona as¨ª: el transe¨²nte lo detiene con el gesto y pregunta en qu¨¦ direcci¨®n va; si le acomoda, entra en ¨¦l, compartiendo el estrecho recinto con otros pasajeros, a los que ni siquiera dirige la palabra. Es un poco m¨¢s caro que el autob¨²s y menos que el taxi grande o limusine, como les llaman empleando la f¨®rmula norteamericana.Junto a m¨ª va una monja. Noto su acento espa?ol en la delatora ?ce? que acaba de emplear y que es el sello revelador de los hispanoparlantes de nuestro lado del Atl¨¢ntico. Me dice que es de la orden del Amor de Dios, dedicada en el campo a la misi¨®n y a colaborar en la ense?anza. Est¨¢ contenta en Bolivia.
-Y usted, ?de qu¨¦ orden es?
Me toco instintivamente el cuello roul¨¦ del jersey, que puede haber dado motivo al equ¨ªvoco, y niego -mi condici¨®n eclesi¨¢stica. ?Perdone?, dice, ?como la mayor¨ªa de los espa?oles que viven aqu¨ª son sacerdotes o misioneros ...?
Fuera la tropa
Efectivamente, y entregados a la ense?anza, los mejores colegios del pa¨ªs cuentan con curas espa?oles. Pasamos frente a una facultad universitaria donde unos hombres est¨¢n quitando, a mi parecer sin excesivo entusiasmo ni prisa, las pintadas que llaman al pueblo a la revoluci¨®n contra los oligarcas, que exigen pan y trabajo; uno concretamente se refiere a la herida social m¨¢s sensible de Bolivia: ?Fuera las tropas de las minas. ?
Porque las tropas est¨¢n permanentemente all¨ª. Las llevaron a sofocar una de las tantas rebeliones de los mineros y se quedaron por si acaso. Los mineros son la bandera de las reivindicaciones sociales bolivianas, y tambi¨¦n, l¨®gicamente, el tema favorito del poema ?comprometido? y de la novela. Como en la de Guill¨¦n Pinto: ?Una de las cosas que m¨¢s le llamar¨¢ la atenci¨®n fue el abismo que divid¨ªa a las diferentes castas de Siglo Nuevo.?
?La casta de los mineros, la de los pobres y expoliados mineros; la de la "rosca", compuesta de gringos, los se?ores de la mina, los que mandaban, los que a troche y moche motejaban de indios a los naturales del pa¨ªs; los ?t¨¦cnicos?, en fin, y la casta de empleados. Toda una fauna: desde el profesional respetable o el hombre de gabinete, hasta el simple "pateador de pelota", gente por lo general genuflexa, sumisa y adulona de los gringos. ? (La Mina. La Paz, 1961)
Han pasado los a?os, los gringos han desaparecido, porque las minas se nacionalizaron en 1952; pero el malestar social sigue imperando, basado en primer lugar en que esa nacionalizaci¨®n ha coincidido con la baja del precio del esta?o en el mundo, y en que el Estado ha sido siempre -no s¨®lo en el laso de Bolivia- un p¨¦simo administrador.
Y porque en cualquier pa¨ªs del mundo tambi¨¦n, y por mucho que haya avanzado la t¨¦cnica y la seguridad, ese es un trabajo que impulsa f¨¢cilmente a la desesperaci¨®n, y donde y cuando, si puede salvarse la vida -?hay mujeres de mineros que han sido tres veces viudas?, apuntaba un observador boliviano-, lo que se pierde irremediablemente es-la salud.
Resurgir del nacionalismo
?Bolivianos de cualquier parte del pa¨ªs: Tened el orgullo de pertenecer a esta hermosa patr¨ªa.? La voz femenina hace propaganda patri¨®tica desde el servicio de megafon¨ªa del autob¨²s en que viajo ahora. El nacionalismo es el camino optimista en que se refugia a menudo el Gobierno cuando otras circunstancias sociales o pol¨ªticas parecen ahogar al ciudadano.
Es cierto que hay pobreza, es cierto que no nos entregan la salida al mar que necesitamos..., pero Bolivia es nuestra patria y es la mejor de las patrias del mundo.
Quiz¨¢ ese patriotismo sea, efectivamente, el ¨²ltimo reducto en que se apoya el pobre. Mi casa es humilde; mi familia, enferma. Pero ?poseo? un pa¨ªs con una belleza incomparable y una historia gloriosa. Quiz¨¢ sea esta la raz¨®n de que ese Ch¨¦ que veo recordado en una calle de La Paz -?a tus ¨®rdenes, comandante?- fracasara en su intento de levantar al campesino boliviano. Para el trabajador de aqu¨ª, el Guevara no era m¨¢s que un extranjero, y al extranjero se le mira siempre con desconfianza, especialmente cuando asegura traer la panacea de la felicidad; por otra parte, el llamado a rebelarse para hacerse-due?o de la tierra la ten¨ªa ya desde la reforma agraria, hac¨ªa tres lustros. Guevara llegaba, pues, tarde y, lo que es peor, desde lejos. Los que ten¨ªan que ser sus c¨®mplices y protectores -?la guerrilla debe moverse entre los campesinos como el pez en el agua?, seg¨²n el aforismo de Mao Zedong- se convirtieron en delatores de sus movimientos. Al Ej¨¦rcito le fue f¨¢cil atacar, y el 8 de octubre de 1967 se consumaba con la derrota el primer acto de la tragedia; al d¨ªa siguiente, el Gobierno de La Paz decid¨ªa evitar que se repitiese el caso de Regis Debray, que hab¨ªa convertido su celda en centro de llamada y atracci¨®n para la izquierda intelectual -casi toda la intelectualidad del mundo- y, como dicen aqu¨ª, ? fue ultimado a balazos?, creando una de las leyendas que m¨¢s pluma y pincel han movilizado en la historia de las ideas sociales.
Por ella asom¨® al mundo este asombroso pa¨ªs llamado Bolivia, encerrado, clausurado, en el centro de un continente con vecinos ricos y despectivos -Argentina, Brasil- u hostiles -Chile-. Bolivia, erguida sobre un mar de riqueza minera que no le permite dar pan y cultura a sus hijos. Bolivia, siempre oscilando entre el pronunciamiento y la revoluci¨®n. Bolivia, de nuevo en la encrucijada...
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