Sobre los supuestos fundamentos hist¨®ticos de la naci¨®n andaluza
Profesor de Historia Moderna de la Universidad de Barcelona
La aparici¨®n de un libro sobre historia de Andaluc¨ªa, en un ¨¢mbito muy deficitario en obras de este tipo y en un momento de b¨²squeda colectiva de las ra¨ªces de nuestra identidad, ha de suscitar por fuerza (y ello es un hecho obviamente positivo) la atenci¨®n de los sectores, cada vez m¨¢s mayoritarios, interesados en un tema tan relevante.
Este es hoy el destino de la obra de J. Acosta S¨¢nchez Historia y cultura del pueblo andaluz (Barcelona, Anagrama, 1979), que est¨¢ llamada a una amplia difusi¨®n en los medios culturales de nuestra tierra. Es por esta raz¨®n, y no por abrir una pol¨¦mica cient¨ªfica, en principio m¨¢s bien reservada a los ¨¢mbitos de los profesionales de la historia y le las ciencias sociales en general, por lo que me siento obligado a llamar la atenci¨®n sobre el contenido de un libro cuyos planteamientos son radicalmente equivocados, cuya metodolog¨ªa no responde a criterios cient¨ªficos y cuyos errores son tan numerosos y considerables que causan asombro.
Para ce?irme a los l¨ªmites de un art¨ªculo de prensa (dejando as¨ª para otra ocasi¨®n una discusi¨®n m¨¢s profunda de las carencias de la obra comentada), me limitar¨¦ a analizar la argumentaci¨®n general y a se?alar s¨®lo algunas de las debilidades m¨¢s flagrantes de la interpretaci¨®n que el autor da de los hechos hist¨®ricos.
Tartessos
La visi¨®n de la historia andaluza propuesta por J. Acosta se sustenta en la existencia de dos periodos bien diferenciados. Una ¨¦poca de continuidad y progreso (que arranca desde las primeras civilizaciones prehist¨®ricas, pasa por Tartessos, la B¨¦tica romana y la Andaluc¨ªa musulmana, y llega hasta su conquista por los soldados cristianos del reino de Castilla, entre los siglos XIII y XV) deja paso a una ¨¦poca de retroceso y p¨¦rdida de la identidad cultural, signada por la ruptura del feudalismo (llegada de los conquistadores castellanos) y por la ruptura del capitalismo (hundimiento de la agricultura, desaparici¨®n de los focos industriales, p¨¦rdida de los mercados exteriores).
Frente a esta panor¨¢mica, nos inclinamos a pensar que son justamente los elementos aportados por las rupturas feudal y capitalista los que efectivamente act¨²an hoy sobre nuestra realidad y a los que hay que referirse para comprender el presente de nuestras tierras. En lo que coincido plenamente con el m¨¢ximo conocedor de la historia de Andaluc¨ªa, el profesor Dom¨ªnguez Ortiz: ?Los andaluces de hoy, nos guste o no, somos fundamentalmente los herederos de aquellos conquistadores castellanos. La cueva de Menga y la mezquita de C¨®rdoba forman parte de un patrimonio que hemos asumido, pero el influjo de este pasado sobre nuestro presente se limita a determinados elementos de cultura y civilizaci¨®n que no pueden explicar nuestra situaci¨®n ni nuestros problemas.?
Hasta aqu¨ª, por tanto, dos valoraciones antit¨¦ticas de nuestro pasado. Pero ocurre que la interpretaci¨®n de J. Acosta descansa sobre una serie de afirmaciones insostenibles y sobre un an¨¢lisis de las distintas etapas de nuestro pasado que no resiste la critica. Discutamos brevemente la caracterizaci¨®n de cada una de las ¨¦pocas individualizadas por J. Acosta.
1. La cultura tart¨¦ssica aparece magnificada, hasta tal punto que puede pervivir a trav¨¦s de la dominaci¨®n romana, visigoda e incluso musulmana.
Hoy d¨ªa, por el contrario, A. Blanco Freijeiro, sin duda de los mejores conocedores de la prehistoria andaluza, puede afirmar que Tartessos no posey¨® ni una cultura original ni siquiera una gran cultura. Por otra parte, los tartesios no eran los ¨²nicos andaluces a la llegada de los romanos, sino que hay que contar tambi¨¦n con la implantaci¨®n de los celtas, al menos en una franja que iba desde el Guadiana al Guadalquivir. Fueron celtas, por ejemplo, los que se enfrentaron con la invasi¨®n cartaginesa. Ocurre que J. Acosta ignora este hecho, pues cree que la celtizaci¨®n de Andaluc¨ªa se produce con la llegada de San Fernando.
2. Es cierto que la fusi¨®n entre el substrato aut¨®ctono y la poblaci¨®n romana fue pac¨ªfica y lenta; pero no es menos cierto que la llegada de las legiones italianas supuso la implantaci¨®n de un nuevo orden econ¨®mico (el modo de producci¨®n esclavista cl¨¢sico), el comienzo de un proceso de sometimiento pol¨ªtico (a la rep¨²blica y al imperio romanos) y el punto de arranque de una etapa cultural radicalmente nueva (los elementos de la romanizaci¨®n son hoy evidentes, mientras que todav¨ªa los historiadores no se sienten capaces de definir todos los elementos de la cultura de los tartesios, que pronto, dicho sea de paso, olvidaron por completo su lengua, en beneficio del lat¨ªn).
3. El per¨ªodo visigodo, que no encaja en el esquema del autor, es despachado como un bache (p. 23) de estancamiento y oscuridad. Solamente querr¨ªa hacer constar que el bache dura la friolera de tres siglos y que durante el mismo florece en Andaluc¨ªa la figura de Isidoro de Sevilla, por citar un ejemplo.
4. El an¨¢lisis del significado de la invasi¨®n musulmana es, siendo ben¨¦volos, absolutamente contradictorio; por un lado, se nos asegura que el islamismo ?abre una verdadera revoluci¨®n en el Sur? (p. 29), pero por otro, esta revoluci¨®n no marca una ruptura con lo anterior, sino que el verdadero hilo conductor es el ?fondo cultural aut¨®ctono con sus ra¨ªces en el neol¨ªtico? (p. 28). La base te¨®rica de esta valoraci¨®n del islamismo como continuidad es casi exclusivamente el ensayo de I. Olague, La revoluci¨®n isl¨¢mica en Occidente (Madrid, Guadarrama, 1974), libro que ha sufrido las m¨¢s duras cr¨ªticas por parte de los estudiosos de la historia de al-andalus. Entre los especialistas se duda hoy d¨ªa si la llegada de los musulmanes aceler¨® el proceso de feudalizaci¨®n iniciado siglos atr¨¢s o si, por el contrario, sirvi¨® para destruir dicho proceso, pero se est¨¢ totalmente de acuerdo en considerar que ?los ¨¢rabes evidentemente invadieron la pen¨ªnsula? (P. Guichard).
Influencia cristiana
5. La llegada de los cristianos, a pesar de las afirmaciones de J. Acosta, no significa la apertura de un proceso ininterrumpido de decadencia. En el siglo XVI, Sevilla es una de las ciudades m¨¢s ricas de Europa, el lugar ?donde late el coraz¨®n del mundo?, en frase de F. Braudel. Ante esta realidad tan obvia, que tampoco cabe en el esquema prefijado, el autor se limita a se?alar que ?esta fase de resurgimiento inesperado? (p. 45) se frustra por la presi¨®n fiscal de la monarqu¨ªa de los Austrias (el ?centralismo castellano?). Una argumentaci¨®n tan banal y tan desorientada no me permite siquiera esbozar una discusi¨®n seria acerca de la problem¨¢tica del feudalismo castellano y su incidencia en Andaluc¨ªa.
6. Tampoco puedo discutir la exposici¨®n de J. Acosta sobre la revoluci¨®n burguesa en Andaluc¨ªa, aunque me parece equivocada su insistencia en los factores exteriores de la misma (como el papel jugado por el imperialismo ingl¨¦s). Sin embargo, no me es posible silenciar su apunte sobre ?la revoluci¨®n cultural de las masas obreras andaluzas? (p. 13) en este per¨ªodo, con lo que quiere referirse a la difusi¨®n entre el proletariado andaluz de la conciencia de que el anarquismo o el marxismo eran instrumentos de su liberaci¨®n. J. Acosta subraya que, por desgracia, esta ?conmoci¨®n cultural popular? se hizo, con ?detrimento muy fuerte de la conciencia hist¨®rica espec¨ªfica?, que debe ser la tart¨¦sico-romano-andalus¨ª.
Frivolidad
Tras este an¨¢lisis del ex cursus hist¨®rico de J. Acosta, no puedo dejar de se?alar, a pesar de las limitaciones de espacio, algunos otros aspectos que demuestran la frivolidad (o tergiversaci¨®n) presente en su libro.
Primero, la utilizaci¨®n de conceptos de pura invenci¨®n del autor, que, naturalmente, no se definen y que se hallan ausentes de cualquier obra especializada sobre el tema: modo de producci¨®n tart¨¦sico, modo de producci¨®n de ?inspiraci¨®n cor¨¢nica?, modo de producci¨®n andalus¨ª.
Segundo, el empleo de categor¨ªas sin contenido cient¨ªfico, vaguedades t¨®picas, como las de la ?escasa europeidad? el ?instinto revolucionario? y la ?pasividad ir¨®nica? que, al parecer, nos son consustanciales a los andaluces.
Tercero, las frecuentes contradicciones del libro, de las que ya he se?alado algunas. Limit¨¦monos a apuntar otra m¨¢s: la dif¨ªcil conciliaci¨®n entre la ?devastadora irrupci¨®n del feudalismo? (p. 44) y el ?papel determinante? de Andaluc¨ªa en el hecho b¨¢sico que para Espa?a y Europa signific¨® el descubrimiento de Am¨¦rica (p.95).
Cuarto, los an¨¢lisis superficiales e interesados de determinados hechos hist¨®ricos. As¨ª, la conjuraci¨®n nobiliaria del duque de Medina-Sidonia y el marqu¨¦s de Ayamonte se convierte en ?el intento secesionista andaluz de 1641 ?, mientras que los motines de subsistencias de 1647 a 1652 (semejantes a tantos otros en el antiguo r¨¦gimen europeo) son la expresi¨®n de la resistencia andaluza a la pol¨ªtica de los Austrias.
Finalmente, hay que rechazar las aseveraciones hist¨®ricas que el autor se ve obligado a hacer para realizar las aportaciones cient¨ªficas de los escritores andalucistas. Por citar un ejemplo, resulta m¨¢s que discutible la etimolog¨ªa de flamenco propuesta ?con toda lucidez? (p. 42) por Blas Infante (de Felah-Mengu, campesino expropiado), y ello sin menoscabo de la personalidad del autor de el ideal andaluz. Igualmente resulta asombroso el cr¨¦dito que al autor le merecen las inconsistentes y pintorescas elecubraciones sobre la Filosof¨ªa del arte andaluz, del federalista Tubino.
En definitiva, con estas l¨ªneas quiero prevenir al p¨²blico de los peligros que encierra una versi¨®n tan unilateral y tan fr¨¢gil de la historia de Andaluc¨ªa: un libro as¨ª est¨¢ por fuerza obligado a sembrar la confusi¨®n entre los lectores y no a suministrar elementos a la reflexi¨®n colectiva sobre nuestra identidad.
Ahora bien, tal acumulaci¨®n de disparates nos obliga a preguntarnos sobre el porqu¨¦ de esta obra en el haber de un estudioso que nos tiene acostumbrados a trabajos mucho m¨¢s serios. Creemos que la clave est¨¢ en que el libro responde a un apresurado acarreo de materiales por parte de un autor que no procede del campo de la historia, en vista a sustentar las tesis nacionalistas del partido en que milita.
De cualquier modo, con esta base te¨®rica podemos explicarnos las insensatas posiciones pol¨ªticas ¨²ltimamente defendidas por el Partido Socialista andaluz: su obsesi¨®n por definir a Andaluc¨ªa como naci¨®n, en vez de centrarse en la discusi¨®n del contenido del futuro estatuto, su insolidaridad con las dem¨¢s fuerzas pol¨ªticas de la regi¨®n (puesta de manifiesto de modo flagrante el 11 de agosto), su agresividad frente a los dem¨¢s pueblos del Estado (con su intempestiva retirada de la discusi¨®n del Estatuto vasco), sus tentaciones lerrouxistas en otras ¨¢reas nacionales (como en el caso de Catalu?a) y su pol¨ªtica exterior de cara a los pa¨ªses ¨¢rabes.
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