La universidad y el problema de la formaci¨®n y perfeccionamiento del profesorado
Rector de la Universidad de SevillaPresidente de la Conferencia de Rectores
La creaci¨®n y la destrucci¨®n, el tejer y el destejer, a que con tanta frecuencia como ligereza nos solemos entregar los humanos y dir¨ªase que con particular deleite los espa?oles, son actividades no s¨®lo contrapuestas y de dif¨ªcil justificaci¨®n, sino muy costosas y casi siempre in¨²tiles y perjudiciales. Cuando tales ?originalidades? se refieren a la educaci¨®n que por su naturaleza tiene tan gran incidencia en el desarrollo social, puede resultar no ya dif¨ªcil, sino imposible, el hallarles una explicaci¨®n razonable.
Resulta casi innecesario recordar que en un pa¨ªs pobre y en tan delicada situaci¨®n econ¨®mica como el nuestro deber¨ªan a?adirse argumentos muy poderosos a tales razonables explicaciones, si las hubiere, para justificar la realizaci¨®n a costa del contribuyente de cualquier ?innovaci¨®n? que no resultara absolutamente necesaria, por muchas que fuesen las presiones de cualquier grupo profesional o social.
Vienen estas reflexiones a cuento de determinados prop¨®sitos o proyectos de creaci¨®n de nuevas instituciones de formaci¨®n y perfeccionamiento del profesorado al margen de las universidades, de los que se viene hablando con insistencia de un modo m¨¢s o menos expl¨ªcito, con aprobaci¨®n, al parecer, por parte de personas y autoridades responsables del Ministerio de Educaci¨®n; prop¨®sitos sobre los que la universidad tiene la obligaci¨®n de llamar la atenci¨®n y ante los que no puede permanecer indiferente.
Para todo profesional de la docencia, como para cualquier persona culta, resulta evidente que el de la formaci¨®n y perfeccionamiento del profesorado es el problema m¨¢s importante del sistema educativo. Otros factores, como el de los recursos materiales, instrumentales y econ¨®micos disponibles, e incluso el del gobierno de instituciones y centros, con ser asimismo del mayor inter¨¦s, tienen jerarqu¨ªa y prioridad diferente. Por a?adidura, los defectos de medios pueden subsanarse en plazo corto, si mejora la situaci¨®n econ¨®mica o se adoptan las decisiones pol¨ªticas adecuadas. Los errores cometidos en sistemas de organizaci¨®n y gobierno son igualmente reparables, si se tiene la voluntad y determinaci¨®n necesarias para ello. Por el contrario, los perjuicios ocasionados a la sociedad por una deficiente formaci¨®n de los profesores o por inadecuados sistemas de selecci¨®n de los mismos son pr¨¢cticamente permanentes, o resultan reversibles s¨®lo al cabo de varias generaciones y de haber causado perjuicios irreparables.
En el plano universitario estos hechos son absolutamente evidentes. La formaci¨®n y perfeccionamiento de los profesores es un problema cient¨ªfico, no un asunto administrativo. No cabr¨ªa mayor desgracia para la universidad -con da?o paralelo para la sociedad a la que sirve- que la que se producir¨ªa por la ocupaci¨®n de los escalafones o de las plantillas de los centros universitarios por un profesorado incompetente.
No a la improvisaci¨®n
No es necesario ning¨²n razonamiento adicional para concluir que el problema ser¨ªa el mismo, y sus consecuencias an¨¢logas, si la incompetencia se diera en otros estamentos del profesorado, fueran ¨¦stos en el bachillerato, formaci¨®n profesional, educaci¨®n general b¨¢sica, etc¨¦tera.
Por todo ello, ser¨ªa extraordinaria gravedad la implantaci¨®n improvisada de cualquier sistema de formaci¨®n o de selecci¨®n de profesores basado en otros criterios que los estrictamente cient¨ªficos y pedag¨®gicos, o realizados por una organizaci¨®n o instituci¨®n sin la solvencia cient¨ªfica necesaria e indispensable.
Pienso que est¨¢ claro que no estoy aqu¨ª discutiendo el pormenor de los mecanismos de selecci¨®n, variables seg¨²n los pa¨ªses y circunstancias, sino el problema de fondo; esto es, el criterio que debe presidir la formaci¨®n y selecci¨®n del profesorado, que no puede ser otro que el de la competencia cient¨ªfica y pedag¨®gica.
La ciencia, en cuanto creaci¨®n y producto de la inteligencia humana, es din¨¢mica, progresiva y perfectible. Sus cambios y progresos se suceden con rapidez creciente, y su historia condiciona, cada d¨ªa en mayor grado, la historia de la humanidad. Su cultivo y su desarrollo tiene lugar en las universidades y se realiza a trav¨¦s de la investigaci¨®n.
Es evidente que los profesores no pueden formarse adecuadamente sino all¨ª donde se cultiva la Ciencia, e incluso siendo part¨ªcipes de esta labor. Por eso, en todos los pa¨ªses del mundo, la formaci¨®n de profesores es una de las funciones m¨¢s importantes que cumple la universidad.
Solamente la universidad posee la capacidad cient¨ªfica y la infraestructura necesarias para llevar a cabo la Importante tarea de la formaci¨®n y perfeccionamiento del profesorado. Intentar realizarla en otro lugar o instituci¨®n ajena a la universidad supondr¨ªa no emplear los criterios correctos e incluso desvirtuar el concepto de profesor. Para que no fuera as¨ª, habr¨ªa que reinventar all¨ª la universidad, lo que carece evidentemente de sentido.
La Conferencia de Rectores ha considerado con detenimiento estos problemas en fecha reciente, en relaci¨®n con las funciones de la propia universidad con las funciones y situaci¨®n de los institutos de Ciencias de la Educaci¨®n de las universidades (ICD) y del Instituto Nacional de Ciencias de la Educaci¨®n (Incie).
Considero necesario recordar, con brevedad, a este respecto, que la ley general de Educaci¨®n de 1970 asigna a la universidad, entre otras importantes misiones, la de ?contribuir al perfeccionamiento del sistema educativo? en su conjunto; y que la misma ley, que sancion¨® la creaci¨®n de los ICE y del Cenide (Centro Nacional de Investigaci¨®n para el Desarrollo de la Educaci¨®n), transformado luego, por decreto, en el Incie, establece como funciones de los institutos de Ciencias de la Educaci¨®n de las universidades ?la formaci¨®n docente de los universitarios que se incorporen ata ense?anza en todos sus niveles, el perfeccionamiento del profesorado en ejercicio y de aquellos que ocupen cargos directivos, as¨ª como el realizar y promover investigaciones educativas y prestar asesoramiento a la propia universidad y a otros centros del sistema educativo?. Y para el Cenide, convertido despu¨¦s en el actual Incie, como entidad estatal aut¨®noma, la coordinaci¨®n y programaci¨®n de las actividades e investigaciones de los ICE, el perfeccionamiento del profesorado de estos, la organizaci¨®n de programas y cursos de perfeccionamiento en cual quiera de los niveles educativos, la realizaci¨®n de investigaciones sobre prospecci¨®n educativa, objetivos de la educaci¨®n, evaluaci¨®n del sistema educativo, etc¨¦tera; misiones todas ellas que se han venido desarrollando fundamentalmente en el seno de los ICE, es decir, de las universidades.
ICE: balance positivo
Fue justamente en virtud de estas importantes funciones y para atender al desarrollo de las mismas por lo que se dot¨® al Incie de un sustancioso presupuesto, del orden de los ochocientos millones de pesetas, es decir, superior al de muchas de nuestras universidades, con cargo al cual se han sostenido las actividades de los ICE, en particular en lo que se refiere a la formaci¨®n y perfeccionamiento del profesorado y a la investigaci¨®n educativa.
Es cierto que en una ¨¦poca de extraordinaria demanda docente a las universidades, los ICE han tropezado con no pocas dificultades para su desarrollo y funcionamiento. No obstante, la mayor¨ªa de ellos lo han hecho con gran eficacia, por lo que a los diez a?os de su creaci¨®n se puede concluir que aunque algunos objetivos han quedado en parte incumplidos, por defectos de estructura u ocasionales, el balance de actuaci¨®n de estos institutos universitarios es netamente positivo.
De una parte, la idea y el esp¨ªritu innovador de cambio y de reforma, que presidieron la creaci¨®n de los ICE, siguen plenamente vigentes. De otro lado, en los ICE se ha desarrollado una important¨ªsima labor que ha alcanzado cotas muy altas de eficacia, en particular en lo que concierne al perfeccionamiento del profesorado: millares de cursos y seminarios sobre problemas educativos de actualidad, sobre did¨¢cticas y metodolog¨ªas de las diversas ciencias, sobre actualizaci¨®n de contenido, sobre direcci¨®n y orientaci¨®n de centros, sobre t¨¦cnicas y tecnolog¨ªa educativa, etc¨¦tera, han sido seguidos por decenas de miles de profesores de todas procedencias. En la direcci¨®n de tales cursos y seminarios han participado expertos y especialistas de otros pa¨ªses en programas concertados con la Unesco, profesores universitarios y de bachillerato, inspectores t¨¦cnicos, profesores de EGB, con licenciatura universitaria, etc¨¦tera, bastantes de ellos despu¨¦s de haber adquirido alguna especializaci¨®n concreta en determinados campos de la educaci¨®n en nuestras universidades o en prestigiosas universidades extranjeras a las que fueron enviados por los ICE.
Bastantes de estos institutos han realizado en este per¨ªodo investigaciones y experiencias educativas de mucho inter¨¦s; y todos ellos. han acumulado important¨ªsimos recursos bibliogr¨¢ficos y t¨¦cnicos que est¨¢n hoy al servicio de los profesores de todas clases.
Tal vez no fuera necesario reiterar que estas actividades han estado orientadas a todo el sistema educativo y han sido financiadas principalmente con recursos asignados por el Incie, conforme a lo previsto, a los que se han a?adido los de las propias universidades.
El profesorado y cargos directivos de los ICE han estado abiertos a todos los estamentos educativos. No pocos de aquellos profesores -unos en comisi¨®n de servicios y otros en colaboraci¨®n eventual- proven¨ªan de escalafones no universitarios. Todos ellos, junto a los de la universidad y apoyados por ¨¦sta, han realizado en los ICE una labor de extraordinaria importancia, sin precedentes en nuestro pa¨ªs y del mayor inter¨¦s para el sistema educativo en general.
En estas circunstancias resulta verdaderamente sorprendente que el mero hecho administrativo de la divisi¨®n del antiguo Ministerio de Educaci¨®n y Ciencia en dos nuevos departamentos (divisi¨®n que no entramos a discutir ahora, pero que juzgamos acertada y a la que no vemos inconvenientes que no puedan resolverse con una coordinaci¨®n entre ambos departamentos que debe darse por supuesta) pueda llevar a alguien a ignorar el sistema creado con tanto esfuerzo y, lo que es peor, a imaginar que la formaci¨®n y perfeccionamiento de los profesores pueda o tenga que realizarse fuera de la universidad.
Para las universidades est¨¢ claro que, como en todos los pa¨ªses cient¨ªficamente serios, los profesores han de formarse y perfeccionarse en el aspecto cient¨ªfico en los departamentos universitarios y en las escuelas universitarias. Pedag¨®gicamente se forman y perfeccionan en estos mismos centros y departamentos y en los institutos de Ciencias de la Educaci¨®n.
Esto debe ser as¨ª y no puede ser de otra manera, no tanto por imperativo legal, claramente establecido en la ley general de Educaci¨®n, sino porque ello est¨¢ en la esencia misma del concepto de profesor y del proceso de su formaci¨®n y perfeccionamiento, que implica una estrecha y continuada conexi¨®n con la actividad cient¨ªfica viva que est¨¢ presente en la universidad, al margen de la cual no cabe concebir ning¨²n proceso de perfeccionamiento del sistema educativo.
No puede justificarse en modo alguno con criterios cient¨ªficos que la formaci¨®n y el perfeccionamiento de los profesores pueda montarse fuera de la universidad, ya que s¨®lo ¨¦sta posee la infraestructura adecuada y, sobre todo, la capacidad cient¨ªfica necesaria para el cumplimiento de tan dif¨ªcil y elevada misi¨®n. ?Inventar?, a estas alturas, unas ?escuelas de formaci¨®n del profesorado ? al margen de las universidades seria una costosa y ut¨®pica duplicaci¨®n de esfuerzos, tan improcedente desde el punto de vista econ¨®mico, como inviable e inadecuada en el aspecto cient¨ªfico.
Frente a esta injustificada artificialidad, la ¨²nica postura correcta es la de utilizar al m¨¢ximo las posibilidades de la universidad, que son muchas, a trav¨¦s de los departamentos y centros universitarios y de los institutos de Ciencias de la Educaci¨®n. Esto requiere una potenciaci¨®n de los ICE, conforme a lo previsto en su planteamiento original, perfectamente v¨¢lido en las circunstancias actuales, abiertos a todas las colaboraciones y orientados a todas las demandas del sistema educativo; y un reforzamiento y reordenaci¨®n de la red ICE-Incie, que permita desarrollar la programaci¨®n adecuada y conveniente para actuar en el orden de las prioridades y con la eficacia que corresponda a tales demandas. En este esquema, tan correcto cient¨ªficamente como viable desde el punto de vista pr¨¢ctico pueden y deben encontrar soluci¨®n todos los proyectos y programas de formaci¨®n y perfeccionamiento del profesorado sin necesidad de recurrir a creaciones artificiosas y a duplicaciones innecesarias.
Queda aqu¨ª impl¨ªcita una conclusi¨®n que para las universidades no admite duda ni desviaci¨®n de ninguna clase: el Incie (antiguo Cenide) debe quedar adscrito al Ministerio de Universidades e Investigaci¨®n, de acuerdo con la finalidad para que fue creado y con la que debe seguir cumpliendo, tanto por lo que se refiere a su decisiva participaci¨®n en la programaci¨®n y sostenimiento de los planes de formaci¨®n y perfeccionamiento del profesorado como en los de investigaci¨®n educativa.
Aunque resulta impl¨ªcito en todo lo anterior, debo explicar que este planteamiento no excluye, sino que supone, la colaboraci¨®n de ambos ministerios, el de Educaci¨®n y el de Universidades e Investigaci¨®n, para la coordinaci¨®n y buen funcionamiento del sistema educativo conforme a las necesidades del Estado. Las universidades dan por supuesta esta colaboraci¨®n y estiman que es importante que, desde ahora mismo, la direcci¨®n del Incie sea asistida por un consejo de coordinaci¨®n y programaci¨®n en el que se encuentren representadas la direcciones generales afectadas de ambos departamentos, y en especial la universidad, esta ¨²ltima a trav¨¦s de representaciones de los ICE y del Consejo de Rectores.
Esta es la opini¨®n de las universidades, en la que caben el planteamiento serio de todas las necesidades y todas las colaboraciones convenientes en torno al problema que se discute. Parece obvio que convendr¨ªa ponerse cuanto antes a trabajar en esta planificaci¨®n y programaci¨®n en torno a la misma mesa y suspender las medidas que pretenden alejar de los ICE a un grupo de profesores procedentes de escalafones no universitarios que han alcanzado en estos institutos un alto grado de especializaci¨®n; que desde sus puestos vienen prestando servicios de la mayor calidad a todo el sistema educativo y cuyo traslado no beneficiar¨ªa a nadie.
Junto a este esp¨ªritu de apertura, colaboraci¨®n y trabajo serio, las universidades quieren al mismo tiempo dejar constancia de que no pueden permanecer indiferentes ante prop¨®sitos y proyectos que, adem¨¢s de carecer de justificaci¨®n cient¨ªfica y acad¨¦mica, afectan a sectores de su competencia y responsabilidad, son al menos de dudosa justificaci¨®n y oportunidad desde los puntos de vista administrativo y econ¨®mico y ante los cuales, llegado el caso, ejercer¨ªan todas las acciones legales a su alcance.
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