Del pa¨ªs, del Estatuto y del cura Echevarr¨ªa
Desde hace a?os hay por ah¨ª una tesis, que hoy Ortzi la recoge para Herri Batasuna, por la que, de la misma manera que el PNV arrincon¨® al carlismo adoptando la defensa de los intereses populares vascos, de la misma, ser¨¢ arrinconado por HB. Hace tiempo que intento comprender ese paso dial¨¦ctico, pero empiezo a atisbar que, si por un lado el car¨¢cter dial¨¦ctico es cierto, parece, sin embargo, que de ello hay muy poco, que un importante paquete ideol¨®gico del carlismo ha ido atravesando nuestra historia sin romperla ni mancharla. Me estoy refiriendo a aspectos ideol¨®gicos importantes de base de ra¨ªz, de origen integrista que, desde el carlismo, todo nacionalismo vasco ha pose¨ªdo y posee.En la situaci¨®n preauton¨®mica que vivimos la postura de un carlista trasladado desde 1833 a ¨¦sta hubiera sido la misma que adoptaron: total enfrentamiento a los cambios pol¨ªticos que el liberalismo iniciaba. Ante la postura nego ciadora de Euskadiko Ezkerra, uno no deja de ser asaltado por los escr¨²pulos integristas que a todo buen vasco pesa en el ¨¢nimo y que otros tan admirable y demag¨®gica mente saben aprovechar: EE pacta con el Estado, con el hereje, con los enemigos del altar, del trono, de la fe de nuestros antepasados. Rudo golpe para el primitivismo pol¨ªtico euskaldun, porque de todo buen voluntario de don Carlos es sabido que negociar con el enemigo es po ner en peligro no s¨®lo principios terrenales, sino la misma existencia de lo divino, de nuestra religi¨®n y de nuestra alma. Uno siente que algo importante de nuestro cerebro est¨¢ cambiando, que rechinan en ¨¦l nuevas bases ideol¨®gicas, incluso nuevas c¨¦lulas olvidadas, desde donde iniciar nuevas maneras de pensar y de actuar. Y a nivel vivencial esto salta a nuestra conciencia al ver que nosotros, sacrificados gudaris del pasado de ETA, nos encontramos en una situaci¨®n semejante a lade los sectores liberales vascos cuando, en aquellas guerras carlistas, dec¨ªan que hab¨ªa que negociar, que hab¨ªa que hacer pol¨ªtica, que el feudalismo estaba condenado por la historia, sintiendo en nuestro palpitar el coraz¨®n de un Olano (1).
Al tener, por primera vez, conciencia de esa semejanza, el miedo nos ataca, el miedo a lo nuevo; pero ?ya era hora de que nos sinti¨¦semos hijos de los liberales vascos! Ya era hora de que aceptemos la paternidad liberal; de lo contrario, ser¨ªa m¨¢s dificil adoptar la paternidad m¨¢s pr¨®xima del marxismo. Es muy dif¨ªcil saltar del carlismo a ¨¦ste.-
Del Rey nuestro se?or
Euskadi vivi¨® hasta bien entrado el siglo XIX un mismo sistema pol¨ªtico que se inici¨® en sus l¨ªneas maestras en el siglo XII, sistema que estaba sustentado en el fuero. La defensa de la autonom¨ªa foral vasca exigi¨® su ¨ªntima uni¨®n con el despotismo de la monarqu¨ªa castellana, para acabar siendo uno de los sostenes m¨¢s poderosos de la supervivencia del absolutismo mon¨¢rquico espa?ol. La ideolog¨ªa que defend¨ªa la libertad de la autonom¨ªa vasca, como toda ideolog¨ªa medieval, estaba principalment¨¦ basada en el teocratismo: por voluntad divina, el rey era el jefe pol¨ªtico en la tierra; los fuerol, consecuencia de ello; el liberalismo, azote de la fe, de la tradici¨®n, y, por tanto, de los mismos fueros.
As¨ª como la fe en Cristo no permite m¨¢s que una iglesia, la lucha pol¨ªtica no permite m¨¢s que un espacio interclasista en el que todos somos uno bajo la direcci¨®n de Dios-rey-y,su corregidor. S¨®lo existe una cabeza pol¨ªtica y detr¨¢s el pueblo, -que traducido a hoy, puede ser perfectamente el pueblo trabajador vasco, y en cuyo nombre se puede hacer cualquier clase de guerra de religi¨®n. El sistema se basa en la existencia de un poder ¨²nico y absoluto, por un lado, y del pueblo, por otro; un pueblo en plan reba?o, que acoge la palabra del rey como la del Papa. Los partidos pol¨ªticos dividen al pueblo, no representan a nadie y adem¨¢s contradicen el sistema divino. Se adopta como original ?el pueblo unido se rige sin partidos?, que de haberlo conocido lo hubieran co reado Luis XVI y Mar¨ªa Antonieta.
Del Estatuto
Desde la derrota carlista existe en nuestro pa¨ªs una ideolog¨ªa frustrante, ya secular, que por serlo lo aceptamos como lo m¨¢s natural, sin an¨¢lisis ni la menor duda. Nuestro satisfactorio deleite ante la desgracia, lo necr¨®fago y lo desesperante no deja de ser m¨¢s que una vuelta a la mentalidad despechada del cura Echevarr¨ªa (2) y los ac¨®litos apost¨®licos de don Carlos.
En determinada prensa del pa¨ªs, en una p¨¢gina entera, diariamente, se enfrentan una serie de personas al Estatuto. Frases curiosas como la que destaco: ?Alegr¨ªa que intenta esconder la claudicaci¨®n ante UCD.? Por principio, aqu¨ª, alegrarse antes del ted¨¦um de acci¨®n de gracias es pecado, pero cuando de hecho el Estatuto es una victoria ni siquiera se nos permite el dere cho a la alegr¨ªa. Parece que se la quisiera fusilar, ?viva la muerte!, porque en el pasado no pudimos alegramos ni por el cambio pol¨ªtico experimentado tras la muerte de Franco, ni por la amnist¨ªa, ni por ciertas victorias electorales. Y aho ra tendremos que llorar por el Estatuto.
El Estatuto ha salido adelante no por ser una claudicaci¨®n vasca, sino m¨¢s bien por todo lo contrario. UCD, tras su derrota en las elecciones municipales y su falta de implantaci¨®n, ha cedido en su vocaci¨®n de convertirse tambi¨¦n en Euskadi en representante de toda la burgues¨ªa del Estado y deja aqu¨ª el puesto dominante al PNV. Se trata de un giro importante por parte de la burgues¨ªa centralista porque, por primera vez en la historia del moderno Estado espa?ol, ¨¦sta admite el papel pol¨ªtico que juega la burgues¨ªa nacional, y, por otro, se hace consciente de la ingobemabilidad de Euskadi sin un estattuto aceptado por la mayor¨ªa de las fuerzas pol¨ªticas. Esto ya es un paso importante.
Sin embargo, la preocupaci¨®n de los vascos que se enfrentan al Estatuto no reside en¨¦l mismo, sino a la futura situaci¨®n de libertad en la que el pueblo pueda quedar sumido. Eso, con otras palabras, se llama miedo a la libertad.
Se teme al Estatuto como se temi¨® en su tiempo a la transici¨®n democr¨¢tica y a la amnist¨ªa porque, opinan, desarma al pueblo, le emborracha. La realidad, se est¨¢ demostrando, es bien distinta y no tenemos que temer las cotas de libertad que por el Estatuto va a conseguir el pueblo.
El cura Echevarr¨ªa se revuelve, cambia el sayo negro por el rojo, o no sabemos si sigue con el rojo, y nos espeta desde su plantaci¨®n de frambuesas o desde los despachos de jefe de personal, abogado ilustre, o vaya a saber qu¨¦ alturita, que el Estatuto es burgu¨¦s. En esta etapa de conquistas de libertades el car¨¢cter burgu¨¦s del Estatuto s¨®lo puede detener a un cura Merino, reaccionario como ¨¦l. Pues bien, en cuanto conquista popular no lo es, y tampoco lo es en ese tono, ETA VI Asamblea, en que todos los burgueses son burgueses, disponiendo de un aspecto antiburgu¨¦s, el de no ser el de la burgues¨ªa centralista. Porque si burgu¨¦s, por ese hecho, es un estatuto negociado por Garaikoetxea, no podr¨ªamos quedamos imp¨¢vidos ante uno negociado por Monz¨®n; sin embargo, en el cacao ideol¨®gico de las izquierdas de este pa¨ªs, ya para los inicios de los setenta, intent¨¢bamos demostrar que una cosa era Monz¨®n en cuanto representante pol¨ªtico de la burgues¨ªa nacional, y otra cualquier oligarca y los intereses que ¨¦ste representa.
Una ideolog¨ªa universal basada en principios religiosos, erigida sobre incorrecciones hist¨®ricas de grueso calibre, no puede conformarse con un estatutillo de tres al cuarto. Entre otras razones, porque si hemos llegado a idealizar de tal manera nuestra historia diciendo que hemos sido independientes y soberanos, dificilmente podemos contentamos con el Estatuto. Sin embargo, mucho deber¨ªamos hablar sobre ese pasado, m¨¢s sobre la voluntad pol¨ªtica de los vascos y, por supuesto, dejar claro que soberan¨ªa nacional no puede contraponerse al Estatuto.
Por primera vez ¨¦ste reconoce el derecho impresciptible, y al mismo nivel que las otras tres regiones, de Navarra para pertenecer al territorio aut¨®nomo. No vale hablar de filtros que se oponen a la voluntad mayoritaria de los navarros, como el pase del Parlamento Foral al refer¨¦ndum, porque si la actitud de Herri Batasuna por la integraci¨®n fuera decidida, y no en mantener razones para que el banderizo guerree, esos filtros legales caer¨ªan inmediatamente. Sin embargo, su cerril actuaci¨®n antiestatuto hace imposible que un procedimiento democr¨¢tico para la integraci¨®n pueda ejercerse.
Al final no quedan razones, se enarbola el altar y el fuero como una bandera y se pide nada menos que la oposici¨®n al Estatuto esgrimiendo la autodeterminaci¨®n. No creo que la autodeterminaci¨®n sea arma capaz de oponerse al Estatuto, porque ¨¦ste, en estos momentos, es el instrumento democr¨¢tico m¨¢s adecuado para la lucha de los vascos.
De abrazos y marotadas
No deja de ser curioso el hecho de que el KAS, a trav¨¦s de su comunicado (Egin, 22, 1979), hable de la consecuci¨®n del Estatuto como del abrazo de la Moncloa y que a su vez compare ¨¦ste con el de Vergara con un tono de despecho semejante al de los apost¨®licos de don Carlos.
Si la quintaesencia del carlismo resucitara, probablemente un gran sector estar¨ªa en el KAS, o est¨¢, no porque pensara exactamente igual, sino porque piensan y act¨²an de la misma manera. Nos cuesta demasiado romper con nuestro pasado.
Para cualquier mediocre conocedor de nuestra historia no es ning¨²n secreto que el abrazo de Vergara constituy¨® la salida pol¨ªtica mejor para la autonom¨ªa vasca. En plena descomposici¨®n del bando carlista, desprestigiado el pretendiente y ante un Ej¨¦rcito nacional cada d¨ªa m¨¢s imponente, el abrazo fue una obra maestra de negociaci¨®n,al tener en cuenta el apoyo vasco liberal y las contradicciones pol¨ªticas de Madrid. Tampoco se debiera desconocer que los aut¨¦nticos autores del abrazo fueron los militares carlistas vascosbuscando as¨ª, el procedimiento de salvar los fueros de la quema del bando carlista. Tampoco que fueron sus adversarios ?intransigentes? los que un siglo despu¨¦s nos organizaron en Pamplona otra por el altac y el trono que nos ha durado cuarenta aflos.
S¨ª que se puede comparar el Estatuto con el abrazo de Vergara, posee muchas coincidencias interesantes, como el hecho de que fuera un pacto con el Gobierno anterior a ser tratado en las Cortes, hecho que le salv¨® como ahora salva al Estatuto. Pero lo que no esper¨¢bamos de Herri Batasuna es que denigraran a aqu¨¦l de la misma manera que lo hiciera la cala?a m¨¢s reaccionaria que en todo el mundo ha existido.
Del Manifiesto de Arceniega
Ocurri¨® que en 1837 el ej¨¦rcito carlista estuvo a punto de tomar Madrid. Lo que hab¨ªa sido un alegre y jubiloso tropel de todos amigos se vino abajo ante la posibilidad de triunfo. Era tan heterog¨¦nea la composici¨®n del bando carlista,que a la hora de plantearse el salto de una simple negaci¨®n del liberalismo a tener que hacer una gesti¨®n positiva todo se vino abajo. Aparecieron tal cantidad de grupitos pol¨ªticos cada cual con su particular proyecto de dirigir el Gobierno, que all¨ª mismo, ante las murallas de Madrid, se vieron enfrentados e incapacitados para tomar el Poder. Diciendo no al liberalismo, todos estuvieron conformes, pero a la hora de plantearse qu¨¦ gesti¨®n pol¨ªtica iban a seguir se destruyeron a s¨ª mismos.
Es decir, el bando carlista, cuando aparentemente m¨¢s fuerte estaba, se disolvi¨®, y las causas, la camarilla de don Carlos y el propio pretendiente, no la vieron en la propia naturaleza de su movimiento, sino en algo tan falso como la existencia de traidores.
Desde entonces la caza al traidor se puso de moda: aqu¨¦llos, casi todos fueron vascos, se proclama a la Virgen de los Dolores capitana generala y todos tan felices, con 20.000 hombres muertos sobre el campo de batalla. Los ?traidores? tuvieron su momento, se rebelaron y consiguieron el abrazo de Vergara.
Del tener todo perdido consiguieron que parte de los fueron sobreviviesen. Gracias a ellos, a los marotistas, que no s¨¦ por qu¨¦ el KAS les llama esparteristas (cuando ¨¦stos se llamaban ayacuchos), podemos hoy hablar del Estatuto, y quiz¨¢ tambi¨¦n de independiencia y socialismo.
(1) Olano, diputado guipuzcoano liberal, que en 1840 defendi¨® en las Cortes entusi¨¢sticamente el abrazo de Vergara.
(2) Echevarr¨ªa, sacerdote natural de Lecumberri, miembro de la camarilla de Carlos V, se opuso al abrazo de Vergara.
EDUARDO URIARTE
Miembro de la comisi¨®n ejecutiva de EIA y de la permanente de Euskadiko Ezquerra
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