El encuentro de dos revoluciones: Hitler-Stalin
El 23 de agosto de 1939, Ribbentrop y Molotov firmaron en Mosc¨² un pacto de no agresi¨®n, as¨ª como un protocolo secreto adicional, por el cual la Uni¨®n Sovi¨¦tica y la Alemania nazi se repart¨ªan Polonia y otros territorios. Los sovi¨¦ticos siempre han negado la existencia de un tal protocolo. En Nuremberg los jueces sovi¨¦ticos consiguieron evitar su autorizaci¨®n como documento testifical, y tuvimos que esperar hasta 1962 para que Gomulka, presidente del consejo polaco, reconociese tal hecho, siendo sin duda el ¨²nico dirigente de Europa oriental que dio tal paso. La noticia del pacto entre los que hasta entonces parec¨ªan enemigos irreconciliables sorprendi¨® casi al mundo entero, desde los pol¨ªticos de Westminster hasta al Gobierno de Tokio, pasando por los comunistas espa?oles que se hallaban en las c¨¢rceles de Franco reci¨¦n terminada nuestra guerra civil, si tal nombre merece.Aunque nada definitivo se puede decir en torno al triste acontecimiento hasta que se abran al p¨²blico los archivos sovi¨¦ticos, lo que sin duda va para largo, ello no es excusa para no intentar una explicaci¨®n ?razonable?. Para comprender lo ocurrido es neces¨¢rio, por una parte, remontarse en ¨¦l pasado, y, por otra, amplia¨ª nuestra perspectiva hist¨®rica para Regar al menos hasta el 21 de junio de 1941, fecha en que los ej¨¦rcitos del Reich, emulando al Napole¨®n de 1812, invadieron la Uni¨®n Sovi¨¦tica.
Buenas relaciones
No hemos de olvidar que en 1922, por el tratado de Rapallo, la Rep¨²blica de Weimar fije el primer pa¨ªs capitalista que reconoci¨® formalmente al r¨¦gimen sovi¨¦tico. As¨ª, los marginados del sistema internacional de la ¨¦poca comenzaron a entenderse desde una perspectiva que pronto se afirmar¨ªa como revisionista. Y si por el Convenio de Locarno, tres a?os despu¨¦s, Alemania parec¨ªa aceptar un frente com¨²n contra la Rusia sovi¨¦tica, el Convenio de Berl¨ªn de 1926 volver¨ªa a acercara ambos pa¨ªses. A partir de entonces, la colaboraci¨®n entre ambos Estados se hizo patente, tanto en el campo econ¨®mico como en el militar, pudiendo burlar as¨ª las disposiciones del Tratado de Versalles.
Asimismo, en la derecha y en la extrema derecha alemanas se dio un curioso fen¨®meno de valoraci¨®n de Rusia y de la Revoluci¨®n Bolchevique, en el que sin duda tuvo un gran peso el sentimiento revanchista, aunque tambi¨¦n sigui¨® la tradici¨®n del Drang nach Osten bismarckiano. Mientras Niekish hablaba de ?nacional-bolchevismo?, Goebbels, en aquellos tiempos representante de la extrema izquierda de la extrema derecha, abogaba, junto con Strasser y Rosenberg, por un entendimiento con los comunistas. Y sin duda en el acercamiento germano-sovi¨¦tico desempe?¨® un papel importante Karl Radek, delegado del PC ruso (bolchevique) ante Espartaco, quien, detenido junto a Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, no ser¨ªa, ejecutado, sino que, por el contrario, convertir¨¢ su c¨¢rcel en un aut¨¦ntico sal¨®n pol¨ªtico, donde dialogar¨ªa con cabecillas del nacionalsocialismo y otras figuras de la vida pol¨ªtica alemana, en particular Von Seeckt, jefe del Estado Mayor alem¨¢n de 1920 a 1926. Numerosos miembros de la Escuela Oriental de Seeckt ser¨ªan depurados en febrero de 1938. No obstante, algunos permanecieron en puestos clave, como Von Shulenburg, embajador en Mosc¨², y, en cierto modo, Ribbentrop.
As¨ª, en enero de 1933, cuando Hitler es nombrado canciller, ya existe una complicada red de relaciones entre ambos pa¨ªses. El acuerdo del 23 de agosto de 1939 no deber¨ªa haber resltado tan sorprendente. Pese al recelo con que el nombramiento de Hitler fue recibido en Rusia, cuatro meses despu¨¦s se renovaba el caducado Convenio de Berl¨ªn. La entrada de Rusia en la Sociedad de Naciones, los numerosos pactos de no agresi¨®n y amistad que los sovi¨¦ticos firman con otros pa¨ªses no son m¨¢s que pruebas de un acercamiento a occiidente, si bien se puede considerar como una estrategia para aislar al Reich y obligarle as¨ª a acercarse a Rusia. A ello viene a a?adirse al Pacto Anti-Komintern, que Alemania y Jap¨®n firmar¨ªan en noviembre de 1936 y al que Italia se adherir¨ªa un a?o despu¨¦s para luchar contra el comunismo, ?el antiguo antagonista y enemigo hereditario de la Humanidad?, en palabras de Hitler. Ese mismo Hitler que en 1934 hab¨ªa confiado a Rauschning que ?pod¨ªa ser inevitible una alianza con Rusia?. Y as¨ª, en 1938, poco despu¨¦s de la llegada de Ribbentrop a los Asuntos Exteriores, se produce la crisis de los Sudetes y la famosa conferencia de Munich, en la que no participaron los sovi¨¦ticos. Esta tem¨ªa, y no sin raz¨®n, que las democracias fueran demasiado blandas para contener a Hitler, y por otra parte que intentaran desviar los impulsos expansionistas del Reich hacia ¨¦l Este, es decir, hacia Rusia.
En la pol¨ªtica sovi¨¦tica, Alemania siempre hab¨ªa ocupado un lugar privilegiado como proveedora de productos industriales, como la otra posible patria de la revoluci¨®n proletaria, y como la otra gran despose¨ªda por la primera guerra mundial. Y si hemos de creer al general Krivitsky, Stalin se decidi¨® a un acuerdo con Hitler ya en 1934, al ver que ¨¦ste consolidaba su poder, Adem¨¢s, Stalin necesitaba de Alemania, y las purgas que desencaden¨®, con tan grave efecto en la econom¨ªa y en el Ej¨¦rcito, forzaron a Stalin a una pol¨ªtica inflexible: como evitar una guerra con Alemania. (Y si los Estados capitalistas se hac¨ªan la guerra entre ellos, tanto mejor.) Por su parte, Hitler pronto se decidi¨® a invadir Polonia en lo que deb¨ªa ser una guerra corta, pero, en caso de que se alargase iba a necesitar las, materias primas sovi¨¦ticas y evitar al mismo tiempo una guerra en dos frentes.
La situaci¨®n en Europa hab¨ªa convertido a la Uni¨®n Sovi¨¦tica en el aliado deseado. Stalin ten¨ªa as¨ª dos hierros en el fuego y, mientras negociaba con las democracias, segu¨ªa tina diplomacia secreta con el Reich. P¨²blicamente, los discursos de ?los dos astros gemelos: Hitler-Stalin?, como los llamar¨ªa Trotski, se matizaban y as¨ª, el 10 de marzo de 1939, Stalin se?alaba que la Uni¨®n Sovi¨¦tica no deb¨ªa verse envuelta en un conflicto ? por culpa de los belicistas, que est¨¢n acostumbrados a que otros les saquen las casta?as del fuego?.
En abril, Stalin, por medio de Astachov, propone a losalemanes un acuerdo. Al mes siguiente Molotov, presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo, sucede a Litvinov al frente de los asuntos exteriores, y aunque las negociaciones con el Reich no fueron f¨¢ciles, el 20 de agosto se llega a un acuerdo econ¨®mico. Parec¨ªa que Stalin quer¨ªa demorar un pacto pol¨ªtico, pero Hitler forz¨® el paso y as¨ª el 23 de agosto de 1939 llegaba Ribbentrop a Mosc¨² en donde a medianoche se firmaron los dos acuerdos; no es sorprendente que poco antes Hitler llegara a exclamar: ? ?Tengo el mundo en el bolsillo! ? Sin duda, por el pacto de no agresi¨®n, Hitler lograba evitar una guerra en dos frentes, que siempre hab¨ªa temido, si bien no se puede, achacar el hecho de que la guerra tuvo lugar a este acuerdo. Si el pre¨¢mbulo ven¨ªa a reconocer una cierta tradici¨®n en las relaciones germano-sovi¨¦ticas, los dos primeros art¨ªculos echaron por tierra cualquier esperanza residual por parte de las democracias occidentales de que la Uni¨®n Sovi¨¦tica bascular¨ªa de su lado. El principio de la Seguridad colectiva, que los dirigentes sovi¨¦ticos hab¨ªan seguido profesando hasta la v¨ªspera mientras negociaban con franceses y brit¨¢nicos, ahora se esfumaba. Por el protocolo secreto, la Uni¨®n Sovi¨¦tica se aseguraba, a la espera de una ocupaci¨®n, el control sobre tres pa¨ªses b¨¢lticos, sobre Polonia, oriental y sobre Besarabia. Alemania, asimismo, se otorgaba unas extensas ?esferas de intereses?.
David y Goliath
La invasi¨®n alemana de Polonia no se demor¨®. La intervenci¨®n sovi¨¦tica se pospuso unos d¨ªas, el tiempo de encontrar una excusa v¨¢lida ante el mundo. El 17 de septiembre el Gobierno sovi¨¦tico la encuentra y decide enviar tropas a Polonia para proteger a los ucranianos y rusos blancos que habitaban en aquellos territorios. Fue, entonces cuando Mussolini, en un estilo muy propio, formul¨® el siguiente diagn¨®stico: ?Est¨¢ bien servirse de un enano para matar a un gigante, pero es un error valerse de un gigante para liquidar a un enano.?
El desarrollo posterior de los acontecimientos ilustra la tesis de que Stalin quer¨ªa a toda costa evitar un enfrentamiento directo con Hitler y de que incluso pretend¨ªa un acuerdo positivo con la Alemania nazi. Las tensiones que surgieron fueron discutidas y resueltas el 28 de septiembre en un protocolo confidencial. Alemania renunciaba a Lituania a cambio de una parte de Polonia y se establec¨ªa una clara colaboraci¨®n para acabar con cualquier agitaci¨®n polaca. Por entonces, en la prensa sovi¨¦tica, Gran Breta?a y Francia son las verdaderas culpables de la prolongaci¨®n de la guerra.
Se pueden encontrar tres razones para el posterior cambio de actitud de Hitler, que no de sus generales, hacia la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Por una parte, su victoria en Francia; por otra, el fracaso de la invasi¨®n de Inglaterra y, por ¨²ltimo, la decisi¨®n de Hitler de no hacer m¨¢s concesiones a los sovi¨¦ticos en Europa (si no tomamos en cuenta la progresiva locura que invadi¨® al dictador alem¨¢n). Pese al Pacto Tripartito, dirigido a la vez contra la URSS y contra Estados Unidos, cuya, pr¨®xima entrada en guerra es un factor que, sin duda, ten¨ªa Hitler en consideraci¨®n cuando se decidi¨® a invadir Rusia, la colaboraci¨®n entre los dos totalitarismos sigui¨® adelante, tanto en el plano militar y econ¨®mico como ideol¨®gico. Stalin lanz¨® la ya tambaleante Komintern en una gran campa?a contra la guerra cuando nada lo obligaba a ello, sino la raz¨®n de Estado, (del Estado sovi¨¦tico, se entiende). Incluso, dirigentes del PC alem¨¢n, como herr Ulbritch, favorecieron el pacto, y, si hemos de creer ciertas fuentes, algunos peri¨®dicos comunistas que circulaban en Francia eran impresos en Alemania.
Alemania, gracias al acuerdo con los sovi¨¦ticos, pudo burlar el bloque¨® econ¨®mico y as¨ª recibi¨®, por ejemplo, el 30% de su consumo en petr¨®leo y n¨ªquel y el 70% de los fosfatos utilizados en 1939-1941. Se puede decir que lo que Stalin y Molotov intentaban era hacer a Alemania econ¨®micamente dependiente de la URSS, y por esta raz¨®n se mostraron los sovi¨¦ticos tan deseosos de obtener los territorios petrol¨ªferos y de gran riqueza agr¨ªcola.
Alemania propuso a los sovi¨¦ticos el unirse al Pacto Tripartito, en unas condiciones que no eran aceptables para la URSS. En noviembre de 1940 ir¨ªa por fin Molotov a Berl¨ªn para discutir, infructuosamente, estas propuestas. Pese a la ruptura aparente entre ambos reg¨ªmenes, un nuevo acuerdo econ¨®mico es firmado en enero de 1941, cuando Hitler ya estaba decidido a invadir la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Con cierto retraso debido a problemas en los Balcanes, el 21 de junio los ej¨¦rcitos alemanes entran en territorio sovi¨¦tico. Pese a todos los informes recibidos, Stalin no cre¨ªa en ello, sin duda uno de los mejores ejemplos de lo que en psicolog¨ªa se llama disonancia cognotiva y que viene a ratificar la idea de que el acuerdo con la Alemania nazi era algo m¨¢s que para ?salir del paso ?.
No obstante, la actitud de las democracias occidentales, y particularmente de Polonia, la cual se hab¨ªa negado a dejar paso a tropas sovi¨¦ticas por su territorio, hab¨ªa hecho posible por un tiempo este acuerdo que hoy cumple cuarenta a?os. De todos modos la actitud sovi¨¦tica ante la situaci¨®n europea no puede calificarse de alianza con el Reich, sino m¨¢s bien de ?neutralidad nerviosa?. Una alianza tiene un objetiv¨® com¨²n. Los pactos de agosto y de septiembre lo que hicieron fue delimitar los objetivos de ambas potencias, no unas ?esferas de intereses comunes. Fue justamente cuando estas ?esferas? se volvieron comunes, y no los ?intereses?, cuando se produjo el choque entre el Tercer Reich y la Uni¨®n Sovi¨¦tica. El encuentro, con sus ra¨ªces hist¨®ricas siempre tan importantes y siempre tan olvidadas, de las dos revoluciones m¨¢s funestas del siglo XX, la revoluci¨®n nacionalsocialistas y la revoluci¨®n estalinista, hab¨ªa tocado a su fin.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.