Eugenio d'Ors, por el laberinto del arte moderno
Resulta inevitable recordar la mezquindad espa?ola hacia Eugenio d'Ors. Pero lo urgente ahora es restablecer la verdad. En concreto, y puesto que estas p¨¢ginas est¨¢n dedicadas a las artes pl¨¢sticas, recordemos -aunque sea someramente- todo lo que el arte moderno, en Espa?a, le debe al pensador catal¨¢n. Al lado de tantas p¨¢ginas destinadas a reflexionar sobre el arte del pasado -desde las glosas churriguerescas de 1907 hasta tal o cual reflexi¨®n andaluza ante el Observatorio de San Fernando-, al lado de libros como Tres horas en el Museo del Prado (1922), L'Art de Goya (1928), Du baroque (1936) o Tres lecciones en el Museo del Prado (1944) est¨¢n las m¨²ltiples glosas, libros y fundaciones contempor¨¢neas.El "noucentisme" Eugenio d'Ors vivi¨®, a finales del siglo pasado, el clima modernista. Frecuent¨® Els Quatre Gats, le retrat¨® Casas, conoci¨® al joven Picasso. Muy pronto, sin embargo, ver¨¢ en el modernismo el ¨²ltimo coletazo del ochocentismo. Frente al triunfante Rusi?ol, optar¨¢ por el m¨ªsero y augural Nonell. Tras su consagraci¨®n como columnista (el Glosari de Xenius empieza a publicarse el 1 de octubre de 1906, en La Veu), su prop¨®sito ser¨¢ reformador en todos los ¨®rdenes. Recogiendo cosas que est¨¢n en el aire, agenci¨¢ndose una metaf¨ªsica de andar por casa, proponi¨¦ndole un ideario a su generaci¨®n, Xenius lograr¨¢, en muy poco tiempo, hacer del noucentisme una cuesti¨®n p¨²blica. Le preocupan enormemente las estrategias a seguir. Los pintores, los escultores, los arquitectos, al igual que los escritores o los pol¨ªticos, se le aparecen as¨ª como posibles reclutas. Torres Garc¨ªa, Nogu¨¦s, Sunyer, Aragay, Casanovas, Clar¨¢, Gargallo, ser¨¢n as¨ª enrolados bajo una misma bandera. Xenius sabr¨¢ presentarlos al p¨²blico como los pintores de la ¨¦poca de Camb¨® y de Prat de la Riba. Hay que leer el cap¨ªtulo de La ben plantada dedicado a las cosas que rodean a Teresa, para saborear -en la inimitable prosa de Xenius- aquel imposible proyecto de orden, claridad, civilidad, mediterrane¨ªsmo. Ah¨ª, entre tantos elementos del pasado, est¨¢n citados los artistas del presente. El libro, por otra parte, va ilustrado por uno de esos artistas, Xavier Nogu¨¦s.
A lo largo de los a?os diez, el combate por el noucentisme, en el campo art¨ªstico, es un combate cotidiano. Un d¨ªa pueden ser unas reflexiones sobre el estilo de las conmemoraciones o de las l¨¢pidas, al siguiente la defensa de Torres Garc¨ªa -el pintor contempor¨¢neo que m¨¢s le interesaba entonces-. Sin olvidar algunas calas -ya parad¨®jicas- en el arte de vanguardia. En 1912, cuando la exposici¨®n cubista chez Dalmau, Xenius dedica varias glosas al acontecimiento. Una de ellas... sobre Marcel Duchamp.
Que el proyecto noucentiste no carec¨ªa de base social puede demostrarlo su r¨¢pida extensi¨®n a una ciudad como Bilbao, donde Hermes y algunos de sus colaboradores (Basterra, Mourlane, S¨¢nchez Mazas, Lequerica) tienen algo inequ¨ªvocamente orsiano; o, por contraste, las dificultades encontradas por novecentistas m¨¢s aislados, como el sevillano Jos¨¦ Mar¨ªa Izquierdo y el granadino Gallego Bur¨ªn. Pero no es ¨¦ste el lugar para extendernos sobre tan interesante tema. Lo cierto es que, tras su defenestraci¨®n en 1920, Eugenio d'Ors rompe la mayor¨ªa de los lazos que le manten¨ªan atado a Catalu?a. En 1923 se instala en Madrid. Su actitud b¨¢sica ante la cuesti¨®n art¨ªstica seguir¨¢ siendo la misma, pero ya liberada de todo proyecto nacionalista. Se acent¨²a entonces el car¨¢cter cosmopolita de su ense?anza, al mismo tiempo que intenta aplicar al arte espa?ol el prisma ordenador que ha aplicado antes al catal¨¢n. En Mi sal¨®n de oto?o, suerte de museo imaginario que publica en 1924, volvemos a encontrar a Nogu¨¦s, a Sunyer o a Ricart; junto a ellos, algunos vascos, pr¨®ximos precisamente al esp¨ªritu de Hermes; poscubistas eminentemente constructores, como V¨¢zquez D¨ªaz; solitarios como Solana, e incluso alg¨²n artista de vanguardia como Barradas (ya en unos a?os antes, Eugenio d'Ors hab¨ªa escrito una glosa titulada Ultra tiene raz¨®n). En 1925 tiene la oportunidad de apoyar un sal¨®n renovador, real ¨¦ste: los Ib¨¦ricos. Entre los expositores descubre a un joven toledano desconocido: Alberto S¨¢nchez, Alberto a secas. En 1928 saluda a Marinetti, que visita Espa?a; le ense?a (?no hab¨ªa que quemar los museos?) el Prado y acude con antifaz negro al subsiguiente banquete. Esta intensa actividad le lleva en ocasiones a posicionarse junto a j¨®venes vanguardistas.
C¨¦zanne, Picasso
De suma importancia para entenderle son dos monograf¨ªas suyas: la primera, publicada en Madrid (1921), est¨¢ dedicada a C¨¦zanne; la segunda, sobre Picasso, aparece en Par¨ªs (1930). Naturalmente, D'Ors nos da su C¨¦zanne y su Picasso. El pintor de Aix es presentado como un novecentista, como el precursor, como el primitivo que, formado en el ochocientos, intuye que la pintura del futuro va a ser construcci¨®n antes que sensaci¨®n. Lo mismo, o parecido, con Picasso. Uno de los cap¨ªtulos se titula Los cuatro ¨®rdenes de la arquitectura picassiana. Se insiste sobre lo que el cubismo tiene de estructura, sobre lo que Picasso puede hacer (a la vista est¨¢ su per¨ªodo clasicista) si se decide a ser el pintor de la Pascua y si, tras la Cuaresma cubista, se anima a pintar cuadros como los de los museos. Dos libros muy del tiempo del relour a Vordre, muy a tono con las preocupaciones de Carr¨¢ y sus valori plastici, tan gustados por el catal¨¢n. Pero el arte iba, en l¨ªneas generales, por otros derroteros, y el irracionalismo -pensaba D'Ors- hac¨ªa estragos.
Las actividades art¨ªsticas de D'Ors, a lo largo de la guerra civil, merecer¨ªan un detallado estudio. Vuelve a la palestra cotidiana del Glosario; participa en la empresa de Jerarqu¨ªa; delira maquinando romanas ceremonias falangistas; es nombrado jefe nacional de Bellas Artes; aparece por Venecia con un pintoresco uniforme que deja boquiabierto a Ruano. Pero, a pesar de todo, conserva una m¨ªnima lucidez. Desear¨ªa contar con Picasso, pero sabe que es imposible; se tiene que contentar con Pruna. Tiende cables lisboetas hacia Almada Negreiros, gran ge¨®metra y posible novecentista; tiene que conciliar, en Espa?a, con acad¨¦micos de segunda fila que no aguanta, como Sotomayor.
Nueva defenestraci¨®n
Tras una nueva defenestraci¨®n, o casi, empiezan sus a?os oficiosos; probablemente el ¨²nico per¨ªodo de su vida en que se repite algo de la aventura p¨²blica que supuso el noucentisme. Aunque el Madrid de 1940 no fuera la Barcelona de 1906, en ambas situaciones se encuentra el escritor en posici¨®n privilegiada: con cierto poder y con una pol¨ªtica que defender. Si en 1906 se trataba de luchar contra el nacionalismo de v¨ªa estrecha, en 1940 la pol¨ªtica de luces puede consistir en abrir ventanas. Los vencedores entregaban el mando art¨ªstico a mediocres y resentidos. D'Ors nunca se sentir¨¢ otra cosa que vencedor, pero ten¨ªa al menos buen gusto, y su labor ser¨¢ todo lo contrario: una labor generosa, abierta, ecl¨¦cticamente renovadora. Para su Academia Breve de la Cr¨ªtica de Arte, para sus Salones de los Once, cuenta con el respaldo galer¨ªstico de Aurelio Biosca y con amistades pol¨ªticas entonces fundamentales. Frente a las fuerzas que desean hundir en su nada a la pintura espa?ola, el maestro elige la vida; la vida, aunque una vez m¨¢s tenga que hacer concesiones al irracionalismo que tan lejos parece caerle. Saura, T¨¢pies, aparec¨ªan en las p¨¢ginas de Revista o de Destino junto a Eugenio d'Ors: todo un s¨ªmbolo, pero tambi¨¦n, entorices, toda una suerte. Pura paradoja llega a ser la situaci¨®n: en el Sal¨®n de 1953, un joven llamado Manolo Millares es presentado por don Pedro Mourlane Michelena. Sobre esos a?os ¨²ltimos de Eugenio d'Ors, tan positivos para el nuevo arte espa?ol, tan llenos de ense?anza para una nueva generaci¨®n de cr¨ªticos (los Rodr¨ªguez-Aguilera, los Moreno Galv¨¢n, los Cirlot, los Perucho), muchas m¨¢s cosas habr¨ªa que decir. Pero, a partir de un determinado momento, los pintores que defiende son aceptados oficialmente: es el caso de Zabaleta; ser¨¢ pronto el caso de los informalistas. Soplan otros aires, aires no orsianos, pero que ¨¦l ha contribuido a traer. El maestro va apag¨¢ndose en su ermita de San Crist¨®bal, Villanueva y Geltr¨². Su ¨²ltima glosa versar¨ªa sobre Brummel y la elegancia. Su ¨²ltimo libro -p¨®stumo- sobre Lidia de Cadaqu¨¦s, contrapunto barroco (el irracionalismo en casa) de Teresa la bien plantada. Para que la paradoja fuera completa, si Teresa hab¨ªa sido dibujada por Nogu¨¦s el noucentiste, Lidia ser¨ªa ilustrada por un gran antinoucentiste: Dal¨ª.
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