El Museo de Cera
Me invitan a daruna conferencia en el Museo de Cera. Aunque la idea parezca de Ram¨®n, no es m¨ªa. Lo que pasa es que a uno le sugieren ya ideas ramonianas.No voy a dar una conferencia est¨¢tica, sino a hacer de gu¨ªa son¨¢mbulo para visitantes, ensayando un paseo y lecci¨®n para muertos entre los vivos del Museo de Cera, que algunos hasta se mueven, respiran, giran los ojos, y a Franco, l¨¢stima, s¨®lo ha faltado que le pusieran al lado el motorista de los ceses. El museo, que nunca hab¨ªa visitado antes, tiene un clima de techo bajo y una luz hecha de sombras que, en eljuego de espejos de su laberinto, parece incluirnos en un cuento de Borges, de un Borges madriles y un poco ferial, pero alucin¨®geno.
Ah¨ª est¨¢ Cervantes, encarcelado en Argel contra un fondo de molinos manchegos que giran en el aire azul de Gregorio Prieto. Por aquellos entonces, Cervantes era el ¨²nico prisionero espa?ol de los argelinos. Hoy lo somos todos un poco. Ahi est¨¢ Pem¨¢n, en pie, leyendo muy puesto unos versos en un Caf¨¦ Levante/ Gij¨®n/ Granja del Henar, precisamente entre quienes nunca le escucharon con demasiada atenci¨®n: Juan Ram¨®n Jim¨¦nez y sus bichos, Antonio Machado, Baroja, Valle-Incl¨¢n. En Espa?a, el escritor de derechas suele ser de cera o como de cera para sus antagonistas de izquierdas, y a la viceversa: un mu?eco c¨¦reo al que clavar alfileres, dardos, met¨¢foras, sinestesias y epigramas.
Por eso aqu¨ª no hay un dios que triunfe.
Fernando D¨ªaz-Plaja acaba de publicar Si mi pluma valiera tu pistola (versos de Machado a L¨ªster), que es rica y curiosa antolog¨ªa de art¨ªculos de la guerra en ambos bandos. Para un profesional del articulismo, la antolog¨ªa es apasionante. Con m¨¢s o menos punter¨ªa y sintaxis, unos y otros no hicieron sino asestar la ballester¨ªa de sus endecas¨ªlabos en prosa al mu?eco de cera en que convert¨ªan al enemigo. Si hago mi antolog¨ªa de esta antolog¨ªa, me sale que los mejores, literariamente, eran de derechas: D'Ors, Fox¨¢ y Ruano. A Hoyos y Vinent, que pudiera ser el Fox¨¢ de izquierdas, no hay quien lo aguante. El Museo de Cera, m¨¢s ecl¨¦ctico y ecum¨¦nico, los mezcla a todos en un caf¨¦ convencional y sentimental. El mayor escritor militante de la Rep¨²blica era Aza?a, pero no est¨¢ en el Museo ni en la antolog¨ªa de Fernando. Se ve que no quieren que don Manuel quede en cera. Pero ha quedado ya en piedra solar del Escorial.
Aqu¨ª, en el museo, Manolete muerto en una enfermer¨ªa solanesca, con Gim¨¦nez-Guinea en la cabecera y Luis Miguel a los pies. Agosto del 47. Con aquella noticia mi infancia peg¨® un estir¨®n tr¨¢gico. Y ya m¨¢s cercano, Bahamontes, la m¨¢s alta oportunidad que vieran los siglos franquistas de escalar picachos europeos que a¨²n se nos niegan, como la CEE. Y Marisol, ninfa del reporterismo de los cincuenta, de la que todos escrib¨ªamos enamorados y urgentes. A Su¨¢rez lo saludo mora¨ªto de martirio, tal sale por la telesuya, y a Felipe bizco, porque deb¨ªan ser los tiempos en que Felipe bizqueaba hacia la izquierda. Fraga, como lo definiera Ricardo Cid, sigue siendo el modelo gordos de Maxcali, y Carrillo est¨¢ tal cual, pero sin demonio, un poco como el hombre que perdi¨® su sombra. Felipe tiene puro, pero Carrillo no tiene su cigarrillo rubio. Se ve bien ya, en este museo, a qui¨¦n mima y a qui¨¦n no la posteridad.
Aqu¨ª de Unamuno con sus pajaritas, Romanones con botines, Lorca con su traje cruzado de se?orito agrario y Taudit de bien, Pepe Isbert de camarero, y Azor¨ªn de muermo. Una Espa?a amical, relacional, campechana, civil, en la que todos andan con todos. Una utop¨ªa de cera que la atroz Espa?a no ha sido nunca. Una Espa?a de cera es la falsa Espa?a de Hemingway, que aparece aqu¨ª con un libro suyo (colecci¨®n Reno, Plaza & Jan¨¦s) como el quiosquero de s¨ª mismo. Orson Welles, como Ernest, ve los sempiternos sanfermines fratrieidas de Espa?a desde la barrera. Qu¨¦ vivos estos muertos que a¨²n nos rigen y qu¨¦ cer¨²leos nosotros, los vivos. Cera somos y no hay m¨¢s cera que la que arde.
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