Reencuentro con Pepito Zamora
Desde 1910 (los dibujos que ahora se exponen pertenecen a los tres primeros a?os de esa d¨¦cada), Zamora comienza a dibujar en publicaciones semanales de entonces, como Nuevo Mundo o La Esfera. Poco despu¨¦s marcha a Par¨ªs y all¨ª trabaja unos meses -como dise?ador- en el taller del principal modista de la belle ¨¦poque y creador del concepto alta costura, tal como a¨²n-hoy pervive: Paul Poiret. En Chez oiret se vest¨ªan princesas, canta¨ªtites, mujeres de mundo, grandes actrices, cocottes de lujo... Y all¨ª Zamora conoce a otro dise?ador que empieza, Ert¨¦ (el primer nombre hoy d¨ªa en el figurinismo), y que no hace mucho recordaba emocionado al espa?ol, en sus memorias, Things I remember. de 1975. Pepito Zamora -ya es su propio nombre- vuelve a Espa?a al estallar la primera guerra mundial y contin¨²a dise?ando y relacion¨¢ndo se. En 1918, en San Sebasti¨¢n, Sergio Dhiaguilev y Ana Paulova le encargan figurines para sus ballets.
Poco a poco, tras el desastre b¨¦lico, se abre el mundo lujoso, brillante y nuevo de los felices veinte. Todo un programa de vida (que incluso alcanz¨® a Espa?a) y que parece presidido por aquel oportuno t¨ªtulo de Paul Morand Ouvert la nuit. Zamora alterna Madrid y Par¨ªs dise?ando, ilustrando libros, ideando trajes y teatros y, sobre todo, viviendo. Es amigo de Mistinguett, Josephine Baker, Colette, Jean Cocteau... Y en Espa?a, entre las m¨¢s elegantes fiestas de la high life y el ¨¢mbito bohemio y casi hamp¨®n de los barrios bajos o del caf¨¦-cantante, pasea en una cohorte de atildad¨ªsimos y muchachitos, el esc¨¢ndalo de la gomina, del khol o de los anillos raros... Cansinos-Assens, Valle-Incl¨¢n, G¨®mez de la Serna son amigos suyos, pero sobre todo el c¨ªrculo decadente del novelista y arist¨®crata Antonio de Hoyos y Vinent. Juntos todos, Hoyos, figur¨®n sordo y maladif, la condesa de Laguna, la bailarina ex¨®tica T¨®rtola Valencia (aficionada a la magia y al ocultismo), el sat¨¢nico y perverso marqu¨¦s de Villalobar y Pepito Zamora (delgado, impoluto, vividor art-dec¨®) exhiben por el olor de la noche y de los palacetes su ambig¨¹edad, su atrevimiento, su gesto y sus compa?¨ªas: voces del mar o voces similares de la m¨¢s seductora juventud dorada. Me cuentan que un d¨ªa Zamora, hablando con G¨®mez de la Serna, se interesa en asistir a la cripta de Pombo, y Ram¨®n (con ese ribete monacal que ha sido tan de los espa?oles) le contesta: Pepito.. usted, cuando quiera, pero sus amiguitos, no, ?eh?...
Son -entre 1920 y 1936- los a?os cenitales de la labor y la vida de Jos¨¦ de Zamora. Su dibujo, estilizado, refinado, entre l¨¢nguido y vivaz, est¨¢ aprendido en las rocallas modernistas y en los arabescos negros de Aubrey Beardsley, pero (m¨¢s fr¨¢gil, m¨¢s r¨¢pido, menos colmado de esplendores) entra ya en el arte dec¨®. Es un dibujo entre exquisito y testimonial -ilustrador, figurinista-, que terminar¨¢ acerc¨¢ndole a nuestro hombre a un na?f voluntario. Claro que de la casta y rasgo de Zamora vendr¨¢ V¨ªctor Cortezo y toda la tradici¨®n del dise?o de modas y para teatro.
En 1941 -por la ocupaci¨®n de Francia-, Pepito Zamora vuelve a Madrid. Poco despu¨¦s se instalar¨¢ en Sitges, cuya vida alternar¨¢ con el centro. Por entonces -en los a?os cincuenta est¨¢ ya de nuevo en escena- hablar¨¢ de ¨¦l C¨¦sar Gonz¨¢lez Ruano: Sigue jugando al joven fr¨ªvolo a sus a?os. Hace falta para esto ser, de verdad, muy poco fr¨ªvolo. Y quiz¨¢ el punto en que la frivolidad m¨¢s genuina tiene que ponerse a prueba a s¨ª misma es cuando comienza a sentir que la l¨¢mpara se va apagando. Pepito Zamora sigue trabajando y viviendo -en la pobre Espa?a de nuestra largu¨ªsima posguerra-, pero (aunque no eluda riesgos y aventuras) no son ya los d¨ªas en que compart¨ªa los Kedives y el Sat¨¢n con el marqu¨¦s de Vinent, o con esos otros dos pintores y dibujantes decadentes que tambi¨¦n habr¨ªa que rescatar: Antonio Juez y Julio Antonio. Zamora va vivierido su propio olvido. Su mundo desaparece. Pero ¨¦l seguir¨¢ teniendo impecables desparpajo y lucidez. Y as¨ª, cuando en 1970 escribe unos folios para el cat¨¢logo de la que iba a ser su ¨²ltima exposici¨®n (que no le cogi¨® en vida), escribe: Creo firmemente que Pirri, El Cordob¨¦s, Manolo Escobar y Alfonso Paso son las personalidades que nos merecemos. Advi¨¦rtase el fino rigor de la iron¨ªa. ?Qu¨¦ al d¨ªa estaba Pepito Zamora, pintando cuadros na?f y dibujos en que recopilaba su mundo y su estilo! Muri¨® en Sitges -realmente olvidado-, en diciembre de 1971. De ¨¦l (insisto) ha de quedar no s¨®lo una tradici¨®n de l¨ªnea, sino una tradici¨®n de estilo de vida. Y, por supuesto, la efigie de toda una larga ¨¦poca.
Por lo dem¨¢s -y siento no poder evitar otra vez el t¨®pico-, ?qu¨¦ hubiese sido de Pepito Zamora en una cultura m¨¢s coherente y pulida que la espa?ola? Recuerdo a Ert¨¦ -hace unos a?os- pase¨¢ndose en triunfo por una exposici¨®n de sus dibujos, vestido de vis¨®n, el pelo completamente blanco, sublimada la vejez entre jovenzanos y admiradoras... La luz y el comentario, alrededor de una cultura.
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