Adi¨®s a Alejandra Tolstoi
Hay coincidencias extra?as, a veces, La otra noche estaba viendo en la televisi¨®n la versi¨®n cinematogr¨¢fica de la novela de Tolstoi La guerra y la paz cuando un amigo que trabaja en un peri¨®dico me llam¨® por tel¨¦fono y me dijo que acababa de llegarles la noticia de la muerte de Alejandra Tolstoi, la ¨²ltima hija del novelista ruso, en un modesto albergue de la fundaci¨®n creada por ella misma para refugiados rusos en el estado de Nueva York en 1939. Alejandra ten¨ªa la respetable edad de 95 a?os.
Naci¨® en 1884, cuando Tolstoi ten¨ªa casi sesenta y ha muerto de vejez, lo que quiere decir que no ten¨ªa gran inter¨¦s en seguir viviendo. Les pasa a muchos de los que alcanzan edades tan escandalosamente ejemplares. Noventa y cinco a?os y solterita. No se pod¨ªa decir de ella, como dicen de su padre, que pas¨® la primera mitad de su vida en placentera disipaci¨®n. No. Alejandra, aunque pudo haber vivido como los j¨®venes arist¨®cratas de La guerra y la paz, no conoci¨® disipaciones ni objecionables placeres.
Desde su adolescencia en Yasnaya Polyana fue secretaria de su padre, lo que quiere decir que conoci¨® la g¨¦nesis de muchas de sus obras y fue testigo de los conflictos entre el glorioso autor de Resurrecci¨®n y su hist¨¦rica esposa. Por cierto, que en los conflictos entre sus padres Alejandra se pon¨ªa de parte del genial novelista y quedaban los dos aislados del resto de la familia mientras duraban las hostilidades. Tolstoi tuvo toda clase de problemas con Sof¨ªa, su mujer. Hasta el extremo de que ¨¦sta se crey¨® un d¨ªa con derecho a declarar p¨²blicamente que la Sonata a Kreutzer era un relato autobiogr¨¢fico. Como muchos lectores saben, ese libro describe con una riqueza de detalles un poco s¨¢dica el asesinato de una mujer por su celoso marido. Los celos estaban justificados en la novela y tambi¨¦n, al parecer, en la vida del autor.
Sin embargo, Tolstoi no mat¨® a su mujer y ni siquiera la abandon¨®, fiel a su consigna de que una vez casado y con hijos el hombre no deb¨ªa separarse de su esposa cualquiera que fueran las dificultades y discrepancias de conducta. Porque el libertino Tolstoi de las jornadas de la guerra del C¨¢ucaso se confes¨® en alguno de sus libros y se acus¨® despiadadamente. Acab¨® por formar una escuela de virtuoso estoicismo con el lema de la ?no resistencia: al mal?, que m¨¢s tarde hab¨ªa de seguir Gandhi en la India. Los dos con un fondo cristiano francamente heterodoxo, aunque Gandhi si se bautiz¨® fue en las aguas del Ganges y sin jaculatorias latinas.
La no resistencia al mal. Dif¨ªcil doctrina, sobre todo en nuestros tiempos. Sin embargo, Gandhi gan¨® con esa doctrina la batalla contra el Imperio Brit¨¢nico. Raro milagro.
Cuando muri¨® Tolstoi en la alcoba improvisada en una estaci¨®n de ferrocarril, huyendo de su esposa, podr¨ªa tal vez haberse curado, pero no amaba la vida. Igual hab¨ªan de decir muchos a?os despu¨¦s los m¨¦dicos de un gran autor ingl¨¦s, Bernard Shaw. Era ¨¦ste m¨¢s viejo que Tolstoi. Ten¨ªa cuando muri¨® la misma edad de Alejandra, es decir, 95 a?os, y los doctores dijeron tambi¨¦n: "Podr¨ªa recuperarse, pero no tiene inter¨¦s en seguir viviendo". Lo mismo sucedi¨® con mi oscuro y honesto abuelo campesino, que muri¨® centenario.
Muchos hombres envidiamos a esos felices mortales que, habiendo gozado cabalmente el repertorio de atractivos que la vida puede ofrecernos, dan cara a la muerte sin la pena de perder algo ni la esperanza de conseguir nada. Era el caso de Bernard Shaw, que no ten¨ªa convicciones religiosas. En cambio, Tolstoi las ten¨ªa, aunque sin la esperanza de una vida de ultratumba. La que cre¨ªa de veras en las virtudes de la vida y las promesas de la muerte era Alejandra, seg¨²n escribe en su libro de memorias de Yasnaya Polyana. Ojal¨¢ hayan resultado ciertas, porque si ha habido alguien de veras merecedor es ella.
La fidelidad de Alejandra hizo m¨¢s llevaderos los ¨²ltimos a?os del famoso y barbudo pap¨¢. Ten¨ªa Tolstoi v¨¢stagos de todas clases, y uno de ellos se obstinaba en escribir, lo que denotaba por los menos falta de prudencia. Publicaba art¨ªculos atacando las doctrinas de su padre y tratando de hacerle sombra. Firmaba con el mismo nombre: Leon Tolstoi, .y en esa tarea diab¨®lica era inspirado por la mam¨¢. Acusaban al novelista de vanidad y de codicia. Y trataban de adular a la corte y al zar.
Codicia, cuando precisamente Tolstoi declar¨® libres de derechos de autor sus obras fuera de Rusia y quiso hacer lo mismo dentro de su patria. Sof¨ªa y sus hijos, con excepci¨®n de Alejandra, quer¨ªan, por el contrario, especular con los editores, usar el t¨ªtulo condal del padre y gozar de los privilegios de una posici¨®n convencionalmente ventajosa en la corte, Pobre Tolstoi. Por cierto que su hijo desleal sali¨® de Rusia cuando se produjo la revoluci¨®n y fue a parar al Marruecos franc¨¦s., donde muri¨® oscuramente.
Es decir, que esta Alejandra solterita fallecida a los 95 a?os y su glorioso padre ganaron la batalla familiar y hasta alguna batalla naval, como la de Gandhi contra un imperio rico en acorazados. As¨ª son a veces las cosas en la historia. Muy a la viceversa, que dec¨ªa mi abuelo.
Hombres de genio como Tolstoi, y mucho antes nuestro Cervantes, suelen retar a todos los otros a singular combate y ganar tarde o temprano. Cervantes tard¨® m¨¢s que Tolstoi, pero su h¨¦roe est¨¢ m¨¢s vivo que el de Resurrecci¨®n o el de la famosa Sonata, y sigue lanza en ristre por los caminos del mundo, desafiando endriagos, firme en su herrumbroso esqueleto, con el apodo m¨¢s adecuado de todos los que le pusieron o se puso ¨¦l mismo: Caballero de la Triste Figura. Porque, como dec¨ªa Dostoyewski -otra gran ruso maestro de Freud y de Kafka- Don Quijote de la Mancha es el libro m¨¢s triste que ha escrito la humanidad. Aunque, aparentemente, no haya en ¨¦l m¨¢s que risas. La ?viceversa? de mi centenario abuelo.
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