El imposible viaje
Los GOBIERNOS de Chile y Uruguay han declarado per sonas no gratas a Felipe Gonz¨¢lez y a los dem¨¢s comisio nados de la Internacional Socialista que se propon¨ªan visitar ambas naciones en las pr¨®ximas semanas. Los pa¨ªses europeos en los que los partidos integrados en esa laxa federaci¨®n de organizaciones pol¨ªticas ocupan el poder -como en la Rep¨²blica, Federal de Alemania- o constituyen alternativas reales de gobierno -como en Gran Breta?a, Suecia o Francia- seguramente dejar¨¢n constancia de su contrariedad ante ese gesto inusualmente descort¨¦s e inamistoso por parte de reg¨ªmenes con los que mantienen relaciones diplom¨¢ticas. Imaginamos que nuestro Gobierno algo tendr¨¢ que decir y alguna queja podr¨¢ formular ante el hecho ins¨®lito de que dos pa¨ªses que hablan nuestro idioma y protestan de su herencia hisp¨¢nica se, permitan un desplante tan ins¨®lito como dar con la puerta en las narices al l¨ªder de la oposici¨®n parlamentaria y al dirigente del segundo partido con implantaci¨®n popular en nuestra sociedad. Cuando recordamos la razonable y encomiable resistencia de don Juan Carlos a hacer escala en Santiago de Chile durante su ¨²ltimo viaje por Latinoam¨¦rica, decisi¨®n acerbamente criticada desde la ultraderecha, no podemos por menos de celebrar la prudencia de una medida que, de no ser adoptada, hubiera creado el singular precedente de que una naci¨®n presuntamente amiga de Espa?a pod¨ªa invitar a su jefe del Estado y rechazar la visita de su eventual presidente del Gobierno.As¨ª como la Espa?a de Franco se convirti¨®, durante los a?os cuarenta y cincuenta, en la playa donde la resaca producida por la derrota del Eje en la segunda guerra mundial y los derrocamientos de los dictadores en todo el planeta fue depositando los restos intelectuales, pol¨ªticos y guerreros de aquel gigantesco naufragio, tambi¨¦n el Chile de Pinochet abre sus brazos fraternos y generosos a las estrellas del antiguo r¨¦gimen o a los comerciantes de su nostalgia. Mientras el final de nuestra guerra civil llev¨® hasta las costas americanas, en un viaje sin regreso, a una interminable lista de intelectuales y escritores -cuya sola enumeraci¨®n consumir¨ªa varias p¨¢ginas de este peri¨®dico y de la que pueden servir de muestra nombres como los de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, Pedro Salinas o Luis Cernuda-, la dictadura chilena se puede enorgullecer de dar su c¨¢lida acogida a ciudadanos espa?oles, esta vez provistos de pasaporte y con billete de ida y vuelta, tan egregios como Gonzalo Fern¨¢ndez de la Mora, prof¨¦tico diagnosticador del crep¨²sculo de las ideolog¨ªas y sudoroso constructor de la teor¨ªa del Estado de Obras; Fernando Vizca¨ªno Casas, notable tanto por la prosa como por los argumentos de sus millonarios engendros, Blas Pi?ar, el notario-caudillo,o Camilo Sesto, el cantautor que ha transformado la cursiler¨ªa en un g¨¦nero.
Las relaciones formales entre Estados y los intercambios comerciales se hallan inscritos en el espacio pr¨¢cticamente inviolable de las propias conveniencias y de los usos diplom¨¢ticos. Ser¨ªa ingenuo, en el contexto de las relaciones internacionales canibalescas del mundo actual, esperar o exigir gestos hacia afuera que no resultasen puramente simb¨®licos o ret¨®ricos. Sin embargo, es preciso saber, desde ahora, que sistemas de gobierno tan cerrilmente represivos y tan incapaces de satisfacer los m¨ªnimos nacionales e internacionales, de respeto a los derechos humanos, como el chileno o el uruguayo, est¨¢n condenados por la historia. La interminable cadena de dictaduras que parec¨ªan eternas, pero concluyeron con la huida con el rabo entre las piernas del caudillo de turno, tiene, por ahora, a Somoza como ¨²ltimo eslab¨®n. En su lista de espera est¨¢n ya escritos, sin embargo, los nombres de sus ¨¦mulos en el Cono Sur.
Por esa raz¨®n, y aunque s¨®lo sea por razones pragm¨¢ticas y de alta pol¨ªtica, resulta sorprendente que el Gobierno no haya dado todav¨ªa una soluci¨®n legal, con dignidad de estatuto del refugiado, a los problemas de los exiliados en nuestro pa¨ªs, entre los que figuran, por simple c¨¢lculo de probabilidades, los futuros gobernantes de los pa¨ªses latinoamericanos que hoy soportan el peso de la dictadura. Renunciamos, por temor al cansancio que siempre produce la repetici¨®n de los mismos argumentos, a desarrollar por extenso los motivos de agradecimiento hist¨®rico, solidaridad democr¨¢tica, defensa de los derechos humanos y vocaci¨®n americana por los que Espa?a debe dar un generoso asilo a los ciudadanos que huyen de pa¨ªses donde los espa?oles han tenido siempre una fraterna acogida como exiliados pol¨ªticos o emigrantes econ¨®micos. Porque a nuestros gobernantes quiz¨¢ s¨®lo pueda convencerles la perspectiva de que buena parte de los hombres que gobernar¨¢n dentro de dos, cinco o diez a?os Chile, Uruguay y Argentina viven hoy, acosados, temerosos e indigentes, en nuestras grandes ciudades.
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