Espa?a y los pa¨ªses ¨¢rabes
Una de las im¨¢genes heredadas del franquismo y que mayor fortuna alcanz¨® en los llamados medios informativos de la ¨¦poca fue la ?tradicional amistad? con los pa¨ªses ¨¢rabes. La supuesta tradici¨®n ignoraba un largo per¨ªodo de centurias y la amistad era mucho m¨¢s que selectiva. Los lazos de entendimiento se basaban en afinidades ideol¨®gicas con los reg¨ªmenes m¨¢s reaccionarios de Oriente Pr¨®ximo, cuando no en posiciones inamistosas hacia procesos revolucionarios e independentistas (recu¨¦rdese que en m¨¢s de una ocasi¨®n Espa?a fue no s¨®lo tierra de asilo, sino tambi¨¦n base log¨ªstica de la OAS en su lucha contra la descolonizaci¨®n argelina). Por otra parte, las frases hueras de los discursos no lograban ocultar un hecho manifiesto: para la mayor¨ªa de los pol¨ªticos franquistas y para los pretorianos africanistas el mundo ¨¢rabe comenzaba y conclu¨ªa en el norte de Africa, y para la opini¨®n p¨²blica de aquel entonces la referencia al conjunto ¨¢rabe era la pintoresca y ex¨®tica guardia mora del General¨ªsimo.De esta ¨¦poca, en la que el mundo ¨¢rabe tuvo un mero valor instrumental del que se sirvi¨® la diplomacia franquista para romper el cerco exterior, data un elenco de convenios culturales en los que nunca se intent¨® la menor aproximaci¨®n entre ambas culturas, pero que instalaron un entramado burocr¨¢tico que pretend¨ªa justificar una acci¨®n inexistente. Actualmente existen numerosos centros culturales espa?oles, desde Rabat y Fez hasta Damasco y Bagdad, pasando por El Cairo, Beirut, etc¨¦tera. Lugares olvidados del Gobierno de Madrid y del presupuesto nacional, pero que podr¨ªan desempe?ar una labor muy eficaz, dada la categor¨ªa humana e intelectual de los profesionales que los integran. L¨®gicamente, aqu¨ª habr¨ªa que apuntar el cambio tan notable dado por el nuevo arabismo en Espa?a que, ante no pocas resistencias, ha conseguido romper con una imagen cultural ¨¢rabe que no iba m¨¢s all¨¢ de la Espa?a musulmana.
Las relaciones de Espa?a con los pa¨ªses ¨¢rabes inician un giro considerable en el decenio de los sesenta. Giro que a¨²n prevalece en nuestra pol¨ªtica exterior. Dos son los factores que propician este cambio, dando un contenido real a lo que s¨®lo era verbalismo o, en el mejor de los casos, rutinaria declaraci¨®n de principios. Por una parte, el despegue econ¨®mico espa?ol, ,que, consecuentemente, incrementa las necesidades de crudos petrol¨ªferos. Necesidades que, finalmente, concluir¨ªan en una plena dependencia.
El segundo factor de cambio ser¨¢ el progresivo ¨ªndice de conflictividad de Oriente Pr¨®ximo. Las sucesivas guerras de 1948, 1956, 1967 y 1973 ser¨¢n otros tantos pelda?os que obligar¨¢n al Gobierno de Franco, primero, y de Juan Carlos, despu¨¦s, a considerar de forma m¨¢s realista la tem¨¢tica de nuestras relaciones ¨¢rabes. El Mediterr¨¢neo emerge en la escena internacional como uno de los mayores focos generador de tensiones encadenadas. Las protestas ¨¢rabes ante la utilizaci¨®n de las bases USA instaladas en Espa?a como puente del desembarco de infanter¨ªa de marina estadounidense realizado en L¨ªbano, en 1958, obligar¨¢ al Gobierno espa?ol a la adopci¨®n de una serie de medidas que eviten la utilizaci¨®n, directa o indirecta, de dichas bases frente a un posible conflicto en Oriente Pr¨®ximo, como ocurri¨® en 1967 y 1973, as¨ª como la muy reciente declaraci¨®n del Gobierno de Madrid ante una hipot¨¦tica intervenci¨®n norteamericana en Ir¨¢n.
A la dependencia econ¨®mica se une, pues, una segura fragilidad de la seguridad peninsular en su flanco mediterr¨¢neo. Lo cual viene a demostrar, una vez m¨¢s, no ya la discutible vocaci¨®n europe¨ªsta de. Espa?a, que est¨¢ fuera de debate, pero si su insuficiencia. La pol¨ªtica exterior espa?ola queda amputada de una de sus dimensiones fundamentales si se prescinde de su problem¨¢tica con los Estados y pueblos ¨¢rabes. Y se habla de pueblos porque hay un tercer factor que ha venido a incrementar el contenido de este complejo relacional: se trata de la cuesti¨®n palestina. Aqu¨ª, puede afirmarse sin caer en el ditirambo, la pol¨ªtica espa?ola ha sido pionera
Cuando la Asamblea General de la ONU reconoce los derechos inalienables del pueblo palestino al ejercicio de su autodeterminaci¨®n, el 22 de noviembre de 1974, Espa?a y Portugal fueron los ¨²nicos Estados del bloque occidental que votaron afirmativamente la Resoluci¨®n 3,236 (XXIX); el mismo d¨ªa, la delegaci¨®n espa?ola tambi¨¦n votaba a favor de la resoluci¨®n 3.237 (XXXIX), que conced¨ªa a la OLP la condici¨®n de observador ante las Naciones Unidas. En este sentido, deben entenderse las continuas declaraciones del Gobierno espa?ol sobre Oriente Pr¨®ximo, la visita, en el mes de septiembre, de Arafat, y, muy recientemente, el comunicado conjunto hispano-sovi¨¦tico en el que se insiste en la petici¨®n de la retirada de las tropas israel¨ªes de los territorios ocupados en junio de 1976, la realizaci¨®n de los derechos nacionales del pueblo palestino y el derecho de todos los pa¨ªses de esta regi¨®n a vivir en paz y en seguridad.
Consecuente con esta postura diplom¨¢tica y pol¨ªtica es el no reconocimiento del Estado de Israel, que ciertamente podr¨¢ ser objeto de discusi¨®n, pero que como m¨ªnimo es coherente con las decisiones de las Naciones Unidas. Por otra parte, la solidaridad con la causa palestina constituye actualmente el eje en torno al cual tienen que ajustarse las relaciones de cualquier pa¨ªs con el resto de los Estados ¨¢rabes.
Esta visi¨®n apresurada podr¨ªa conducir err¨®neamente a un balance optimista de las relaciones hispano-¨¢rabes; pero as¨ª como este mundo no se acaba en el norte de Africa, tambi¨¦n el Magreb forma parte de este conjunto relacional. Y este sector es, precisamente, el que en la actualidad envenena una parte fundamental de nuestra pol¨ªtica exterior. Mientras no se haya dado soluci¨®n al problema del Sahara Occidental, soluci¨®n que pasa ineludiblemente por la autodeterminaci¨®n del pueblo saharaui, nuestras relaciones con Marruecos y con Argelia ser¨¢n fr¨¢giles y contradictorias, cuando no conflictivas. Y todo ello sin mencionar los nombres prohibidos de Ceuta y Melilla.
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