Espa?a y el petr¨®leo, cuatro respuestas a cuatro preguntas
Las noticias se han agolpado en la ¨²ltima semana, creando un dramatismo y una incertidumbre para todos los ciudadanos espa?oles. Sabemos ya que el petr¨®leo nos va a costar mucho m¨¢s caro en 1980. Nos preguntamos, con incertidumbre y con temor, cu¨¢les ser¨¢n las consecuencias m¨¢s importantes de esta decisi¨®n que acaban de adoptar los pa¨ªses que integran el cartel de la OPEP. Conviene ordenar las preguntas, esto es, tratar de preguntar con acierto sobre los efectos fundamentales de la nueva subida de los crudos del petr¨®leo. Las preguntas que van a tratar de contestarse en este trabajo son cuatro. Ante todo, hay un efecto sobre la balanza de pagos. Importamos el petr¨®leo y lo tenemos que pagar m¨¢s caro. ?Cu¨¢nto nos va a costar la factura petrol¨ªfera en 1980 y qu¨¦ efectos provocar¨¢ el aumento de su importe sobre la balanza de pagos espa?ola? ?Qu¨¦ restricciones, impone a la tasa de desarrollo econ¨®mico el encarecimiento de la factura petrol¨ªfera? La tercera cuesti¨®n cuya respuesta trataremos de ofrecer es: ?En qu¨¦ medida esa decisi¨®n sobre los nuevos precios de los crudos lanza a la econom¨ªa espa?ola hacia una mayor inflaci¨®n? ?Cu¨¢les ser¨¢n los efectos de los nuevos precios del petr¨®leo sobre la inflaci¨®n espa?ola? Y, finalmente, debemos preguntarnos si la econom¨ªa espa?ola est¨¢ bien preparada para recibir el duro shock del petr¨®leo que ha llegado en los d¨ªas finales de 1979 y que amenaza con repetirse en los venideros de 1980. ?Nos hemos preparado adecuadamente para fortalecer nuestra econom¨ªa de forma que sea capaz de tolerar y asimilar los shocks petrol¨ªferos. ?Esta ser¨¢ la cuarta de las preguntas a que este trabajo intentar¨¢ ofrecer respuesta.?A cu¨¢nto vamos a pagar el petr¨®leo en 1980? La crisis es tan profunda que no nos lo han dicho. Los pa¨ªses que integran la OPEP se han marchado de la reuni¨®n de Caracas ofreciendo un muestrario amplio de precios. Y una espesa incertidumbre rodea los precios que pagaremos efectivamente en 1980, y, lo que es m¨¢s grave, esa misma incertidumbre acompa?a al suministro de las cantidades necesarias para satisfacer nuestras necesidades de petr¨®leo. Los c¨¢lculos m¨¢s solventes y divulgados oficialmente informan como posible precio para 1980 los 30/31 d¨®lares barril, un precio en el que coinciden casi todas las opiniones y que parte de unas hip¨®tesis sobre el comportamiento de los precios en 1980, discutible por principio, ya que nada hay cierto sobre el futuro de este mercado. No obstante, suponiendo que nuestros aprovisionamientos en el mercado spot de Rotterdam se sit¨²en en torno a un 25% y que el resto de las compras respeten los precios actuales, los precios divulgados oficialmente pueden considerarse una aproximaci¨®n discutible como todas. Acept¨¦mosla, sin embargo, como base de los c¨¢lculos de la factura petrol¨ªfera en 1980. La conclusi¨®n es clara: nuestras facturas por compras de petr¨®leo ascender¨¢n, en 1980, a 11.500 millones de d¨®lares (aproximadamente 5.000 millones de d¨®lares m¨¢s que los pagados en 1979). Conseguir la limitaci¨®n de la factura petrol¨ªfera a esos niveles no va a ser f¨¢cil, porque hay muchos c¨¢lculos que creen optimistas las cifras de partida. Todo va a depender de c¨®mo sepamos comprar el petr¨®leo, factor que se ha convertido en fundamental y estrat¨¦gico dada la situaci¨®n del mercado de crudos. Este factor obliga a que nos preguntemos si Espa?a est¨¢ comprando bien el conjunto de su! crudos y si el sistema institucional disponible est¨¢ en la mejor situaci¨®n para afrontar el dificil mundo de aprovisionamientos y precios.
En cualquier caso, las cifras a las que van a ascender los pagos son tan considerables, que una llamada de atenci¨®n sobre su valor absoluto y relativo parece indispensable. Las cifras del cuadro 1 hablan con toda claridad.
Espa?a tendr¨¢ que pagar en 1980, al menos, 11.500 millones de d¨®lares por sus compras totales de petr¨®leo. Nos hemos acostumbrado a o¨ªr la lluvia de millones cuando se habla de petr¨®leo, y apenas nos damos cuenta del enorme coste que el consumo de petr¨®leo va a suponer para el pa¨ªs en el pr¨®ximo ejercicio. Algunas comparaciones aclaran su magnitud. Nuestro empobrecimiento frente al resto del mundo, a consecuencia del solo encarecimiento de los crudos, va a significar que todo el esfuerzo tur¨ªstico del pa¨ªs en 1980 no baste para pagar la factura del petr¨®leo. Deberemos poner un 50% adicional. De esta manera, la factura del petr¨®leo, que ascend¨ªa en 1973 a la tercera parte de nuestros ingresos tur¨ªsticos, en 1979 ser¨¢ el 100%, y en 1980 ¨¦stos no bastar¨¢n ya para hacer frente a nuestras deudas por la importaci¨®n de petr¨®leo. Faltar¨¢ nada menos que otro 50% de esos ingresos. La factura petrol¨ªfera de 1980 significa que deber¨ªamos entregar el 62% de nuestra producci¨®n final agraria para hacer frente a nuestras compras de crudos de petr¨®leo, mientras que en 1973 bastaba con el 15 %.
Si la elevaci¨®n efectiva m¨ªnima de precios del petr¨®leo en los meses inmediatos a la conferencia de la OPEP se sit¨²a, como promedio de 1980 frente a 1979, en el entorno del 60%, el ritmo de crecimiento previsto del PIB para 1980 deber¨¢ ajustarse a la baja en, aproximadaente, algo m¨¢s de dos puntos, y en consecuencia, ello puede sumergir el crecimiento econ¨®mico del pr¨®ximo a?o en tasas negativas por primera vez desde el plan de Estabilizaci¨®n de 1959. Adicionalmente, esta elevaci¨®n de precios posiblemente no ser¨¢ definitiva, sino que vendr¨¢ secundada por otras elevaciones posteriores. Por ¨²ltimo, si a todo ello se auna el hecho de que la ca¨ªda en la tasa de crecimiento es uno de los principales factores que provocan desempleo, la situaci¨®n claramente exige la adopci¨®n de un programa econ¨®mico congruente, encaminado a paliar los principales desajustes de que adolece la econom¨ªa espa?ola.
La anterior conclusi¨®n se justifica a trav¨¦s de dos, enfoques complementarios que permiten enjuiciar los efectos sobre el crecimiento, derivados de una modificaci¨®n de los precios de los productos energ¨¦ticos. Por un lado, una elevaci¨®n de los precios energ¨¦ticos representa un empeoramiento de la relaci¨®n real de intercambio. Ello significa que una misma cantidad de bienes y servicios exportados se intercambia por unas importaci¨®nes reales m¨¢s reducidas. En consecuencia, debe producirse una reducci¨®n en la oferta interna y en las posibilidades de consumo y de inversi¨®n. Por otro lado, se da un efecto inducido sobre la demanda, derivado de la reducci¨®n en la capacidad de compra interna que representa la transferencia al exterior de determinada renta monetaria.
Centr¨¢ndonos en el primer aspecto, es preciso destacar que la oferta interna se define como la cantidad de recursos disponibles para el consumo y la inversi¨®n. Dada esta definici¨®n, un empeoramiento de la relaci¨®n real de intercambio representa una dism inuci¨®n de la cantidad de recursos disponibles para el consumo y la inversi¨®n internos, al ¨ªntercanibiarse una cantidad dada de bienes y servicios exportados por una menor cantidad de importaciones.
El gr¨¢fico 1 refleja la evoluci¨®n de la relaci¨®n real de intercambio en la econom¨ªa espa?ola para el per¨ªodo 1964-1978. En ¨¦l se observa la fuerte ca¨ªda que experiment¨® esta relaci¨®n en 1974, lo que tuvo su contrapartida sobre la evoluci¨®n de la oferta interna, tal como el gr¨¢fico 2 detalla. As¨ª, hasta 1973, esta magnitud aument¨® de forrna regular. En esta fecha, no obstante, se produjo una inflexi¨®n a la baja, lo que refleja el impacto directo sobre las posibilidades internas de consumo y de inversi¨®n. Es importante destacar que, a partir de esta fecha, ya no vuelven a recuperarse los ritmos.
El impacto directo de los precios de importaci¨®n m¨¢s elevados se mide por la diferencia entre la oferta interna estimada, manteniendo constante la relaci¨®n real de intercambio al valor que tenla en 1973, y la evoluci¨®n observada de esta magnitud. El punto clave es que un shock inicial, el de 1974, es suficiente para modificar el ritmo de expansi¨®n de la oferta interna.
As¨ª, pues, son precisamente los efectos inducidos que se derivan de una elevaci¨®n de los precios de los productos energ¨¦ticos los que, en parte, explican el deterioro progresivo que, a partir de 1973, se observa en la econom¨ªa espa?ola.
Inmediatamente se plantea la pregunta de lo que puede ocurrir con el ritmo de crecimiento de la econom¨ªa espa?ola en 1980, si en este a?o se produce una elevaci¨®n importante de los precios de los productos energ¨¦ticos, y, en este sentido, no debe olvidarse que esta elevaci¨®n incidir¨¢ sobre una econom¨ªa deprimida y con mayor desempleo que en 1973.
Con objeto de intentar ofrecer respuesta a esta pregunta es preciso, en primer lugar, destacar un dato: la rigidez de las importaciones de productos energ¨¦ticos. Dado este contexto, un aumento de los precios de importaci¨®n, si las importaciones reales permanecen estables, se traducir¨¢ en una transferencia de renta monetaria al exterior, lo que actuar¨¢ sobre las distintas funciones de gasto interno.
El cuadro 2 refleja algunas estimaciones efectuadas. En ¨¦l se han considerado distintos crecimientos porcentuales de los precios de importaci¨®n de los productos petrol¨ªferos. Concretamente, del 30%,60% y 80%. Cada uno de estos aumentos, suponiendo constantes las importaciones reales de productos petrol¨ªferos, representa una determinada transferencia de renta monetaria al exterior, que aparece media en t¨¦rminos porcentuales con respecto al valor del PIB En consecuencia, las unidades econ¨®micas de consumo y de producci¨®n ver¨¢n limitada su capacidad de compra, y ello tendr¨¢ como contrapartida unas menores posibilidades de consumo y de in versi¨®n, lo que, por la v¨ªa de la de manda, llevar¨¢ a una ca¨ªda en el ritmo de crecimiento del PIB. Adicionalmente, es preciso destacar que este efecto multiplicador no se limitar¨¢ al a?o en el cual la transferencia de renta tiene lugar.
En cualquier caso debe se?alarse que estos resultados reflejan ¨®rdenes de magnitud. Ahora bien, si se comparan con lo acaecido en 1974, se constata que su grado de aproximaci¨®n a la realidad de estos a?os es bastante notorio. En particular, en esta fecha, la p¨¦rdida de capacidad de compra que supuso la elevaci¨®n de los precios de importaci¨®n del petr¨®leo fue pr¨¢cticamente coincidente con la ca¨ªda en el ritmo de crecimiento del PIB.
Se ha calculado que una elevaci¨®n del 60% en el precio del petr¨®leo deber¨ªa suponer en t¨¦rmino medio un aumento del 13 % en el precio de venta de los productos petrol¨ªferos. Sin embargo, los reajustes al alza en los precios de las diversas energ¨ªas que posiblemente va a decretar el Gobierno van a significar aumentos mayores, que se justifican con razonamientos de ordenaci¨®n energ¨¦tica e industrial. Una elevaci¨®n del 20% en el precio medio de ¨²nicamente los productos petrol¨ªferos repercutir¨ªa a corto plazo sobre el incremento del ¨ªndice de precios del consumo aument¨¢ndolo en un punto; si esta elevaci¨®n se trasladase sobre los salarios, el efecto final puede ser de 1,4 puntos. Por ¨²ltimo, atendiendo a la experiencia pasada, si no se instrumentan las pol¨ªticas adecuadas, el juego de las expectativas inflacionistas puede llegar a triplicar o cuadruplicar el impacto inicial, considerando un per¨ªodo suficientemente amplio.
En efecto, para enjuiciar el impacto inflacionista derivado de una elevaci¨®n de los precios de los productos energ¨¦ticos, debemos distinguir dos tipos de efectos: por un lado, el efecto directo derivado de un an¨¢lisis de la estructura de costes de las empresas; por otro lado, el efecto inflacionista final, en el supuesto de que no se logre evitar la traslaci¨®n de costes y precios de producci¨®n m¨¢s elevados sobre el valor de los salarios monetarios.
Con respecto al impacto directo que se deduce de la tabla input-oulput (1975), los efectos inflacionistas derivados de una elevaci¨®n de los precios de los crudos depender¨¢n de c¨®mo el Gobierno decida repercutir este aumento sobre los productos que se ofrecen para su venta en el mercado interno. Suponiendo que la elevaci¨®n de los precios de los productos petrol¨ªferos no se aparte de forma muy sustancial del alza que tuvo lugar en julio de 1979, se ha calculado una elasticidad del ¨ªndice de precios del consumo con respecto a los precios de los productos petrol¨ªferos. El resultado obtenido es de 0,05, coeficiente que no incluye las posibles alzas no justificadas, situadas por encima del aumento de costes, de ciertos productos controlados por la Administraci¨®n, tales como las tarifas el¨¦ctricas o los transportes a¨¦reos y por ferrocarril. De aqu¨ª se deduce que a t¨ªtulo indicativo, si los precios de los productos petrol¨ªferos se elevan en un 20%, y este aumento de precios se repercute sobre los precios internos de forma similar a julio de 1979, el impacto directo sobre el ¨ªndice de precios del consumo se sit¨²a en un 1 %.
Ahora bien, en julio de 1979 se aprovech¨® este aumento para elevar discrecionalmente, y en mayor proporci¨®n a los costes, los precios del transporte por ferrocarril y a¨¦reo, as¨ª como las tarifas el¨¦ctricas. En este caso, el efecto inflacionista de un aumento de los precios de los productos energ¨¦ticos se amplifica de forma considerable.
En segundo lugar, es importante tener en cuenta los posibles efectos de la espiral precios-salarios que pueden derivarse de un alza inicial en los precios de los productos petrol¨ªferos. Si el aumento de precios del consumo que genera una elevaci¨®n de los precios de los productos energ¨¦ticos es trasladada sobre los salarios monetarios, el efecto final sobre la tasa de inflaci¨®n resulta amplificado.
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El efecto m¨¢s grave se produce, no obstante, cuando la aceleraci¨®n inflacionista desata las propias expectativas de inflaci¨®n. En este caso, los distintos agentes econ¨®micos no pretenden fijar unos precios que compensen los aumentos pasados de costes, sino que tratan de absorber unos costes futuros que se esperan en aumento. En tal circunstancia, el efecto final sobre la tasa de inflaci¨®n podr¨ªa ser entre tres y cuatro veces superior al aumento aut¨®nomo de precios. El resultado que finalmente se alcance depende de la actitud que los distintos agentes econ¨®micos adopten frente al hecho de que una elevaci¨®n de los precios energ¨¦ticos debe representar una reducci¨®n real de la capacidad de compra. Si no se admite este hecho, la elevaci¨®n monetaria de rentas constituye una consecuencia inmediata que no logra obviar la realidad subyacente de que la oferta interna, es decir, la cantidad de recursos disponibles para el consumo y la inversi¨®n, ha experimentado un recorte como consecuencia de unos precios energ¨¦ticos m¨¢s elevados.
La crisis energ¨¦tica de los ochenta llega a nuestra econom¨ªa cuando ¨¦sta ha practicado un proceso de ajuste importante que ha afectado a dos. frentes distintos: la inflaci¨®n y la balanza de pagos. Un pa¨ªs se hallar¨¢ en peor situaci¨®n frente a las crisis provocadas por los shocks del petr¨®leo, cuanto mayor sea su tasa de inflaci¨®n y cuanto m¨¢s desequilibrada est¨¦ su balanza de pagos con el exterior.
En estos dos frentes Espa?a ha hecho un enorme esfuerzo por corregir el desajuste de su inflaci¨®n respecto de la del resto del mundo, as¨ª como el elevado d¨¦ficit exterior con el que hab¨ªa llegado al mes de julio de 1977. Comparando aquella situaci¨®n con la actual, resulta que mientras la inflaci¨®n alcanzaba en los meses de junio, julio y agosto de 1977 una tasa del 44,7% de crecimiento, en el ¨²ltimo trimestre de este a?o 1979 los precios de consumo marchan a un 14,5%.como tasa anual. Esta dr¨¢stica reducci¨®n de la inflaci¨®n no se ha logrado ni improvisado gratuitamente. Se corresponde con el esfuerzo de ajuste derivado de la pol¨ªtica econ¨®mica y aceptado por la poblaci¨®n espa?ola, y muestra, hasta el l¨ªmite de la evidencia cierta las consecuencias que en la ¨¦poca de crisis actual se siguen de una inflaci¨®n m¨¢s o menos aguda. ?Qu¨¦ hubiera pasado si el alza de los precios de los crudos hubiera sorprendido a la econom¨ªa espa?ola en el mes de julio de 1977? La inflaci¨®n habr¨ªa desbordado todas las previsiones, con grav¨ªsimos efectos para la convivencia econ¨®mica, social y pol¨ªtica del pa¨ªs.
El ajuste tambi¨¦n ha sido muy importante en balanza de pagos. En julio de 1977, el d¨¦ficit de la balanza de pagos apuntaba hacia los 5.000 millones de d¨®lares, de los que ya se hab¨ªan registrado en el mes de junio 3.166 millones de d¨®lares. Nuestras reservas netas de divisas al 30 de junio sumaban 3.729 millones de d¨®lares. Puestas esas cifras en relaci¨®n con la crisis actual, nos dicen que las reservas de entonces no habr¨ªan sido suficientes para pagar el aumento de la factura petrol¨ªfera en 1980, que ascender¨¢ a unos 5.000 millones de d¨®lares. El d¨¦ficit de la balanza de pagos se hubiese agravado en 1977.
La crisis energ¨¦tica de 1979-1980 llega despu¨¦s de un ajuste importante en la balanza de pagos que sorprende a la econom¨ªa espa?ola con un sup¨¦ravit del orden de los 1.200 millones de d¨®lares y con unas reservas de 13.237 millones de d¨®lares, que permiten afrontar con holgura el formidable aumento de los precios de los crudos.
Todo ello lleva a una conclusi¨®n clara: el ajuste de precios y de balanza de pagos que nuestra econom¨ªa ha conseguido con esfuerzo y perseverancia desde julio de 1977, es de todo punto imprescindible, de modo que cualquier mirada hacia los acontecimientos futuros nos obliga a perseverar en este esfuerzo. Nuestros problemas no se arreglar¨¢n con dosis crecientes de inflaci¨®n o incurriendo en desequilibrios de la balanza de pagos, sino tratando de reducir con inevitable esfuerzo el crecimiento de los precios y mejorar el saldo de nuestro comercio exterior a trav¨¦s de una pol¨ªtica exportadora.
Las debilidades de la econom¨ªa espa?ola al llegar esta crisis aguda del petr¨®leo de los a?os ochenta se hallan en la escasa realizaci¨®n de los otros ajustes: el ajuste de la estructura productiva, que obligaba a impulsar la oferta energ¨¦tica del pa¨ªs en l¨ªneas productivas sustitutivas del petr¨®leo (carb¨®n, gas, nuclear) y a emprender con m¨¢s decisi¨®n de la que se ha hecho un programa de conservaci¨®n de la energ¨ªa. Obligaba tambi¨¦n a otros ajustes productivos no tan evidentes, pero no menos importantes: aumentar la oferta de nuestras materias primas, cuyos precios internacionales se han encarecido siguiendo su tradicional simpat¨ªa con las alzas de la energ¨ªa; y a reforzar nuestra producci¨®n agroalimentaria, en la que se anuncian debilidades que van a tener traducci¨®n futura sobre el nivel de los precios de consumo. Esos ajustes productivos fuerzan tambi¨¦n a considerar la reconversi¨®n de los sectores productivos con problemas, como la siderurgia, a construcci¨®n naval y los bienes de equipo, en los que los programas de ajuste, a la crisis se llevan con parsimonia y con poca decisi¨®n. Finalmente, el ajuste productivo obliga a empujar aquellos sectores que pueden llevar un poco m¨¢s de empleo a las regiones que padecen un paro especialmente intenso. El hundimiento actual de la industria de la construcci¨®n se corresponde poco con la diligencia ?que demandar¨ªa del mismo la situaci¨®n.
En cuanto a los ajustes propiamente energ¨¦ticos, es de notar la elevada cantidad de energ¨ªa que nuestras estructuras econ¨®micas requieren para su normal funcionamiento. Al encontrarse Espa?a en un nivel de desarrollo industrial intermedio, ocurre que el peso del sector industrial dentro de la econom¨ªa nacional es comparativamente m¨¢s elevado que en otros paises m¨¢s avanzados, en los que est¨¢ m¨¢s desarrollado el sector ser vicios. Adem¨¢s, en nuestra propia
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estructura industrial, las industrias de base tienen tambi¨¦n un peso relativo mayor que en otros pa¨ªses. Teniendo en cuenta que la industria consume m¨¢s energ¨ªa que los servicios, y que lo mismo les ocurre a las industrias b¨¢sicas respecto de las dem¨¢s, es f¨¢cil concluir que es una situaci¨®n normal que la intensidad energ¨¦tica de la producci¨®n espa?ola sea m¨¢s alta que la de muchos otros pa¨ªses occidentales. As¨ª, mientras en 1977 en Espa?a se precisaba consumir 1,38 tec para producir mil d¨®lares EEUU de 1970, en Alemania s¨®lo se necesitaban, 1,18; en Australia, 1,23; en Italia, 1,20, o en Jap¨®n, 1,18. En otras palabras, nuestro sistema econ¨®mico es m¨¢s ineficiente en t¨¦rminos energ¨¦ticos.
M¨¢s preocupante que este valor absoluto es su evoluci¨®n en el tiempo, ya que, por ejemplo, mientras en Alemania era de 1,25 en 1960 (es decir, mayor que en la actualidad), en nuestro caso era en dicho a?o mucho menor (1,27), y fue creciendo progresivamente hasta 1973, para estabilizarse pr¨¢cticamente desde entonces. Si bien esto significa que la primera crisis del petr¨®leo oblig¨® a cierta reconversi¨®n industrial, tambi¨¦n significa que ¨¦sta no ha sido lo suficientemente en¨¦rgica como para que nos encontremos en una v¨ªa de saneamiento energ¨¦tico, sino m¨¢s bien de: estancamiento estructural. El esfuerzo que queda por realizar en esta direcci¨®n es, pues, considerable.
Finalmente, quedan los ajustes en otro plano fundamental a la crisis. El del sistema econ¨®mico. Un pa¨ªs debe economizar sus recursos, cerrar todos los escapes hacia el despilfarro, conseguir, en definitiva, que cada peseta gastada luzca en el aumento m¨¢ximo posible de la producci¨®n y del empleo. A ese prop¨®sito deben servir las reformas del sistema econ¨®mico. Las reformas que el sistema econ¨®mico espa?ol necesita incorporar son amplias y se han aplazado desde siempre porque se oponen frontalmente a un conjunto de intereses poderosos. Es ante todo necesario extender el sistema de econom¨ªa de mercado, dando realidad al art¨ªculo 38 de la Constituci¨®n espa?ola. Es evidente que la liberaci¨®n del sistema financiero, del comercio interior y del comercio exterior, constituyen tareas que deber¨ªan ser inmediatas, porque nadie niega p¨²blicamente su necesidad, y es tambi¨¦n claro que las reformas deben extenderse al campo del sector p¨²blico y al de las relaciones laborales o industriales.
El sector p¨²blico necesita consolidar la reforma de su sistema tributario, y esta consolidaci¨®n pide que la reforma de la Administraci¨®n fiscal se corresponda con la nueva y mejor distribuci¨®n de la carga tributaria a que aspiran las nuevas leyes fiscales. Perder la guerra de la reforma fiscal cuando se ha ganado su primera batalla, al extender el convencimiento en la sociedad espa?ola de la general exigencia de los impuestos, ser¨ªa perder un activo de un enorme valor, porque, sin una distribuci¨®n justa de la carga, fiscal, es imposible lograr la solidaridad necesaria para desarrollar el plan econ¨®mico que la lucha contra la crisis reclama.
La culminaci¨®n de la reforma del sistema tributario debe ir seguida por aquellas reformas que faciliten la financiaci¨®n con deuda p¨²blica del Estado. Tenemos que ser conscientes de que los impuestos no pueden financiar el total de los gastos estatales y el sector p¨²blico debe encontrar en la deuda un camino accesible y viable para cubrir sus necesidades financieras.
La otra gran reforma del sector p¨²blico, la del gasto p¨²blico y la de las empresas p¨²blicas, deber¨ªa absorber una atenci¨®n prioritaria del Gobierno y de la propia Administraci¨®n. Hay un convencimiento personal de que el Estado no gasta bien, y existe una opini¨®n generalizada de que las empresas p¨²blicas acumulan d¨¦ficit excesivos, que deben limitarse si queremos administrar mejor los recursos escasos de que disponemos. El pa¨ªs necesita una prueba clara de una buena administraci¨®n del gasto y de la empresa p¨²blica.
La nueva ley de Relaciones Laborales debe ser el principio de unas relaciones industriales distintas, acomodadas a principios europeos. Una ley, sin embargo, no es suficiente para tener estas relaciones, y el mundo empresarial y el del trabajo deber¨ªan buscar un entendimiento sobre la base del nuevo cuadro legal que tratase de responder a los retos de la crisis
Estos cuatro ajustes a la crisis: el ajuste de la inflaci¨®n, el de la balanza de pagos, el de la estructura del sistema productivo (con especial atenci¨®n al sector energ¨¦tico) y el del sistema econ¨®mico, deber¨ªan inspirar una respuesta coherente y completa de la sociedad espa?ola frente a los problemas que la crisis econ¨®mica plantea. Una respuesta total en la que se combinen los distintos ingredientes que requiere la lucha contra la crisis, sin limitarlos exclusivamente al sector energ¨¦tico, porque ¨¦ste debe ser una parte importante dentro de un todo. La solidaridad, la responsabilidad y el realismo pueden y deben exigirse a la sociedad espa?ola para dar una respuesta completa a los problemas que la crisis nos plantea en esta d¨¦cada que vamos a iniciar, con incertidumbres, con problemas, pero, a pesar de todo, si esa respuesta se da, con esperanzas.
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