Son posibles las trampas en las salas de bingo
El auge del bingo ha tenido varias consecuencias inmediatas y dispares, entre ellas la creaci¨®n de unos 15.000 puestos de trabajo en toda Espa?a, la inversi¨®n de 80.000 millones de pesetas en cartones, billetes y fichas en 1978 y de muchos m¨¢s en 1979, el nacimiento de un nuevo concepto de la nocturnidad y, como era de esperar, la aparici¨®n de una picaresca cuyas pruebas visibles son las sanciones a determinadas salas de bingo. Es probable que esta picaresca sea conocida s¨®lo en parte, que los fraudes m¨¢s sofisticados est¨¦n a¨²n bajo la superficie, como corresponde a un juego y a un costumbrismo nuevos. En todo caso, datos de que se dispone y las leyendas que circulan entre los jugadores permiten ya la elaboraci¨®n del siguiente reportaje.
El d¨ªa 22, a media tarde, cuando los ni?os del Colegio de San Ildefonso comenzaban a enfrentarse de nuevo a la dura realidad de las ecuaciones de segundo grado y a los guarismos inapelables de la evaluaci¨®n continua, los jugadores madrile?os de loter¨ªa se dividieron en dos grupos, uno, el m¨¢s peque?o, puso a enfriar el champa?a despu¨¦s de comprobar, una vez m¨¢s, las cifras de los billetes premiados, y otro, el mayor, se subdividi¨® en dos bandos: el de los resignados y el de los tenaces. Poco despu¨¦s de las cuatro de la tarde, el bando de los tenaces emprendi¨® la marcha hacia las 109 salas de bingo de la capital, a demostrar que el azar es incapaz de conspirar contra quienes le son ilimitadamente fieles. Es incapaz, a menos que las manos del secretario no sean inocentes.
Honorable colegial
A las siete de la tarde, los jugadores se hab¨ªan repartido entre aristocr¨¢ticas salas vigiladas por servidores de librea, finas salas como Canoe, Afanias o Meli¨¢, donde un cart¨®n suele costar mil pesetas, y un bingo en solitario, medio mill¨®n, casi un gordo servido en bandeja; salas donde un buen vendedor puede llevarse a casa 100.000 al mes, o a¨²n m¨¢s. O se hab¨ªan ido a salas m¨¢s modestas, como la de la Casa de Avila, decorada con nalgas de escayola y purpurina, y provista de tablillas de madera donde pueden anotarse deseos ¨ªntimamente formulados y apoyar el cart¨®n; tablillas donde es posible escribir en una noche como esta ?No vuelvo m¨¢s por aqu¨ª?, a un cent¨ªmetro de distancia del lugar donde se escribi¨® en la noche anterior ?No vuelvo m¨¢s por aqu¨ª.? Una importante fracci¨®n de jugadores, dotados con gafas de vista cansada, quiz¨¢ los m¨¢s leales, encontraron un sitio en la sala de Bellas Artes, que, una vez reparada, ha dejado de parecer un casino y que en los peores momentos recuerda a la sala de espera de una ciudad sanitaria, o en una de las muchas salitas del Casino de Madrid, en cuyas paredes coinciden los espejos ovales y los monitores de televisi¨®n, como si alguien hubiera doblado el siglo por la mitad. A las ocho de la tarde, en las salas madrile?as de bingo ya se hab¨ªan formado dos grandes grupos bien diferenciados. Uno, peque?o, de jugadores que hac¨ªan un arqueo de ganancias, y otro, el mayor, de perdedores dispuestos a pensar en un contubernio, en alguna turbia conspiraci¨®n cuya tapadera habr¨ªan de ser las vitrinas, los tubos de vac¨ªo y esas malditas bolas tontas. Al fin y al cabo, ?no se jugaron 80.000 millones de pesetas en 1978? ?No llega a ganar una gran sala 500.000 pesetas por noche? Por muchos menos beneficios se invent¨® el timo de la estampita.Sin embargo, casi todos los servidores del bingo son tan honorables como los colegiales de San Ildefonso. Un sueldo medio, es decir, unas 40.000 pesetas, propinas aparte, no merece ser arriesgado en una trampa. A finales de a?o han llegado ya 40.000 peticiones de carn¨¦ profesional a la Comisi¨®n Nacional del Juego, el doble aproximado de los puestos de trabajo que han generado los 744 bingos de toda Espa?a. A pesar de ello, a las 7.30 alguien habl¨® en una sala madrile?a de una falsa jugada: ?Acaba de salir el mismo cart¨®n que anteanoche: para m¨ª que grabaron aquella tirada y que la han pasado por videocassette. Le habr¨¢ tocado el bingo a alg¨²n secretario, y ahora se quedar¨¢n con todo el dinero, ?O no? Esta noche la armo, vaya que si la voy a armar.?
Brigada especial
Cuando se pregunta en la Comisi¨®n Nacional del Juego sobre la leyenda del videocassette, los expertos responden dubitativamente. ?Esa es una trampa posible, pero no probable. Por t¨¦rmino medio, una sala de bingo dispone de unos quince o veinte empleados, cuyas complicidades ser¨ªan necesarias para utilizarla. Pasar una jugada por videocasete, es decir, simular que los n¨²meros que van saliendo son los que ya estaban dilmados, supondr¨ªa adem¨¢s un riesgo: el de que un jugador se levantase del asiento y quisiera comprobar si las bolas que han salido por el tubo corresponden a las que ha visto en los monitores. El asunto ser¨ªa, pues, excesivamente complejo. S¨ª podemos decir, en cambio, que muchos establecimientos de bingo graban cintas magnetof¨®nicas y videocassettes de jugadas en las que se han producido altercados. Y la raz¨®n no deja de ser curiosa: los administradores son individuos pagados por la competencia para ahuyentar a la clientela.? A las nueve en punto de la noche del d¨ªa 22, algunos de los jugadores m¨¢s duramente castigados por la mala suerte hab¨ªan comprobado que, en efecto, las bolas insertas en el tablero electr¨®nico se correspond¨ªan con las bolas que hab¨ªan aparecido en los monitores.En ese instante, un viejo rumor volvi¨® a recorrer varias salas. tal vez, las bolas hab¨ªan sido trucadas ?porque, hay que ver, siempre le toca a los mismos. Venga, las bolas que esta noche la voy a armar, vaya si la armo?. Se dice que los juego de bolas, homologados por la Comisi¨®n Nacional, han de ser cambiados cada mil jugadas; una bola de bingo tiene exactamente la misma estructura que una pelota de Ping-pong, es un elemento tenue y saltar¨ªn a mitad de camino entre una canica y un globo. Y alguien ha dicho que, a pesar de todo, fabricar tres o cuatro bolas un poco m¨¢s gordas de lo que se?ala la honestidad ser¨ªa bastante para que sus n¨²meros correspondientes, que ser¨ªan n¨²meros clave, nunca resultasen agraciados. En la Comisi¨®n Nacional, el fraude de la bola hinchada no ha sido registrado por ahora. ?En todo caso, creer¨ªamos m¨¢s en que las bolas fueran inyectadas con cera o con alguna otra substancia f¨¢cilmente adhesiva a las paredes interiores. Como es natural, las de mayor peso saldr¨ªan al exterior con m¨¢s dificultad y, en consecuencia, har¨ªan m¨¢s probable la salida de los otros n¨²meros. Para sorprender toda posible manipulaci¨®n fraudulenta, los inspectores de la Brigada Especial del Juego suelen presentarse en las salas irregularmente. Estamos convencidos de que nadie podr¨ªa precaver la llegada de los agentes y, por tanto, inyectar las bolas ser¨ªa arriesgarse a una grave sanci¨®n.? La Comisi¨®n Nacional del Juego exige que sus afiliados coticen puntualmente las dos pesetas-cart¨®n a la F¨¢brica Nacional de Moneda y Timbre, que fichen inexorablemente a su clientela a la entrada, que cambien las bolas cuando marca la ley, que mantengan a punto un equipo suplente de m¨¢quinas en previsi¨®n de aver¨ªas y que lo apunten todo en un libro con la misma diligencia con que los ni?os del Colegio de San lldefonso apuntan las centenas de mill¨®n en sus cuadernitos.
En la madrugada del d¨ªa 23, los jugadores empedernidos rellenaban los ¨²ltimos cartones con esos gestos graves y pacientes s¨®lo posibles despu¨¦s del agotamiento. En unas cien salas, lo monitores parec¨ªan haber perdido luminosidad al otro lado del humo del tabaco y del vapor de las infusiones. Los di¨¢logos entre vendedores y clientes se hab¨ªan reducido a una se?al; dos dedos en uve significaban dos cartones, y los gritos de l¨ªnea o de bingo se o¨ªan con mayor dificultad. Las horas perdidas hab¨ªan convertido a los desafortunados en simples contribuyentes, y, a los que consegu¨ªan alg¨²n pleno, en pensionistas de medianoche.
Y, seguramente, la primera se?al de cansancio de los jugadores indica a los piratas del bingo cu¨¢ndo debe hacerse la trampa m¨¢s frecuente, o sea, cu¨¢ndo debe darse el tir¨®n. ?Y ese es el fraude m¨¢s sencillo, m¨¢s abundante y el m¨¢s grave que hemos descubierto desde la Comisi¨®n Nacional del Juego: en una fase m¨¢s o menos estrat¨¦gica de la sesi¨®n, los infractores hacen p¨²blica la venta de un n¨²mero de cartones inferior al verdadero. Disminuye el premio y aumentan los m¨¢rgenes; la clave no puede ser m¨¢s sencilla.?
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