Los premios nacionales

LOS AIRES de los tiempos parecen haber penetrado tambi¨¦n en la pol¨ªtica gubernamental de los galardones culturales. El mes de diciembre ha sido el de la concesi¨®n de los premios nacionales de literatura, aunque haya que constatar un evidente retraso en el otorgamiento del m¨¢s importante, el Cervantes -que hasta ahora se conced¨ªa en diciembre-, de car¨¢cter m¨¢s amplio e internacional, tanto por su cuant¨ªa como por la breve y significativa lista de los galardonados. Se?eras figuras de las letras espa?olas -como D¨¢maso Alonso o Jorge Guill¨¦n- y latinoamericanas -Alejo Carpentier- testimonian la importancia de este premio, sin duda la innovaci¨®n m¨¢s importante en la materia introducida en la pol¨ªtica cultural espa?ola en los ¨²ltimos tiempos.Pero los premios nacionales propiamente dichos, a pesar de cierta renovaci¨®n, palpable sobre todo en las listas de los galardonados este a?o y el anterior, parecen acusar un lastre del pasado del que no se ha desprendido totalmente. Bien es verdad que la cuant¨ªa de los premios ha aumentado considerablemente, hasta llegar al mill¨®n .de pesetas; que los jurados son m¨¢s competentes y que -principalmente- va desapareciendo su antigua politizaci¨®n. No cabe duda de que en la etapa anterior cualquier escritor que se preciara de serlo ten¨ªa que palparse la ropa, por apurado que estuviere, antes (le presentarse a galardones que llevaban nombre y apellidos de significativo color pol¨ªtico. Y as¨ª, ahora,vemos c¨®mo algunos escritores en boga, al recordar su biografia cultural, se?alan el hecho de haber obtenido un ?premio nacional? a secas, sin especificar que se trataba, por ejemplo, del Jos¨¦ Antonio Primo de Rivera o del Francisco Franco.

Los apelativos han cambiado o desaparecido, desde luego, y lo mejor es que desaparezcan por completo, pues con el nombre escueto del galard¨®n nacional y la especificaci¨®n del g¨¦nero basta y sobra. Pero lo peor es que el calificativo de nacional est¨¢ bastante en entredicho, desde el momento en que es necesario presentarse al premio para ser tenido en cuenta por el jurado. Y el adjetivo nacional no quiere decir precisamente eso, ser el mejor de los presentados, sino el mejor de los habidos en el a?o. Al menos, en teor¨ªa, claro est¨¢, pues bien se sabe lo que sucede con los premios y concursos, m¨¢s all¨¢ de los simples errores de apreciaci¨®n de los jurados.

Si una empresa privada convoca un concurso, ser¨¢ ella quien designe los jurados, las bases y reglamentos, quien explote los productos premiados y todo lo dem¨¢s. Ser¨¢ preciso presentarse para optar a ¨¦l si as¨ª lo establece la fundaci¨®n privada, yjam¨¢s podr¨¢ denominarse nacional, en su m¨¢s estricto sentido. Pero que la Administraci¨®n convoque un premio, lo califique de nacional y establezca, la necesidad de presentarse, es un contrasentido. Todo ello sin contar con la necesidad de institucionalizar los jurados, no tanto las personas que los compongan como la manera de componerse. Bien est¨¢, por tanto, la renovaci¨®n; pero lo malo ser¨ªa pararse a medio camino. Hay que ir m¨¢s all¨¢. Hasta la creaci¨®n de unos aut¨¦nticos premios nacionales de literatura.