El in¨²til riesgo del asamble¨ªsmo
La firma del acuerdo-marco entre UGT y CEOE, con exclusi¨®n de Comisiones Obreras, permit¨ªa avanzar un per¨ªodo de negociaci¨®n colectiva presidido por la conflictividad. L¨®gico era esperar que la central comunista tratara de forzar las posturas en la negociaci¨®n para con el se?uelo de la defensa-del-poder-adquisitivo-de-los-sa-larios, atraer hacia sus planteamientos a la masa obrera y poner en evidencia a la central socialista, que, de esta manera, aparecer¨ªa sin justificaci¨®n para mantener los l¨ªmites de la negociaci¨®n en el marco del pacto suscrito con la patronal.La Uni¨®n General de Trabajadores, por su parte -al menos tales eran las previsiones l¨®gicas-, tratar¨ªa de aguantar el envite y luchar¨ªa por conseguir la aceptaci¨®n obrera de unos compromisos que, al menos en lo econ¨®mico, exigen un esfuerzo de comprensi¨®n para aceptar la existencia de sectores o empresas que, lejos de mantener el poder-adquisitivo-de-los-trabajadores, apenas si pueden garantizar el mantenimiento del puesto de trabajo.
Sin recurrir a alegaciones demag¨®gicas, y al margen de estrategias enfrentadas, lo que no ofrece duda es que el acuerdo-marco se ha erigido en el banco de pruebas de los modelos sindicales que cada una de las dos primeras centrales del pa¨ªs tratan de hacer hegem¨®nicos.
En esta l¨ªnea. el convenio colectivo de SEAT y la consiguiente huelga en apoyo de las peticiones obreras. aparece claramente como el test en el que el duelo sindical pladteado entre las concepciones comunista y socialista del sindicalismo se habr¨¢ de decantar, quiz¨¢ de manera definitiva.
Quiz¨¢ ser¨ªa oportuno recordar que SEAT perdi¨® durante el pasado ejercicio unos 14.000 millones de pesetas, y las expectativas para el presente a?o siguen en la misma l¨ªnea: se calcula que las p¨¦rdidas en 1980, a cargo ya de los italianos, que para 1982 poseer¨¢n la mayor¨ªa de acciones de la empresa, ser¨¢n del orden de los 10.000 millones. De otra parte, la relaci¨®n entre plantilla y producci¨®n es netamente deficitaria hacia esta ¨²ltima, mientras que los costes salariales alcanzan niveles astron¨®micos y los stocks permitir¨¢n, sin duda, que la falta de producci¨®n a causa de la huelga no tenga un reflejo inmediato en sus ventas.
En estas condiciones, la oferta econ¨®mica de la empresa en la negociaci¨®n del convenio, que no llega al 11% de incremento salarial, entra de lleno en el cap¨ªtulo de exclusiones a la banda salarial que contempla el acuerdo-marco.
Y es en este punto donde la controversia sindical UGT-CCOO, en su lucha por ocupar el hegem¨®nico papel representativo de los trabajadores, cobra justificaci¨®n y se traduce en la ya larga huelga en la que permanece la plantilla de SEAT.
El conflicto, pues, se sustrae a la mera negociaci¨®n colectiva y aparece instrumentalizado por las motivaciones pol¨ªticas de una y otra fuerza sindical. En este juego, los trabajadores son manejados en su justa aspiraci¨®n econ¨®mica y asisten desorientados a una pugna en la que. finalmente. poco o nada tienen que decir.
Esta ¨²ltima afirmaci¨®n, lejos de ser gratuita, encuentra su m¨¢s serio apoyo en el hecho de que mientras las dos principales fuerzas obreras con representaci¨®n en la empresa -CCOO y UGT- vienen reiteradamente llamando a la normalidad (cada una desde sus respectivos intereses y por motivaciones distintas), los trabajadores renuevan cada d¨ªa, en asambleas con votaciones a mano alzada, la continuaci¨®n de la huelga, siguiendo la invitaci¨®n de una central minoritaria como es la CSUT.
La ¨²nica explicaci¨®n que podr¨ªa encontrar este aparente contrasentido radica en los riesgos de un asamble¨ªsmo sin justificaci¨®n en el nuevo marco democr¨¢tico que tanto CCOO como UGT han propiciado, y justo es reconocerles el m¨¦rito. Justo es tambi¨¦n constatar aqu¨ª c¨®mo, una vez superada la apasionante tarea de traer la democracia, la desafiliaci¨®n parece ser la respuesta generalizada a la actuaci¨®n de las centrales en la nueva etapa.
No obstante, la central comunista, sin duda con mayor capacidad de maniobra en el marco de la asamblea, se resiste a abandonar esta pr¨¢ctica y, de esta manera, resulta v¨ªctima de su propia estrategia. La central socialista, por su parte, est¨¢ pagando la factura a su justa arrogancia al firmar en solitario con ?a patronal un compromiso que la sit¨²a en el primer plano de la escena sindical.
As¨ª pues, la primera escena de lo que se adivina como largo y duro duelo sindical apenas si ha comenzado. Las espadas siguen en alto, con el grave riesgo de que quienes las manejan -al menos, en el caso de SEAT as¨ª es- no parecen controlarlas todo lo eficazmente que ser¨ªa necesario.
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