Gerardo
La noche en que llegu¨¦ al Caf¨¦ Gij¨®n no estaba Gerardo Diego, pero s¨ª estaba a la tarde siguiente, como todas las tardes, presidiendo su tertulia de poetas desde mil novecientos cuarenta y tantos. Fui su amigo.Diez a?os tomando caf¨¦ juntos, todas las tardes. Gerardo sal¨ªa y sale de su casa de Covarrubias, coge el Metro en Alonso Mart¨ªnez y baja hasta Col¨®n. De Col¨®n al Caf¨¦, andando. Ese pase¨ªllo casi torero de todos los d¨ªas (Gerardo camina muy ce?ido a s¨ª mismo y pisa como los toreros), por la acera estrecha de Recoletos, hasta el Gij¨®n, en invierno y verano. En la tertulia, caf¨¦ corto, propina corta, palabra corta.
Un d¨ªa de mi cumplea?os, en provincias, me hab¨ªa regalado yo a m¨ª mismo una auto-antolog¨ªa de Gerardo, en Austral. M¨¢s tarde lleg¨® ¨¦l al Casino, para dar uno de sus conciertos/ conferencia, y estuvo con nosotros, los j¨®venes impacientes e imprudentes, hablando de poes¨ªa en la madrugada.
Yo no creo que hable poco, sino que no le dejan hablar. En cincuenta a?os de caf¨¦ a¨²n no le ha cogido el ritmo al caf¨¦, este gran poeta t¨ªmido, que se queda en silencio con su cara de pobre, con sus manos de pobre, siempre frente a la luz de Recoletos, dilucidados sus ojos claros por el ¨¢ngel de la tarde que ¨¦l ve mientras los otros discuten de espaldas.
- Has mecanografiado muy bien los sonetos de Lope- me dijo un d¨ªa.
Porque era no s¨¦ qu¨¦ centenario de Lope, de su Lope, y yo, que hab¨ªa venido a Madrid a ser mi propio Lope de Vega, me ve¨ªa de mecan¨®grafo de Gerardo y de los cl¨¢sicos por unas pesetas de hojalata que pagaba un Banco. Y que tardaron en pagarme. Nunca se han pasado conmigo los bancos. No s¨¦ con ustedes. Pero lo que quer¨ªa decirme Gerardo, en su laconismo con morse de parpadeo, era que yo hab¨ªa acertado a traducir a castellano actual el castellano arcaico de la edici¨®n que me dieron a copiar.
Creo que nunca m¨¢s me ha hecho un elogio literario, pero aqu¨¦l fue suficiente y permanente, porque ahora, por otra parte, y como dije cuando ¨¦l cumpli¨® ochenta a?os, ?s¨®lo nos vemos cada ochenta a?os, Gerardo?.
- ?Y es una o son varias las mujeres que hay tras la Amarilis de Lope?
Yo, s¨ª, yo le hac¨ªa hablar, le dejaba hablar, porque bastaba con echarle una pregunta como ¨¦sta para que el cl¨¢sico de las vanguardias me diese una lecci¨®n por libre, y me iba yo a mi pensi¨®n, como despu¨¦s de clase, haciendo gratis y sin que nadie se enterase el bachillerato de Gerardo.
A tal momento de amistad llegamos que un d¨ªa me contaba de la Academia:
-Ahora tengo un puesto mejor, pero el sitio es muy estrecho, de modo que apenas puedo sentarme y estoy con el coj¨®n entre un coj¨ªn y un caj¨®n.
Su eterna y fresca facilidad para la palabra, que ya me hab¨ªa enceguecido en la infancia como la apertura a las minas m¨¢s claras y vivas del idioma. Gerardo qued¨® como pospuesto y traspuesto por los engag¨¦ de la berza, porque en ¨¦l no hay conflicto y, cuando empieza a escribir, la problematicidad del poema ya est¨¢ resuelta desde hace mucho.
Un d¨ªa, en una conferencia con el perdido y encontrado Julio Campal, le record¨¦ que ultra¨ªstas y creacionistas ven¨ªan de Ram¨®n, aunque Borges, ahora, no cite a Ram¨®n para nada. (Gerardo enterrando al americano Julio Campal, en el cementerio civil, Gerardo/cipr¨¦s de Silos, mudo cipr¨¦s en el fervor laico de ese huerto.) ?La novia de manos ojivales da de comer a las estrellas?, hab¨ªa escrito ¨¦l en el Romancero de la novia. Claves que a uno le abrieron la clave de la literatura para siempre. Todav¨ªa tengo aquella Primera antolog¨ªa, Gerardo, maestro. ?18 pesetas?, pone a l¨¢piz.
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